Capítulo 31

 

EL CAN CERBERO

 

 

 

 

 

Ashriel miró a Cerbero, que les observaba a su vez, en la distancia, con verdadera malicia. Cerbero era el perro infernal de Hades y aseguraba que los muertos no salieran y que los vivos no entrasen.

Cuando desembarcaron, Ale sintió un escalofrío al observar la neblinosa y sombría morada de los muertos que era aquella orilla del río. El maléfico perro gigantesco de tres cabezas con cola de serpiente comenzó a reducirse hasta volverse del tamaño de un humano donde adoptó la forma de un perro con una sola cabeza, pero con rasgos humanos.

—Sígueme el juego —susurró Ashriel al oído de una confusa Alecto.

—Bienvenida, Alecto —dijo Cerbero con su maléfica mirada—. Ha pasado demasiado tiempo, pero ya estás de vuelta en tu hogar.

Ale se apretó instintivamente más contra Ashriel, que la rodeó de forma protectora, aunque distante, entre sus brazos.

—Sí —comenzó el arcángel intentando averiguar todo lo que pudiese y sabiendo que no disponía de mucho tiempo—, vengo a entregártela. Soy el arcángel Ashriel y yo la encontré. Es la segunda vez, según tengo entendido, que se escapa y en el Olimpo no están muy contentos con tu trabajo, ya que Hera me ha comentado que ya no eres el que solías ser.

El perro gruñó furioso volviendo sus ojos de un color rojo sangre mientras mostraba amenazante sus colmillos.

—¡Esa traidora de Hera! —rugió rabioso—. Yo sé perfectamente cómo hacer mi trabajo. Sigo en perfecta forma y jamás se me ha escapado ningún ánima. ¡Es ella la que necesita expiar sus pecados!

—Pues no lo parece —expresó airado Ashriel.

—¡A veces las cosas no son lo que parecen! —expresó impetuoso de forma misteriosa—. Y esa malnacida de Hera menos que nadie. Ahora se recrea purificando sus pecados en los demás. Dime, ¿por qué traes tú a la muchacha? —preguntó repentinamente.

—Yo la encontré entre los humanos.

La espeluznante carcajada del maléfico ser se coló dentro del alma de Ale llenándola de todos los temores posibles.

—Con que allí fue donde te ocultó, ¿eh? Hera no es tan lista, al fin y al cabo —expresó con desprecio—. Debería aprender a estar más callada.

—¿Insinúas que fue Hera quien la dejó allí? —preguntó sin parecer excesivamente interesado.

Cerbero lo miró fijamente y se quedó pensativo.

—Nunca habías traído hasta aquí a ningún alma —expresó inquisitivo—. ¿Por qué has traído a esta?

—Me pudo la curiosidad —dijo como al descuido.

—Pues la curiosidad, señor arcángel, mató al gato… y no me gustaría que eso me ocurriese a mí.

—Sí, pero murió sabiendo. Y yo ya sé algo más de lo que sabía cuando vine.

—¡Largo de aquí, Ashriel! —gritó el can.

Saliendo de entre la nada de aquella densa niebla gris aparecieron dos ánimas, espadas en mano, invitando amablemente a Ashriel a que abandonase aquel lugar. Sus manos se aferraron con fuerza a la cintura de Alecto, de las que nunca se había separado, y su cuerpo se tensó cual cuerda de violín.

Ale estaba aterrada, pero ya no había nada más que hacer y lo último que deseaba era que su ángel saliese mal parado de toda aquella situación. Así, cuando Ashriel soltó su cintura con una mano para llevarla a la velocidad del rayo a la empuñadura de una de sus espadas, Ale se giró hacia él para sujetar su mano y suplicar con la mirada, ahora anegada de lágrimas, que lo dejase estar.

Ashriel vio el sufrimiento en los ojos de Alecto y maldijo una y mil veces su visita al monte Olimpo, que había acelerado la condena de la joven y le había dejado a él sin la oportunidad de continuar con su investigación. Si tan solo hubiese dispuesto de más tiempo para haber averiguado algo…

Las dos ánimas se posicionaron a ambos lados del ángel, que desistió de su intento de lucha, mientras su pecho se desgarraba ante la imagen de una derrotada y resignada Alecto.

—¡Te juro que te encontraré! —aseguró con firmeza—. ¡Encontraré tu luz y te sacaré de aquí!

Las dos ánimas lo aferraron para conducirlo de nuevo a la otra orilla del río Aqueronte, mientras Alecto daba rienda suelta a las lágrimas contenidas que ahora se deslizaban por sus mejillas cual cascadas, mientras sus labios dibujaban un «te amo» en silencio, que el ángel captó con desgarrador dolor.

Otras dos ánimas aparecieron de la nada y condujeron a una temblorosa Alecto hacia la niebla infernal que había a su espalda, donde desapareció de la vista de Ashriel dejando su pecho resquebrajado y angustiado por primera vez en toda su existencia.