Capítulo 39

 

LA DERROTA

 

 

 

 

 

Ashriel y Megera llegaron a la orilla del río Aqueronte donde, cómo no, les esperaba un tranquilo Hades.

—Querida sobrina —dijo sin ninguna efusividad—, te estaba esperando. A ti y a tu amante, claro.

Ashriel se colocó delante de Megera en un intento de protegerla mientras tomaba la palabra.

—¡Hades! Me diste tu permiso para llevármela de aquí si la encontraba.

—¡Te equivocas! —espetó furioso—. Te di permiso para que te llevases a Alecto… y ella es Megera.

«¡Ahí estaba la trampa de Hades!».

—Sabías perfectamente a quién venía a buscar.

—Lo sabía, pero me es imposible concederte ese permiso. Además, has aniquilado a uno de mis demonios preferidos. Mereces un castigo.

—¡Escúchame, Hades! —rogó intentando agotar todas las vías de paz que hubiese disponibles, para solucionar aquel problema—. Tú eres un dios olímpico y, aunque presides el inframundo, eres un dios justo. Sabes que a Megera le tendieron una trampa y no puedes pasar a formar parte de esta conspiración.

—¡Demasiado tarde! —expresó Hades con pesadumbre—. Hace mucho tiempo que entré a formar parte de esta conjura y ahora no puedo permitir que salga a la luz. Mi hermano Zeus me destruiría sin darme ni el más mínimo derecho a explicarme. Ahora no podéis salir de aquí.

—Entonces, ¡¿tú has formado parte de este engaño?!

—No directamente, pero mi desidia ha sido decisiva y, aunque ahora me arrepiento, ni yo puedo dar marcha atrás.

—Entonces lucharé —dijo Ashriel con arrojo.

—¿Contra mí? —preguntó asombrado Hades que presumía de ser formidable en la batalla.

—Si gano, nos dejarás partir. Si pierdo, ganarás un ánima más en tu averno.

Hades sopesó durante unos instantes la proposición del ángel. Lo había visto luchar y desde luego era un digno rival, pero no más fuerte y más hábil que él. Por no hablar de sus poderes divinos con los que el ángel, obviamente, no había contado.

—¡Está bien, Ashriel! —expresó arrogante—. Creo que tus aspiraciones han sido demasiado altas, pero si quieres morir y formar parte de mi averno, no me importa en lo más mínimo.

—Si tan seguro estás de ganarme —dijo mientras Hades se deshacía de su tenebrosa capa negra para luchar con comodidad—, ¿por qué no me cuentas quién más está detrás de Megera y por qué?

—¡No te pases, listillo!

Y sin más, se desató nuevamente frente a Megera una reyerta con espadas y en la que nuevamente estaba en juego la vida de Ashriel. Un duelo a espadas, una coreografía y una especie de danza en la que ambos rivales luchaban con arrojo y valentía, con los movimientos casi gráciles que les daban sus respectivos poderes; el vuelo en el caso del ángel y el aura de fuego azulado de Hades, que también le permitía gravitar. Un duelo final capaz de conmocionar a cualquiera, un derroche de esgrima salvaje, donde pronto se olvidaron los protocolos y las lealtades mientras ambos se golpeaban, cortaban y miraban enfurecidos con una violencia certera.

Megera, al ver a Ashriel prácticamente desangrándose, comenzó a marearse. No era que Hades se encontrase mucho mejor, pero no se le veía desangrarse de esa manera, a pesar de los jadeos de ambos contrincantes y del cansancio que pronto comenzó a pasarles factura.

Hades tuvo que reconocer la valentía y la maestría que derrochaba el ángel, pero aquello había durado ya más de lo necesario y deseaba terminar con aquel entuerto cuanto antes. Así pues, concentró todo su poder en sus manos, que se llenaron de una energía azulada maléfica y se dispuso a arrojar aquella inmensa bola de fuego contra el ángel que, aunque lo vio, nada podía hacer para defenderse.

Ashriel intentó protegerse con sus alas cuando notó la onda expansiva que lo sacudió, pero sin hacerle ningún daño. Raudo y veloz, a la vez que desorientado al no ser alcanzado por aquel infernal poder, las volvió a replegar para enfrentarse a un nuevo ataque cuando pudo ver a Hades que yacía contra el suelo, con gesto dolorido y expresión descompuesta.

Megera había desatado contra Hades, y sin saber muy bien cómo, todo su poder. Solo supo que cuando el miedo por la posible aniquilación de Ashriel la había embargado, un poder desconocido en ella había nacido de sus entrañas lanzando un poderoso haz de luz, que había acabado con el poder de Hades.

Tanto Ashriel como Megera se quedaron boquiabiertos ante la sonora carcajada en la que Hades prorrumpió.

—¡Pues sí que tiene ya poder la criatura! —expresó Hades entre más carcajadas.

Megera, desorientada, miró a un estupefacto Ashriel que tampoco comprendía el comentario de Hades.

—¡No me lo puedo creer! —aseveró Hades con incredulidad—. ¡Tampoco sabéis eso!

Ashriel, cansado de sus trucos, avanzó hacia él con gesto furioso, empuñando sus espadas y colocándolas a la mismísima altura de su garganta.

—¡Habla o muere!

—Puedes matarme si así lo deseas, Ashriel —argumentó un dañado Hades más en su orgullo que en cualquier otra cosa—, aunque no ha sido una pelea justa y lo sabes.

—Efectivamente —gruñó Ashriel—, no ha sido justa. Has estado a punto de aniquilarme con tus trucos y poderes.

—Nunca dijimos que no pudiera hacerse.

—Pues tampoco dijimos que no pudiésemos recibir ayuda.

Touché, mi querido ángel. Tu descendencia ha venido en tu ayuda. Eso sí te lo diré antes de que me destruyas.

—¿De qué estás hablando? —demandó ya sin paciencia.

—Del hijo que Megera lleva en sus entrañas. Tu hijo, para ser más exactos. Es él el que le confiere esos poderes desbocados que ni ella misma es capaz de controlar.

Megera tuvo que apoyarse en una roca cercana para no desmayarse de la impresión. ¿Podría ser eso cierto? Ashriel le había comentado que no podía engendrar, pero era cierto que ella se había sentido extraña últimamente y que no recordaba tener tanto poder. Por no hablar de sus cambios de humor y de comportamiento…

—Ashriel… —pronunció mirándolo directamente a los ojos.

El ángel no salía de su estado de asombro.

—¡Mientes! —dijo dirigiendo la mirada nuevamente a Hades y empuñando con más fuerza sus espadas.

—¡Detente! —gritó Megera al ver que Ashriel pretendía destruirlo—. ¡Déjalo Ashriel! Creo que lo que dice es cierto.

—Pero…

—No sé cómo, pero creo que es cierto. —Y avanzando hasta Hades con decisión lo miró desde su altura—. No puedes destruirme mientras lleve el medallón de mi padre y no estás en posición de negarnos la salida del averno, así que partiremos de aquí sin lastimarte. Hicimos un trato y no quiero más muerte a mi paso, pero si haces algo para impedirnos la salida daré rienda suelta a todo el poder que llevo dentro, para aniquilarte yo misma si hace falta.

—No lo entiendes —expresó un abatido Hades—, si no lo haces tú no tardaré en ser llamado por Zeus…

—No pienso delatarte —le cortó Megera—, y también sé que no me dirás quién está detrás de todo esto. Pero ten presente que voy a averiguar quién más ha urdido este plan para destruirme y, entonces, si de veras no tuviste nada que ver directamente, no tendrás que temer. Pero si descubro que tú formaste parte de este plan, entonces empieza a temer la ira de Zeus.

Y con aquella amenaza, los dos partieron para cruzar el río Aqueronte donde un manso Caronte, a las órdenes de Hades, les llevó al otro lado para salir de aquel infierno… y subir al Olimpo.