CON LA mirada ardiente de deseo, Valente abrazó a Caroline minutos después de despegar.
–Te he echado de menos, bella mia.
A ella se le aceleró el corazón mientras fingía sorpresa e intentó que su mirada fuese desafiante.
–Pues no me lo has dicho por teléfono. Ni una sola vez.
Valente dejó caer la cabeza hacia atrás y se echó a reír. Luego, se encogió de hombros.
–No soy de los que dicen cosas para alimentar el ego de las mujeres.
–Pero solías ser más… emotivo, abierto y cariñoso.
Él se puso serio.
–Las mujeres como tú me habéis enseñado a ser más duro. No te quejes de tu propia obra –le advirtió mientras se inclinaba para mordisquearle la oreja.
Caroline se estremeció.
–No estás siendo justo –le dijo, molesta, cansada de que siguiese culpándola de lo que había ocurrido cinco años antes.
Él también había tomado decisiones que habían tenido grandes repercusiones, como marcharse del país, de modo que a ella le había sido imposible localizarlo por otro medio que no fuesen las cartas.
–¿Desde cuándo es justa la vida? –replicó él.
Y en un esfuerzo por concluir aquella conversación, la besó con toda la pasión que se le había ido acumulando en su ausencia. No había dormido ni una noche del tirón desde su partida.
La hostilidad de Caroline se quedó en segundo plano cuando su cuerpo respondió instintivamente al beso y se apretó contra el de él, que la levantó agarrándola por el trasero y la acercó más, hasta hacerle notar el viril calor de su erección.
–Te deseo tanto que me duele –gimió Valente.
No podrían hablar de verdad hasta después de aquello, pensó Caroline, y enseguida se reprendió por hacerlo. Sólo unas semanas antes, Valente no se habría atrevido a demostrarle aquella pasión, y ella habría deseado huir de su lado, todavía demasiado afectada por la experiencia que había tenido con Matthew.
Consciente del poder que Valente le había devuelto y convencida de que ningún hombre que hubiese estado con otra podría desearla tanto, se echó a reír cuando Valente la condujo hasta un compartimento privado. Nunca se había sentido tan deseada. Se sentía como una adolescente. Se quitaron la ropa el uno al otro y luego sus cuerpos empezaron a moverse acaloradamente, de forma sincronizada, buscando con urgencia la misma satisfacción primaria. Hicieron el amor de manera ferviente y cuando ella llegó al clímax fue como una explosión. Valente acalló sus gritos con la boca y una ternura inmensa poseyó el corazón de Caroline.
Caroline deseó quedarse allí, inmóvil, sorprendida por haber sido capaz de vivir sin él durante dos semanas. Se sintió en paz entre sus brazos, ya que él estaba tranquilo y quieto, algo poco habitual. Caroline disfrutó del olor de su piel húmeda y bronceada y de poder estar con él cuando, cinco años antes, había pensado que ya nunca tendría esperanza ni felicidad. ¿Y si las cosas eran distintas en esos momentos, porque él no quería su amor, acaso había algo perfecto? ¿Podía dejar ella lo que tenían por una vida sin él? En ese instante, pensaba que no.
–Aterrizaremos dentro de menos de una hora, bellezza mia. Tenemos que movernos –Valente se apartó de ella suspirando.
Y ella quiso creer que se trataba de decepción por tener tan poco tiempo para estar con ella.
No obstante, antes de que se marchase, Caroline estaba decidida a satisfacer su curiosidad acerca de varios asuntos.
–Hay un par de cosas que me gustaría preguntarte –le dijo.
–¿Agnese? –adivinó Valente con alarmante precisión, fulminándola con la mirada–. Sí, fuimos amantes, pero se ha terminado porque ahora te tengo a ti.
–¿Y por qué fue a verte?
–Tenía la esperanza de que yo hubiese cambiado de opinión después de un mes de matrimonio. Agnese es una mujer muy segura de sí misma.
–Ah…
A Caroline le sorprendió que fuese tan franco, porque Matthew le había mentido una y otra vez.
–¿Estabas enamorado de ella? –le preguntó.
–Era más un acuerdo práctico que una historia de amor.
–¿Quieres decir que era tu amante?
–Sí. Yo pagaba sus facturas y ella… Bueno, supongo que no quieres que te cuente nada más.
Caroline se sintió sorprendida.
–¡Cómo puedes tener tanta sangre fría!
–Nos convenía a ambos. No todo el mundo quiere compromisos y promesas, Caroline –le dijo él en tono irónico.
–Tengo otra pregunta –continuó ella, ignorando su último comentario–. ¿Qué tienes que ver con Bomark Logistics, en Inglaterra?
Valente se quedó inmóvil por unos segundos.
–Ya hablaremos de ello en profundidad cuando estemos en casa –le respondió.
A Caroline le enfadó aquella respuesta. ¿En profundidad? ¿A qué se refería? De los dos asuntos, a ella le había parecido que el de Agnese Brunetti sería el más controvertido, hasta había pensado que tal vez Valente no querría satisfacer su curiosidad. Al fin y al cabo, la relación que hubiese tenido con ella antes de su matrimonio, no era asunto suyo. La pregunta acerca de Bomark Logistics la había planteado sólo por curiosidad. ¿Por qué no le daba una explicación inmediata al respecto?
Mientras completaban el trayecto de vuelta al palazzo Barbieri, Caroline se sintió cada vez más inquieta por la aparente preocupación de Valente. Tenía las líneas del rostro muy tensas y estaba serio. La tensión descendió cuando entraron en el palacio y Koko salió corriendo en dirección a Caroline para darle la bienvenida, y a los pocos segundos luchó por que la soltarse para poder darle el mismo recibimiento a Valente.
–¿Cómo te las has arreglado para conseguir caerle bien? –exclamó Caroline, sorprendida al ver a su gata frotándose contra las piernas de Valente y ronroneando a todo volumen.
–Te marchaste, así que me quedé sin competencia. Se sentía sola –le explicó Valente, levantando a la gata para acariciarla.
En el espléndido salón, con la luz rojiza del atardecer filtrándose por las puertas del balcón, Valente se giró por fin hacia ella.
–¿Cómo has averiguado que tengo algo que ver con Bomark Logistics?
Caroline se lo explicó, y él le dijo que ni siquiera se había dado cuenta del incidente de la hoja.
–Así que no sabes nada –le dijo, frunciendo el ceño–. Podría mentirte. Y me siento tentado a hacerlo, porque sé que no va a gustarte la verdad, pero en términos empresariales no hice nada malo.
–¿Puedo saber de qué estás hablando? –insistió ella–. ¿Has comprado Bomark Logistics o algo así? ¿Creías que me disgustaría porque es la empresa que le quitó el mercado a Hales? No soy tan tonta…
Valente la miró fijamente.
–Yo creé Bomark hace tres años. Es mía, y soy responsable de cada movimiento que ha hecho la empresa desde entonces.
Caroline se quedó sin habla al oír aquello.
–Eso no es posible –dijo por fin–. ¿Es tuya? ¿Siempre ha sido tuya? Quiero decir… ¿por qué hace tres años?
–La creé para competir con Hales y conseguí que vuestro gerente, Sweetman, obtuviese un puesto de trabajo mejor en Londres –le aclaró él a regañadientes.
–¿Por qué? –volvió a preguntarle ella–. ¿De verdad querías hundir el negocio de mi familia?
Valente asintió en silencio. No había esperado que Caroline se mostrase tan sorprendida. Cualquier mujer taimada lo habría comprendido sin tener que hacer preguntas. No obstante, era evidente que Caroline no entendía lo que él le estaba intentando explicar.
–No lo entiendo. Supongo que debiste de quedarte muy amargado y enfadado cuando no me casé contigo hace cinco años –murmuró–, pero ¿por qué fuiste contra el negocio de mi familia?
–Porque culpaba a tu familia tanto como a ti de lo que había ocurrido.
–Pero si tú sabías que no podía ir a la iglesia. Sabías lo mucho que sentía que mi mensaje no te hubiese llegado a tiempo –razonó Caroline–. Sé que mis padres se comportaron mal, y que te trataron de manera injusta, pero no creo que eso fuese motivo para que decidieses destruir nuestro negocio.
Valente se preguntó por qué decía Caroline que él había sabido que no podía ir a la iglesia. Desconocía las excusas que ella le había escrito en su carta y eso lo exasperaba todavía más, no obstante, estaba decidido a no hacerlo ver. Con respecto al mensaje que acababa de mencionar, tampoco sabía nada. La familia de Caroline había decidido deshacerse de él fuese como fuese, y que ella lo dejase plantado en el altar había sido un método muy eficaz para que él no intentase volver a ponerse en contacto con ella.
–Quería que pagaseis por lo que habíais hecho –confesó Valente.
Ella rió con desgana.
–¿No crees que tres años y medio casada con Matthew Bailey fue suficiente pena para mí?
–Yo pensaba que estabas disfrutando de un feliz matrimonio con tu novio de la infancia. No me enteré de que las cosas no habían sido tan perfectas hasta después de la muerte de Bailey.
–¡Matthew y yo nunca fuimos novios! –protestó Caroline–. ¿De dónde te has sacado esa idea? Éramos sólo amigos. Yo lo tenía en gran estima, y respetaba su opinión. Admito que me tuvo engañada hasta que me casé con él. Pero nunca tuvimos una relación, ni antes ni después de casarnos. Me casé con él de rebote.
–Lo de que erais novios de la infancia me lo dijo tu padre. Joe vino a verme una semana antes de nuestra boda y me acusó de haberme metido entre Matthew y tú y de haberte arruinado la vida. Me dijo que era a Matthew a quien querías en realidad e intentó sobornarme.
Caroline se quedó horrorizada al oír aquello.
–¿Por qué no me lo contaste? No tenía ni idea.
–Porque ya estabas suficientemente nerviosa. No quería meterte más presión y confiaba en que me querías –admitió Valente, haciendo una mueca.
–Y te quería. ¡Te quería! –proclamó Caroline–, pero jamás respondiste a mis cartas. No me llamaste. No eres capaz de emocionarte ni de perdonar, ¿verdad? El hecho de que hayamos tardado casi dos meses en hablar del pasado lo dice todo. ¡Me borraste de tu vida como si no te importase nada!
Él la miró con indignación.
–¿Qué esperabas después de dejarme plantado en la iglesia? Raro sería el hombre que perdonase semejante ofensa.
–No me querías lo suficiente, Valente –le dijo Caroline–. Cuando ahora me dices que no volverás a sentir eso por mí, no es tanta la pérdida, ¿verdad? Un hombre que me hubiese querido de verdad habría luchado contra su orgullo y habría vuelto a hablar conmigo, pero tú, no. ¡Tú también me abandonaste a mí!
–¿Que yo te abandoné? –inquirió él, iracundo.
–Me quedé destrozada. Pensé que ya no merecía la pena vivir y entonces llegó Matthew, un amigo comprensivo, justo cuando más lo necesitaba –recordó Caroline con los ojos llenos de lágrimas–. Poco después, mis padres empezaron a decirme que sería muy feliz si me casaba con él. Matthew me lo pidió. Tú no estabas allí. Yo cedí ante tanta presión. Matt decía que era un matrimonio entre amigos, pero ni siquiera nuestra amistad duró. Sí, fui una idiota, y caí voluntariamente en la trampa, pero si no hubiese sido tan infeliz, tampoco habría sido tan tonta.
Aquella explicación no se parecía en nada a las conclusiones que había sacado Valente de la situación.
–Pensé que habías utilizado a Matthew para ponerme celoso. Y también pensé que te habías dado cuenta de que lo querías más que a mí.
Caroline se limpió las lágrimas con las manos temblorosas.
–Bueno, tal vez si hubieses tenido el suficiente interés, habrías averiguado la verdad por ti mismo, pero ¿por qué estamos teniendo esta conversación ahora?
–Porque es una conversación que debíamos haber tenido hace mucho tiempo –admitió Valente entre dientes, dolido por sus acusaciones y lleno de rabia.
–Pero todo eso ya no importa. Ahora me interesa más saber por qué creaste Bomark Logistics tres años después de que rompiésemos. Me parece horrible que sólo quisieras venganza. Eso vuelve a demostrarme que se me da fatal juzgar a las personas.
–Yo no soy como tú, bella mia –le dijo Valente–. Cuando me pegan, no pongo la otra mejilla. Y nunca lo haré.
Caroline lo miró de forma beligerante.
–Pero crear una empresa sólo para destruir a la de mi familia, es imperdonable.
–Te quería a ti. Siempre has sido mi única meta.
–Pero la creaste hace tres años, ¡cuando Matthew todavía estaba vivo y yo era su esposa!
–Me daba igual que estuvieras casada.
Caroline lo miró y luego se giró para acercarse a la ventana. Valente era tan agresivo, tan destructivo, no le daba ningún reparo admitir los métodos que había empleado. ¿En una palabra? Era despiadado. No obstante, en el pasado no había visto esa faceta de él. Le había parecido mucho más humano. ¿Era aquél el hombre al que amaba?
–Ningún coste era demasiado alto, ¿verdad? –lo acusó Caroline con desprecio–. ¿Cómo crees que ha afectado el declive de Hales a la salud de mi padre? Le ha roto el corazón. Era la empresa de su padre, y se sintió muy avergonzado de no ser capaz de mantenerla a flote. No te importaba hacerle daño a mi familia porque seguías pensando que yo te había fallado.
–Es que me fallaste.
–¿Cómo que te fallé? ¿Por ponerme enferma? ¿Por pasar la noche antes de nuestra boda en el hospital? ¿Cómo puedes pensar que fue culpa mía? –le replicó ella–. Fue el destino. Las dudas y los miedos que me atormentaron a la mañana siguiente, mientras tú estabas en la iglesia, sí fueron culpa mía. Lo admito. Pero, aun así, no estaba lo suficientemente bien para salir de la cama y tomar decisiones por mí misma.
–No sé de qué estás hablando –le dijo Valente–. Ya te he dicho que no leí tus cartas.
–¿Ninguna? –le preguntó ella, girándose de nuevo a la vez que se llevaba la mano a la boca.
Había desnudado su corazón en esas cartas y no había tenido respuesta porque Valente ni siquiera se había molestado en leerlas.
Intentó recomponerse antes de mirarlo a los ojos.
–No eres el hombre que pensé que eras hace cinco años. Decidiste destruir a mi familia, a pesar de haber perdonado a la del hombre que violó a tu madre… No lo entiendo. ¿Por qué no nos pudiste perdonar ni a mis padres ni a mí?
Valente la vio darse la vuelta e ir hacia la puerta.
–¿Adónde vas?
–Voy a tumbarme… Me temo que voy a tener otra migraña –admitió Caroline muy a su pesar, frotándose las sienes–. Luego me marcharé a Inglaterra en cuanto pueda, porque me das miedo.
–¿Por qué te doy miedo? –inquirió Valente enfadado e indignado por aquella acusación.
–¿Me dices que llevas años conspirando contra mí y mi familia y no entiendes que me des miedo? –le dijo ella con incredulidad–. ¿Acaso te parece un comportamiento normal?
Caroline se tumbó en la cama con una mezcla de angustia y sorpresa. ¿Cómo podía haber sido Valente tan cruel como para destruir de manera deliberada el modo de vida de su familia? Era cierto que sus padres no eran los de él, pero estaban en una edad muy vulnerable. ¿Acaso no tenía conciencia? Aunque, ¿cuántas personas le habían demostrado amor a él? Sin duda, su madre debía de haberlo querido, pero había muerto cuando Valente era un adolescente, y después de contarle que era el producto de una violación. Valente siempre había conocido las facetas más duras y dolorosas del deseo y del amor. Todavía pensaba que Caroline le había fallado deliberadamente cinco años antes. ¿Cómo podía ser tan testarudo? No obstante, en esos momentos, ella lo entendía mucho mejor, porque lo tenía todo claro en su mente. Despreciaba su amor en el presente porque no creía tampoco que lo hubiese querido en el pasado. El amor de mujeres como Agnese Brunetti había sido por su dinero, y por su cuerpo, no por el hombre que había en él.
Valente había triunfado en general, pero no sin antes sufrir muchos avatares y rechazos. A Caroline le dolió figurar sólo como una más de las personas que lo habían rechazado cuando, en realidad, lo había querido mucho. Y lo que él había sentido por ella también había sido lo suficientemente fuerte como para querer tenerla cinco años después. De hecho, se había esforzado mucho en volver teniendo una posición de poder, aunque ella habría vuelto a su lado por voluntad propia si él se lo hubiese pedido.
Valente buscó con impaciencia entre el contenido de la caja fuerte que tenía en la biblioteca. Estaba ciego de ira y todavía le ponía más nervioso sentir que estaba a punto de perder el control. Por fin encontró la carta. No sabía por qué la había guardado, si bien se había negado a rebajarse a leerla. De hecho, había tirado todas las que habían ido llegando después. Por fin iba a saber de qué le había estado hablando Caroline, aunque seguramente eran todo excusas y mentiras dichas para quedar mejor delante de él.
Se sentó con una copa del mejor vino de Villa Barbieri y abrió el sobre. Había ocho páginas del puño y letra de Caroline: Mi queridísimo, amado Valente, comenzaba.
Algo se encogió en su interior y empezó a leer con más interés. Caroline le decía que la habían tenido que llevar al hospital con una apendicitis la noche anterior a la boda. Valente se quedó helado, ya que recordó la pequeña cicatriz que tenía en el abdomen. Al parecer, la habían operado mientras él la esperaba en la iglesia. Caroline le había pedido a su padre que se asegurase de que Valente lo sabía e iba a verla, pero Joe Hales le había transferido dicha responsabilidad a Matthew. Éste, por su parte, se había negado a marcharse del hospital hasta no estar seguro de que Caroline estaba fuera de peligro.
Impresionado por todo lo que acababa de leer, Valente fue directo a buscar a Caroline. No sabía qué iba a decirle. Sólo sabía que tenía que hablar con ella como no habían hablado en toda su relación, y ése era un reto que no estaba seguro de poder superar.
Miró en el taller antes de subir al piso de arriba. Vio los gatos de cristal en la ventana y le conmovió que los hubiese guardado durante tantos años.
Caroline oyó crujir una tabla en la habitación principal y abrió los ojos. Valente estaba a los pies de la cama.
–¿Tienes una migraña? –le preguntó.
–No, creo que era sólo la tensión –le respondió ella.
–Nunca leí la carta que me enviaste hace cinco años –admitió Valente.
–Te mandé al menos seis.
–Las tiré sin leerlas, salvo la primera, que la guardé.
–¿Para qué, si no ibas a leerla?
–No pude resistir la tentación. Hace dos meses, tuve que volver a luchar contra la tentación de leerla porque no quería que tus excusas me suavizasen, mi orgullo no me permitió correr ese riesgo.
Caroline se incorporó.
–¿Te resististe a leer mi carta como si fuese una droga peligrosa? –le preguntó ella, para asegurarse de que lo había entendido bien.
–No la había leído hasta esta noche. Y ha sido una experiencia… devastadora –confesó Valente–. Estuviste enferma. Y yo no estuve a tu lado cuando me necesitaste.
–Nadie te dijo que te necesitaba, ni que estaba enferma.
–Pero tenía que haber considerado esa posibilidad.
–Intenté llamarte esa noche…
–Tiré mi teléfono móvil por el puente del río que había al lado de la iglesia porque no quería sentirme tentado a llamarte. Quería ser fuerte.
–Sin duda, lo fuiste –admitió Caroline–. ¿Cómo no se te ocurrió que me tenía que haber pasado algo?
Valente se ruborizó.
–Pensaba que me querías, pero también sabía que tenías dudas. Tal vez esperase demasiado de ti.
Caroline se sintió muy triste.
–Era un gran desafío, dejarlo todo y a mi familia para ir a vivir a otro país, pero lo habría hecho contigo.
–Soy obstinado. Y muy orgulloso. Cuando he tenido dificultades en la vida, eso me ha hecho seguir adelante –le explicó él–, pero debí haber tenido más confianza en ti. Eso fue lo que acabó con lo nuestro, mi falta de confianza. Estaba convencido de que me habías engañado, de que tu familia te había convencido de que me dejases plantado en la iglesia.
Caroline sintió ganas de llorar. Se preguntó cómo había podido esperar que Valente tuviese confianza en ella en aquellas circunstancias, cuando tantas personas habían querido hacerle daño en su vida.
–Pensé que habías recibido mi mensaje antes de ir a la iglesia. Matthew me mintió.
–Te diste cuenta demasiado tarde de que no era una buena persona.
–¿Y tú no?
–No, yo siempre he sido despiadado –la contradijo Valente–. No habría sobrevivido ni prosperado de otra forma. Tú eres la única persona a la que permití verme sin armadura.
Las lágrimas corrieron por las mejillas de Caroline. Valente se acercó a ella e intentó abrazarla, pero Caroline lo rechazó.
–¡No me toques! ¿Por qué no leíste mis cartas?
–Porque me hacías sentir vulnerable y eso no me gustaba. Y quería que esta vez fuese diferente.
–Y lo ha sido. Me has chantajeado para que me acueste contigo.
–Y tú a mí para que nos casemos –replicó él divertido.
–Yo no lo veía así. Sabía que cuando te dieses cuenta de que era frígida te desharías de mí y te olvidarías de todas tus promesas.
Valente arqueó una ceja.
–Aunque entonces no estaba preparado para admitirlo, quería algo más que tu cuerpo.
–¿Estás intentando decirme que todavía me querías, a pesar de rechazar mi amor? –sugirió ella con incredulidad.
–Esta noche me he dado cuenta de que te quiero más que a nada en mi vida. Eres el centro de mi vida, cara mia. Sin ti, nada tendría significado.
Valente la abrazó con cuidado.
–Te quiero mucho –añadió en un susurro–. Nunca he podido olvidarte ni reemplazarte.
Caroline se sintió feliz.
–Y tú ya sabes lo que siento por ti –le dijo.
–No te creí cuando me dijiste que me querías –admitió él, inclinando la cabeza para besarla.
Caroline se apartó.
–Tal vez te quiera, pero eso no me hace olvidar que creaste Bomark Logistics y que me chantajeaste para tenerme en tu cama.
–¿Ni siquiera si te prometo que no volveré a hacer nada parecido?
–Eso es fácil de decir, ahora que sabes que ya me tienes en tu cama.
–Como prueba de mis buenas intenciones, podemos guardar el celibato una época. Sería un gran sacrificio –le dijo él, con un cierto tono burlón.
–En ese caso, olvídalo –le dijo Caroline, besándolo–, pero ¿cómo te atreviste a pedirme también un hijo?
–Porque pensé que así te tendría para siempre.
–No puedo creer que te quiera tanto… –susurró Caroline, sintiéndose culpable por su falta de resistencia.
–Y yo nunca dejaré de quererte –le aseguró él.
–Ni yo a ti.
Y aquél fue el momento más maravilloso para Caroline, que vio en su mirada que la amaba tanto como ella a él. Por primera vez en muchos años, se sintió segura y supo que estaba donde tenía que estar. Se fundió en su abrazo y se preguntó si su hijo, porque estaba convencida de que lo tendrían, sería moreno o rubio…
Cuando nació, dieciocho meses después, Pietro Lorenzatto se parecía a su padre en los rasgos y en la constitución, pero era rubio como su madre.
–Las mujeres se volverán locas por él –aseguró su abuela Isabel–. Lo tiene todo: es guapo, tiene dinero, posición social…
–Y buena salud, como su padre y sus antepasados –bromeó Joe Hales abrazando a su hija. Y tocando el diamante que llevaba colgado del cuello.
–Te veo bien, Caro. Y veo que tu marido ha estado otra vez gastando dinero.
–No digas tonterías, Joe, puede gastarse todo el que quiera –replicó Isabel–. Valente sabe cómo tratar a Caroline. Tienes un marido maravilloso al que le encanta hacerte regalos.
Ella sonrió, preguntándose qué diría su madre si supiera que el regalo que más le había gustado era un gato negro hecho en cristal de Murano que le había regalado Valente por el nacimiento de su hijo.
Habían pasado dos años desde que se habían casado y las cosas habían ido cada vez a mejor. Caroline iba algún fin de semana a ver a sus padres a Inglaterra y éstos pasaban largas temporadas con ellos en la Toscana.
A Koko le habían buscado un compañero Siamés llamado Whisky. Valente había accedido a tener en casa un gato más, pero se había negado tajantemente a que los gatos se reprodujesen.
Hales y Bomark Logistics se habían fusionado y nadie había perdido su puesto de trabajo. Joe se pasaba por la empresa de vez en cuando y su marido se había convertido en uno más de la familia, algo muy importante para ella.
Esa noche se iba a celebrar una fiesta en Winterwood, y sus padres acababan de bajar a recibir a los primeros invitados. Ella se quedó mirando a su hijo con una sonrisa, estaba dormido. Su llegada los había hecho muy felices.
Volvió al dormitorio principal a ver si Valente, que acababa de llegar para asistir a la fiesta, se había cambiado ya.
Lo vio frente al espejo, peinándose. Y él se giró para mirarla.
–Estás preciosa con ese vestido, aunque mi favorito sigue siendo el de novia. No puedo creer que al mes que viene hagamos dos años de casados, tesoro mío.
–Umm –dijo ella, abrazándolo–. Estoy deseando disfrutar de la fiesta de disfraces.
–Yo odio disfrazarme –admitió Valente.
–Pues vas a estar muy guapo, vestido como tus antepasados –le dijo Caroline, ya que los diseños de sus trajes se habían sacado de dos retratos de la familia Barbieri.
Valente la miró a los ojos y contuvo las ganas de besarla para no estropearle el maquillaje.
Ella sintió el mismo deseo. Lo agarró por las solapas de la chaqueta y se besaron con pasión.
–Tres días sin ti son como un mes –le confesó Valente.
–Yo también te he echado de menos –le dijo ella.
Unos segundos después bajaban juntos las escaleras.
–Quería habértelo dicho antes… –empezó Caroline–. Koko está embarazada. Vamos a tener gatitos.
Valente miró a su esposa divertido.
–Has escogido el momento perfecto para contármelo, cariño.
Caroline sonrió y le apretó la mano. Era tan feliz que ni siquiera podía hablar…