HAS GANADO –admitió Caroline–. Haría cualquier cosa por mantener a mi padre con vida.
–Eso es admirable, gioia mia. Admiro la lealtad –le respondió Valente–. Sólo tenemos que acordar las condiciones.
Caroline deseó tirarle la jarra de agua por la cabeza al ver que no intentaba ocultar su satisfacción. Ganar era muy importante para Valente Lorenzatto, y eso la asustada porque su crueldad parecía no tener límites. Con la palabra condiciones había querido referirse a si iba a convertirse en su amante o en su esposa. La estaba conduciendo en una dirección en la que ella no quería ir. Por su propia seguridad, necesitaba un acuerdo duradero. Era demasiado fácil deshacerse de una amante y estaba segura de que Valente pronto querría sacarla de su vida.
Valente deseaba y esperaba recibir sólo placer de las mujeres. En el pasado, habían sido muchas las que lo habían adulado por su atractivo y su fuerte personalidad. Ya por entonces, el sexto sentido de Caroline le había advertido que era un hombre con muchas conquistas a sus espaldas. En esos momentos también era rico, así que debía de resultar irresistible. Al fin y al cabo, ni siquiera ella era completamente inmune a la magnética atracción que sentía por él. No obstante, no era lo mismo darse unos besos que compartir cama.
Les sirvieron el primer plato. Caroline lo apartó mientras Valente la estudiaba con la mirada.
–Come –le ordenó de inmediato, volviendo a acercarle el plato–. Estás demasiado delgada.
Ella se puso colorada.
–Soy de complexión delgada.
–Anoche, cuando te tomé en brazos, me di cuenta de que pesabas lo mismo que una niña.
–Es una tontería que te preocupes por eso. Soy feliz tal y como soy –le dijo Caroline, preguntándose si a Valente le gustaría el mismo tipo de mujer que a su difunto marido.
–Si tienes pensado pedirme que me case contigo, tendrás que estar sana para quedarte embarazada –puntualizó Valente con frialdad–. Aunque espero que no sea ésa la opción que pretendes escoger.
–¿Por qué? –inquirió ella.
Valente le puso un tenedor y un cuchillo en las manos vacías con precisión militar.
–Estoy siendo sincero. No quiero casarme contigo. No soy la misma persona que hace cinco años. No pienso igual. Ni siento lo mismo.
Caroline se ruborizó al oír que la rechazaba. Respiró hondo.
–Ya sé que no eres el mismo. Antes eras mucho más simpático y cariñoso.
–Y aun así no llegaste a la iglesia a tiempo –respondió él en tono irónico, sonriendo–. No quiero una esposa. Quiero una amante. Seré mucho más generoso si aceptas mis condiciones.
Caroline miró a su alrededor y se dio cuenta de que eran varias las mujeres que los miraban, siendo Valente el centro de su atención. Ella pensó con tristeza que siempre lo desearían otras mujeres. Y ella quería engañarlo porque, a pesar de tacharlo de cruel, tampoco era honrado por su parte optar por un matrimonio que era poco probable que consumase. Se sintió avergonzada, y asustada, porque le daba miedo volver a entrar en el campo de minas del matrimonio y en el reto de la cama matrimonial.
Valente la observó e intentó descifrar su expresión. La noche anterior había sido una tortura estar tumbado a su lado sin tocarla. Sólo tenía que imaginar lo que haría con ella cuando tuviese la oportunidad para tener una erección. ¿Qué tenía aquella mujer que le resultaba sexualmente mucho más atractiva que otras?
Pero casarse con ella para llevársela a la cama sería pagar un precio demasiado alto. Era probable que, en cuanto la hiciera suya, dejase de sentirse tan atraído por ella, y no era tan fácil deshacerse de una mujer como de una amante. Por otra parte, un hijo de dicho matrimonio le aseguraría que ya no tendría que casarse con otra mujer en el futuro. Necesitaba un hijo para que continuase con la línea de sucesión y protegiese las propiedades de los Barbieri para la siguiente generación y se ocupase de su imperio.
–Tendríamos que casarnos –se obligó a decirle Caroline, a la que no le gustaba mentir y que estaba segura de estar haciéndolo.
Valente se había ofrecido a pagar la operación de su padre, a permitir que sus padres se quedasen en Winterwood, y a conservar los puestos de trabajo de Hales Transport. Si le había ofrecido demasiado, era culpa suya. ¿Cómo iba ella a rechazarlo? Valente podía cambiar sus vidas, aunque si se casaba con él, también podría destrozarla a ella y completar la tarea que había empezado Matthew.
Valente la estudió como un gato estudia a un ratón antes de abalanzarse sobre él.
–¿Por qué?
Ella sintió calor y se quitó la chaqueta, tentándolo con su cremoso escote.
–Porque papá jamás aceptaría la otra opción. Es un hombre chapado a la antigua…
–Hoy en día, muchas parejas viven juntas sin casarse –le respondió él, disfrutando de la curva de sus pechos redondos e imaginándose acariciándolos.
Si se casaba con ella, siempre la tendría disponible, no tendría ni que llamarla por teléfono para que acudiese.
–No confío en que mantengas tus promesas si no me convierto en tu mujer –confesó Caroline, dejando el tenedor y el cuchillo, sorprendida de haber vaciado el plato casi sin darse cuenta.
Valente salió de sus pensamientos con brusquedad.
Los ojos grises de Caroline estaban muy pálidos y lo estaban retando.
–No confías en mí –dijo él, serio.
–Ni tú en mí –replicó ella.
–Mientras no seas violento ni grosero, lo soportaré.
Valente cerró los ojos un instante, ocultando así su sorpresa. Por primera vez, sintió curiosidad por saber más acerca de su matrimonio con Matthew Bailey.
–No seré ninguna de esas dos cosas.
–En ese caso, estamos de acuerdo, ¿no? –le preguntó Caroline con nerviosismo.
–Nos casaremos en cuanto sea posible –le dijo él con frialdad.
–¿De verdad quieres que tengamos un hijo? –susurró ella poco después de que les sirvieran el segundo plato, ya que le resultaba casi imposible creer que Valente hubiese accedido a casarse.
–Sí, gioia mia. Algún beneficio tengo que sacar de nuestro pacto.
Dadas las circunstancias, era una locura, pero Caroline se sintió herida por su frialdad. Valente hablaba y se comportaba como si la quisiese a cualquier precio, pero era evidente que su inteligencia mandaba más que su pasión. A ella le indignó que le pidiese un hijo, pero pensó que no merecía la pena discutir, ya que estaba convencida de que su pacto se terminaría en cuanto lo decepcionase en la cama. Jamás tendrían la oportunidad de concebir un hijo, lo que significaría que ella volvería a decepcionarlo. Eso no le gustó. De repente, pensó que, hiciese lo que hiciese, todo lo hacía mal.
Después de la cena, Valente insistió en llevarla a su casa. La acompañó a la calle con una mano apoyada en su espalda.
Estaba a mitad del camino cuando Valente decidió cambiar de dirección. La madre de Caroline estaba con su padre en el hospital, y la limusina fue hacia allí en su lugar.
–Cuanto antes se lo digamos a tus padres, mejor. Así tu padre no tendrá de qué preocuparse –le dijo Valente con seguridad.
Caroline se sintió abochornada cuando vio que su madre se mostraba encantada con la noticia. Como Valente era rico, Isabel ya no tenía nada en contra de él. Caroline no fue capaz de mirarlo, pero sí vio que su padre parecía aliviado al ver que hacía lo correcto tanto para su familia como para el negocio.
De vuelta a Winterwood, Valente habló con ella de los planes que tenía para la casa. Quería hacer obras en la planta baja para acondicionarla a las necesidades de sus padres.
–Aunque podrán utilizar también el resto de la casa cuando nosotros no estemos en ella.
–¿Y dónde vamos a estar?
–Tendremos nuestra residencia en Venecia, pero también he heredado otras propiedades de mi abuelo.
–No sabía que tuvieses un abuelo vivo, ni que fuese tan rico que poseyese varias propiedades –le confesó, sorprendida.
–Ya te iré contando –le dijo él, levantando la mano para apartarle un mechón de la cara.
Luego la miró con ojos brillantes e inclinó la cabeza hacia ella. Caroline se quedó inmóvil y cerró los ojos con fuerza mientras notaba un calor impaciente entre los muslos y sentía deseo. Valente la besó despacio y ella se estremeció y abrió los labios para él, más con curiosidad que con miedo.
–Te deseo tanto, bellezza mia. Dile a tu madre que no espero una gran boda. Asegúrale que pagaré cualquier factura, pero que quiero que la boda tenga lugar de aquí a dos semanas. Mis empleados la ayudarán –dicho aquello, le metió la lengua en la boca.
–¿Dos… semanas? –exclamó Caroline, apartando la cabeza–. ¿Estás loco?
–Impaciente. Pediré un permiso especial.
Valente la agarró por la barbilla y la besó todavía más despacio, haciendo que Caroline se marease. Le sorprendió que le gustase tanto sentir la presión de sus labios, la sutil seducción de su lengua, y ser tan consciente de que tenía la mano en su muslo y que sólo tendría que meterla por debajo del vestido para acceder a un lugar mucho más íntimo. Sólo de pensarlo, se puso tensa.
–Aunque no existe motivo alguno para esperar a entonces antes de meternos juntos en la cama, gioia mia –añadió, apartando la mano de su muslo–. Supongo que tú prefieres esperar, ¿verdad?
–Sí, sí –respondió ella en un susurro, hecha un manojo de nervios.
–He esperado tanto, bellezza mia, que te tendré un mes metida en la cama cuando por fin estemos casados –le prometió.
Caroline sintió angustia, porque sabía que Valente pronto se sentiría desilusionado y la odiaría. Recordó cómo, cinco años antes, había deseado inocentemente que le hiciese el amor. Por aquel entonces no le había tenido miedo a su pasión. Había confiado por completo en él. Caroline sabía que la debilidad era su mayor defecto, y si le decía a Valente que le había asustado cometer un error al casarse con él, éste se enfadaría. Entonces, la dejaría y volvería a perderlo de nuevo. Sus padres se quedarían sin casa, cerrarían Hales Transport y su padre tendría que esperar mucho tiempo a ser operado. Hiciese lo que hiciese, sería responsable de todo lo que saliese mal. Valente le había dicho que admiraba su lealtad. ¿Seguiría admirándola cuando lo engañase por el bien de su familia?
–¿Qué te pasa? –le preguntó Valente, al ver que se había puesto tensa.
–Nada.
Caroline se giró para mirarlo. La luz de la luna que entraba en la parte trasera de la limusina acentuaba los fuertes rasgos de su atractivo rostro. Por primera vez en muchos años, había deseado tener contacto físico con un hombre. Deseó acariciar su mandíbula, trazar la línea de su arrogante nariz de emperador romano y aquella bonita y testaruda boca. De repente, se dio cuenta de que no soportaría que Valente la rechazase cuando no lo satisficiese sexualmente. Y el miedo hizo que se le encogiese el estómago.
Joe Hales observó a su hija bajar por las escaleras vestida de novia. Llevaba un vestido de corte clásico, con piedras preciosas en los tirantes, que le sentaba como un guante hasta debajo de las caderas, donde se abría hasta los pies. Caroline llevaba también un velo corto, sujetado por una tiara de plata.
–Estás preciosa –le dijo su padre orgulloso, con los ojos llenos de lágrimas–. No sé por qué tu madre pensó que sería de mal gusto que fueses vestida de novia.
–Por Matthew –contestó ella–, pero ya sabes que Valente quería verme vestida así.
Su padre sonrió.
–Pues a tu madre no le gusta que la contradigan.
–Ni a Valente tampoco –comentó Caroline.
Por desgracia, estaba decidido a hacer como si fuese la primera vez que se casaba, por eso no había querido que se organizase una ceremonia civil, con Caroline vestida en tonos pastel.
Valente había vuelto a Italia unos días después de acceder a casarse con ella, pero desde entonces le había dicho todo lo que quería por teléfono, como si fuese su empleada, más que su futura esposa. Casi todas sus posesiones, incluido su material de trabajo, habían sido empaquetadas y enviadas a Venecia. Su madre había deseado organizar una fiesta por la noche, después de la boda, pero Valente había insistido en que los novios se marcharían esa misma tarde a Italia. A Koko le habían puesto un microchip y la habían vacunado antes de enviarla, esa misma mañana, a casa de Valente.
Hales Transport seguía funcionado y había planes para ampliar el negocio. Durante las dos últimas semanas también se habían decidido los cambios que se harían en Winterwood, después de una larga reunión con un arquitecto y con sus padres. Joe e Isabel estaban felices por poder quedarse en Winterwood y encantados con la idea de vivir en una casa más adecuada a sus necesidades. Mientras se hacían las reformas se alojarían en un hotel, a expensas de Valente. Éste también había dado órdenes de que volviese a contratar al ama de llaves y al jardinero que ya habían trabajado para ellos con anterioridad para que cuidasen de la propiedad en ausencia de los Hales. Como culmen de la eficiencia de Valente, Joe iba a ser operado en un hospital privado al mes siguiente.
El acuerdo prenupcial que Caroline había tenido que firmar había sido muy minucioso. A ella le había sorprendido que cubriese desde la infidelidad, hasta el número de viajes que podía hacer. Si tenían un hijo, tendría que continuar viviendo en Italia aunque el matrimonio terminase en divorcio. Cada pecado que cometiese afectaría a la cantidad de dinero que recibiría si se divorciaban, que era enorme. Ella lo había firmado todo sin rechistar. Si Valente cumplía con las promesas que ya le había hecho, no podía esperar nada más de él.
Pero había llegado el momento de la boda y estaba muy nerviosa. La ceremonia iba a tener lugar en la misma iglesia a la que no había acudido cinco años antes. Valente se había negado a escoger otra. Una alfombra roja cubría las escaleras y había fotógrafos a la entrada del antiguo edificio. Caroline sintió como si ya hubiese vivido aquello, ya que, durante años, se había preguntado cómo habría sido su vida si se hubiese casado con Valente.
Preciosas flores adornaban cada centímetro visible del austero interior de la iglesia. Caroline intentó no pensar en su primera boda, durante la cual Matthew había empezado a demostrarle cómo era en realidad. Valente no era Matthew, se recordó a sí misma con furia, intentando mantenerse animada. Valente se dio la vuelta en el altar, la miró y ella se tranquilizó por un momento. Estaba muy guapo, con un traje de color gris. Sus increíbles ojos la recorrieron con apreciación y eso hizo que Caroline se sintiese aliviada y contenta.
Una pequeña voz en su interior le susurró que Valente no sería tan generoso con ella al final del día y Caroline sintió que un escalofrío le recorría la espalda. Tal vez Valente la desease como Matthew no la había deseado nunca, pero su deseo destruiría aquel matrimonio incluso antes de que empezase.
La ceremonia fue breve y emotiva. Valente le tomó la mano con firmeza y le colocó una alianza en el dedo. Cuando fueron nombrados marido y mujer, y él se giró para besarla, ella pensó que su cuerpo ya no era inviolable.
–Tienes la piel como el hielo –le dijo Valente en un susurro–. Debes de tener frío, bellezza mia.
Pero Caroline se había quedado helada sólo cuando él la había besado apasionadamente y le había asustado pensar en lo que ocurriría esa noche, cuando estuviesen solos. Entonces, ya no sería su belleza.
–Estás preciosa –comentó Valente–. ¿Quién ha escogido el vestido?
–Yo –admitió ella con cierto orgullo–. A mamá le gustan demasiado las florituras.
Valente inclinó la cabeza y murmuró con voz ronca.
–A mí lo que me gusta es el encaje.
Caroline se puso roja como un tomate, ya que sabía que Valente se estaba refiriendo al íntimo regalo que le había hecho llegar el día anterior. Un conjunto de lencería de seda y encaje color marfil. Nunca había visto algo semejante y, por supuesto, jamás se lo había puesto. Le habían entrado náuseas al verlo, y se había sentido intimidada al ponérselo debajo del vestido. Al fin y al cabo, ningún otro regalo podría haberle sugerido de forma más explícita lo que el novio esperaba de ella.
Valente quería una mujer de ensueño, que se pasease medio desnuda, una mujer atrevida y audaz en la cama. Tenía en su mente una mujer que ella jamás podría ser. Una mujer segura de su cuerpo y de su sexualidad, que disfrutase poniéndose aquel tipo de lencería para excitar a un hombre. No obstante, a ella le daba miedo que se excitase y era demasiado consciente de sus defectos físicos, de que tenía los pechos pequeños y las caderas estrechas, y de que no tenía la voluptuosa feminidad que tanto gustaba a los hombres.
–Pareces una reina de hielo… Sonríe –le dijo Valente mientras salían de la iglesia y su equipo de seguridad mantenía a los fotógrafos de la prensa detrás de las vallas protectoras.
–¿Por qué han venido tantos periodistas? –susurró Caroline–. ¿Son extranjeros?
–Italianos. Soy muy conocido en mi país –le respondió él con naturalidad–. Y es normal que también sientan interés por mi novia.
La recepción iba a celebrarse en el mismo hotel en el que se había alojado Valente. Al llegar allí, Caroline se dio cuenta de que Valente se estaba empezando a cansar de tratarla como a una esposa, y el cambio que notó en él la puso tensa. Su cerebro le decía que no actuaba con naturalidad cuando la abrazaba por la cintura, ni cuando la tomó de la mano para llevarla a la pista de baile y la sujetó con tanta fuerza que a ella le costó respirar. Así juntos, bailando al son de una música lenta, Caroline fue consciente de lo mucho que le excitaba a Valente el que estuvieran tan cerca.
–Estoy contando las horas que faltan para que estemos a solas, cara mia –admitió éste en un susurro–. Llevamos todo el día rodeados de gente.
A ella se le aceleró el corazón.
–Sí –respondió con la boca seca, temiendo el instante en el que ya no pudiese esconderse detrás de la presencia de terceros.
Valente tapó su copa de champán cuando un camarero hizo ademán de rellenársela.
–Quiero que la novia esté bien despierta –bromeó.
Caroline intentó reír al oír aquello, pero no lo consiguió.
–No tengo ningún problema con el alcohol –le dijo en un susurro.
–Pero sí lo tienes con la comida –replicó él–. Juegas con ella, pero no te la comes.
–Pierdo el apetito cuando me pongo nerviosa, eso es todo.
–¿Por qué estás nerviosa ahora?
–Bueno, para empezar, por nuestros invitados. Ha venido gente muy importante –le dijo Caroline, desesperada por dar una respuesta creíble.
Entre los invitados de Valente había políticos e importantes hombres de negocios de todo el mundo y primos de la aristocracia.
–No permitas que nadie te haga sentir incómoda, tesora mia. Hoy es tu gran día. Eres la persona más importante que hay aquí –le contestó él.
Pero Caroline sentía que estaba engañando a todo el mundo, y los comentarios que le hizo su madre mientras se cambiaba el vestido de novia por otro de color azul no la ayudaron nada.
–Piénsalo –le dijo–. Rechazaste a Valente hace cinco años y eso fue lo que lo inspiró a la hora de hacer fortuna, ¡para volver y recuperarte!
–No fue así, mamá. No me presenté en la iglesia y lo decepcioné.
–Pero no fue culpa tuya…
«Hace cinco años, Valente me quería», deseó gritar ella. Y ahora sólo soy una experiencia sexual que lleva esperando mucho tiempo.
Poco después de que su jet despegase, Valente la miró con curiosidad.
–¿Qué te pasa?
Aquello la sorprendió.
–¿A qué te refieres?
–Es como si alguien te hubiese succionado la vida que tenías dentro –le explicó él con el ceño fruncido, desabrochándose el cinturón para ponerse en pie–. Desde que salimos de la iglesia esta mañana pareces una muñeca que anda y habla.
Intimidada por su actitud, Caroline se encogió todavía más en su asiento.
–Han sido un par de semanas muy estresantes…
–Per meraviglia! ¡Ha sido el día de tu boda! –exclamó él exasperado–. ¿No era lo que querías? ¿La boda y todo lo demás?
Caroline estaba tan tensa que estaba casi hiperventilando y los latidos del corazón le retumbaban en los oídos. Entendía lo que Valente quería decirle, lo entendía de verdad. Había sido ella la que había insistido en casarse, aunque hubiese sido él el que lo hubiese organizado todo y aunque se hubiese comportado como el novio perfecto. Una muñeca que andaba y hablaba. A pesar de que Valente no la conocía en ciertos aspectos, se había dado cuenta de que algo iba mal. Pero ella no podía decirle a su recién estrenado marido que le daba miedo la noche de bodas, y que por eso estaba tan tensa. Por un momento, barajó la idea de contarle la verdad, pero en ese momento entró una azafata con un carrito.
–Creo que estoy un poco cansada –dijo en tono de disculpa. Cosa que también era cierta, ya que llevaba varias noches casi sin dormir.
Aquella explicación hizo que Valente dejase de fruncir el ceño y se relajase un poco. Le sonrió, se inclinó para desabrocharle el cinturón y la abrazó.
–Deberías intentar dormir durante el vuelo.
La llevó al compartimento en el que había una cama y la ayudó a quitarse la chaqueta. Todo lo que hacía ponía a Caroline todavía más nerviosa, así que después de quitarse los zapatos se tumbó con el vestido puesto y cerró los ojos.
–¿No estarías más cómoda sin el vestido? –le sugirió él.
–Estoy bien así –le dijo ella, volviendo a respirar cuando oyó que se cerraba la puerta.
Después se quedó allí tumbada, sin dormirse, mirando el techo y preguntándose qué iba a hacer.