Rosas marchitas en un florero de cristal:
los pétalos secos, los tallos
pudriéndose en el agua.
Agua verde en un florero de cristal: una pecera
donde incuban monstruos diminutos.
Un florero de cristal: el perfumero de las solteronas.
Rosas marchitas: la juventud perdida, la belleza
perdida, el amor que no llegó
y la vida que se fue: ay, las tías abuelas.
El perfume de las tías abuelas: una rancia dulzura
con la que marean a sus visitas hasta dejarlas indefensas.
Sus visitas: ay, esos incautos.
Sus visitas: esporádicos sobrinos
movidos por la culpa, la caridad o la ambición.
Los sobrinos.
Y los hijos de los sobrinos: niños con cara de obligados:
víctimas berrinchudas que despiertan en las tías
un amor insaciable y tremendo.
El amor de las tías: una experiencia escalofriante.
Los besos de las tías: una viscosa prueba del más allá.
El abrazo de las tías: huesudo y fofo.
El abrazo feroz
de quien se aferra a la vida incluso después de la vida:
un cariño que se tensa hasta el rígor mortis: sus brazos muertos
ya no te soltarán…
Rosas en un florero de cristal: marchitas
pero voraces: plantas resucitando carnívoras: flores zombis.