Ahora tiene más información y más imágenes mentales interiorizadas acerca de las diferentes maneras de metabolizar los distintos productos y alimentos que encontramos en nuestro día a día, por lo que puede hacer buenas elecciones a la hora de comprar y consumir comida. Por ello quiero concluir el libro presentándole diversos planteamientos para seguir la revolución dietética —que cada día cobra más fuerza— iniciada hace unos años por grandes profesionales cuyos nombres están en el apartado de agradecimientos. Se trata de una revolución dietética personal que nos va a permitir escapar de la tiranía que ejercen sobre nosotros costumbres enquistadas y hábitos promovidos y alentados por los intereses comerciales de las grandes corporaciones alimentarias, que alimentan más nuestras debilidades que nuestros estómagos.
Uno de los objetivos de este libro es formar consumidores bien informados que exijan a la Administración mejores leyes para disponer de productos más saludables, con menos azúcar, menos grasas insanas, menos potenciadores del sabor y menos sal, además de obligar a etiquetar, de una vez por todas, de manera clara y legible. En cuanto a los potenciadores del sabor, sería recomendable obligar al fabricante a cuantificarlo en los productos en los que lo haya añadido, junto a las cifras del resto de principios inmediatos y de sal, ya que su consumo contribuye a ingerir más cantidad de comida de la necesaria y a elevar la ingesta diaria de sodio. ¿Qué problema puede haber en conocer la cantidad de glutamato monosódico (GMS), o de alguno de sus «primos» descritos en el capítulo 3, que lleva un determinado producto, tal como ocurre con otros componentes como la sal, los azúcares, etc.?
Otra iniciativa que propongo consistiría en volver a pedir a los legisladores que impidan que las cadenas de comida rápida y los fabricantes de aperitivos y cualquier otro tipo de producto alimenticio claramente dirigido a niños y a jóvenes regalen juguetes, adhesivos, pegatinas o cualquier otro elemento que no sea comida por el hecho de adquirir sus envases o consumir sus mercancías: los juguetes, en las jugueterías; la comida, en los mercados. Además de prohibir regalos y promociones en alimentos superfluos, se deberían regular, en general, todos los aspectos relacionados con la publicidad de alimentos dirigidos a la infancia y a la juventud, ya que las estrategias elaboradas por los políticos y la misma industria han sido un rotundo y sonado fracaso. En la nota 26 podrá informarse en detalle de toda la problemática que rodea al tema de la publicidad y la nutrición infantil, lacra universal que atenta contra los más elementales derechos del niño, en una monumental y valiente entrada de M. A. Lurueña en su blog «Gominolas de petróleo».
Ya se ha conseguido que se prohíba que en los colegios de primaria haya máquinas dispensadoras de bebidas azucaradas y de snacks, pero esto es insuficiente; debemos seguir buscando soluciones a este gran problema que ha hecho que —por primera vez en la historia de la humanidad— la esperanza de vida haya disminuido. La directora general de la OMS también comentó recientemente que las generaciones actuales de niños serían las primeras en muchísimo tiempo en tener una esperanza de vida menor que la de sus padres, por las enfermedades derivadas del sobrepeso (hipertensión, diabetes, enfermedades del hígado y cardiopatías), y eso a pesar de los indiscutibles avances de la medicina.
También creo sinceramente que las etiquetas, elementos básicos y fundamentales de comunicación nutricional, deben reformularse para cumplir su objetivo principal: informar, con números y letras mucho mayores que las actuales, del número de calorías que contiene el producto, sea en tanto por ciento, sea por unidad, cuando la naturaleza del mismo lo haga posible. Para ello, deben ocupar como mínimo un 30 % de la cara frontal del envase, avisando claramente, en determinadas gamas de productos, de la alta densidad energética que contienen, recomendando un consumo muy ocasional y anunciando claramente en el envoltorio que ingerir ese producto puede producir sobrepeso y otras alteraciones del estado de salud. Alguna empresa —fuera de nuestras fronteras— ya ha comenzado a poner un aviso similar, pero de manera muy discreta y siempre en el reverso del paquete.
Costó muchos años legislar contra las industrias tabacaleras y a favor de la salud de los ciudadanos, pero en ese sentido se han hecho grandes progresos y ahora ya nadie debe inhalar humo pasivamente en bares, restaurantes, discotecas o centros de trabajo; asimismo, en los paquetes de cigarrillos queda bien clara la advertencia sobre su toxicidad, que ocupa un espacio visible y suficiente que avisa de lo perjudicial que es fumar. Sin la presión de las sociedades médicas y de las asociaciones de usuarios sobre los políticos y la industria del tabaco, aún estaríamos «tragando» humo en cualquier espacio público cerrado. Lo mismo debemos exigirles a la industria alimentaria y a las grandes corporaciones: etiquetar con más claridad, respetar a la infancia y dejar de poner en productos superfluos personajes conocidos y dibujos coloridos para atraer su atención; y que no nos obliguen a comprar envases con múltiples elementos diciendo que es un ahorro, cuando el verdadero ahorro es comprar lo que necesitas; es lo que sucede a menudo, por ejemplo, con la bollería industrial dirigida a los niños. Le invito a hacer campañas de recogida de firmas y/o de opinión para todas estas bienintencionadas recomendaciones por la vía que considere oportuna, aprovechando la potencia de las redes sociales. Nuestra infancia y nuestros jóvenes se lo agradecerán siempre.
Como ya he comentado en varios capítulos —me gusta remarcar las ideas—, en los pasillos de los supermercados, en las panaderías y pastelerías y en los restaurantes no hay nadie apuntándole con una pistola para que meta en el carrito o consuma lo que usted no quiera; por ello, aunque nuestros políticos no estén a la altura y las corporaciones alimentarias sigan distorsionando los planes sanitarios con su poderosa influencia, invirtiendo en agresiva y atractiva publicidad revestida de verdades a medias y cargando la mano en muchos productos con dosis excesivas de azúcar, grasas saturadas y sal, no debe nunca olvidar lo que le recuerda el título de este libro:
TÚ ELIGES LO QUE COMES
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