Capítulo ocho

Oigo gritos y miro hacia afuera por la ventana del frente. Los gritos vienen del otro lado de la calle, de la casa de Ardell. Hay mucha gente afuera. Todas las cabezas están volteadas en dirección a los gritos, pero sea lo que sea que está pasando, está pasando adentro de la casa. Como no tengo otra cosa que hacer, yo también salgo.

La puerta de la casa de Ardell se abre y su padre sale disparado, de espaldas. Se tropieza y casi se cae por los escalones de la terraza. Ardell sale de la casa. Su cara está retorcida por la furia. Le da un empujón a su padre. Él se aferra a la barandilla de los escalones para que Ardell no pueda tirarlo.

—Ni hablar —le grita Ardell—. Ni hablar.

La madre de Ardell sale de la casa detrás de su hijo. Se está enjugando las lágrimas con un pañuelo de papel. Agarra a Ardell de un brazo y le dice algo. Ardell se suelta con un movimiento. Ella lo agarra de nuevo y le dice algo más. Ardell empuja a su padre, pero él se sostiene con fuerza. Ardell patea una de las sillas de plástico que su madre ha puesto en la terraza en hilera. La silla sale volando por encima de la barandilla y aterriza en uno de los setos de rosas de los que su madre se enorgullece tanto. Después se abalanza contra su padre en los escalones y lo empuja de nuevo con mucha fuerza. Todas las cabezas se vuelven para ver a Ardell correr por la calle y perderse de vista.

La madre de Ardell se acerca al padre y le dice algo. Entonces empieza a llorar y él la abraza. Es la primera vez que lo he visto hacer eso desde que se mudó. Entran juntos a la casa, algo que tampoco había visto en mucho tiempo.

Bajo a la acera, donde la madre de Megan Dalia está de pie con una regadera en la mano, ocupándose de las macetas de flores que tiene a lo largo de su entrada.

—¿Está todo bien? —le pregunto, haciendo un gesto hacia la casa de Ardell.

—En el hospital dicen que Eden tiene muerte cerebral —dice—. No hay esperanza. Quieren desconectar los aparatos.

—¿Van a hacerlo?

—Creo que no tienen alternativa.

Volteo hacia la casa de la madre de Jojo. La ventana delantera está abierta. Una cortina ondea en la brisa. Me pregunto si Jojo sabe lo que está pasando. Si lo sabe, me pregunto qué estará pensando. ¿Le importará lo que le hizo a Eden? ¿Se sentirá mal? ¿Creerá que ya pagó por lo que hizo? Una condena de dos años nunca pareció suficiente castigo por haber puesto a Eden en coma todo este tiempo. Ahora lo parece todavía menos.