XXVI

Jovita cortó tres cabezas de ajo desde una ristra que colgaba junto a la puerta de la cocina y las llevó al mesón. Zunilda se secaba las manos en un mantel para empezar a hacer el pebre.

–No tanto ajo. Cuántas veces se lo he dicho, Jovita.

Pilar hizo un mohín de resignación –había cosas imposibles de cambiar– y se concentró en revolver una mermelada de duraznos que hervía a borbotones sobre la cocina a leña. Al terminar las vacaciones regalaría los frascos de dulce a algunos pocos escogidos. “Con fruta del campo y preparada por mí”, explicaría.

Los perros gruñeron inquietos y poco después corrían hacia el Mercedes-Benz amarillo de María Ester que se detenía cerca de la pérgola. Zunilda se pegó a la ventana que daba al jardín como si llegase gente importante, digna de su curiosidad. Afuera, Renato abría la puerta del copiloto para que bajaran Teresa y Macarena.

–Qué linda pareja, Dios los guarde –celebró Zunilda con los ojos fijos en la distancia y sus manos redondas caídas sobre el mandil–. Me recuerdan a la señora Teté y a don Renato padre.

Pilar omitió comentarios y el silencio tuvo su efecto: Zunilda se quedó callada y en segundos ya estaba frente al mesón picando los ajos del pebre. Los chicos cruzaron delante de la puerta de la cocina sin detenerse y se perdieron en los corredores.

–Zunilda, necesito la lista de las cosas que faltan –ordenó Pilar–. Es probable que el viernes vaya a Santiago. Y usted, Jovita, vea si hay ropa de Macarena en el lavado.

Antes de concluir la frase, ya se había arrepentido. Ahora toda la casa se iba a enterar de que se llevaría de vuelta a Santiago a la niña linda que enamoró a Renato.

–Quizá necesita enviar algunas cosas, qué se yo –agregó, en un intento por enmendar.

María Ester apareció en el umbral. Aún no había desayunado –“no soy mañanera”, solía decir– y ya lucía perfectamente vestida y arreglada.

–Zuni, ¿sería tan amorosa de hacerme una agüita de yerbas con azúcar quemada? Solo a usted le quedan bien.

Fue a sentarse frente a la estufa a leña donde Pilar cocinaba.

–Escuché que piensas ir a Santiago. ¿Pasa algo?

–Siempre estoy yendo y viniendo, Teté.

–Espero que no te lleves a la Maquita –pidió en tono de ruego–, Renato se muere.

Pilar intentó callarla llevándose un dedo a los labios fruncidos. Las empleadas vivían pendientes de lo que conversaban los patrones.

–Qué generosa has sido con esa niña. Ernesto no va a hallar palabras para agradecer tu gentileza –comentó su cuñada–. Cuando pueda, claro. El pobre aún no da pie en bola.

Zunilda puso el té de yerbas delante de María Ester en tanto Jovita salía de la cocina con un canasto de ropa. Pilar retiró del fuego la olla de mermelada y la llevó al repostero donde continuó revolviendo. Había invitado a Teté pensando que sería una aliada y, por el contrario, enfrentaba su oposición. ¿Acaso no tenía en cuenta los riesgos de un embarazo?

–Zuni, ¿me traería de la pieza la bolsa de remedios? Está encima del velador –escuchó decir.

María Ester hizo a un lado la taza. Esperó a que Zunilda saliera y le señaló:

–No hagas tal. Renato va a irse detrás de Macarena si la sacas de aquí.

Pilar regresó a la cocina atraída por el tono cómplice de su cuñada.

–Nada peor que llevar la contraria a los hijos, Pilita. Deja que las cosas sigan su curso y caigan por su propio peso.

–Mira, ahora los que me preocupan son Teresa y Titín. Esa niña no tiene recato ni modales.

María Ester negó con movimientos cortos de cabeza mientras retiraba de la infusión las hojas de cedrón y toronjil.

–Ella es una cabra chica y Renato sabe comportarse, Pilar. Créeme, ese pololeo no pasará a mayores.

–No seas ingenua, Teté. Todos fuimos adolescentes.

María Ester apoyó el mentón en el puño y miró lejos.

–Fíjate que me parece bien que disfruten de su juventud. ¿Qué tiene de malo que pololeen? –Acercó la taza a los labios–. No te preocupes tanto, mujer.

Los pasos de Zunilda se acercaban por el corredor. María Ester cambió de expresión y de tema.

–No te he contado que fui a ver Love Story. ¡Qué película más linda!, si vas a Santiago no te la pierdas.

–Por supuesto que ya la vi, Teté. Por estos días no hay mucho que hacer en Santiago.

–Encontré al protagonista parecido a Renato. No sé, el pelo, el tipo...

–Renato sacó lo mejor de ti y de los Ossa. Por eso espero mucho de él, quizá demasiado. Después de todo, no es mi hijo.

Pilar se disculpó y fue al repostero con la impresión de haber perdido una batalla. Era evidente que no podía llevarse a Macarena a Santiago sin el consentimiento de Teté. En realidad, no era bueno precipitarse.

Desistió de envasar la mermelada en los frascos. Cada vez que estaba nerviosa o irritada, se le quebraba algo.