Aunque no había sido invitada, Pilar fue la primera en entrar en la pieza de María Ester. El tenue aroma de su perfume flotaba en el ambiente, nada estaba fuera de su sitio. Tomó posesión del sillón junto al ventanal que daba al patio. Su cuñada cerró la puerta tras ella y fue a sentarse en la cabecera de la cama. Juanjo permaneció de pie y Renato se tiró sobre la colcha a un costado de su madre.
María Ester revolvió el pelo de su hijo antes de que su rostro delicadamente maquillado pasara de sonriente a grave. Pilar tuvo la impresión de que se autoimpuso mayor seriedad solo porque ella estaba presente.
–Dos cosas: ni retrasos ni escapadas. Estas son las vacaciones de la Pilita y aquí se respetan sus normas.
Le cedió la palabra con una inclinación de cabeza.
–Ustedes saben que no es bien visto que se vayan a los cerros con las niñas –Pilar reconsideró lo que iba a decir y luego afirmó–: Tampoco es de gente decente como nosotros dar espectáculos en las plazas.
–¿Qué espectáculo, tía Pilar?
La pregunta le sonó a provocación.
–Besarse delante de todo el mundo. Y no puedes olvidar que la Teresita recién cumplió catorce y que Titín tiene once años, todavía es un niño. Les da vergüenza, es incómodo. Los besos son parte de la intimidad de cada quien.
No podía dejar en el aire la idea de que Teresa había corrido con los chismes. Se aclaró la garganta y precisó:
–Se presta para habladurías de los empleados y de la gente del pueblo. Ya todo el mundo sabe que estás de pololo.
–Tía Pilar, ¿qué importancia tiene lo que yo haga en mis vacaciones?
–Créeme que en este lugar todo el mundo se fija en ti. Debes dar el ejemplo.
De espaldas en la cama, Renato apoyó la cabeza en las manos empuñadas bajo la nuca.
–Esa niñita es hija de una amiga de la familia. Tienes que ser más cuidadoso para que nadie piense que ella es una suelta –opinó María Ester–. Nada peor para una niña de su edad que hacerse la fama de una cabra fácil.
–Con esas polleritas y esos shorts que se pone…
Nuevamente, en plena frase, Pilar lamentó la falta de control sobre sus propios comentarios. La mirada de Renato se oscureció.
–La Maca jamás se verá vulgar –dijo él–. Si fuera una chula yo no andaría con ella.
A María Ester le sorprendió la sequedad de la respuesta. Puso la mano sobre la colcha y se inclinó sobre su hijo.
–¡Renato, te estás enamorando!
–Sí, me gusta harto –pareció reconsiderar mientras miraba al cielo raso–. Dije “me gusta”, así que no saques de la cartera tu traje de madrina. Estoy lejos de casarme.
–Obvio que estás lejos. Primero está tu carrera y te faltan varios años. Tu papá se muere si no haces las cosas como corresponde.
–…Y soy un Ossa y para colmo me llamo Renato –interrumpió. Había en la voz una clara ironía–. Nadie va a defraudar a nadie.
–Espero que tampoco la defraudes a ella –concluyó María Ester.
En ese instante, Macarena atravesaba el patio rumbo a la pieza de las niñas. Iba cabizbaja, con los antebrazos cruzados sobre el pecho como anteponiendo una defensa. Desde el ventanal del dormitorio, Pilar la vio alejarse hasta que la chica desapareció en el fondo del corredor. Botó el aire lentamente y se giró con desgano hacia el interior de la sala. Esa conversación solo dejaba de manifiesto que las cosas seguirían tal cual estaban.
–Respecto de Teresita –continuó María Ester–, espero que no la dejen sola, no quiero verla llorar de nuevo. Ella invita a sus amigas para que la acompañen. ¿Escuchaste, Juan José? –la expresión de su cuñada se animó súbitamente–. ¡Qué niñita más histriónica es esa María Paz, debiera estudiar teatro!
María Ester se retocó el moño que usaba ceñido a la nuca y abombado en la parte alta de la cabeza y cambió el foco de la conversación.
–Renato, ¿por qué no instalas el proyector en el living para que veamos las diapositivas del viaje?
La reunión concluía. Su cuñada fue hacia el tocador a repasar su maquillaje, Renato abandonó la cama y Juan José aprovechó de salir. Pilar quedó insatisfecha. Esperaba que su sobrino, en vez de enfrentarla, le hubiera pedido disculpas y que Teté no hubiese actuado con esa seriedad impostada que solo dejó en claro cuán poco le importaba lo que ocurría bajo sus narices.
–Pilita, nosotras tenemos que entender que los tiempos cambian. Esta es una generación distinta, más inquieta, más transparente –escuchó decir a María Ester cuando ambas quedaron solas en la pieza.
Pilar reclinó la cabeza contra el respaldo. Quizá era mejor aceptar las cosas tal como eran; ya no se sentía segura de nada. Si la visión de su propio futuro no hubiese sido tan estrecha, tal vez ahora sería más feliz. María Ester estaba en lo cierto al pensar que su familia no la hubiese abandonado a un destino mediocre. Con el apoyo de los Ossa, Alonso habría conseguido un cargo importante en una embajada o en un ministerio, más todavía, en un gobierno militar. Y ella pudo, incluso, exigir su herencia. Claro, eso nunca pasó por su mente, habría sido una traición a su dignidad de heredera. Tuvo soluciones a la mano que ahora veía con claridad. Habría brillado en el mundo de Alonso e Inés, con sus eternos problemas de plata, no hubiera estado a su altura por muy linda que fuera.
Pilar suspiró hondo. ¿Cómo saber lo que hubiese ocurrido en una vida distinta?