V

Mientras Pilar hablaba, Macarena iba registrando cada detalle de la habitación. Las colchas floreadas combinaban con las cortinas que caían perfectamente plegadas a ambos lados de la ventana. Frente a las camas había un tocador lacado de color rosa cubierto de peluches. Sobre la cómoda, junto al tocadiscos, descubrió un televisor Bolocco. ¡Un lujo! En su casa se turnaban para ver televisión. Recordó a su hermano menor tendido sobre la alfombra descolorida del living viendo Los tres chiflados en tanto ella, en el borde de un sofá a punto de hundirse, esperaba para ver la teleserie mexicana. Una racha de bienestar la rozó como aire fresco.

María Paz se había puesto en pie y la observaba con curiosidad.

–Yo soy la mejor amiga de la Tere, somos súper íntimas. Me llamo María Paz pero dime Maripá, me gusta más. ¿A quién prefieres, a Cat Stevens o a Neil Diamond?

–No sé... Hace meses que no escucho música ni voy a una fiesta.

Teresa había terminado con las uñas y la contemplaba con tristeza desde la esquina opuesta del dormitorio. Dejó la cama y fue hacia ella.

–Qué pena lo de tu mamá.

La añoranza atrapó a Macarena. Cogió el bolso con su ropa para ocultar los ojos que se aguaban, lo apretó entre los brazos y fue hasta la cómoda a desempacar.

–Si quieres te presto mis vestidos –agregó Teresa en un intento de consuelo.

–¡Qué largo tienes el pelo! Y qué bonito –intervino Maripá, por solidarizar–. ¿Quieres que te hagamos un peinado?

Macarena se pasó el puño por los ojos. Con toda naturalidad caminó hacia el tocador y se acomodó en el silloncito frente al espejo; estaba acostumbrada a que jugaran con su pelo. Antes de enfermar, su madre solía cepillárselo por las noches –“cien pasadas para que brille”– o hacerle un moño con elásticos de colores.

–¿Tienes pololo? –preguntó María Paz mientras comenzaba a recogerle la melena. Hablaba rápido moviendo las manos. Era una trigueña pecosa de facciones finas. A Macarena le resultó simpática.

–Todavía no. Mi mamá decía que yo era muy chica para eso.

–¡Chica! ¿Qué edad tienes?

–Catorce, pero voy a cumplir quince este año –precisó Macarena.

–Yo también cumplo quince este año y no me considero chica y me muero de ganas de pololear –soltó María Paz.

Macarena las observaba con detención. Teresa, a quien no veía en años, seguía siendo la misma niña de mentón hundido y dientes grandes que la invitaba a sus cumpleaños obligada por su mamá.

–Uff –intervino Teresa–. He escuchado que los hombres le hacen cosas horribles a uno… Hasta te tocan acá –agregó, apuntando hacia sus pechos–. A mí eso no me va a pasar.

–Es que eres muy gansa. Pero yo tampoco voy a dejar que me toquen ahí. A ti, Maca, ¿también te da cosa? –siguió Maripá.

Frente al espejo, con dos trenzas delgadas sobre la melena rubia, Macarena se dio un tiempo para responder.

–Cuando las personas se quieren y están casadas, se tocan y se dan besos –concluyó.

–Este año de todas maneras doy un beso con lengua –anunció María Paz.

–Mejor no hablemos de esas cosas. No me gusta y a mi mamá tampoco –Teresa dio por cerrado el asunto.

Amarraron las trenzas con cintas y las dejaron sueltas sobre el resto del pelo. Macarena les sonrió.

–Gracias, me encantó el peinado. Y ya se me pasó la pena.

–Vamos a pasarlo súper bien juntas, las tres. Te lo prometo –declaró Maripá.