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LEONOR SE DETUVO CUANDO ESTABA A PUNTO DE llamar a la puerta. Eran las 8 de la tarde del sábado, día 20. Lo normal era que a esas horas los jóvenes de la iglesia tuvieran su reunión de todas las semanas, pero Ismael la había cancelado. Por lo visto, no se encontraba nada bien, así que se ocupó en llamar por teléfono a dos o tres personas y pedirles que iniciaran una cadena de llamadas hasta que todo el mundo quedara avisado. A ella le avisó Roberto quien, después de comunicarle el aplazamiento de la reunión, se atrevió a pedirle una nueva cita. No se había olvidado de la última vez que pasearon por la ciudad y recordaba todo lo que habían hablado, así que no se demoró en proponerle que acudiera a su casa.

Roberto vivía solo en un modesto apartamento ubicado en pleno centro de la ciudad. Leonor todavía jadeaba por haber tenido que subir a pie las cuatro plantas del edificio, pero lo que la mantenía parada en el rellano no era el cansancio. Estaba dudando. Sabía que Roberto la esperaría solo, tal vez con algún tipo de cena preparada, y se sentía nerviosa por ello. No sabía muy bien si estaba haciendo o no lo correcto, si estaba dejándose llevar por sus deseos y, si era así, hasta dónde la llevarían.

Negó con la cabeza. No, no debía pensar en aquellas cosas. Le gustaba Roberto, pero no a costa de su integridad cristiana. Todavía reconocía dónde se hallaba el límite. Resuelta, llamó a la puerta sobre la que figuraba un número 6. Tras unos segundos, ésta fue abriéndose despacio. Roberto asomó la cabeza cuando todavía estaba entreabierta.

–Milady... –dijo, forzando la voz para que adoptara un tono caballeresco–. Bienvenida a mi humilde aposento.

Leonor no pudo evitar la risa. Roberto abrió del todo. Él también se había vestido muy elegante para la ocasión. Con unos pantalones de color gris y una camisa negra. Su melena brillaba por efecto de la espuma para el pelo, y le caía sobre los hombros. Se había dejado crecer la sombra de barba que, lejos de semejar una higiene descuidada, acrecentaba su masculino atractivo. El aroma que dejaba su colonia era realmente embriagador. Al verlo, Leonor se sintió estremecer.

–Adelante –invitó él, y tomándola de la mano con delicadeza, la atrajo hacia el interior.

El apartamento de Roberto era pequeño pero acogedor. La puerta de entrada daba directamente a un pequeño comedor. Frente a ésta había un amplio ventanal a través del cual podía contemplarse gran parte de la ciudad, que ahora refulgía con las luces nocturnas. A la derecha había una puerta que permanecía cerrada. En la pared izquierda otras dos.

En mitad del comedor Roberto había dispuesto la mesa con una cena humeante. En su centro, dos candelabros de tres velas iluminaban la estancia. De algún lugar le llegó a Leonor el adormecedor aroma del incienso.

–Aquí vivo yo. ¿Te gusta? –preguntó Roberto.

–Me encanta. Es... es sencillamente precioso.

–Bueno. La verdad es que lo he ordenado un poco. ¿Nos sentamos?

Leonor asintió con la cabeza y se acercó hasta la mesa. Antes de que pudiera elegir asiento, Roberto acudió y con celeridad retiró una de las sillas para ofrecérsela. Leonor no pudo evitar ruborizarse. Había soñado con un momento como aquel desde que tenía uso de razón: que un hombre apuesto le preparara una cena romántica y que se comportara como un auténtico caballero con ella. Y ahora lo estaba disfrutando, al fin.

–He preparado pollo al curry, espero que te guste.

Leonor miró la ración de pollo que tenía en su plato. Tenía muy buena pinta. Roberto se sentó frente a ella, agarró los cubiertos y se dispuso a comer, pero entonces ella lo detuvo.

–Roberto, ¿podríasdar gracias a Dios por los alimentos?

Roberto pareció sentirse incómodo por unos momentos, pero luego su cara recuperó la expresión afable que lo caracterizaba.

–Dalas tú, preciosa. Que se te dará mejor.

Leonor vaciló. Pero se conformó al pensar que quizás estuviera exigiéndole demasiado, así que inclinó la cabeza, cerró los ojos y pidió la bendición del Señor para la comida.

Comenzaron a cenar mientras hablaban de los temas más variopintos. Tanto de aquellos que rodeaban su vida personal como los que concernían a ambos. Leonor le contó como fue su niñez. Después relató su adolescencia: siempre destacó por ser una chica buena para estudiar, así que las diversas becas que obtuvo tanto en el instituto como en la universidad le dieron la oportunidad de viajar por casi todo el mundo. Había conocido muchos países. La oportunidad de conocer otras gentes le ofreció también la posibilidad de aprender otras lenguas. Leonor hablaba seis idiomas, y actualmente tenía un cómodo trabajo de traductora.

Por su parte, Roberto contó que él también comenzó a viajar desde joven. Creció en un pueblecito, que pronto le quedó pequeño. Por eso comenzó a viajar por todo el país en busca de trabajo. Lo encontró en la empresa instaladora de alarmas en la que trabajaba Josué. Allí fue donde se conocieron y estrecharon su amistad, hasta que Josué decidió invitarle a la fiesta de Navidad de la iglesia.

Luego, la conversación fue derivando hacia los temas de la iglesia.

Roberto confesó haber quedado impresionado por cómo se celebraban las reuniones protestantes. Recordaba haber visitado alguna que otra vez la iglesia católica, especialmente en ocasiones como bautizos o bodas, y reconocía la enorme diferencia que existía entre ambas. De la iglesia le gustaba casi todo, pero confesó a Leonor que no podía soportar al pastor. No comprendía cómo pudo mentir sobre lo que le sucedió a Rebeca, solo para evitar que su imagen de familia ideal se echara a perder. Aquello, según Roberto, había ocasionado mucha tirantez en la iglesia, perceptible incluso para él, que era nuevo dentro de aquel mundo.

–Es cierto –respondió Leonor–. La iglesia está dividida.

–Más de lo que crees –afirmó Roberto.

–La gente ignora lo que ocurrió, pero los jóvenes lo vimos todo. En algún momento, alguien tendrá el valor suficiente para callar al pastor y contar la verdad.

Roberto asintió, convencido.

–Ismael –dijo–. Ismael lo hará. Jamás he visto a nadie como él. Porden en la iglesia.

–No sé, Rober. Ismael está muy raro últimamente. Se comporta de forma distinta... y lo que propuso la semana pasada... no me parece bien.

–¿Por qué? –Roberto alzo la voz por encima de lo normal–, ¿por qué crees que está haciendo algo mal? Ismael es el único que ha tenido valor para no quedarse de brazos cruzados.

–Solo creo que se está propasando. Debería confiar en que Dios pondrá las cosas en su sitio, a su tiempo.

–¡Bobadas! Escucha, Leonor. Esta ciudad está llena de mala gente, gente a quien no le importaría hacerte daño para pasar un buen rato, ¿sabes a lo que me refiero?

Leonor asintió.

–¿Crees que debería quedarme de brazos cruzados esperando a que Dios lo solucionara todo?

–Yo no he dicho eso.

–¿Entonces, qué? Ahora me estás dando la razón.

–Tampoco, Roberto. Solo digo que Ismael está haciendo algo que no me parece bien. Mira, dejémoslo. Cambiemos de tema.

–Sí, mejor.

Por un momento, Leonor se sintió arrepentida de estar allí. Roberto no era capaz de entender qué postura debía adoptar un cristiano ante situaciones difíciles. Pero la verdad era que ella tampoco lograba aclarar sus ideas, especialmente cuando se ponía en el lugar de Rebeca e intentaba imaginarse su propio cuerpo maltratado. Si le hubiese ocurrido a ella, ¿esperaría una venganza de sus amigos? No estaba segura. Solo imaginarse en la piel de Rebeca le produjo un escalofrío de miedo.

–Leonor –dijo Roberto, de repente–. Esta noche estás realmente preciosa.

Ella apartó sus dubitaciones y se centró en la persona que tenía enfrente.

–Gracias.

Roberto entrecerró los ojos, como queriendo fijar aún más su mirada en ella.

–Quiero decirte algo.

Leonor se sintió ruborizar.

–¿Quéocurre?

–Me gustas. Me gustas mucho, Leonor. Me pareces una chica maravillosa. Eres muy atractiva y simpática. Lo tienes todo.

–Eso no es cierto. Tengo muchos defectos.

–Yo no los veo.

Se hizo el silencio durante unos segundos, y luego Roberto, acercando un poco el rostro hacia ella, preguntó:

–¿Alguna vez te han besado?

La pregunta la pilló por sorpresa. No supo si contestar con una mentira, pero finalmente decidió que era mejor sincerarse.

–No. Nunca he tenido demasiado éxito con los chicos.

–Pues no entiendo por qué. Cuando te vi me dije: «Esta chica seguramente tendrá novio, y si no lo tiene seguro que hay una lista de pretendientes detrás de ella».

Leonor soltó una risita nerviosa.

–Es cierto, Leonor. Me muero por besarte. Ahora mismo.

Y, lentamente, comenzó a acercarse a ella estirando el cuello. Leonor no supo cómo reaccionar, se quedó parada. Él la tomó suavemente, colocando una mano detrás de su cabeza, y la atrajo hacia sí hasta que ambos unieron sus labios en un cálido y tierno beso. Duró solo un instante, un segundo, tal vez dos, pero Leonor lo saboreó como si hubiera permanecido una eternidad entre las nubes.

Quiso que el sabor de aquel dulce néctar no terminara. Cuando Roberto se separó, tan lentamente como se había acercado, ella se lo quedó mirando con expresión anhelante, entonces se levantó de la mesa con decisión, caminó hacia donde él estaba y le tomó de una mano. Él se levantó y de nuevo se fundieron en un beso, más largo y apasionado. De pronto, Leonor notó los dedos de Roberto, subiendo arriba y abajo por su espalda en delicadas caricias. No pudo evitar dar un respingo, pero se acostumbró al momento y dejó que la acariciara también a lo largo del brazo. Luego, sin poder parar de besarse, Roberto la agarró por la cintura y la atrajo hacia sí, tan cerca que sus cuerpos se oprimieron con fuerza. Él volvió a acariciarle la espalda, pero esta vez su mano se introdujo por debajo del yérsey blanco y rosa que ella llevaba puesto y ascendió hasta llegar al broche de su sujetador.

Leonor reaccionó.

–Para, Roberto –dijo, pero se sorprendió al notar el tono agitado de su voz.

–Vamos. Tú también quieres.

–Sí, pero no ahora. No es el momento.

–¿Y cuándo es el momento? Tienes 27 años. Deja de esperar y disfruta la vida de una vez.

Volvió a besarla con pasión y la mano a su espalda desabrochó el sujetador con un movimiento rápido de los dedos. Avanzó lentamente por uno de sus costados hasta notar la curvatura de su pecho izquierdo.

–No, Roberto, por favor –dijo Leonor, e intentó detenerle la mano–. Quiero esperar al matrimonio.

Roberto la miró con expresión suplicante. Su mano se había parado justo en el costado.

–Pero, Leonor, yo te amo.

–¿Me amas?

–Desde la primera vez que te vi. Estoy enamorado de ti y sé que siempre permaneceremos juntos.

–¿De verdad lo crees?

–Estoy seguro. Solo retrasamos algo que acabará sucediendo de todas formas. ¿Por qué demorarlo cuando tenemos la oportunidad de amarnos ahora?

Con la otra mano, Roberto acarició la mejilla de Leonor, quien buscaba la sinceridad en sus ojos.

–Eres la persona que siempre he querido en mi vida –insistió él–. Creo que Dios nos ha unido para que estemos siempre juntos. Piénsalo. Si él ha consentido que estemos aquí, los dos, en esta noche, es porque nuestros destinos están enlazados. Lo estarán por siempre.

–Me encantaría que así fuera –confesó ella, adormilada con las palabras que escuchaba. La mano que acariciaba su mejilla se deslizó a lo largo de su cabello.

–Es así, mi amor. Déjame demostrarte cuánto te amo.

Leonor dejó libre la mano que había avanzado furtivamente por su costado.

Roberto suspiró.

–Vamos a mi habitación –dijo, y la tomó en brazos como si fueran una pareja de recién casados.

Atravesaron el umbral de la puerta en la pared de la derecha que conducía a su habitación. El interior estaba oscuro, pero Leonor pudo comprobar que dentro reinaba el desorden. Había gran cantidad de ropa y trastos de diverso tipo tirados en el suelo. La cama estaba desecha y las sábanas colgaban de los bordes. Olía a una mezcla entre recinto cerrado y ropa sucia. Roberto la posó sobre el colchón y se colocó encima.

En mitad de la penumbra, Leonor notó cómo Roberto la despojaba de la ropa para lanzarla a la maraña del suelo. Acto seguido sintió cómo acariciaba todo su cuerpo con pasión.

Y ella, hechizada por sus besos, sedada con sus caricias, entregada, se dejó hacer.