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Ismael ascendía por la avenida de camino a su casa. Por un momento había sentido cierto dejo de remordimiento al escuchar los gritos de Daniel, pero tardaron poco en desaparecer y pronto se encontró mejor, envuelto de nuevo en sus planes de futuro.

Caminaba paseando tranquilamente entre la gente, cuando escuchó pasos que se le acercaban a cierta velocidad. Al principio supuso que alguno de los muchachos de la iglesia quería comentarle algún asunto, tal vez comunicarle otra buena noticia, pero entonces escuchó que le llamaba una voz desconocida.

–¡Oye! ¿Eres Ismael?

Se dio media vuelta y encontró a un hombre de unos 30 años. De mediana estatura y algo entrado en carnes. Su cabeza era pequeña y ovalada. En el pelo ya asomaban las sospechosas entradas de una alopecia prematura. Aquel hombre lo miraba con expresión suplicante.

–Yo soy –respondió Ismael. Y el sentido de sus palabras le causó un repentino e inexplicable temblor de piernas.

–Lo sabía –respondió el hombre en tono afable.

–¿Me conoces de algo?

El hombre pareció contrariado con la pregunta.

–¿Bromeas? Casi todo el barrio ha oído hablar de ti. ¡Eres el chico que ayudó a Ramón y expulsó a la pandilla de Gago!

Ismael mostró una expresión suspicaz. No se fiaba de su interlocutor. Tal vez fuera una treta planeada por la policía para descubrirlo. Al barajar tal posibilidad, recordó que Roberto había charlado con la policía; con un amigo de la infancia, pero policía al fin y al cabo, que podía formar parte de un engaño para descubrirlo.

El hombre pareció adivinar sus dudas.

–Tranquilo. La gente del barrio está de tu parte. Nadie te delataría a la policía. Estás solucionando todos sus problemas. Es más, todos los que saben quién eres te respetan... te adoran.

–¿Y qué quieres tú?

–¡Ah, sí! Perdona que no me haya presentado. Me llamo Iván. Soy el encargado de la pizzería que está en la esquina de la estación de tren.

–La conozco, he ido allí muchas veces.

–Es la única que hay por los alrededores. Pero, verás. La cuestión es que... bueno... he venido para solicitar tu ayuda.

Ismael bajó la guardia y adoptó una postura altiva, elevando el mentón más de lo normal.

–¿Quénecesitas de mí?

–Tu ayuda, Ismael. Desde hace poco más de un año tengo problemas con un grupo de chicos, otra de esas pandillas, ya sabes. Acosan a mis repartidores cuando se acercan con la moto a la zona en la que ellos suelen estar. Les roban las pizzas y el dinero. A veces también les roban la moto. Necesito que me ayudes a que dejen en paz mi negocio.

Esta vez, Ismael no se lo pensó.

–Así se hará.

–¿De verdad? ¡Eso... eso es estupendo! Muchas gracias, Ismael. Te diré dónde suelen parar esos indeseables y...

–Con dos condiciones.

–¿Dos condiciones?

–Sí. La primera es que no vuelvas a referirte a mí como «chico». No lo consiento. ¿Quéclaro?

–Clarísimo. Clarísimo, Ismael. No lo volveré a hacer. Lo prometo.

¿Y la segunda?

–La segunda es que necesito un pago por los servicios.

–Pero ¿no se lo hiciste gratis a Ramón?

–Sí, pero ahora somos más y necesito un aliciente para mantenerlos unidos. ¿Estásdispuesto a pagar?

Iván apenas meditó la respuesta.

–¡Claro! Sí, Ismael. Pagaré. Seguro que vale la pena. Las pérdidas que esos chicos me ocasionan me están arruinando. Te daré la cantidad que necesites.

–Eso está bien, porque quiero comprar algunas cosas.

–Y, por supuesto, quedáis todos invitados a pizzas.

Ismael soltó una risa suave.

–Lo suponía. Aceptamos la invitación. Dime el lugar donde para ese grupo y te garantizo que tus problemas cesarán.

Iván comenzó a explicar a Ismael todos los detalles. Dónde paraban, con qué frecuencia y a qué horas solían aparecer por allí, cuántos eran, o si iban armados. Ismael escuchó con atención y, cuando Iván hubo finalizado, solo dijo:

–El sábado próximo no abras la pizzería. Resérvala solo para nosotros, porque tendrás mucho que festejar.

Y dejando a Iván con una amplia sonrisa dibujada en el rostro, dio media vuelta y siguió su camino.