QUÉ DEBO HACER, DIOS MÍO, PENSABA LEONOR. Estaba realmente preocupada. Habían transcurrido unas dos semanas desde que ella y Roberto se acostaron, en aquel alocado sábado donde la pasión y el deseo pudieron más que su pudor. Desde entonces no volvió a verse con él. Cada domingo lo buscaba en la iglesia y hacía todo lo posible por sentarse a su lado, pero Roberto siempre parecía absorto en Ismael y apenas hacía por prestarle más atención de la necesaria. Los intentos de Leonor por verse con él a la salida, o durante cualquier otro día de la semana, resultaron en vano. No obstante, allí seguía ella, insistiendo por estar cerca de Roberto. Incluso ahora, cuando le hubiera encantado salir de la iglesia en el momento que Ismael dio el ultimátum a los miembros, prefirió quedarse, permanecer cerca de él.
Tengo que decírselo de una vez, pensó varias veces para que se le grabara en la mente. Al fin, y tras dar muchas vueltas entre los bancos y recorrer una y otra vez todo el largo del pasillo central, se armó del valor suficiente para subir a la planta de arriba, donde sabía que Roberto descansaba.
Como si se tratara de una fortaleza, Ismael había apostado un guardia en la puerta que daba acceso a las habitaciones, pero cuando Leonor se acercó éste no la detuvo. A estas alturas todo el mundo en La Hermandad sabía que mantenía una estrecha relación con Roberto.
Avanzó hasta quedar frente a la puerta de la habitación asignada a Roberto. Era justo la más cercana a la habitación de Ismael. Desde el principio, ambos habían hecho muy buenas migas. Había algo en sus caracteres que los hacía extremadamente compatibles, tal vez el hecho de que Roberto nunca hubiera dudado en apoyar a Ismael desde que éste inició su «misión divina».
Llamó con los nudillos. Roberto no tardó en abrir. Su melena castaña estaba más descuidada, le caía por encima del rostro, pero seguía igual de brillante que siempre, como si estuviera humedecida. Se había dejado crecer la barba sin cuidársela, y ya una densa sombra le cubría toda la cara.
–¿Qué quieres? –le preguntó cuando se encontró a Leonor frente a su puerta.
–Tenemos que hablar.
Roberto pareció pensárselo dos veces antes de dejarla entrar. Una vez dentro, Leonor descubrió que la habitación que habían asignado a la mano derecha de Ismael llevaba camino de andar tan desordenada como la de su propia casa.
–Roberto –comenzó a decir Leonor, tomando aliento–, llevas varias semanas sin querer verme.
–Tengo cosas importantes que hacer. Ismael me necesita.
–Pues yo también te necesito. Creí que estábamos juntos.
Roberto soltó una carcajada burlona.
–¿Juntos? ¿Solo por una noche de sexo? Preciosa, creo que te estás equivocando.
–¿Pero cómo puedes decir eso? –respondió Leonor, cada vez más sorprendida–. ¡Túmismo admitiste que me amabas!
Roberto volvió a reír. Avanzó hasta la cama, retiró la colcha que la cubría, se sentó a un lado del colchón y comenzó a desatarse los cordones de las botas. Iba vestido totalmente de negro, al estilo del uniforme de La Hermandad.
–Un hombre dice muchas cosas cuando quiere acostarse con una mujer, Leonor. A tu edad ya deberías saber eso.
Leonor entrecerró los ojos, llena de cólera.
–Sabías perfectamente que eras el primer hombre... –luego, su voz se ablandó repentinamente, hasta que casi se le quebró– eras mi primer amor.
–Enternecedor.
Roberto se deshizo del yérsey negro. Debajo vestía una camiseta blanca de tirantes.
–Roberto, puede que a ti te diera igual lo que ocurrió aquella noche, pero a mí no. Lo que hicimos... significó mucho para mí.
–¡Y para mí! Créeme, estuvo genial.
Roberto seguía bromeando.
–Además... ha traído consecuencias.
Roberto ya se había deshecho de la camiseta interior. Mostraba su torso desnudo y moreno. Había estado haciendo ejercicio y ya se empezaba a notar en una mayor redondez de los hombros y los bíceps, y en un pecho más ancho. Las palabras de Leonor lo detuvieron en seco cuando estaba a punto de desabrocharse los pantalones.
–Estoy embarazada.
Roberto se levantó de un salto.
–¿Estássegura?
–Completamente. Llevo una semana de retraso... y me he hecho la prueba de embarazo.
La habitación quedó en silencio durante unos momentos. Roberto estudió a Leonor de arriba abajo, quien esperaba una respuesta, con expresión preocupada. De pronto, estalló en una sonora carcajada. Leonor retrocedió instintivamente ante aquella reacción tan brusca.
–¡Maravilloso! ¡Voy a tener un hijo! ¡Eso es estupendo!
–Entonces, ¿no te preocupa?
–En absoluto. No tengo nada de qué preocuparme. La Hermandad se ocupará de su cuidado.
Leonor no esperaba una respuesta así.
–¿La Hermandad?
–Sí, Leonor. Criarás a mi hijo aquí. Le diré a Ismael que te dé una habitación.
–¡Pero yo no quiero vivir aquí! Roberto, este lugar ya no es una iglesia. Me hace sentir intranquila. Además, yo no quiero una habitación diferente. Quiero estar contigo, que criemos a nuestro hijo juntos.
–Conque quieres estar conmigo, ¿eh? –dijo Roberto, y comenzó a desabrochar su pantalón muy lentamente.
Leonor se percató de sus intenciones y retrocedió unos pasos hasta que su espalda se encontró con la pared de la habitación.
–Leonor, querida, este lugar es ahora mejor que nunca. Estarás de maravilla aquí.
–No... –respondió ella, con un hilo de voz–. Para, Roberto. Este no es el mejor lugar para nuestro hijo. Ismael es...
Roberto se aproximó a Leonor y la arrinconó contra la pared.
–No tienes ni idea del poder que maneja Ismael. Lo que ves es solo una pequeña muestra, pero tenemos aliados en todas partes, en cualquier lugar. Nuestra autoridad crece sin que nada ni nadie la detenga, así que, ¿dónde se criaría mejor mi hijo que aquí, rodeado del verdadero poder de Dios?
–Ismael y tú habéis creado una secta –respondió Leonor, pegándose a la pared.
Roberto sonrió.
–No, mi amor. Somos mucho más que eso. Estamos creando un imperio, un nuevo mundo, y la criatura que llevas dentro será la primera de los hijos dedicados completamente a Ismael. ¿Qué te parece la idea? Le haremos sentir como un padre. Justamente lo que él es: el padre de todos nosotros.
Acercó su cara a la de Leonor para besarla, pero ésta la apartó a un lado con aprensión. Entonces, la agarró de los hombros y apretó con fuerza para que no se moviera. Acercó su boca al cuello de Leonor y la mordió. Leonor gritó con todas sus fuerzas al notar cómo los dientes se clavaban en su yugular, pero Roberto apretó más, hasta notar el sabor de la sangre.
–Grita cuanto quieras –dijo al apartarse.
Su barba había quedado teñida de rojo.
–¿Es que no te has dado cuenta? No eres más que mi esclava. Puedo hacer contigo lo que se me antoje.
La sujetó del cuello con una mano y apretó. Leonor, aterrorizada, la intentó apartar con ambas manos, pero apenas logró moverle un dedo.
–Podría matarte ahora mismo. ¿Crees que Ismael me diría algo? ¿Crees que alguien se preocuparía por ti? Nadie, Leonor. Nadie haría nada, porque ejercemos un control total sobre toda esta gente. Ismael los domina como a seres inferiores. Y realmente todos son inferiores a él, porque él es mucho más que un enviado de Dios, querida. ¡Es Dios mismo!
Se ayudó de la otra mano para ejercer alrededor del cuello toda la presión que le fuera posible y comenzó a estrangularla. Leonor, movida por el instinto de supervivencia, reaccionó cuando apenas le quedaba aliento. Reunió todas sus fuerzas y propinó un fuerte rodillazo en la entrepierna de Roberto. Éste la soltó al momento y se dobló por el dolor, se tambaleó y cayó finalmente sobre la cama.
–¡M... maldita! –escupió.
Leonor se echó la mano al cuello. La zona del mordisco le latía, y notaba un hilo de sangre resbalar. Dio media vuelta sin esperar a que Roberto se recuperara, abrió la puerta y echó a correr por el pasillo. Al vigilante apenas le dio tiempo de reaccionar. Pasó como una exhalación por su lado y cruzó a toda velocidad el piso de la iglesia, esquivando a toda la gente que dormía sobre el suelo, hasta desaparecer por la puerta que daba al recibidor.
Antes de que el vigilante reaccionara, Emanuel, al pasar por su lado, vio la sangre en su mano. Se levantó y corrió tras ella. Cuando salió al exterior vio que ésta se dirigía a toda velocidad calle arriba y torcía la esquina en la primera intersección. Al poco apareció el vigilante.
–¿Por donde ha ido? –preguntó, jadeando.
–Calle abajo, ha girado a la izquierda en el primer cruce.
El vigilante echó a correr en la dirección indicada. Emanuel volvió a mirar hacia la dirección correcta, calle arriba.
–Enhorabuena, Leonor –dijo para sí–. Acabas de escapar del infierno.