NI UN SITIO PARA APARCAR, PENSABA DANIEL. Tenía que haber salido antes del hospital. Puede que la razón para marcharse que explicó a Josué y Rebeca hubiera sonado a excusa, pero era cierta. A partir de ciertas horas de la tarde, cuando todo el mundo volvía del trabajo, los posibles lugares de aparcamiento se agotaban con facilidad, y Daniel había llegado a su barrio mucho después de la hora punta. Eran ya más de las diez de la noche. Todos los espacios ya estaban ocupados. Afortunadamente, y tras mucho buscar, encontró un lugar bastante alejado de su casa por lo que tuvo que caminar algunas manzanas hasta entrar en la zona residencial donde vivía.
Las calles comenzaban a vaciarse de gente, aunque todavía quedaban algunas personas que regresaban a sus hogares después de la jornada laboral. Toda aquella sección del barrio la componían enormes bloques de edificios que formaban varios recintos cerrados en anillo. En el interior del círculo residencial, los vecinos de cada bloque disfrutaban de piscina –que por aquellas fechas permanecía cerrada–, canchas de baloncesto y mesas de ping pong. Cada anillo de edificios disponía también de amplios garajes, pero Daniel alquilaba el suyo para sacar un dinero extra y así dedicar más tiempo a las tareas de la iglesia. Aunque, en días como aquel, en que le tocaba caminar bajo el frío nocturno, se arrepentía de no disponer de una plaza bajo su casa.
Se encontraba ya a dos manzanas de alcanzar la comunidad donde vivía cuando vio cómo, a medida que abandonaba las avenidas y calles concurridas y se adentraba más en la zona residencial, iba quedándose más y más solo. Así, llegó un momento en que nada más sintió su su propia presencia y la de otro viandante que caminaba tras él.
Apenas lo separaba una manzana de su portal, pero le preocupó el hecho de que solo estuvieran él y aquella otra persona en la calle. Se concentró en el sonido de los pasos del desconocido. Se escuchaban pesados, como si calzara unas botas. Daniel dedujo que debía tratarse de un hombre adulto. De pronto, los pasos fueron acercándose a él. Daniel comenzó a ponerse nervioso; a su mente llegaron multitud de diversas incógnitas. ¿Lo estaban siguiendo? ¿Quién? ¿Por qué? O, ¿con qué intención? Antes de buscar una respuesta, se percató de que las pisadas estaban ya muy cerca. Miró al suelo, y para su espanto descubrió la sombra de su perseguidor dibujándose en la acera casi a la misma altura que la suya. ¡Lo tenía a menos de un metro de distancia!
Se detuvo en seco y esperó con todos los músculos de su cuerpo en tensión. Al momento un hombre de casi dos metros de estatura le pasó por delante como si nada. En efecto, calzaba unas botas militares de color negro y del mismo color eran también el resto de sus ropas. Daniel se estremeció. ¿Vestía el uniforme de La Hermandad o solo se trataba de una coincidencia?
El desconocido ni siquiera se volvió para mirar, y desapareció tras doblar la primera esquina.
Daniel se relajó. Con toda seguridad solo se trataba de un pensamiento paranoico.
Siguió caminando y alcanzó la valla metálica de su comunidad. Abrió la puerta y entró al interior. El amplio patio que daba acceso a cada uno de los seis portales de los seis bloques se encontraba totalmente desierto. En el centro había una piscina tapada con una gruesa lona azul.
Caminaba en dirección al portal de su bloque cuando algo lo detuvo. El miedo volvió a aflorar en su interior al percatarse de que, contrariamente a como solía ocurrir siempre que entraba por la puerta de la valla de la comunidad, no había escuchado cómo ésta se cerraba. Normalmente, el mecanismo de cierre automático producía un chirriante crujido hasta que la puerta quedaba cerrada, pero ahora no se escuchaba nada.
Nada en absoluto.
Alguien ha entrado conmigo, fue lo primero que le vino a la cabeza. Se volvió para mirar.
Nada.
El patio estaba desierto, pero tal y como pensaba, la puerta apenas había comenzado a cerrarse. Nunca tarda tanto, pensó, y al momento intentó relajarse. La paranoia volvía a aflorar. Intentando racionalizar la situación, se dijo: Si en lugar de estar tan solitario, el patio estuviera lleno de vecinos, ni siquiera me habría preocupado de cuánto tarda la puerta en cerrarsean.
El chirrido metálico lo sacó de sus pensamientos. Ahora la puerta sí estaba cerrada. Volvió a dar media vuelta y caminó apretando el paso hacia su portal. Cuando llegó hasta él ya tenía la llave preparada, pero entonces volvió a sentir otra presencia. Había alguien a su espalda, estaba convencido. Levantó la vista y miró el cristal que había sobre la puerta.
El reflejo reveló que estaba en lo cierto, la oscuridad era demasiado densa como para reconocer poco más que una figura parada a su espalda, pero fue suficiente. Todavía con las llaves en la mano, se volvió, dispuesto a encararse contra quien fuese su perseguidor. Ya estaba a punto de golpear, cuando la sorpresa lo detuvo. No se trataba de aquel misterioso transeúnte de las botas militares. Era Leonor quien retrocedió instintivamente cuando Daniel estuvo a punto de golpearla.
–¡Daniel, soy yo!
–¡Leonor! –respondió Daniel, sorprendido.
¿Qué podíahacer ella aquí? La miró desconfiado, recordaba haber visto cómo se quedaba en la iglesia. Pero entonces, y a pesar de la oscuridad, descubrió que se tapaba el cuello con la mano ensangrentada.
–¿Quéte ha ocurrido?
–Roberto me ha... –no pudo terminar la frase, porque ni ella podía concebir lo ocurrido. Se echó a llorar, y Daniel acudió para abrazarla.
–¡Oh, Daniel! ¿Qué he hecho? Me dejé engañar por Roberto. Dejé que me arrastrara a la horrible secta de Ismael. ¡Ha enloquecido! ¡Todos ellos lo han hecho! Ismael maneja sus mentes, las domina a su voluntad.
–Calma, ya pasó.
Leonor, que tenía la cabeza pegada al pecho de Daniel, levantó la mirada.
–No, Daniel, hablo en serio. Tengo mucho miedo, miedo de lo que Ismael me pueda hacer cuando sepa que me he marchado, porque tiene seguidores por todas partes. No sabía a dónde ir... por eso...
Daniel la tranquilizó acariciándole el pelo.
–Está bien, no pasa nada. Has hecho bien viniéndome a buscar. Te protegeré, no me separaré de tu lado en ningún momento.
Leonor fue calmándose poco a poco.
–Puedes dormir en mi casa, si quieres. Tengo una habitación de sobra.
–Gracias, Daniel.
Leonor respiró calmada. Su primera relación, el único amor que había tenido en la vida, se había transformado en una grotesca pesadilla. Por una vez, agradecía a Dios que Daniel no se sintiera interesado por ninguna mujer. En aquellos momentos se sentía tan frágil e indefensa que si la propuesta de dormir en su casa hubiese venido de otro hombre, la habría rechazado.
Daniel no quiso que su conversación siguiera frente al portal e invitó a Leonor a que siguieran hablando en su piso. A decir verdad, él tampoco se sentía seguro en la calle. Una vez dentro de casa, le ofreció algo de beber y ambos se acomodaron en el salón.
–Daniel –dijo ella tras beber dos sorbos de su zumo de naranja–, no sabes el poder que ostenta Ismael. Es realmente sorprendente todo lo que ha llegado a conseguir en tan poco tiempo. Tiene acólitos en todos los lugares imaginables. Algunos colaboran con él de forma activa, imponiendo la ley en la ciudad, otros son meros colaboradores o simpatizantes, pero de alguna manera u otra contribuyen a la causa. Su influencia y su fama se están extendiendo ya a otras ciudades cercanas. La policía local está de su parte, incluso creo que el alcalde también lo está.
–Me cuesta creer todo eso que me cuentas. ¿Tenéispuede seguir creciendo a un ritmo tan rápido?
–Ya te lo he dicho. Los poderes de Ismael no son normales.
–¿Estásinsinuando que realmente es un enviado de Dios?
El rostro de Leonor se ensombreció.
–Todo lo contrario.
Daniel se estremeció. Dejó su vaso de zumo sobre la mesa y miró a Leonor con gesto severo.
–Leonor, lo que dices son palabras mayores. ¿Qué intentas insinuar? Conocemos a Ismael desde hace muchos años. Es el hijo de Simeón y Dámaris. No niego que ahora mismo se encuentre peligrosamente perturbado, pero de ahí a acusarle de... de lo que sea que lo estés acusando. No sé, creo que es demasiado.
–Escucha. Roberto y yo no hemos conversado mucho, pero si de algo le gusta hablar es del poder y los planes de Ismael. Recuerda que él es el segundo al mando de La Hermandad. Pues bien, Roberto me ha contado cosas de Ismael, cosas que ha escuchado de otros. Asegura que Ismael es capaz de hacer milagros. Dice que varios miembros de La Hermandad lo vieron detener una nevada.
–¿Una nevada? ¿Te refieres a la que cayó el mes pasado?
–La misma. Varias personas admiten que Ismael ordenó que se detuviera, y al hacerlo la nevada cesó en un momento.
–Leonor, sinceramente, no sé qué pensar. Creo que la nevada se detuvo sin más. Si Ismael ordenó o no algo en aquel momento... bueno, pudo tratarse de pura coincidencia.
–Pero, Daniel, estarás de acuerdo conmigo en reconocer que el poder de persuasión de Ismael es algo anormal.
Daniel no supo qué contestar. Lo cierto era que él mismo seguía preguntándose cómo Ismael había logrado convencer con sus ideas a tres cuartas partes de la iglesia. Si era cierto que podía hacer milagros, aquél era uno.
–Entonces, en el caso de que tuviera poderes, ¿dices que son...malignos?
Leonor asintió. El movimiento del cuello hizo que la mordedura le doliera. Se llevó la mano a la herida que no era demasiado profunda y que ya había dejado de sangrar, pero así, sin limpiar, presentaba un aspecto muy feo.
–Daniel, no sé exactamente cómo definir lo que le ocurre a Ismael, ni siquiera sé si es él mismo. Como tú bien dices, lo conocemos desde hace muchos años, y actualmente no reconozco a la persona que asistió con nosotros a la escuela dominical. Por el contrario, lo que sí reconozco es que La Hermandad saca lo peor del ser humano. De alguna manera hace olvidar los principios más básicos y pervierte las mentes de sus miembros hasta tal punto que el autocontrol deja de existir. Esta herida que ves en el cuello es... es una mordedura de Roberto.
–¡¿Una mordedura?!
–Exacto –asintió Leonor–. Fue su respuesta cuando le confesé que...
–¿Qué? –indagó Daniel. Leonor se había ruborizado y, como era costumbre en ella, volvió la vista al suelo, dejando que los mechones del flequillo ocultaran buena parte de su cara.
–Le dije... le conté que espero un hijo suyo.
–No... –se le escapó a Daniel.
Hubiera deseado responder cualquier palabra tranquilizadora, pero la sorpresa no lo dejó razonar.
–Daniel, te lo ruego, no se lo digas a nadie. No aún. Cuando haya terminado todo esto, si algún día Dios nos permite disfrutar de una vida como tuvimos en el pasado. Si eso ocurre, no me importará anunciarlo a los demás. Pero no ahora. No quiero que nadie lo sepa.
Daniel la sujetó por los hombros e intentó transmitirle tranquilidad.
–Descuida. Solo lo sabremos tú y yo.
–Ojalá no lo supiera nadie más, pero Roberto se lo habrá contado a Ismael. Pretende que nuestro hijo lo siga como si se tratara de un dios.
–¡Eso es espantoso!
–Lo es, y todo emana de Ismael. Por eso creo que hay algo realmente oscuro en su naturaleza. Más incluso de lo que podamos imaginarnos.
Daniel se acarició el mentón con la yema de los dedos, meditando cada palabra que salía de labios de Leonor. Por un momento se derrumbó al considerar que Ismael fuera increíblemente superior a todos sus intentos de vencerle, y se vio como un mosquito intentando tumbar un muro de hormigón, especialmente tras conocer todo el poder que el líder de jóvenes ostentaba. No obstante, se resistió a darse por vencido y a creerle capaz de realizar milagros. Quería luchar hasta el final, por toda la gente que Ismael tenía bajo su control, y lo haría sin importar el costo.
–Leonor, sabes muchas cosas sobre La Hermandad, ¿verdad?
–Bastantes, sí.
–¿Estarías dispuesta a contárselas a la policía?
Leonor negó con la cabeza.
–Daniel, ya te lo he dicho. Ismael tiene al menos a la mitad de la policía local de su parte.
–Bueno, pero ¿y si acudimos a otro cuerpo de policía? Pongamos, a la policía nacional. Ismael no tiene influencias allí, ¿ verdad?
–No, que yo sepa.
–¿Y a ellos, les contarías todo lo que sabes?
Leonor se pensó la respuesta. Daniel intentó darle ánimos.
–Leonor, no sé si conseguiremos algo contra Ismael, pero me niego a quedarme de brazos cruzados. Si lo piensas bien, es lo mismo que él decía al principio. Criticaba que los cristianos nunca hacemos nada por mejorar nuestra sociedad, que siempre nos quedamos impasibles ante lo que ocurre a nuestro alrededor, y que como mucho le pedimos a Dios que obre un milagro y que cambie las cosas. ¿Y nosotros qué? ¡Actuemos, pongámonos en marcha! Pero no como Ismael lo ha hecho, hagámoslo correctamente. Confiemos en la justicia y luchemos con las armas que aún tenemos a nuestra disposición. La policía nacional es nuestra mejor opción en estos momentos.
Leonor dudó. Seguía con miedo a las represalias, y no lograba quitarse de la cabeza el carácter sobrenatural de los poderes de Ismael, pero Daniel tenía razón. Permanecer impasible ante las maldades de La Hermandad, especialmente con tan gran conocimiento de causa, era una actitud cobarde, incluso cruel. Debía imponerse, pelear contra Ismael.
–Te ayudaré, Daniel, pero tengo mucho miedo.
Daniel sonrió cálidamente.
–Yo también.