LA MAŃANA DEL MIÉRCOLES 6 DE FEBRERO SORPRENDIÓ a Aarón despierto; a decir verdad, no había logrado pegar ojo desde el domingo, y si bien era cierto que acurrucarse en las escaleras de bajada al metro no era el sitio más cómodo para dormir, lo que realmente le impedía conciliar el sueño era una multitud de pesadillas que una y otra vez daban vueltas por su cabeza.
Nunca se le habría ocurrido un final tan trágico para su vida, pero ahora lo sabía, aquél era su fin. No podía comer, no podía dormir, y no dejaba de obsesionarse una y otra vez en su error, aquella mentira que le había arruinado la existencia. El temor a ver su imagen pública manchada lo había traicionado y ahora, irónicamente, su imagen no podía haberse desplomado más de lo que estaba. Y todo por culpa de Ismael.
Ismael, ese muchacho entrometido que, para colmo, pretendía robarle a su hija. ¿Solo a su hija? ¡No! Pretendía mucho más.
En efecto. Lo había planeado cuidadosamente. Quería apoderarse de su familia, de su vida entera, eso era lo que tramaba. ¡Y lo había logrado!
Al pensar esto, Aarón sacudió la cabeza, indignado. Ismael le había arrebatado su posición en la iglesia. Ante todos lo había humillado y manejado a placer. ¿Cómo se había dejado dominar?
Cada vez más furioso, se levantó y caminó a un lado y a otro de las escaleras. Se percató de que los primeros usuarios del metro procuraban evitar acercarse a él. Debía tener un aspecto horrible tras dos días sin asearse ni dormir.
Pero no pensaba rendirse, todavía no. Aún le quedaba una última oportunidad de recuperar lo que era suyo. Resuelto, ascendió las escaleras y caminó varias manzanas. Llegó al final de la calle, torció a la izquierda y se adentró por un callejón estrecho que daba a una tranquila plaza. Allí se detuvo y observó el edificio de la jefatura de policía local que se erigía frente a él. Varios coches patrulleros permanecían aparcados a ambos lados de la fachada.
En la puerta, el policía que montaba guardia lo miró con una mezcla de curiosidad y suspicacia.
Sí, volveré a hacerme con la vida que Ismael me ha usurpado.