Capítulo 10

 

 

 

 

 

PARÍS en otoño era un final maravilloso para el viaje; habría sido casi perfecto si no incluyera la palabra «final». Y el hecho de que ni siquiera hubieran mencionado la posibilidad de volverse a ver le causaba a Kerry un dolor insufrible, que había comenzado en Dubai y había ido creciendo hasta formar una especie de nube situada siempre sobre ella. Y Ronan había ido dejando caer cada vez más comentarios supuestamente frívolos, pero profundamente hirientes, también desde Dubai, lo cual a ella no le daba esperanzas de que hubiera una posible solución.

El caso era que, por cada cosa dolorosa que le decía, hacía media docena que la llevaban a pensar que ella le importaba más de lo que daba a entender. Cuando le hablaba de otras mujeres, la abrazaba con tanta fuerza que parecía que nunca la fuera a soltar. Cuando se refería a los futuros viajes que ella podría hacer sola, dedicaba un largo rato a convencerla de no ir a sitios donde pudiera correr peligro y de no hablar con «guapos desconocidos» en los aviones ni en ninguna otra parte, como si la idea lo molestara aunque no fuera a estar presente. Y además estaba cómo le hacía el amor…

Como si la amara profundamente, como si fuera la mujer más maravillosa del mundo, de la que nunca se cansaría. ¿Cómo podía hacerlo si ella no le importara?

Cuando le dijo que tenía que estar el día cinco en los Jardines de Luxemburgo porque se lo había prometido a su abuela, Ronan reservó una habitación en un hotel de esa zona. Y, como todos los sitios a los que la había llevado, era perfecto. Además, para que ella pudiera añadir una más a su lista de señales positivas que trataba desesperadamente de elaborar, la llevó al Museo d’Orsay, considerado uno de los mejores del mundo. Sólo el edifico bastó para convencer a Kerry: una construcción de hierro y vidrio con ventanas dignas de una catedral salvo por la ausencia de color. Era magnífico, y la visita sirvió para animarla y darle esperanzas de que hallarían una solución.

Además, le encantaba que Ronan pusiera tanto empeño en que renovara su interés por el arte. En Hong Kong, cuando de nuevo comenzó a pintar, se estuvo sentando a su lado hasta que ella le dijo que, con él allí, no podía concentrarse. Pero él siempre había querido ver lo que hacía, se había mostrado favorablemente impresionado y había seleccionado, después de pasar largo rato mirándolos, varios dibujos para quedárselos. ¿Habría hecho todo eso si ella no le importara?

Pasaron toda la mañana recorriendo las salas de la nave central del museo, sobre todo las dedicadas a los impresionistas y postimpresionistas: Monet, Degas, Renoir, Cézanne, Van Gogh, Gauguin, Seurat, Pissarro… La lista era interminable. Pero hubo algo que sorprendió a Kerry: la forma en que Ronan examinaba los cuadros. Era extraña. Quizá demasiado intensa. No sabía lo que era, pero había algo raro.

Al acabar de ver a los impresionistas, Kerry vio que él se frotaba la frente.

–¿Te duele la cabeza?

–No, ¿por qué?

–Como te frotas la frente, me lo había parecido.

–No estoy acostumbrado a ver cuadros. Estoy empezando a ver borroso.

Kerry se lo habría creído si no hubiera visto que vacilaba antes de sonreír. Al fin y al cabo, era una experta en sus sonrisas. Y nunca hasta entonces había sonreído de modo vacilante. Entrecerró los ojos y lo examinó con atención.

–No sé a ti, pero a mí me rugen las tripas después de tanta apreciación artística –dijo él mientras la agarraba del codo.

Cuando ella se resistió, Ronan la miró. Y cuando alzó la cabeza para examinar sus maravillosos ojos, él frunció el ceño.

–¿Estás seguro de que estás bien? No tenías que haberte pasado aquí toda la mañana si la pintura no te entusiasma. No me habría importado ir a otro sitio.

–Pensé que te gustaría.

–Y me ha gustado –sonrió.

Ronan volvió a agarrarla del codo y esa vez ella lo siguió. Pero al darse la vuelta, él chocó con una turista y casi la tiró al suelo. Soltó inmediatamente a Kerry y tomó a la mujer por los brazos para evitar que se cayera. Una de sus sonrisas bastó para que lo perdonara. Ronan se volvió hacia Kerry.

–Me ha bajado el azúcar. Tengo que comer inmediatamente.

Kerry sonrió, pero mientras bajaban la escalera, con sus manos estrechamente unidas, experimentó una sensación opresiva en el pecho, pues seguía pensando que había algo extraño. Comenzó a fijarse más en él, lo que le reveló detalles de los que hasta entonces no se había percatado, como que no dejaba de mirar alrededor. Ésa era una de las cosas que le encantaban de él: el modo en que trataba de captar todo lo que lo rodeaba. Supo desde el principio que era muy inteligente no sólo por su ingenio, sino por los amplios conocimientos que poseía de todos los lugares a los que iban. Así que siempre había atribuido esa intensidad silenciosa a su inteligencia. Sin embargo, había algo que no cuadraba. Pero ¿qué era?

–¿Quieres algo de la tienda de regalos? –preguntó él.

¿Y encima la invitaba a comprar? Algo iba muy mal.

–Tal vez unas postales de los cuadros que hemos visto. Y alguna camiseta, un grabado enmarcado y algunos libros de arte –Kerry exageró a propósito para ver hasta qué punto estaba distraído por lo que fuera.

–Muy bien –la soltó–. Voy a tomar el aire. Nos vemos en el río.

–De acuerdo.

Pero ella se quedó inmóvil mientras lo veía salir. Hurgó en su cerebro tratando de recordar alguna otra vez en que Ronan hubiera hecho algo que ella habría considerado raro si no hubiera estado distraída con otras cosas. Ése era el problema: que, desde el principio, él había tratado que se distrajera. Y eso, unido a los lugares maravillosos que habían visitado y al torrente de emociones que había experimentado a lo largo del viaje, había sido más que suficiente para mantenerle la mente ocupada.

¿No estaría exagerando? Estaba tan desesperada buscando indicios de que Ronan la quería tanto como ella a él y era tan consciente de que el tiempo se les acababa… Se reprendió por ser tan estúpida. Lo que le pasaba a Ronan era que le dolía la cabeza. Y punto.

 

 

Ronan miraba el agua del Sena. Levantó la cabeza para observar el cielo, inspiró profundamente y trató de pensar con claridad. Tenía un terrible dolor de cabeza y no sabía por qué no se lo había dicho a Kerry; sin duda por orgullo masculino. ¿Por qué se había vuelto tan susceptible a toda señal de debilidad? Y además, había atropellado a una pobre turista. Casi era mejor que el viaje estuviera a punto de acabar, aunque se sintiera morir al pensarlo.

En vez de compadecerse de sí mismo, lo que tenía que hacer era pensar en cómo se iba a distanciar de Kerry en los días siguientes. Coquetear con otra mujer era caer demasiado bajo y tampoco estaba seguro de poder hacerlo de manera convincente. Provocar una pelea era una opción, pero entonces tendría que contemplar en el rostro de ella el dolor que le causaba y sabía que trataría de ponerle remedio inmediatamente. Sólo quedaba separarse con más frecuencia. Podía decirle que cada uno fuera por su lado aquella tarde: eso sería un comienzo. Aparte de que había una serie de personas a las que quería ver. Tenía que conseguir que Kerry no tuviera la oportunidad de mencionar que se siguieran viendo después del viaje.

Sintió una abrumadora sensación de vacío. Y luego trató de averiguar cuánto era capaz de ver en la otra orilla mientras ensayaba mentalmente lo que le diría a Kerry. Cada palabra, aun sin haberla pronunciado, le dejaba un regusto ácido en la boca.

 

 

Kerry sonrió al verlo en la orilla del Sena. Mientras se aproximaba, sacó del bolso la caja de pastillas para el dolor de cabeza que había encontrado, pero se detuvo un poco antes de llegar. La invadió una oleada de recuerdos sin orden ni concierto. Pensó que se estaba volviendo a portar como una estúpida. Así que apartó esos pensamientos de su cerebro y siguió andando mientras observaba a Ronan de perfil. Alzó una mano y lo saludó.

Cuando ya casi había llegado, y sin motivo aparente, sintió un nudo en la garganta. Él seguía mirando de frente, así que ella también lo hizo para ver en qué estaba tan concentrado.

A pocos metros de él, volvió a saludarlo con la mano sin obtener respuesta. De pronto recordó que, al verlo a la entrada del Empire State Building, lo había saludado de la misma manera y él tampoco lo había notado.

–Querías darme un susto, ¿eh? –él se había vuelto y sonreía–. No te había visto.

Y sin más ni más, instintivamente, Kerry lo supo. Su intuición femenina se puso a trabajar y lo supo. Pero todo su ser se negó a aceptarlo.

–No me habías visto.

Ronan frunció el ceño al oírla y dio un paso hacia ella al ver su expresión.

–¿Qué pasa?

–No me habías visto porque no tienes visión periférica, ¿verdad?

Desde el principio, nunca la había mirado de reojo. Siempre giraba la cabeza o el cuerpo. Y todas las veces que se había chocado con algo…

–¿A qué viene eso? –Ronan soltó aire en un vano intento de reírse.

Kerry recordó todas las pistas que habían estado a su disposición: los codazos en el avión, los choques con la gente en Nueva York, los objetos que había tirado en la tienda de Hong Kong y la mujer a la que casi acababa de tirar al suelo.

Ronan se había erguido, respiraba un poco más deprisa, sonreía sólo con la boca, no con los ojos, con aquellos hermosos ojos que era de lo que ella primero se había enamorado.

–No tienes visión periférica –repitió–. ¿Es muy grave? ¿Cuánta vista…? –se le secó la boca al encajar otra pieza del rompecabezas y comenzó a respirar muy deprisa. Estaba al borde de sufrir un ataque de pánico–. ¡Dubai! –se ahogó al pronunciar la palabra y tuvo que aclararse la garganta antes de seguir hablando, al tiempo que se le empañaban los ojos–. En Dubai… aquella noche… no…

–Kerry…

No, tenía que seguir. Ya que había comenzado, tenía que saberlo todo.

–No veías en la oscuridad. Lo transformaste en un juego, pero…

–¡Para!

La expresión de Ronan cambió por completo. Su cara se oscureció en sentido literal. ¿Él se había enfadado porque lo había descubierto? Era evidente que no pensaba decírselo. Todo el tiempo que Ronan se había resistido al deseo de besarla, sobre todo en la isla, había sido porque no quería arriesgarse a que lo descubriera. Se sentía destrozada.

–No veías, ¿verdad?

–No –dijo él apretando las mandíbulas.

¿Cómo no se había dado cuenta antes? Todas las veces que él la había llevado a cenar a calles y restaurantes bien iluminados, todas las que había organizado vuelos matinales para tener que acostarse pronto… Pero en Dubai había cometido un error. Después de tantos días teniendo cuidado para ocultarlo, debió de perder el sentido del tiempo. Había oscurecido y él la había agarrado de la mano con más fuerza y caminado más deprisa para intentar llegar a un sitio donde pudiera seguírselo ocultando. ¡Y ella que había creído que se había perdido!

Había sido muy taimado.

–Es ceguera nocturna –dijo ella.

–Sí.

–¿Y durante el día?

–Visión de túnel.

Ronan mostraba una calma mortal, no parecía haberse alterado, en tanto que ella no podía respirar. Y de repente tuvo mucho frío y comenzó a tiritar. Ronan alzó las manos, pero ella, automáticamente, retrocedió, porque si la abrazaba, se desmoronaría.

–Déjalo ya, Kerry –le dijo sin poder ocultar la ira que sentía porque ella había retrocedido–. En serio. Te estás alterando mucho por…

–¿Nada? –soltó una risa histérica–. ¡Cómo puedes decir que no es nada! ¿Cómo es de grave?

–Kerry…

–¿Es muy grave? –la voz se le quebró.

–Es progresiva.

Ella dobló la cintura para tratar de controlar la respiración mientras lanzaba un gemido. Eso no le podía pasar a él. A Ronan, no. Su vida estaba dedicada a ver sitios maravillosos, a viajar por el mundo y a acumular momentos para recordar. Ver esos lugares era su vida. ¿Y estaba perdiendo la vista? ¡No! Sintió ganas de aullar ante tamaña injusticia.

¿No podría volver a ver todos los lugares que le había enseñado, lugares mágicos, maravillosos, hermosos? ¿Cómo podía soportarlo? ¿Cómo podía estar tan tranquilo? ¿Cómo…?

–Venga –dijo él agarrándola por los brazos y poniéndola frente a sí–. Ya sabes que no quiero que llores, así que deja de llorar.

Le había dicho que no quería que llorara por él aquella noche en la isla, mientras la abrazaba. Le había dicho que podía verla en la oscuridad y había recorrido su cara con los dedos como si tratara de memorizarla.

Kerry se sintió morir. Y cuando alzó la cabeza para mirarlo no trató de ocultar las lágrimas que corrían por sus mejillas. Con todos los indicios que había tenido, no se había dado cuenta de nada.

Ronan la miró mientras maldecía entre dientes.

–Precisamente por esto no te lo he dicho ni te lo iba a decir. No soporto que me mires como si fuera un perrito herido. Ni tampoco que llores delante de mí. ¿Crees que es lo que me hace falta?

–No me digas que no me altere, Ronan. ¿Cómo no voy a hacerlo? Se trata de ti –se soltó para secarse las mejillas con brusquedad–. Tu vida consiste en ver cosas. ¿Cómo vas a…? –se interrumpió porque había encajado otra de las piezas del rompecabezas–. Te has ido despidiendo de todos, ¿verdad? De toda esa gente a la que has ido a ver en todos los sitios en que hemos estado. ¡Dios mío! –tragó saliva con dificultad–. Por eso estaban tan tristes Frank y Abbie, porque lo sabían. Nos acompañaban por la playa todas las noches para que no me diera cuenta de que no veías en la oscuridad. Y no quisiste lanzar la guirnalda al mar porque sabías que… –porque sabía que no iba a volver. Y le había dicho que tirara ella la suya y la habían visto regresar a la orilla. Se sentía traicionada. Había sido la última en enterarse: todos se lo habían ocultado. Se abrazó la cintura para que no saliera el gemido que iba creciendo en su interior–. Y yo. Este viaje conmigo –volvió a bajar la vista porque le resultaba muy doloroso mirarlo a los ojos–. ¿Qué has estado haciendo? ¿Adiestrándome? Todas las veces que hemos hablado de los lugares que debería ver y todos aquéllos a los que me has llevado para que me enamorara del hecho de viajar… Y las enseñanzas: viajar ligero de equipaje, aprender del viajero experimentado… –sollozó–. Que tenía que aprender a delegar para tener tiempo de viajar…

Cuando se lo había dicho, ella había pensado que insinuaba que así tendría tiempo para que pudieran viajar juntos. «El hecho de que la vida cambie no significa que tengas que renunciar a todo lo demás», le había dicho también. Pero, durante todo aquel tiempo, él le había estado pasando una especie de testigo imaginario mientras se despedía de todos los amigos que había hecho a lo largo de los años porque… ¿iba a excluir a todo el mundo de su vida?

–Éste es tu último viaje –alzó la vista.

¿Después de haberle dicho que no había que renunciar? ¿Qué iba a hacer entonces? ¿Recluirse y vivir a medias? ¿Olvidarse del mundo y no volver a ver a sus amigos? ¿No iba a visitarlos de nuevo porque no podría verles la cara? ¿No sabía cuánto lo querían? Lo había visto cuando estaban con Frank y Abbie. ¿Cómo se le ocurría que no querrían volver a verlo?

«Sería como enterrarme en vida», había sido otra de sus frases. Kerry volvió a sollozar. ¿Cómo podía un hombre tan inteligente comportarse de manera tan estúpida? Y lo había dicho con tanto desprecio que ella había creído que quedarse en Irlanda era peor que la muerte. Había creído que le estaba diciendo que alguien como él nunca se asentaría en un sitio, que no creyera que ella lo podía encadenar. Y había ido dejando caer esas cosas en la conversación para ir alejándola de él poco a poco. Y ella había creído que era porque no la quería.

Al principio se había puesto en ridículo al insinuársele y ser rechazada. Entonces pensó que no la deseaba; más adelante, que no le importaba tanto como él a ella. Incluso había llegado a pensar durante cierto tiempo que Ronan luchaba contra sus sentimientos…

Se había equivocado a medias. Él había luchado, claro que sí, pero para que no descubriera todas las mentiras que le había dicho, porque no estaba dispuesto a que ella decidiera por sí misma. ¿Cómo se había atrevido?

–Me has mentido todo el tiempo desde que nos conocimos –dijo obligándose a mirarlo a los ojos–. ¿Cómo has podido…?

–¿Qué querías que hiciera? ¿Estrecharte la mano y decirte: «Hola, soy Ronan y dentro de unos años estaré ciego»? Es una forma maravillosa de ligar –dijo Ronan alzando la voz.

La amargura de sus palabras se le clavó a Kerry como un puñal en el pecho.

–No es eso lo que te estoy diciendo. Pero no me dejaste elegir. ¿Es que no lo sabes? ¡Es lo que has hecho en todo momento con todo! Como si fuera una mujer débil e indefensa incapaz de enfrentarse a nada. ¿Es así como me ves?

–Sí, porque ya ves cómo te estás tomando el descubrimiento.

–No me lo he tomado bien porque me lo habías ocultado –¿cómo podía ser tan estúpido?

–Déjalo ya, Kerry ¿Qué querías que hiciera? Tú eres de las personas que dan. Lo has dado todo por los demás: ¡toda tu vida! No voy a añadir mi nombre a la lista. No quiero compasión.

–Y siempre has considerado que el hecho de dar es uno de mis defectos, ¿verdad? –dijo Kerry alzando la voz al igual que él–. Pues permite que te diga que no me conoces ni la mitad de bien de lo que crees. Porque yo soy la fuerte de mi familia, la que la mantiene unida, la que está siempre ahí para apoyarlos o aconsejarles o ayudarlos cuando tienen problemas. Y si crees que una mujer débil es capaz de hacer eso, es que eres más idiota de lo que ya eres al pensar que te puedes encerrar en una habitación y pudrirte. Te volverás loco, y lo sabes de sobra.

–No sabes cuáles son mis planes.

Ella se echó a reír, pero seguía furiosa.

–Sé que, sean cuales sean, suponen una serie de decisiones totalmente estúpidas.

–¿Como, por ejemplo, dejar que seas la fuerte de nosotros dos y obligarte a que renuncies a más de tus sueños? –los ojos le echaban chispas–. Puede que seas la fuerte de tu familia, Kerry, pero has tenido que pagar un precio. ¿Y ahora quieres hacer lo mismo conmigo y que me quede tan fresco?

–Fue lo que decidí hacer –respondió Kerry alzando la barbilla–. Y eso es lo único que no me has dejado hacer: decidir. Si yo te importara lo más mínimo, querrías que tuviera lo que deseo.

–¿No he intentado darte todo lo que querías durante todo el viaje?

–¿Incluyéndote a ti? –preguntó sorprendida–. Te entregaste a mí por pena, ¿verdad? ¿A una pobre mujer que necesitaba una aventura que le alegrara su triste vida?

–Cedí –respondió Ronan, que parecía a punto de explotar– porque no podía dejar de desearte más que a nada en el mundo, más de lo que he deseado a alguien o algo en mi vida.

–Pero no lo suficiente como para confiar en mí –Kerry volvió a mirar el río, incapaz de creer lo que oía. El corazón le seguía latiendo con fuerza, pero trató de parecer tranquila al hablar–. No tenía ni idea de que tuvieras tan mala opinión de mí.

Lo miró con el rabillo del ojo en el momento en que él se puso a maldecir a los cuatro vientos. Luego la fulminó con la mirada.

–¡Esto no tiene nada que ver contigo! Yo tomo mis propias decisiones. Nadie lo hace por mí.

A pesar de lo mucho que temblaba, Kerry consiguió esbozar una sonrisa cruel.

–¡Ah, desde luego! Lo has dejado muy claro: esto no tiene nada que ver conmigo.

Desde el principio, él no había tenido intención de que formara parte de su vida: ni ella ni nadie. Iba a construir su propio infierno particular, donde no cabía nadie más; mucho menos una mujer incapaz de quererlo lo suficiente como para considerar que él era algo más que su capacidad de ver. ¿En serio creía que ella habría reaccionado como lo había hecho si no lo amara tanto?

Ronan trataba de recuperar el control sobre sí mismo inspirando profundamente, con las manos en las caderas y la cabeza echada hacia atrás. Al cabo de un rato, la bajó y miró a Kerry a los ojos.

–No puedo pasar por esto junto a ti. Bastante tendré con adaptarme a…

–Eres un egoísta y un hijo de…

–¿Soy egoísta por no querer que renuncies a tu vida para ser mi niñera? No lo entiendo.

–¿Así que lo hiciste por mí, porque no soy una mujer lo suficientemente fuerte para quererte en lo bueno y en lo malo? ¿O lo hiciste por ti, porque soy una mujer que se obligaría a quererte porque se compadece de ti? En cualquiera de los dos casos, fallo lamentablemente, ¿verdad? Has decidido que soy incapaz de quererte porque tú eres tú. No me permites mirarte a los ojos y decidir por mí misma si quiero pasar el resto de mi vida contigo sin tener en cuenta lo que nos depare el destino. ¿Cómo te atreves a decidir lo que siento o dejo de sentir? –no podía dejar de llorar. ¿Cómo era posible que él pensara así? En realidad, ella no le importaba lo más mínimo. Y eso era todo. El viaje había terminado. No la amaba.

Dio un paso atrás. No tenía sentido continuar. Él dio un paso hacia delante.

–No te acerques, Ronan –se secó las lágrimas con la manga sin darse cuenta de que aún tenía las pastillas para el dolor de cabeza en la mano. Era ella quien las iba a necesitar. No podía volver a mirarlo. Le hacía demasiado daño. Dio media vuelta y se alejó sin pensar siquiera en si él la seguía o no hasta que se le ocurrió una última cosa. Dio la vuelta y deshizo el camino andado.

Ronan estaba petrificado, furioso. Todo su cuerpo irradiaba la ira que sentía.

–Una cosa más: si la situación fuera la inversa, si fuera yo la que estuviera perdiendo la vista y tú estuvieras enamorado de mí, ¿te quedarías conmigo por pena? ¿O te bastaría con que yo también te quisiera? –los ojos se le volvieron a llenar de lágrimas–. ¿Me odiarías si hubiera utilizado el truco que tú has usado? ¿Tanto como te odio yo ahora? Porque si me hubieras permitido elegir, no te habría elegido forzosamente a ti, Ronan, sino a nosotros. Durante un tiempo me ha parecido que, juntos, dominábamos el mundo. Así me he sentido cuando había un «nosotros». Pero, en realidad, nunca lo ha habido, ¿no es así? –se echó a reír con una risa falsa–. Fue lo que decidiste y ahora nunca sabremos lo que yo habría elegido. Y retiro lo de que me alegra haberte conocido –asintió con la cabeza para darle más énfasis mientras se daba la vuelta por última vez–. ¡Ojalá no lo hubiera hecho!