Capítulo 7

 

 

 

 

 

KERRY pensó que su idea del paraíso en la Tierra se reducía a unas cuantas cosas básicas: hacer realidad todos sus caprichos, ya fuera recorrer a caballo la playa durante el crepúsculo o ir en barca a una isla desierta a pasar el día los dos solos con la comida que les preparaba Abbie, compuesta de langosta, bollitos de pan con mantequilla, ensalada, piña, papaya y zumo de melón. A pesar de todo, Ronan se había quejado amargamente porque no había tarta.

Y luego estaban las horas que pasaban flotando en un mar de coral y viendo toda clase de peces de colores. Ronan le decía el nombre de cada uno cuando salían a la superficie a respirar y ella, entre risas, le explicaba los que había visto. Él se reía a su vez al verla sin aliento por tratar de resistir bajo el agua el mayor tiempo posible.

Después estaba la hamaca para dos de la que Ronan decidió apropiarse después de las deliciosas comidas de Abbie. Se tumbaban juntos y se mecían mientras los acariciaba la brisa marina y se contaban historias de la niñez o cuáles habían sido las peores citas para salir que habían tenido; o él le sonsacaba más lugares de su lista fantástica y le hablaba de ellos si había estado allí, lo cual era así en la mayor parte de los casos; e incluso a veces hablaban de lo que podría incluirse en el libro que ambos habían olvidado de manera muy conveniente desde que llegaron a la isla. Todo ello entre suaves besos que no acababan nunca.

El paraíso en la Tierra.

Pero, a pesar de todas aquellas experiencias maravillosas, para Kerry era el paraíso porque Ronan estaba con ella. Compartirlas era lo que convertía las experiencias en momentos para recordar el resto de su vida.

Se estaba enamorando de él.

Se dijo que era por el ambiente romántico de la isla, por compartir tantas experiencias mágicas que nunca habría soñado vivir. Trató de utilizarlas para explicarse lo que sentía cada vez que lo miraba. Pero la única razón era él.

Y no podía impedir que aquel sentimiento creciera, por lo que su deseo aumentaba cada día, sobre todo por la noche, en el bungaló, cuando intentaba escuchar si él se movía en la cama de la terraza mientras ella yacía en la de cuatro columnas, pensada para dos personas.

Les quedaban dos días y tres noches en el paraíso. Y no quería que siguieran apartados el uno del otro, aunque, al final, tuviera que dejar que Ronan se marchara.

Las palabras de Abbie seguían resonando en su mente mucho después del paseo que habían dado después de cenar: «Si te importa tanto como creo, no te des por vencida».

Las cenas se habían convertido en otro momento para recordar. Frank presidía la larga mesa bajo los árboles, iluminada por faroles y decorada con orquídeas. Se había sentido bien recibida en el grupo desde la primera noche. Era evidente el afecto que se profesaban. Y Ronan no se había sentido cohibido ante sus amigos: tomaba su mano o le pasaba el brazo por la cintura para atraerla hacia sí después de abandonar todo intento de seguir hablando debido a la llegada de la tarta de trufa de Abbie.

Aunque Kerry pronto se había dado cuenta de que lo de la mano en la cintura era un truco de Ronan para quitarle parte de su porción mientras le hacía cosquillas. Pero se lo veía feliz de que sus amigos hubieran reconocido que era «suya». Y ella sentía que su confianza aumentaba.

Ya durante la tercera noche de su estancia, él se inclinaba para susurrarle algo al oído, o le colocaba un mechón de pelo tras la oreja, o la besaba en la sien o la miraba con tal intensidad que ella observaba a los demás para ver si se habían dado cuenta de que se le habían puesto los nervios de punta.

En la cuarta noche, cada vez que Kerry miraba a los otros, se encontraba con Abbie observándolos, a veces con una mirada de franca curiosidad; otras, con el ceño fruncido; y otras, con una sonrisa de afecto que le hacía pensar a Kerry que aprobaba lo que veía, lo cual se confirmó en el paseo nocturno que acababan de dar por la playa camino del bungaló. Ronan y Frank iban delante de ellas, y Abbie la tomó del brazo y sonrió.

–Me alegro de que te haya traído a vernos.

–Yo también. No te haces una idea de cómo he disfrutado. Tenéis una suerte increíble de vivir aquí.

–Creemos que sí –apretó el brazo de Kerry–. Tienes que volver.

–Lo haré –lo dijo en serio, a pesar de que la idea de hacerlo sin Ronan le resultaba muy dolorosa. Tenía que controlar mejor sus emociones.

–Se os ve bien juntos.

–Bueno, en realidad no lo estamos –se puso colorada. No quería que Abbie creyese que había algo que no existía; o peor aún, que le dijera a Ronan que ella creía que lo había, porque ése no era el acuerdo al que habían llegado.

–Sí, lo estáis, aunque no lo queráis reconocer –la miró a la cara durante unos instantes y después comprobó la distancia a la que se hallaban los hombres antes de bajar la voz–. Si te importa tanto como creo, no te des por vencida. Ten paciencia –se encendió una luz en el bungaló y Abbie la abrazó en el momento en que reaparecido Frank–. A veces resulta una persona difícil, ya lo sé –le susurró–, pero merece la pena.

–Lo sé –contestó Kerry con un nudo en la garganta por la emoción.

Y lo decía en serio, aunque no se imaginaba que un trotamundos como él pudiera ser feliz con alguien que sólo se las arreglaba para viajar una vez al año en el mejor de los casos.

Frank la besó en la mejilla y le dio las buenas noches antes de marcharse bailando el vals con su esposa por la orilla de la playa. Kerry siguió oyendo sus risas mucho después de haber entrado en el bungaló.

Pero siguió escuchando la voz de Abbie horas después, cuando oyó que Ronan se removía en la cama. Contuvo la respiración para tratar de oír la de él, cosa que había intentado desde la primera noche sin resultado.

–Sigues despierta, ¿verdad? –Ronan habló en voz tan baja que, si no lo hubiera estado, no lo habría oído.

–¿Cómo lo sabes?

–No estás roncando.

–¡Yo no ronco! –exclamó indignada–. Y si lo hiciera, no deberías decírmelo.

–Es otra de tus reglas, ¿no?

–Sí –dijo ella sonriendo–. Se supone que la mujeres no roncan.

–Estoy seguro de que tu abuela ronca como un batallón de soldados y también de que no le importa que se sepa.

La amada abuela de Kerry se había convertido en una de las mayores fuentes de diversión en las conversaciones en la hamaca.

–Mi abuela dice que, a su edad, se puede permitir el lujo de hacer lo que quiera, sin importarle lo que diga o piense la gente. Tampoco hace caso cuando le dicen lo que ya no puede seguir haciendo.

–Creo que me he enamorado de tu abuela. ¿Crees que tengo alguna posibilidad?

Era muy probable que ella también se enamorara de él. ¿No lo hacían todos?

–¿Y tú por qué estás despierto?

–¿Y tú?

–Te lo he preguntado yo primero.

–No puedo dormir.

Kerry emitió una serie de sonidos inarticulados.

–¿Es todo lo que se te ocurre? –se rió él.

–Es evidente que llevo demasiado tiempo contigo.

–Pues quiero que sepas que poseo un extenso vocabulario y no sólo en mi lengua. Hablo tres idiomas con fluidez –afirmó él.

–Venga, dime algo en uno de ellos.

–Muy bien: Je n’avais jamais rencontré quelqu’un comme vous. Mais je suis très heureux que je vous ai rencontré.

¿Cómo era posible que su voz pareciera aún más sexy en francés? Era injusto.

–¿Y qué significa?

–Que prometo no volverte a decir que roncas.

–Estupendo. Je suis heureuse je vous ai rencontré aussi. Même si vous dites le mensonge impair d’eviter de dire réellement quelque chose de gentil à moi.

–¡Maldita sea! ¿Qué tal el italiano?

–Si quieres, puedes decirme en italiano que nunca has conocido a nadie como yo y que te alegras de haberlo hecho. Y yo te volveré a contestar que me alegro de haberte conocido, aunque no con tanta facilidad como en francés –sonrió en la oscuridad con el corazón lleno de alegría ante su confesión–. El director de un hotel suele aprender las nociones básicas de las lenguas extranjeras más usadas. Y podrías decirme cosas agradables con más frecuencia en vez de mentirme para no reconocer que me las has dicho.

–Ándate con cuidado o iré a demostrarte lo agradable que puedo ser.

–Promesas, promesas…

Lo dijo sin querer y tuvo que vencer el deseo instintivo de hacerse un ovillo para contener el gemido de vergüenza que intentaba salir de sus labios. ¿Cómo había podido decirle eso? Era lo que pensaba, pero…

¿Qué se esperaba Ronan tras tantos besos y caricias y juegos en la arena y en la hamaca. No era de extrañar que lo deseara todas las noches con tanta intensidad en aquella cama enorme pensada para una pareja en su luna de miel.

–Si voy, todos los esfuerzos que he hecho por portarme como un caballero habrán sido en balde. He visto el camisón que llevas puesto.

Kerry tragó saliva, se pasó la lengua por los labios y controló la respiración antes de responder:

–Fuiste tú el que lo puso en el montón, ¿no te acuerdas?

–Verte de pasada con él puesto es totalmente distinto, créeme.

–Me ves en biquini todos los días.

–Ya lo sé. Por eso tengo que hacer tantos esfuerzos para ser un caballero.

–Entonces no te parezco repulsiva.

–No –lanzó un suspiro de impaciencia–. Si lo fueras, no me supondría problema alguno tener que dormir aquí sabiendo que estás al otro lado llevando puesto lo que llevas.

–Puedo quitármelo si lo prefieres –dijo ella tratando de provocarlo.

Hubo movimiento en la otra cama seguido de un gemido, lo que hizo sonreír a Kerry. El corazón le empezó a latir más deprisa al pensar en el esfuerzo que estaba haciendo Ronan para quedarse donde estaba.

–¿Te escondes bajo la almohada? –le preguntó.

–Oye –alzó la voz, y su tono de frustración le indicó que había ido demasiado lejos–. Sigo intentando que esto no resulte más complicado de lo que es. Haz el favor de ayudarme.

–Tienes razón. Ya es demasiado complicado.

–Claro que tengo razón, y claro que lo es.

–Y nuestras vidas son muy distintas –dijo Kerry.

–Así es.

–Cuando se acabe el viaje, no habrá razón alguna para que nuestros caminos vuelvan a cruzarse.

–Exactamente.

–Es probable que no volvamos a vernos.

–Lo sé –dijo él en voz baja y resignada.

–Dices que querrías hacer realidad todas las fantasías de mi lista, ¿verdad?

–No vayas por ahí –dijo él con voz ahogada.

–El caso es que he pensado en añadirte a la lista –afirmó ella con voz entrecortada, apenas un susurro, tratando de jugárselo todo a una carta mientras aún se atreviera–. Y cada día que nos besamos y acariciamos… pues… hace que todo sea más…

Lo estaba haciendo fatal.

–Kerry…

–Verás, tampoco puedo dormir sola porque… –inspiró profundamente y lo volvió a intentar. Las palabras le salieron atropelladamente–. Te echo de menos a mi lado al haberme acostumbrado a tenerte cerca. Por las tardes, en la hamaca, no tengo problemas para echar una cabezada. Pero aquí me dedico a pensar en ti, que estás tan cerca, lo cual debe de significar que te necesito a mi lado, y esa necesidad…

Se oyó un golpe y una maldición ahogada.

–No te muevas. Y no te quites nada. Lo digo en serio. Voy a tu cama.

Kerry contuvo la respiración. El corazón le latía con tal furia que apenas pudo oír a Ronan hasta que la cama se hundió por detrás de ella y la agarró por la cintura para atraerla hacia donde él estaba, encima de las sábanas. Y durante unos segundos, después de que él doblara las rodillas y las apoyara en su cuerpo y dejara descansar la barbilla en su cabeza, Kerry se quedó inmóvil, esperando, hasta que Ronan se estremeció como si le hubiera costado mucho dar aquel paso cuando había estado intentando desesperadamente no hacerlo.

Por fin, el deseo que había anidado en el pecho de ella se liberó y se trasformó en lágrimas silenciosas. Deseaba con toda su alma que Ronan confiara en ella, que creyera en ella y que le abriera su corazón como ella le había abierto el suyo.

–No llores –la giró hacia él y la abrazó. Le acarició las mejillas húmedas con la punta de los dedos, con una ternura infinita–. No llores por mi culpa, ¿me oyes?

–Te oigo –la increíble suavidad de su voz ronca calmó su corazón dolorido.

–Te veo incluso en la oscuridad. ¿Lo sabías? –le acarició las sienes y se detuvo en las cejas mientras seguía hablando–. En este momento veo tu cara al sol, como cada día, sonriendo como lo haces. Lo veo todo ahora mismo, Kerry, del mismo modo que por la noche, mientras estoy acostado, te veo con el camisón. O sin él, sería mejor decir.

El llanto de ella se transformó en risa.

–Sigues siendo incorregible.

–Ya lo sabes –su voz delató que estaba sonriendo. Le acarició los ojos antes de descender a la nariz, como si estuviera grabándose su cara en la memoria a través del tacto–. Así que no llores por mi culpa.

–Lo siento –sentía haber estropeado las cosas por ser tan emotiva. Todo había sido perfecto desde que llegaron a la isla. Y ella había destruido parte de esa magia por no dejar las cosas como estaban.

–Tampoco te disculpes –sus dedos se habían trasladado de la nariz al cuello–. No te disculpes por ser quien eres. Sientes las cosas y no te asusta demostrarlo. La mayoría de las mujeres tiene miedo de hacerlo.

La antigua Kerry también lo tenía. Aunque se hubiera atrevido a decírselo, no habría podido formar las palabras porque Ronan había comenzado a acariciarle los labios, desde las comisuras hacia el centro, hasta que ella los abrió para respirar.

–No cambies. Y no llores.

El primer beso fue tan desgarradoramente tierno que ella suspiró en su boca y le puso la mano en el pecho desnudo. La fue desplazando hasta su corazón, cuyo latido podía percibir. Recostó la cabeza en la almohada para que a él le fuera más fácil besarla. Ronan dudó un segundo antes de volver a besarle los labios. Y así estuvieron besándose un buen rato. Y el ruido del mar fue el único sonido que acompañó su respiración, lenta y profunda al principio, rápida y corta cuando los besos tiernos dejaron de bastarles.

Una de las grandes manos de Ronan descendió hasta la suave piel de los hombros de Kerry mientras la otra jugueteaba con su pelo esparcido en la almohada. La de ella seguía junto a su corazón, en tanto que con la otra le acariciaba cada músculo del brazo deleitándose en su sensualidad masculina y en la deliciosa sensación de femineidad que experimentaba.

–Mmm… –gimió él junto a sus labios.

–Mmm… –repitió ella sonriendo en medio del beso, incapaz de romper el contacto el tiempo suficiente como para decir algo coherente.

Ronan volvió a gemir, y el sonido vibró en su pecho, bajo la mano de Kerry.

–Tenemos… que…

–Mmm… –respondió ella. Había llegado al hombro con la mano y lo utilizó como palanca para subirse encima de él y extender su cuerpo sobre el suyo. Sus senos se aplastaron sobre su pecho y sus piernas se alinearon con las suyas. Lo único que los separaba era la sábana y su camisón.

Ronan le tomó el rostro entre las manos y le echó la cabeza hacia atrás para dejar de besarla y poder hablar. Respiraba agitadamente.

–Tenemos que parar, Kerry. Me había prometido que no llegaríamos tan lejos.

–No querías aprovecharte de mí, ¿eh? –sonrió en la oscuridad.

–Justamente –contestó él suspirando.

–Sin embargo, no me habías dicho nada al respecto.

–No me parecía un buen tema para iniciar una conversación.

Acarició el pelo de Kerry con una mano y descendió por su hombro hasta la seda que le cubría la espalda. Kerry sonrió porque no podía dejar de acariciarla mientras intentaba que dejaran de hacer lo que estaban haciendo. «Obras son amores y no buenas razones», decía el refrán.

–Y yo, ¿no puedo decir nada al respecto? –preguntó ella.

–Será mejor que no lo hagas.

Ella se retorció un poco para acomodarse mejor y sintió que el cuerpo de él se ponía tenso bajo el suyo. Si se lo proponía, ganaría aquella batalla con facilidad. Y nunca antes había seducido a un hombre.

–¿Peso mucho?

–No –respondió él entre dientes.

Ella volvió a moverse sobre él.

–Pero podrías dejar de hacer eso –gruñó él.

–¿Quieres saber lo que creo? Pues creo que en nuestra asociación tiene que haber mayor igualdad.

–No me digas.

–Sí, verás: hasta ahora te he hecho caso en todo lo que has decidido.

–¿En serio? –Ronan se echó a reír con incredulidad.

–Claro que sí. Se supone que éste es mi viaje, pero tú has tomado todas las decisiones y has tratado de que mis fantasías se hicieran realidad, ¿verdad? –no le permitió interrumpirla–. Y me encanta, no me malinterpretes.

–¿Pero?

–Pero no hace falta que decidas todo por mí. Ya soy mayor. Lo que tenga que suceder, sucederá, ¿recuerdas? Y no creo que estuvieras aquí si no te resultara tan difícil como a mí evitar que suceda.

–Creo que eso ya había quedado claro.

–Entonces, ¿por qué luchamos contra ello?

–Porque me importas demasiado y no quiero hacerte daño.

Kerry ya lo sabía. Si hubiera estado más segura de sí misma, probablemente lo habría sospechado mucho antes. Pero la forma en que se había comportado con ella en aquellos momentos, la ternura de su voz y de sus caricias, y sus palabras, que habrían ablandado el corazón más duro… le habían demostrado que le importaba.

–¿Sabes lo que diría mi abuela si estuviera aquí?

–¿Después de liarse a patadas conmigo por estar en tu cama?

–Si te conociera, fingiría no saber dónde estabas mientras pronunciaba sus palabras cargadas de sabiduría. Ahora que lo pienso, dijiste algo parecido a lo que ella diría cuando nos conocimos en el avión. Algo sobre los postres.

–De acuerdo, locuela, tú ganas. ¿Qué dije?

–Que la vida es muy corta.

Ronan se puso tenso bajo ella y dejó de acariciarle la espalda. Kerry bajó la voz y siguió hablando con paciencia, del modo que alguien que conocía a Ronan mejor que ella le había aconsejado.

–Mi abuela añadiría que hay que aferrarse a la felicidad cuando se la encuentra, sin tener en cuenta lo que pueda durar.

Ronan no dijo nada, pero era evidente lo tenso que estaba, y ella sentía con cuánta fuerza le latía el corazón. Se dio cuenta de que seguía luchando y de que la batalla era terrible. De eso se percató de modo instintivo. Lo que no entendía era por qué. Le había dicho con toda claridad que lo deseaba, y era obvio que él la deseaba. Y los días que llevaban besándose los habían llevado adonde se encontraban.

«A veces puede resultar difícil, pero merece la pena».

Y él no había hecho ningún intento de apartarse, así que le pareció una buena señal, por lo que apoyó la cabeza en su pecho y las manos, en sus hombros. Se quedó así, inmóvil, simplemente porque era donde quería estar y porque no se iba a dar por vencida.

Que Ronan se tomara todo el tiempo que necesitara para reflexionar sobre lo que le había dicho. Sería paciente. Esperaría. Y seguiría diciéndole que lo deseaba, porque le parecía que se lo merecía y porque lo quería.

Había comenzado a enamorarse de él desde que vio sus maravillosos ojos. Y ya lo estaba perdidamente.