XIV
Percy

Percy había visto a Frank rodeado de ogros caníbales, enfrentándose a un gigante imposible de matar e incluso liberando a Tánatos, el dios de la muerte. Pero nunca había visto a Frank tan aterrado como en ese momento, al descubrir que los dos se habían amodorrado en los establos.

—¿Qué…? —Percy se frotó los ojos—. Oh, nos hemos dormido.

Frank tragó saliva. Iba vestido con unas zapatillas de correr, unas bermudas oscuras y una camiseta de manga corta de los Juegos Olímpicos de Invierno de Vancouver con su insignia de centurión romano prendida al cuello (un detalle que a Percy se le antojó o triste o esperanzado, ahora que eran unos renegados). Frank apartó la vista, como si la imagen de ellos juntos pudiera hacerle arder.

—Todo el mundo cree que os han secuestrado —dijo—. Hemos estado registrando el barco. Cuando el entrenador Hedge se entere… Dioses, ¿habéis estado aquí toda la noche?

—¡Frank! —Annabeth tenía las orejas rojas como tomates—. Solo bajamos a hablar. Nos quedamos dormidos sin querer. Nada más.

—Nos besamos un par de veces —dijo Percy.

Annabeth le lanzó una mirada asesina.

—¡No estás ayudando!

—Más vale que… —Frank señaló las puertas del establo—. Tenemos que reunirnos para desayunar. ¿Estáis dispuestos a explicar lo que habéis hecho… quiero decir, lo que no habéis hecho? No quiero que ese fauno… digo, sátiro… me mate.

Frank echó a correr.

Cuando por fin todos estuvieron reunidos en el comedor, no fue tan terrible como Frank había temido. Jason y Piper se sintieron sobre todo aliviados. Leo no podía parar de sonreír y murmurar:

—Memorable. Memorable.

Solo Hazel parecía escandalizada, tal vez porque venía de la década de 1940. La chica no paraba de abanicarse la cara y evitaba mirar a Percy a los ojos.

Naturalmente, el entrenador Hedge se subió por las paredes, pero a Percy le costaba tomarse en serio al sátiro porque apenas medía más de un metro y medio de estatura.

—¡En mi vida! —rugió el entrenador, blandiendo su bate y derribando un plato de manzanas—. ¡Contra las normas! ¡Irresponsables!

—Entrenador, fue sin querer —dijo Annabeth—. Estábamos hablando y nos quedamos dormidos.

—Además, está empezando a parecerse a Término… —añadió Percy.

Hedge entornó los ojos.

—¿Es eso un insulto, Jackson? Porque si es así… ¡terminaré contigo, amigo!

Percy contuvo la risa.

—No volverá a pasar, entrenador. Se lo prometo. A ver, ¿no tenemos otras cosas de las que hablar?

Hedge echaba humo.

—¡Muy bien! Pero te estaré vigilando, Jackson. Y tú, Annabeth Chase, creía que tenías más sentido común…

Jason se aclaró la garganta.

—Bueno, a comer todo el mundo. Empecemos.

La reunión fue como un consejo de guerra con dónuts. Sin embargo, en el Campamento Mestizo solían mantener las discusiones más serias en la sala de juegos alrededor de una mesa de ping-pong, provistos de galletas saladas y salsa de queso, de modo que Percy se sintió como en casa.

Les habló de su sueño: los gigantes gemelos que planeaban recibirlos en un aparcamiento subterráneo con lanzacohetes; Nico di Angelo atrapado en una vasija de bronce, muriéndose poco a poco de asfixia con semillas de granada a sus pies.

Hazel contuvo un sollozo.

—Nico… Oh, dioses. Las semillas.

—¿Sabes lo que son? —preguntó Annabeth.

Hazel asintió.

—Me las enseñó una vez. Son del jardín de nuestra madrastra.

—Tu madra… Ah —dijo Percy—. Te refieres a Perséfone.

Percy había coincidido con la esposa de Hades en una ocasión. Ella no se había mostrado precisamente encantadora. También había estado en su jardín en el inframundo: un sitio horripilante lleno de árboles de cristal y de flores de color rojo sangre y blanco fantasmal.

—Esas semillas son un alimento reservado como último recurso —dijo Hazel. Percy notó que estaba nerviosa porque todos los cubiertos de la mesa empezaron a moverse hacia ella—. Solo los hijos de Hades pueden comerlas. Nico siempre las guardaba por si alguna vez se quedaba atrapado. Pero si de verdad está encerrado…

—Los gigantes están intentando atraernos —dijo Annabeth—. Dan por supuesto que intentaremos rescatarlo.

—¡Pues tienen razón! —Hazel miró alrededor de la mesa, y su seguridad se desmoronó visiblemente—. ¿Verdad?

—¡Sí! —chilló el entrenador Hedge con la boca llena de servilletas—. Habrá que luchar, ¿no?

—Por supuesto que le ayudaremos, Hazel —dijo Frank—. Pero ¿cuánto tiempo tenemos hasta que…? O sea, ¿cuánto tiempo puede resistir Nico?

—Un grano de granada por día —dijo Hazel tristemente—. Eso si entra en un trance mortal.

—¿Un trance mortal? —Annabeth frunció el entrecejo—. No suena muy divertido.

—Eso evita que consuma todo el aire —dijo Hazel—. Como la hibernación o el coma. Un grano puede mantenerlo durante un día, a duras penas.

—Y le quedan cinco granos —dijo Percy—. Eso son cinco días, incluido hoy. Los gigantes deben de haberlo planeado de esa forma para que lleguemos el 1 de julio. Suponiendo que Nico esté escondido en alguna parte de Roma…

—No es mucho tiempo —recapituló Piper. Posó la mano en el hombro de Hazel—. Lo encontraremos. Por lo menos ahora sabemos lo que significan los versos de la profecía. «Los gemelos apagarán el aliento del ángel, que posee la llave de la muerte interminable.» El apellido de tu hermano: Di Angelo. Angelo es «ángel» en italiano.

—Oh, dioses —murmuró Hazel—. Nico…

Percy se quedó mirando su dónut relleno. Había tenido una relación difícil con Nico di Angelo. En una ocasión, el chico lo había engañado para que visitara el palacio de Hades, y Percy había acabado en una celda. Pero la mayoría de las veces, Nico se ponía de parte de los buenos. Desde luego no se merecía ahogarse lentamente en una vasija de bronce, y Percy no soportaba ver que Hazel sufría.

—Lo rescataremos —le prometió—. Tenemos que rescatarlo. La profecía dice que él posee la llave de la muerte interminable.

—Así es —dijo Piper de forma alentadora—. Hazel, tu hermano fue a buscar las Puertas de la Muerte al inframundo, ¿verdad? Debió de encontrarlas.

—Él puede decirnos dónde están —dijo Percy— y cómo cerrarlas.

Hazel respiró hondo.

—Sí. Bien.

—Eh… —Leo se removió en su asiento—. Una cosa. Los gigantes esperan que hagamos eso, ¿verdad? ¿Y vamos a caer en la trampa?

Hazel miró a Leo como si hubiera hecho un gesto grosero.

—¡No tenemos alternativa!

—No me malinterpretes, Hazel. Es solo que tu hermano, Nico… sabía lo de los campamentos, ¿verdad?

—Bueno, sí —dijo Hazel.

—Ha estado pasando de un campamento a otro —dijo Leo—, y no se lo decía a ninguno de los dos bandos.

Jason se inclinó hacia delante con expresión seria.

—Te estás preguntando si podemos fiarnos de él. Yo también.

Hazel se levantó de golpe.

—No me lo puedo creer. Es mi hermano. Él me trajo del inframundo, ¿y no queréis ayudarle?

Frank posó la mano en su hombro.

—Nadie está diciendo eso. —Lanzó una mirada fulminante a Leo—. Más vale que nadie esté diciendo eso.

Leo parpadeó.

—Mirad, chicos, lo único que digo es…

—Hazel —dijo Jason—. Leo ha hecho una observación razonable. Recuerdo a Nico del Campamento Júpiter. Y ahora me entero de que también visitó el Campamento Mestizo. Me parece… bueno, un poco turbio. ¿Sabemos a quién es leal? Tenemos que tener cuidado.

A Hazel le empezaron a temblar los brazos. Un plato de plata pasó zumbando hacia su cabeza, chocó contra la pared a su izquierda y desparramó los huevos revueltos que contenía.

—Tú… el gran Jason Grace… el pretor que yo tanto respetaba. Se suponía que eras muy justo, un líder fabuloso. Y ahora.

Hazel pateó el suelo y salió del comedor como un huracán.

—¡Hazel! —gritó Leo detrás de ella—. Vaya por Dios. Iré…

—Ya has hecho bastante —gruñó Frank.

Se levantó para seguirla, pero Piper le indicó con un gesto que esperara.

—Dale tiempo —recomendó Piper. A continuación, miró a Leo y a Jason con el ceño fruncido—. Eso ha sido muy cruel por vuestra parte.

Jason se quedó asombrado.

—¿Cruel? ¡Solo estoy siendo prudente!

—Su hermano se está muriendo —dijo Piper.

—Iré a hablar con ella —insistió Frank.

—No —dijo Piper—. Antes deja que se calme. Confía en mí. Iré a ver qué tal está dentro de unos minutos.

—Pero… —Frank resopló como un oso irritado—. Está bien. Esperaré.

Un ruido estridente como el de un gran taladro sonó arriba.

—Es Festo —dijo Leo—. He puesto el piloto automático, pero debemos de estar acercándonos a Atlanta. Tendré que subir… ejem, suponiendo que sepamos dónde aterrizar.

Todo el mundo se volvió hacia Percy.

Jason arqueó una ceja.

—Tú eres el capitán Agua Salada. ¿El experto tiene alguna idea?

¿Era resentimiento lo que se percibía en su voz? Percy se preguntó si en el fondo Jason estaba ofendido por el duelo de Kansas. Jason había bromeado acerca del tema, pero Percy suponía que los dos abrigaban cierto rencor. No se podía poner a pelear a dos semidioses y esperar que no se preguntaran quién era más fuerte.

—No estoy seguro —reconoció—. En algún lugar del centro, que sea elevado para que podamos tener una buena vista de la ciudad. ¿Un parque con un bosque, por ejemplo? No nos interesa hacer aterrizar un buque de guerra en pleno centro. Dudo que la Niebla pudiera ocultar algo tan grande.

Leo hizo un gesto afirmativo.

—Hecho.

Corrió hacia la escalera.

Frank se arrellanó otra vez en su silla con inquietud. Percy lo sentía por él. En el viaje a Alaska, había visto como Hazel y Frank se volvían íntimos. Sabía lo protector que era él con la chica. También reparó en la mirada torva que Frank estaba lanzando a Leo. Le pareció buena idea sacar un rato a Frank del barco.

—Cuando aterricemos, iremos de reconocimiento por Atlanta —dijo Percy—. Frank, me vendría bien tu ayuda.

—¿Quieres decir que me vuelva a transformar en dragón? Sinceramente, Percy, no quiero pasarme toda la misión haciendo de taxi volador para todos.

—No —dijo Percy—. Quiero que vengas conmigo porque tienes sangre de Poseidón. Tal vez tú puedas averiguar dónde hay agua salada. Además, se te da bien luchar.

Eso pareció hacer sentir un poco mejor a Frank.

—Claro. Supongo.

—Genial —dijo Percy—. Deberíamos llevar a alguien más. Annabetli…

—¡Oh, no! —gritó el entrenador Hedge—. Jovencita, estás castigada.

Annabeth lo miró fijamente, como si estuviera hablando en un idioma extranjero.

—¿Perdón?

—¡Tú y Jackson no iréis juntos a ninguna parte! —insistió Hedge. Lanzó una mirada fulminante a Percy, desafiándolo a que le llevara la contraria—. Yo iré con Frank y el señor Pervertido Jackson. ¡El resto de vosotros, vigilad el barco y aseguraos de que Annabeth no infringe más normas!

Maravilloso, pensó Percy. Una salida de chicos con Frank y un sátiro sanguinario para buscar agua salada en una ciudad sin acceso al mar.

—Va a ser la monda —dijo.