La corriente la asió como un puño y la arrastró a las profundidades. Forcejear era inútil. Cerró la boca, apretándola, esforzándose por no inspirar, pero le costó no dejarse llevar por el pánico. No veía más que un torrente de burbujas. Solo oía los movimientos de sus piernas y el estruendo apagado de los rápidos.
Había llegado a la conclusión de que iba a morir de esa forma: ahogada en una poza de una isla que no existía. Entonces, tan súbitamente como se había visto sumergida, fue empujada a la superficie. Se encontró en el centro de un remolino, capaz de respirar pero incapaz de liberarse.
A pocos metros de distancia, Jason salió a la superficie boqueando, con su espada en la mano. Se giró violentamente, pero no había ningún enemigo al que atacar.
A seis metros a la derecha de Piper, Aqueloo emergió del agua.
—Lo siento mucho —dijo.
Jason se abalanzó sobre él, invocando a los vientos para que lo sacaran del río, pero Aqueloo era más rápido y más poderoso. Una espiral de agua azotó a Jason y lo lanzó otra vez bajo el agua.
—¡Basta ya! —gritó Piper.
Usar su embrujahabla no le resultó fácil, revolcándose en un remolino, pero captó la atención de Aqueloo.
—Me temo que no puedo parar —dijo el dios del río—. No puedo permitir que Hércules se quede con mi otro cuerno. Sería humillante.
—¡Hay otra forma! —dijo Piper—. ¡No tiene por qué matarnos!
Jason salió de nuevo a la superficie con gran esfuerzo. Un nubarrón en miniatura se formó sobre su cabeza. Un trueno retumbó.
—Ni se te ocurra, hijo de Júpiter —lo regañó Aqueloo—. Si invocas un rayo, electrocutarás a tu novia.
El agua sumergió otra vez a Jason.
—¡Suéltelo! —Piper infundió a su voz todo el poder de la embrujahabla de la que pudo echar mano—. ¡Le prometo que no permitiré que Hércules se haga con su cuerno!
Aqueloo titubeó. Se acercó a Piper trotando a medio galope e inclinando la cabeza hacia la izquierda.
—Creo que lo dices en serio.
—¡Lo digo en serio! —prometió Piper—. Hércules es despreciable. Pero, por favor, suelte primero a mi amigo.
El agua se agitó donde se había sumergido Jason. Piper quería gritar. ¿Cuánto tiempo más podría aguantar la respiración?
Aqueloo la miró a través de sus gafas bifocales. Su expresión se suavizó.
—Ya veo. Tú serías mi Deyanira. Serías mi novia para resarcirme de mi pérdida.
—¿Qué? —Piper no estaba segura de haber oído bien. La cabeza le estaba dando vueltas en sentido literal por culpa del remolino—. En realidad estaba pensando…
—Ah, entiendo —dijo Aqueloo—. Te daba pudor proponerlo delante de tu novio. Claro, tienes razón. Yo te trataría mucho mejor que un hijo de Zeus. Podría arreglar las cosas después de todos estos siglos. No podría salvar a Deyanira, pero podría salvarte a ti.
¿Habían pasado treinta segundos? ¿Un minuto? Jason no podría aguantar mucho más.
—Tendrías que dejar morir a tus amigos —continuó Aqueloo—. Hércules se enfadaría, pero puedo protegerte de él. Podríamos ser muy felices juntos. Empecemos dejando que ese Jason se ahogue, ¿vale?
Piper apenas podía mantener el tipo, pero tenía que concentrarse. Ocultó su miedo y su ira. Era una hija de Afrodita. Tenía que usar las herramientas que le habían dado.
Sonrió lo más dulcemente que pudo y levantó los brazos.
—Sáqueme, por favor.
El rostro de Aqueloo se iluminó. Agarró las manos de Piper y la sacó del remolino.
Nunca se había montado en un toro, pero había montado pegasos a pelo en el Campamento Mestizo y recordaba lo que había que hacer. Aprovechó el impulso balanceando una pierna por encima del lomo de Aqueloo. A continuación, le inmovilizó el pescuezo con los tobillos, le rodeó la garganta con un brazo y desenvainó su daga con la otra. Pegó la hoja del arma a la barbilla del dios del río.
—Suelte… a… Jason. —Infundió toda su autoridad a la orden—. ¡Ahora!
Piper se dio cuenta de que su plan tenía muchos defectos. El dios del río podía disolverla en el agua. O podía sumergirla y esperar a que se ahogara. Pero, al parecer, su poder de persuasión surtió efecto. O tal vez Aqueloo estaba demasiado sorprendido para pensar con claridad. Probablemente no estaba acostumbrado a que las chicas guapas le amenazaran con rebanarle el pescuezo.
Jason salió disparado del agua como una bala de cañón humana. Atravesó las ramas de un olivo y se desplomó en la hierba. No debió de ser agradable, pero consiguió ponerse en pie jadeando y tosiendo. Alzó su espada, y las nubes oscuras se acumularon sobre el río.
Piper le lanzó una mirada de advertencia: «Todavía no». Ella aún tenía que salir del río sin ahogarse ni electrocutarse.
Aqueloo arqueó el lomo como si estuviera pensando en hacer una artimaña. Piper presionó el cuchillo más fuerte contra su garganta.
—Sea un toro bueno —le advirtió.
—Lo has prometido —dijo Aqueloo apretando los dientes—. Has prometido que Hércules no conseguirá mi cuerno.
—Y no lo conseguirá —dijo Piper—. Pero yo sí.
Levantó el cuchillo y cortó el cuerno del dios. El bronce celestial atravesó la base como si fuera barro húmedo. Aqueloo rugió de rabia. Antes de que pudiera recuperarse, Piper se levantó sobre su lomo. Con el cuerno en una mano y la daga en la otra, saltó hacia la orilla.
—¡Jason! —gritó.
Gracias a los dioses, él la entendió. Una ráfaga de viento la recogió y la llevó sana y salva a la orilla. Piper cayó al suelo rodando, y se le erizó el vello de la nuca. Un olor metálico inundó el aire. Se volvió hacia el río a tiempo para quedar deslumbrada.
¡BUM! Un rayo revolvió el agua y la convirtió en un caldero en ebullición que echaba vapor y siseaba por obra de la electricidad. Piper parpadeó para hacer desaparecer los puntos amarillos que veía mientras el dios Aqueloo gemía y se disolvía bajo la superficie. Su expresión horrorizada parecía preguntar: «¿Cómo has podido?».
—¡Corre, Jason!
Piper todavía estaba aturdida y aterrorizada, pero ella y Jason atravesaron el bosque con gran estruendo.
A medida que escalaba la colina, aferrando el cuerno del toro contra su pecho, Piper se dio cuenta de que estaba llorando, aunque no estaba segura de si se debía al miedo, al alivio o a la vergüenza por lo que le había hecho al viejo dios del río.
No redujeron la marcha hasta que llegaron a la cima de la colina.
Piper se sentía como una tonta, pero no paró de llorar al contarle a Jason lo que había pasado mientras él luchaba bajo el agua.
—No tenías opción, Piper. —Le posó la mano en el hombro—. Me has salvado la vida.
Ella se enjugó las lágrimas y trató de controlarse. El sol se estaba acercando al horizonte. Tenían que volver con Hércules rápido o sus amigos morirían.
—Aqueloo no te ha dejado ninguna alternativa —continuó Jason—. Además, dudo que ese rayo lo matara. Es un dios antiguo. Habría que destruir su río para destruirlo a él. Y puede vivir sin cuerno. Si te has visto obligada a mentir diciéndole que no se lo darías a Hércules…
—No mentía.
Jason la miró fijamente.
—Pipes… no tenemos alternativa. Hércules matará…
—Hércules no se merece esto.
Piper no estaba segura de dónde venía su ira, pero en su vida había estado más segura de algo.
Hércules era un cretino amargado y egoísta. Había hecho daño a demasiada gente, y quería seguir haciéndoles daño. Tal vez hubiera tenido mala suerte. Tal vez los dioses lo hubieran maltratado. Pero eso no le disculpaba. Un héroe no podía controlar a los dioses, pero debía ser capaz de controlarse a sí mismo.
Jason nunca sería así. Él nunca culparía a los demás de sus problemas ni antepondría el rencor a hacer lo correcto.
Piper no iba a repetir la historia de Deyanira. No iba a consentir lo que Hércules quería solo porque fuera guapo, fuerte y temible. Esa vez no se saldría con la suya, después de amenazar sus vidas y de enviarlos a amargarle la vida a Aqueloo para hacer daño a Hera. Hércules no se merecía un cuerno de la abundancia. Piper iba a ponerlo en su sitio.
—Tengo un plan —dijo.
Le dijo a Jason qué hacer. No se dio cuenta de que estaba empleando su poder de persuasión hasta que los ojos de él se pusieron vidriosos.
—Lo que tú digas —prometió él. A continuación parpadeó varias veces—. Vamos a morir, pero cuenta conmigo.
Hércules estaba esperándolos en el mismo sitio donde lo habían dejado. Estaba contemplando el Argo II, que se encontraba amarrado entre las columnas mientras el sol se ponía detrás. El barco parecía en buen estado, pero el plan de Piper había empezado a parecerle una locura incluso a ella.
Demasiado tarde para replanteárselo. Ya había enviado un mensaje de Iris a Leo. Jason estaba preparado. Y al volver a ver a Hércules, estuvo más segura que nunca de que no podía darle lo que quería.
Hércules no se alegró exactamente cuando vio a Piper con el cuerno del toro, pero las arrugas de su frente disminuyeron.
—Bien —dijo—. Lo habéis conseguido. En ese caso, podéis marcharos con libertad.
Piper lanzó una mirada a Jason.
—Ya le has oído. Nos ha dado permiso. —Se volvió de nuevo hacia el dios—. ¿Eso significa que nuestro barco podrá entrar en el Mediterráneo?
—Sí, sí. —Hércules chasqueó los dedos—. Venga, el cuerno.
—No —dijo Piper.
El dios frunció el entrecejo.
—¿Cómo?
Ella levantó la cornucopia. Desde que había cortado el cuerno de la cabeza de Aqueloo, el asta se había ahuecado, se había alisado y se había oscurecido por dentro. No parecía mágico, pero Piper confiaba en su poder.
—Aqueloo tenía razón —dijo—. Usted es su maldición del mismo modo que él es la suya. Es usted un héroe patético.
Hércules la miró fijamente como si estuviera hablando en japonés.
—¿Eres consciente de que podría matarte con solo mover el dedo? —dijo—. Podría lanzar el garrote a vuestro barco y atravesar el casco. Podría…
—Podrías cerrar el pico —dijo Jason, y desenvainó la espada—. Puede que Zeus se diferencie de Júpiter, porque yo no aguantaría a un hermano que se comportara como tú.
Las venas del cuello de Hércules se pusieron moradas como su túnica.
—No serías el primer semidiós al que mato.
—Jason es mejor que usted —dijo Piper—. Pero no se preocupe. No vamos a luchar contra usted. Vamos a marcharnos de esta isla con el cuerno. No se lo merece como premio. Me lo voy a quedar para recordar lo que no debe hacer un semidiós y para acordarme también de los pobres Aqueloo y Deyanira.
Los orificios nasales del dios se ensancharon.
—¡No vuelvas a pronunciar ese nombre! No pensarás de verdad que me preocupa el enclenque de tu novio. No hay nadie más fuerte que yo.
—No he dicho que sea más fuerte —lo corrigió Piper—. He dicho que es mejor.
Piper apuntó a Hércules con la boca del cuerno. Abandonó el rencor, las dudas y la ira que había estado albergando desde el Campamento Júpiter. Se concentró en todas las cosas buenas que había compartido con Jason Grace: volar en el Gran Cañón, pasear por la playa en el Campamento Mestizo, hacer manitas en el coro y contemplar las estrellas sentados junto a los fresales las tardes ociosas mientras escuchaban a los sátiros tocar las flautas.
Pensó en un futuro en el que los gigantes hubieran sido vencidos, Gaia estuviera dormida y ellos vivieran felices para siempre: sin envidia, sin monstruos contra los que luchar. Llenó su corazón de esos pensamientos y notó que la cornucopia se calentaba.
El cuerno expulsó un caudal de comida vigoroso como el río de Aqueloo. Un torrente de fruta fresca, productos horneados y jamones ahumados sepultaron por completo a Hércules. Piper no entendía cómo todas esas cosas podían caber por la abertura del cuerno, pero los jamones le parecieron especialmente adecuados.
Cuando hubo arrojado suficientes artículos para llenar una casa, el cuerno se cerró. Piper oyó gritar y forcejear a Hércules en algún lugar debajo de la pila de alimentos. Al parecer, hasta el dios más fuerte del mundo podía ser pillado por sorpresa enterrándolo bajo un alud de productos frescos.
—¡Vamos! —le dijo a Jason, que se había olvidado de su parte del plan y estaba mirando asombrado el montón de fruta—. ¡Vamos!
Jason agarró a Piper de la cintura e invocó el viento. Salieron disparados de la isla tan rápido que Piper casi se lesionó las cervicales, pero cada segundo contaba.
A medida que la isla se alejaba, la cabeza de Hércules asomó por encima del montón de artículos. Tenía la mitad de un coco encajado en la mollera, como un yelmo de guerra.
—¡Muerte! —rugió, como si tuviera mucha práctica en decirlo.
Jason aterrizó en la cubierta del Argo II. Afortunadamente, Leo había hecho lo que le correspondía. Los remos del barco ya estaban en modo aéreo. El ancla estaba levada. Jason invocó un temporal tan fuerte que los impulsó hacia el cielo, mientras Percy lanzaba una ola de tres metros contra la orilla y derribaba a Hércules por segunda vez bajo una cascada de agua marina y piñas.
Para cuando el dios se levantó de nuevo y empezó a arrojarles cocos muy por debajo de ellos, el Argo II ya estaba surcando las nubes sobre el Mediterráneo.