La cuenca se llenó a una velocidad alarmante. Piper, Jason y Percy aporrearon las paredes buscando una salida, pero no encontraron nada. Treparon a los huecos para ganar altura, pero con el agua que salía a raudales de cada nicho era como intentar mantener el equilibrio en el borde de una cascada. Incluso de pie en un nicho, a Piper pronto le llegó el agua a las rodillas. Desde el suelo, debía de haber unos dos metros y medio de profundidad, y la cifra aumentaba rápido.
—Podría intentar lanzar un rayo —dijo Jason—. Y abrir un agujero en el tejado, por ejemplo.
—Eso derrumbaría toda la sala y nos aplastaría —contestó Piper.
—O nos electrocutaría —añadió Percy.
—No tenemos muchas opciones —dijo Jason.
—Dejadme echar un vistazo al fondo —dijo Percy—. Si este sitio se construyó como una fuente, debe de haber una forma de vaciarla. Vosotros buscad alguna salida secreta en los nichos. A lo mejor las conchas son tiradores o algo así.
Era una idea desesperada, pero Piper se alegró de tener algo que hacer.
Percy se lanzó al agua. Jason y Piper treparon de nicho en nicho, pateando y golpeando, retorciendo conchas incrustadas en la piedra, pero no tuvieron suerte.
Antes de lo que Piper esperaba, Percy salió a la superficie boqueando y agitándose. Ella le ofreció la mano, y él estuvo a punto de tirarla al agua antes de que Piper pudiera ayudarle a subir.
—No podía respirar —dijo Percy con voz ahogada—. El agua… no es normal. Casi no vuelvo.
La fuerza vital de las ninfas, pensó Piper. Era tan sumamente venenosa y maléfica que ni siquiera un hijo del dios del mar podía controlarla.
A medida que el agua subía a su alrededor, Piper notó que también le afectaba. Los músculos de las piernas le temblaban como si hubiera corrido varios kilómetros. Las manos se le arrugaron y se le secaron, a pesar de estar en medio de una fuente.
Los chicos se movían lentamente. Jason estaba pálido. Parecía que le costara sostener la espada. Percy estaba empapado y temblaba. Su cabello ya no parecía tan oscuro, como si estuviera perdiendo el color.
—Nos están quitando el poder —dijo Piper—. Nos están consumiendo.
—Jason —dijo Percy tosiendo—, usa el rayo.
Jason levantó la espada. La sala retumbó, pero no apareció ningún rayo. El techo no se rompió. En lugar de ello, un aguacero en minatura se formó en lo alto de la estancia. Empezó a llover a cántaros, lo que llenó la fuente todavía más rápido, pero no era una lluvia normal. Se trataba de una sustancia tan oscura como el agua del charco. Cada gota escocía a Piper en la piel.
—No es lo que yo quería —dijo Jason.
El agua les llegaba ya hasta el cuello. Piper notaba que sus fuerzas se desvanecían. La historia que contaba su abuelo Tom sobre los caníbales del agua era cierta. Las ninfas perversas le arrebatarían la vida.
—Sobreviviremos —murmuró para sí, pero no podía salir del aprieto usando la embrujahabla.
Pronto el agua venenosa les cubriría la cabeza. Tendrían que nadar, y la sustancia los estaba paralizando.
Se ahogarían, como en las visiones que había contemplado.
Percy empezó a apartar el agua con el dorso de la mano, como si estuviera espantando a un perro malo.
—¡No puedo… controlarla!
«Tendrás que sacrificarme —había dicho el perro esqueleto del cuento—. Debes lanzarme al agua.»
Piper se sentía como si alguien la hubiera agarrado por la nuca y hubiera dejado sus huesos a la vista. Cogió la cornucopia.
—No podemos luchar contra esto —dijo—. Si nos contenemos, nos debilitará todavía más.
—¡¿Qué quieres decir?! —gritó Jason por encima de la lluvia.
El agua les llegaba hasta la barbilla. Unos centímetros más y tendrían que nadar. Sin embargo, el agua todavía no había alcanzado la mitad de profundidad hasta el techo. Piper esperaba que eso significara que todavía tenían tiempo.
—El cuerno de la abundancia —dijo—. Tenemos que desbordar a las ninfas con agua fresca, darles más de la que necesiten. Si podemos diluir esta sustancia venenosa…
—¿Puede hacer eso tu cuerno?
Percy se esforzaba por mantener la cabeza por encima del agua; estaba claro que era una experiencia nueva para él. Parecía muerto de miedo.
—Solo con vuestra ayuda.
Piper estaba empezando a entender cómo funcionaba el cuerno. Las cosas buenas que generaba no salían de la nada. Ella no había podido sepultar a Hércules en comestibles hasta que se había concentrado en todas sus buenas experiencias con Jason.
Para crear suficiente agua fresca y clara para llenar aquella estancia tenía que profundizar todavía más, aprovechar sus emociones aún más. Lamentablemente, estaba perdiendo la capacidad de concentración.
—Necesito que los dos canalicéis todo lo que tengáis en la cornucopia —dijo—. Percy, piensa en el mar.
—¿Agua salada?
—¡Da igual! Mientras esté limpia. Jason, piensa en borrascas… mucha lluvia. Agarrad la cornucopia los dos.
Se apiñaron mientras el agua los elevaba de sus salientes. Piper trató de recordar las lecciones de seguridad que su padre le había dado cuando habían empezado a hacer surf. Para ayudar a alguien que se estaba ahogando, tenías que rodearlo con el brazo por detrás y empujar con las piernas por delante, moviéndote hacia atrás como si estuvieras nadando de espalda. No estaba segura de que la misma estrategia diera resultado con dos personas, pero rodeó a cada chico con un brazo y trató de mantenerlos a flote mientras ellos sostenían la cornucopia en medio.
No pasó nada. Llovía a mares, y el agua era igual de oscura y ácida que antes.
Piper notaba las piernas como si fueran de plomo. El agua se le arremolinaba y amenazaba con hundirla. Notaba que sus fuerzas se desvanecían.
—¡Es inútil! —chilló Jason, escupiendo agua.
—No estamos consiguiendo nada —convino Percy.
—¡Tenéis que trabajar juntos! —gritó Piper, confiando en que estuviera en lo cierto—. Pensad en agua limpia: una tormenta de agua. No os contengáis. Imaginad que todo vuestro poder, todas vuestras fuerzas os abandonan.
—¡No es difícil de imaginar! —dijo Percy.
—¡Pero sacadlo! —dijo ella—. Poned toda la carne en el asador, como… como si ya estuvierais muertos y vuestro único objetivo fuera ayudar a las ninfas. Tiene que ser un obsequio… un sacrificio.
Ellos se quedaron callados al oír esa palabra.
—Intentémoslo de nuevo —dijo Jason—. Juntos.
Esa vez Piper también dirigió toda su concentración al cuerno de la abundancia. ¿Las ninfas querían su juventud, su vida, su voz? Muy bien. Renunció a todo voluntariamente y se imaginó que todo su poder emanaba de ella.
«Ya estoy muerta —se dijo, calmada como el perro esqueleto—. Es la única forma.»
Del cuerno brotó agua clara con tal fuerza que los impulsó contra la pared. La lluvia se convirtió en un torrente blanco, tan limpio y frío que Piper dejó escapar un grito ahogado.
—¡Está funcionando! —gritó Jason.
—Demasiado bien —dijo Percy—. ¡Estamos llenando la sala todavía más rápido!
Tenía razón. El agua subió tan rápido que el techo quedó solo a unos centímetros de distancia. Piper podría haber alargado la mano y haber tocado las nubes de lluvia en miniatura.
—¡No paréis! —dijo—. Tenemos que diluir el veneno hasta que las ninfas se purifiquen.
—¿Y si es imposible purificarlas? —preguntó Jason—. Han estado aquí abajo volviéndose malas durante miles de años.
—No os contengáis —dijo Piper—. Dadlo todo. Aunque nos hundamos…
Su cabeza tocó el techo. Las nubes de lluvia se disiparon y se fundieron con el agua. El cuerno de la abundancia siguió expulsando un torrente limpio.
Piper atrajo a Jason hacia sí y le dio un beso.
—Te quiero —dijo.
Las palabras brotaron de ella como el agua de la cornucopia. No supo cómo reaccionó él porque estaban bajo el agua.
Piper contuvo la respiración. La corriente le rugía en los oídos. Las burbujas se arremolinaban alrededor de ella. La luz seguía rielando a través de la estancia, y a Piper le sorprendió poder verla. ¿Se estaba aclarando el agua?
Tenía los pulmones a punto de explotar, pero dedicó sus últimas energías a la cornucopia. El agua seguía saliendo a raudales, aunque no había espacio para más. ¿Se agrietarían las paredes con la presión?
A Piper se le nubló la vista.
Pensó que el rugido de sus oídos eran los latidos de su corazón. Entonces se dio cuenta de que la sala estaba temblando. El agua se arremolinaba más deprisa. Piper notó que se hundía.
Empujó con las piernas hacia arriba haciendo acopio de sus últimas fuerzas. Su cabeza salió a la superficie, y respiró con dificultad. La cornucopia dejó de expulsar líquido. El agua estaba disminuyendo casi tan rápido como había llenado la estancia.
Lanzando un grito de alarma, Piper se dio cuenta de que las cabezas de Percy y Jason seguían bajo el agua. Los levantó. Enseguida Percy tragó aire y empezó a revolverse, pero Jason seguía exánime como una muñeca de trapo.
Piper se aferró a él. Gritó su nombre, lo sacudió y lo abofeteó. Apenas se percató cuando toda el agua se fue y los dejó sobre el suelo húmedo.
—¡Jason! —Intentó pensar desesperadamente. ¿Debía tumbarlo de lado? ¿Darle golpes en la espalda?
—Piper —dijo Percy—. Yo puedo ayudarte.
Se arrodilló al lado de ella y tocó la frente de Jason. De la boca de Jason salió un chorro de agua. Sus ojos se abrieron de golpe, y un trueno lanzó a Percy y a Piper hacia atrás.
Cuando a Piper se le aclaró la vista, vio que Jason se incorporaba, respirando todavía con dificultad, aunque estaba recuperando el color de la cara.
—Lo siento —dijo tosiendo—. No era mi intención…
Piper se abalanzó sobre él y lo abrazó. Le habría dado un beso, pero no quería ahogarlo.
Percy sonrió.
—Por si te lo estás preguntando, tenías agua limpia en los pulmones. La he expulsado sin problemas.
—Gracias, tío. —Jason le dio un débil apretón de manos—. Pero creo que Piper es la auténtica heroína. Nos ha salvado a todos.
«Sí, así es», resonó una voz por la estancia.
Los nichos brillaron. Nueve figuras aparecieron, pero ya no eran unas criaturas marchitas. Eran ninfas jóvenes y hermosas con relucientes vestidos azules y brillantes rizos negros prendidos con horquillas de oro y plata. Sus ojos eran de suaves tonos azules y verdes.
Mientras Piper observaba, ocho de las ninfas se disolvieron en vapor y flotaron hacia arriba. Solo la ninfa del centro permaneció.
—¿Agno? —preguntó Piper.
La ninfa sonrió.
—Sí, querida. No creía que en los mortales hubiera tal desinterés… y menos en los semidioses. Sin ánimo de ofender.
—¿Por qué íbamos a ofendernos? Solo has intentado ahogarnos y quitarnos la vida.
Agno hizo una mueca.
—Lo siento. No estaba en posesión de mis facultades. Pero me habéis recordado el sol, la lluvia y los arroyos de las praderas. Percy y Jason, gracias a vosotros, me he acordado del mar y del cielo. Estoy purificada. Pero, sobre todo, gracias a Piper. Ella ha compartido algo todavía mejor que el agua clara. —Agno se volvió hacia ella—. Eres buena por naturaleza, Piper. Soy un espíritu de la naturaleza. Sé de lo que hablo.
Agno señaló al otro lado de la sala. La escalera que subía a la superficie volvió a aparecer. Justo debajo, una abertura circular como una tubería de alcantarilla, con el tamaño justo para pasar a gatas, cobró forma reluciendo. Piper sospechaba que era por donde se había ido el agua.
—Podéis volver a la superficie —dijo Agno—. O, si insistís, podéis seguir el canal hasta donde están los gigantes. Pero elegid rápido, porque las dos puertas desaparecerán poco después de que yo me marche. Esa tubería conecta con el antiguo canal del acueducto, que suministra agua al ninfeo y el hipogeo que los gigantes consideran su hogar.
—Uf. —Percy se presionó las sienes—. Por favor, basta de palabras complicadas.
—«Hogar» no es una palabra complicada. —Agno parecía totalmente sincera—. Yo pensaba que sí, pero vosotros nos habéis liberado de este sitio. Mis hermanas han ido a buscar nuevos hogares… un arroyo de montaña, quizá, o un lago en un prado. Yo las seguiré. Estoy deseando volver a ver los bosques y las praderas, y el agua clara.
—Ejem —dijo Percy con nerviosismo—, las cosas han cambiado ahí arriba en los últimos milenios.
—Bobadas —dijo Agno—. No puede ser tan grave. Pan no permitiría que la naturaleza se contaminara. De hecho, también estoy deseando verlo a él.
Parecía que Percy quisiera decir algo, pero se interrumpió.
—Buena suerte, Agno —dijo Piper—. Y gracias.
La ninfa sonrió por última vez y se esfumó.
Por un momento, el ninfeo brilló con una luz más tenue, como la de una luna llena. Piper percibió un olor a especias exóticas y rosas en flor. Oyó música lejana y voces alegres hablando y riéndose. Supuso que estaba oyendo siglos enteros de fiestas y celebraciones que habían tenido lugar en ese templo hacía muchísimo tiempo, como si los recuerdos se hubieran liberado junto con los espíritus.
—¿Qué es eso? —preguntó Jason nervioso.
Piper introdujo su mano en la de él.
—Los fantasmas están bailando. Vamos, será mejor que vayamos a ver a los gigantes.