Capítulo 4

Ruger

¡Joder!

No podía creer lo que acababa de decir. Al menos Noah no lo había oído.

Sin embargo, Sophie.... Dios.

—Bueno, voy a descargar el vehículo —dijo Horse.

Cobarde.

—No, Sophie, no me siento así —dijo Ruger—. Conocerte es lo único bueno que Zach ha hecho en toda su vida. Adoro a Noah, lo sabes muy bien y, aunque tú y yo no siempre nos llevemos bien, tú eres lo más importante que hay para él y por eso mismo eres jodidamente importante para mí.

Ella le dedicó una sonrisa vacilante y Ruger observó con horror el brillo de las lágrimas que asomaban a sus ojos. Mal asunto. Podía aguantar a Sophie cabreada, pero... ¿llorando?

No. Mierda, no.

—Deja que te enseñe tus habitaciones —dijo rápidamente—. Se baja por aquí y están separadas del resto de la casa con sus propias puertas dobles, como ves, para dar a esa zona mayor privacidad. También puedes acceder desde la puerta principal.

—Gracias —dijo Sophie y acompañó a Ruger, que cruzó la cocina y abrió una puerta por la que se bajaba a la planta del sótano. El motero encendió la luz, dejó pasar a Sophie y la siguió. Se sentía como un perfecto imbécil y, unos cuantos escalones más abajo, se sintió aún peor al darse cuenta de que, en lugar de pensar una solución al problema, estaba distraído con el bonito trasero de Sophie.

La condenada mujer le había estado volviendo loco todo el día.

Las tetas prácticamente le saltaban fuera del top y sus shorts debían de tener al menos diez años, a juzgar por lo gastada que estaba la tela. Le iban bastante ajustados, lo cual avalaba la teoría sobre los años. Sophie no estaba gorda, pero había ganado algo de peso desde la época del instituto. De hecho, se había puesto más apetecible de lo que sería deseable para su tranquilidad. Tenerla en casa iba a ser un infierno en vida. Ya era un infierno. No podía ver aquellas piernas sin imaginarlas en torno a su cintura. Cuando las puso sobre el salpicadero, unas horas antes, le había faltado poco para tener un accidente.

Ruger recordó la escena del sofá, en el apartamento de ella. Su miembro también lo recordó y rogó para sus adentros que ella no se diera cuenta, porque desde luego tenía razón en una cosa: Sophie podía ser una auténtica zorra engreída y no dudaba ni por un minuto de que utilizaría su atractivo sexual en su contra. Tal vez le apeteciera joder con él —y sabía que era así, la había visto tan dispuesta a ello como él mismo—, pero eso no significaba que pensara que Ruger era lo bastante bueno para ella.

Mierda, seguramente estaba en lo cierto.

Follársela sería estupendo pero... ¿y después? La situación sería muy extraña. Ruger no quería nada serio con ninguna mujer, pero, si alguna vez llegaba a quererlo, la elegida tendría que ser muy diferente de su cuñada. Para empezar, tendría que encajar con el club. Sería el tipo de chica que se abre su cerveza al final de un día duro, monta una fiesta sin más complicaciones y le hace una mamada a su hombre antes de irse a dormir. A su futura le encantaría ir con él en la moto, sería rubia y sabría defenderse en una pelea.

Eso sí, y lo más importante, no le replicaría a su macho. Sophie tenía una puta bocaza como para echar a correr.

—Uau, es precioso —dijo Sophie y él se quedó clavado en el sitio, al final de la escalera. La miró sorprendido y comprobó que en su rostro no quedaba ni rastro de tristeza. Al contrario, le sonreía encantada. Hay que joderse. El humor de las mujeres cambiaba a tal velocidad que resultaba imposible seguirlas.

—No puedo creerlo —añadió Sophie—. ¿Cómo has conseguido tenerlo todo preparado tan rápido?

Ruger parpadeó y miró a su alrededor, sorprendido.

¿Qué coño...?

Cuando se marchó la madrugada pasada, el sitio estaba más o menos limpio. No porque él lo hubiera limpiado, por supuesto, sino porque una de las chicas del club lo había hecho unas cuantas semanas atrás —seguramente con la intención de engancharlo y convertirlo en su hombre—. Ruger se la había follado bien y después le había dado una patada en el culo, ya que no estaba dispuesto a permitir que ninguna de aquellas zorras clavara en él sus zarpas.

Ahora no estaba más o menos limpio, sino que relucía como un espejo.

Se suponía que aquello era un apartamento familiar, con una pequeña cocina construida al fondo por razones que Ruger nunca se había parado a considerar. A un lado había un corto pasillo que conducía a los dos dormitorios, al baño y al cuarto de servicio. Había usado uno de los dormitorios como trastero y el otro como picadero para sus amigos. Aquello nunca había tenido el aspecto de un hogar.

Alguien había estado allí y lo había dejado todo perfecto.

Almohadones suaves y mullidos decoraban los sofás. Un esterilla étnica con motivos en espiral cubría el centro de la alfombra de tono beige que llenaba el suelo de la sala de estar. Había flores frescas en la mesa del café, frente al ventanal que daba al valle. En el pequeño patio, al que daba acceso una puerta doble, había dos tumbonas cubiertas de grandes cojines de aspecto muy cómodo, bordeadas por cestas a cada lado y listas para que alguien las sacara al exterior y disfrutara de ellas.

No estaban allí la pasada madrugada.

Había más flores frescas sobre el bonito mantel a cuadros azules que cubría la mesa redonda de la cocina —una jodida mesa misteriosa, ya que Ruger no tenía ni puta idea de dónde había podido salir. Hasta las ventanas tenían un aspecto diferente. Al observarlas más detenidamente, el motero se dio cuenta de que les habían puesto cortinas y también visillos nuevos, largos y vaporosos.

Y entonces fue cuando vio la televisión. Era una pantalla plana colocada sobre lo que parecía una vieja radio de madera, formando un conjunto que, debía admitirlo, quedaba distinto a lo de siempre, elegante y moderno. No era muy grande, pero bastaba y sobraba para aquel espacio. Sophie salió volando hacia el pasillo. Se había olvidado completamente de su tristeza. Entendía su reacción, ya que ahora el apartamento del sótano parecía mucho más acogedor que su propio espacio, en las plantas superiores.

—¡Ruger, no puedo creerlo! —exclamó Sophie desde una de las habitaciones. Entró y vio una cama infantil, una cómoda y una estantería, lista para que la rellenaran con libros. Sobre la cama había un edredón con dibujos de motos, el mismo diseño que el de la funda de la almohada. Las paredes estaban pintadas de color azul claro y alrededor del techo destacaba una cenefa con pequeños dibujos a juego con los de la manta. En una pared habían pintado un gran cuadrado negro y sobre él estaban escritas con tiza unas palabras: «Habitación de Noah».

—¡A Noah le va a encantar! —exclamó Sophie—. Muchas gracias.

La joven se lanzó al cuello de Ruger y él la abrazó, confuso. Mierda, su contacto le resultaba muy agradable. Aspiró el aroma que desprendía el cabello de Sophie y su miembro se puso en posición de firmes. ¿Qué se sentiría con los dedos enredados en ese pelo y los labios de ella alrededor de lo que tenía ahora duro entre las piernas?

La joven se puso rígida. Obviamente se había percatado de la dureza con la que acababa de entrar en contacto y trató de apartarse. Sin embargo, él deslizó rápidamente las manos hasta sus nalgas y la sujetó contra él firmemente, mientras la miraba a los ojos con atención. Los pechos de Sophie se pegaron contra su cuerpo y él sintió como los pezones de ella se endurecían. Deseaba aquello tanto como él. Joder, sus labios eran carnosos, tiernos y rosados.

Quería morderlos.

—¡Mamá! —llamó Noah en aquel momento—. ¿Dónde estás? No me lo puedo creer. Hay un riachuelo y un pequeño estanque para jugar. Tío Ruger tiene una cuatrimoto en el garaje y Horse dice que un día nos llevarán a dar una vuelta.

El hombre se apartó de Sophie.

—No podemos hacer esto —susurró ella con los ojos muy abiertos—. Sería romper nuestras propias reglas.

—Sí, tienes razón —dijo él y era una verdadera pena. Habían jugado a aquel juego durante cuatro años, pretendiendo que el otro no existía. Lo hacían tan a la perfección que él había llegado a creérselo. Era lo correcto. Eso era lo que Noah necesitaba de ellos, y no llenarlo todo de mierda por una noche de sexo que no llevaba a ninguna parte.

Ruger podía joder con un montón de zorras cuando le diera la gana. Noah solo tenía una madre.

El chico entró corriendo en la habitación y se detuvo en seco. Sus ojos trataban de asimilar todo lo que le rodeaba.

—¿Esta es mi habitación? —preguntó.

—Mmm, sí —respondió su tío—, eso parece. ¿Cómo lo ves?

—¡Es una pasada! —exclamó Noah—. Nunca había tenido una habitación así. Mamá, tienes que ver el jardín.

Dicho esto, salió corriendo por donde había entrado y Horse asomó la cabeza por la puerta, con una sonrisa de oreja a oreja dirigida a su amigo.

—Bonito ¿verdad? —dijo.

—Tenemos que hablar —replicó Ruger e indicó con la barbilla la dirección hacia la sala de estar. Sophie aprovechó la ocasión para ir a ver el segundo dormitorio.

Horse asintió con la cabeza y Ruger le siguió hacia el pasillo.

—¿Qué mierda ha estado ocurriendo aquí? —preguntó Ruger, procurando mantener el volumen bajo.

—¿Qué te imaginas? —respondió Horse—. Marie. Vino con las chicas a dar un buen repaso al lugar. Todas. Yo se lo pedí.

—Pero... ¿por qué pelotas? —inquirió Ruger.

—Tú quieres que tu mamita y tu chico se sientan bien aquí ¿correcto? —preguntó Horse a su vez—. Que se sientan seguros y bien acogidos ¿correcto? Las chicas suelen necesitar esas cosas. Me imaginé que así sería más fácil. No solo eso, a las chicas les ha encantado hacerlo.

—Habría sido de agradecer una pequeña advertencia, cabronazo —repuso.

—Estabas demasiado ocupado pretendiendo que no quieres follarte a tu cuñada —dijo Horse, encogiéndose de hombros—. Alguien tenía que dar un paso adelante. Marie lo adelantó todo, por cierto. Le dije que te dejara los recibos en la cocina, sobre la encimera. Si quieres, puedes darme un cheque ahora o ya haremos cuentas después.

Ruger se quedó de piedra.

—Joder, no había pensado en eso —dijo mirando a su alrededor con nuevos ojos. ¿Cuánto habría costado aquella televisión? Miró de nuevo a Horse, cuya sonrisa era ya abiertamente burlona.

Oh, mierda...

—Has hecho esto a propósito, solo para tocarme los huevos ¿no es cierto? —le espetó—. En realidad te importa una mierda lo de dar la bienvenida a Sophie. Sabes muy bien que ahora no puedo echarme atrás. ¿Cuánto dinero se ha gastado Marie, chupapollas?

—Le dije que no superara tres de los grandes —respondió Horse con aire de no haber roto nunca un plato— y creo que la mayoría de los muebles son de segunda mano. Ya conoces a Marie, nunca gasta más de lo necesario. Joder, no tienes que devolvérselo si no quieres. Al fin y al cabo tú no le encargaste nada. Yo cubriré los gastos si no lo haces tú. Ya sabemos que no todos los hombres mantienen a sus familias. Pasa en todas partes, supongo...

—Eres un cabrón de mierda —dijo Ruger con tono amenazante y avanzó hacia Horse, que dejó escapar una carcajada.

—Eres un cabrón de mierda —repitió Noah como un loro. Ruger se dio la vuelta y vio al niño junto a la puerta del patio, orgulloso por lo que había dicho.

—Oh, Dios mío —oyó decir a Sophie y se volvió de nuevo para encontrarse con la joven, que acababa de entrar por la puerta que conducía al pasillo—. Ruger, no puedes hablar así delante del niño.

De puta madre. Justo lo que necesitaban, más motivos para discutir.

—Vas a tener que cuidar esa boca que tienes, hermano —le dijo Horse—. No te conviene cabrear a Sophie. Ya te dije que podría ponerte las pilas en una pelea y yo pagaría por verla, desde luego.

—Lárgate —le espetó Ruger mientras señalaba con la cabeza hacia las escaleras—. Saca tu culo de aquí y vete a casa antes de que te pegue un tiro.

Sophie abrió la boca, pero Ruger se volvió hacia ella y la cortó con una mirada. Ya era suficiente.

—Esta es mi casa —dijo—. Hablaré como me salga de las pelotas y tú mantendrás la puta boca cerrada, joder ¿estamos?

La joven le miró boquiabierta mientras daba media vuelta y se dirigía con paso enérgico hacia las escaleras. Mientras salía de la habitación, Ruger oyó cómo Noah canturreaba a sus espaldas.

—Joder, joder, joder, joder...

Necesitaba una cerveza.

Y acompañada de un trago de whisky.


Sophie

Noah me miraba como un duendecillo malo cabreado. Estaba en el sofá, castigado por el uso repetido de su nueva palabra favorita.

Abrí una cerveza y la levanté en un brindis silencioso, dirigido a las mujeres que habían estado allí limpiando, decorando y preparándonos comida. Hablaba en serio cuando le dije a Ruger que no quería mezclarme con la gente del club, pero lo que habían hecho por mí era suficiente como para que reconsiderara mi postura.

Como mínimo, tenía que aparecer para dar las gracias. Incluso me habían dejado una tarjeta y una larga carta de bienvenida llena de información importante, desde sus números de teléfono hasta la dirección del nuevo colegio de Noah.

Aquello último era especialmente importante, ya que las clases empezaban el lunes siguiente, una semana antes que en Seattle. Aparte de las cosas básicas de alimentación, me habían dejado preparada una olla de carne para hacer tacos, las tortillas y los acompañamientos necesarios, todo listo para calentar y servir. Se lo agradecía doblemente, ya que no tenía ningunas ganas de subir a pedir comida.

De hecho, no pensaba subir en absoluto sin ser invitada. Para salir utilizaría la puerta del patio. Así me sentiría más segura. No es que estuviera aún enfadada con Ruger —aquel sitio era realmente tan maravilloso en comparación con el nuestro que el asunto no admitía discusión—. No, por entonces lo que me daba era más bien miedo, ya que las reglas cambiaban a cada paso y no sabía ya muy bien dónde nos encontrábamos.

Tras beberme una de las cervezas que por suerte me habían metido en el frigorífico me sentí un poco más relajada.

La mayoría de nuestras cosas estaban todavía en el todoterreno. Ruger y Horse lo habían sacado todo de mi antiguo apartamento, pero ahora me bastaba yo para descargar el vehículo. No es que tuviéramos gran cosa, en todo caso. Decidí que podía esperar al día siguiente y me alegré de haberle dicho a Noah que metiera su pijama en la mochila. No había necesidad de sacar ropa para aquella noche.

Lo único que no iba a hacer, en ningún caso, era pedir ayuda a Ruger.

El ambiente ya estaba bastante enrarecido.

Preparé unos tacos y saqué un par de platos —la cocina estaba equipada con todo lo necesario. La vajilla, de marca Corelle, era normalita, nada especial, pero parecía sin estrenar.

—Bien —dije, dirigiéndome a Noah—, ¿has tomado alguna decisión respecto a tu comportamiento?

Me miró fijamente, con los brazos cruzados.

—De acuerdo, yo voy a comer —dije y a continuación me llené el plato, me serví otra cerveza y me dirigí al patio interior. Me senté con las piernas cruzadas en una de las tumbonas, coloqué el plato sobre el cojín, delante de mí, y di un mordisco.

Joder, qué bueno estaba aquello después de un día tan agitado.

—Mmmm, esto está buenísimo —comenté—. Justo como a ti te gusta, con mucho queso y sin tomate. Qué pena que no tengas hambre.

Noah no contestó, pero oí el chirrido de una silla en la cubierta del patio. Miré y percibí la silueta de alguien a través de las grietas que había en ella. Esperé a que Ruger dijera algo, pero no dijo nada.

De acuerdo.

Me acabé el taco y consideré la posibilidad de prepararme otro. Noah se pondría insoportable si no comía, pero no podía permitir que se saliera con la suya después de desafiarme como lo había hecho. Era uno de esos casos en los que hay que mantenerse firmes.

—Noah ¿seguro que no quieres un taco? —le dije—. Yo voy a por el segundo y, en cuanto me lo acabe, lo recojo todo y se acabó la cena. Si luego tienes hambre no habrá más que pan. Aparte de los tacos, han dejado tarta y helado.

Silencio.

En aquel momento volví a oír cómo arrastraban la silla y los pasos de Ruger arriba. Estupendo. Solo esperaba que mis voces no le hubieran irritado más aún. No podía quitarme de la cabeza el comentario que había hecho sobre la mierda en que se convertía todo lo que tocaba su hermanastro. Apuré la cerveza y me preparé para una batalla en dos frentes.

—¿Qué clase de tarta? —preguntó Noah.

—Creo que son frutas del bosque —respondí—. Voy a calentarme un trozo y me lo voy a comer con helado por encima.

—Estoy dispuesto a pedir perdón —dijo Noah. Me permití saborear sus palabras unos segundos antes de regresar a la habitación, con rostro serio.

—¿Y bien? —dije, con expresión firme.

—Perdón —repuso él—. Voy a portarme bien. ¿Puedo prepararme un taco?

—No puedes decir palabrotas —le dije—. Si dices eso en el colegio, tendrás problemas serios.

—¿Y por qué el tío Ruger sí puede decirlas? —preguntó Noah.

—Porque él no va al colegio —contesté.

—Eso no es justo —replicó él.

No le faltaba razón.

—La vida es injusta —repliqué a mi vez—. Vamos, prepárate el taco.

Estaba buscando la leche en el frigorífico, cuando oí que llamaban suavemente a la puerta de fuera.

—¡Tío Ruger! —exclamó Noah—. Estamos comiendo tacos. ¿Quieres uno?

—Claro —respondió Ruger. Di un respingo y me volví hacia él, preguntándome si aún estaría cabreado conmigo. La verdad, no entendía muy bien cuál era el motivo de que, siendo él quien le había enseñado a decir «joder», fuera yo la que tuviera que preocuparse por su cabrero.

Por supuesto había muchas cosas de Ruger que no entendía.

Le tendí un plato, desconfiada, y le mostré la comida con la mano. No me sonreía, pero tampoco me miraba con mala cara. Decidí tomarme aquello como una buena señal.

—¿Has preparado tú todo esto? —preguntó.

—No, fueron las chicas de tu club —respondí. Compartir la comida siempre ha sido un buen preludio para la paz y definitivamente necesitaba que hubiera paz entre nosotros, tanto por mi hijo como por mí.

Tal vez podríamos olvidar lo de hoy y empezar de nuevo al día siguiente....

Decidí que aquella idea me gustaba mucho. Fui a por dos cervezas y le ofrecí una, sonriendo con inseguridad.

—Lo encontré todo en la nevera —dije—. No puedo creer que organizaran todo esto en un solo día. Gracias. No tenía ni idea de que estabas planeando algo así. Estoy alucinada.

Ruger asintió con un gruñido, sin mirarme. Bueno, creo que habíamos vuelto a nuestra vieja relación en la que yo hacía las veces de mueble —y que no me gusta nada, porque soy una zorra perversa. Un poco estúpido ¿verdad?

—¿Queréis subir la comida arriba? —propuso Ruger—. Tengo una mesa en la terraza. La vista es una pasada y podremos ver la puesta del sol.

—Gracias —respondí, sorprendida. Vaya, parece que él también quería hacer las paces, gracias a Dios. Ninguno de los dos tenía nada que ganar de una guerra fría y desde luego aquel era el mejor lugar en el que Noah y yo nos habíamos alojado en nuestra vida. Me gustaba la idea de tener acceso a las plantas superiores, con tal de que Ruger supiera mantener las manos a distancia. ¿Llegaría alguna vez el momento en que estar a su lado resultara sencillo?

Sí, me dije a mí misma. Me forzaría a ello, por mi hijo.

La cena transcurrió mejor de lo que esperaba. Noah no paró de hablar, lo que nos facilitó bastante las cosas. Acabé mi comida y fui a buscar más cervezas y el cartón de leche para llenarle el vaso a Noah. Al cabo del rato, el niño comenzó a aburrirse y bajó las escaleras de la terraza para corretear un poco alrededor de la casa. Por entonces yo ya había ingerido suficiente alcohol como para no sentirme tan incómoda y Ruger parecía ir bien servido también. Arrastré mi asiento hasta la barandilla y apoyé los pies en ella. Ruger entró en la casa y puso música, una mezcla de cosas antiguas y nuevas.

Nos bebimos una cerveza más cada uno, mientras el sol se acostaba en el horizonte. De bastante bien había pasado a sentirme increíblemente bien con el jodido mundo.

Sin embargo, había llegado la hora de acostar a Noah, así que lo llevé abajo para darle una ducha rápida. El pobre estaba agotado y se durmió de pie, antes de que terminara de contarle el cuento de turno. Decidí subir y sentarme en la terraza un rato más. Me gustaba pasar un rato sola al final del día, lo que había resultado muy difícil en nuestros últimos dos apartamentos. Aquí era muy diferente. Noah estaba seguro y yo tenía espacio suficiente.

—Eh —le dije a Ruger mientras subía—, ¿te importa si me quedo aquí un rato más?

—Para eso está —respondió. Se encontraba de pie, apoyado en la barandilla, contemplando sus dominios. Debía de haber entrado a darse una ducha mientras yo acostaba a Noah, porque tenía el pelo mojado. Se había cambiado los jeans por unos pantalones de pijama de franela bastante gastados y que le colgaban lo suficiente como para dejarle al descubierto las caderas.

Tal vez estaba proyectando alguna de mis fantasías más sucias, pero estaba bastante segura de que no llevaba nada debajo de aquellos pantalones...

La vista que me ofrecían de su trasero era muy nítida y definida, eso es innegable.

Aquel atuendo le quedaba perfecto, ya que era todo músculo, con una bien marcada pastilla de chocolate y bíceps que eran una verdadera obra de arte. Oh, uau. Llevaba un piercing en una de las tetillas —era la primera vez que se lo veía—. Sus pectorales eran abultados y duros, lo suficiente como para resultar atractivos, pero sin recordar a unas tetas propiamente dichas. Y en cuanto a sus tatuajes...

Siempre me habían intrigado sus tatuajes.

La espalda la llevaba toda ocupada por el distintivo de los Reapers, pero en sus brazos y hombros también había tinta. Deseaba observarlos más de cerca, pero temía parecer descarada. Por otro lado, me costaba enfocar la mirada.

Decidí situarme junto a él y apoyarme también en la barandilla.

—¿Quieres otra cerveza? —preguntó y negué con la cabeza.

—Ya he bebido suficiente —repliqué y de hecho era algo más que eso. Al subir las escaleras me había notado algo mareada y, para ser honesta, necesitaba apoyarme en la barandilla o, mejor aún, sentarme. Noté el calor en las mejillas y se me escapó una risilla.

Ruger alzó las cejas, con una interrogación en la mirada.

De nuevo reí.

—¿Qué te pasa? —preguntó.

—Estoy un poquito... contenta —respondí, sonriente—. Creo que la cerveza me ha pegado más de lo que creía. Ha sido un día duro. Ya sabes, poca comida, poco sueño y un pequeño exceso de bebida.

Me devolvió la sonrisa y... ¡mierda, pero qué bueno estaba! Se había quitado algunos piercings, eso seguro.

—¿Por qué tienes menos metal en la cara que antes? —pregunté, con el sentido de la vergüenza desaparecido junto a mi sobriedad—. Te hace parecer menos terrorífico y más humano.

Me miró fijamente, arqueando las cejas.

—Me los quité casi todos el invierno pasado —respondió—. He empezado a boxear y no son muy buenos para eso.

Oh. Ante eso me quedé sin saber qué decir, pero de pronto me llamó la atención el anillo que aún conservaba en el lado izquierdo del labio inferior. Me pregunté qué notaría si le besaba en aquel sitio. Tal vez me daría por metérmelo en la boca. Creo que tiraría de él con los dientes y después atacaría el resto de su...

—Estás muy guapa cuando bebes —me dijo de pronto y me dejó sorprendida.

—No estoy borracha —respondí, algo picada—. Solo un poco... alegre.

Ruger rió y acercó los labios a mi oído.

—Bebe más y te caerás desmayada —susurró—. Imagínate lo que podría hacerte entonces.

Aquello me hizo mucha gracia y me eché a reír.

—¿Es que quieres ligar conmigo? —le pregunté, envalentonada—. No te entiendo, Ruger. Parece que me odias y de repente todo cambia. Es muy raro.

Todo el día me había estado haciendo las mismas preguntas. ¿Por qué no se lo había dicho a él directamente? Me asustaba hablar de nuestra relación, pero ahora no podía recordar por qué...

Ruger alzó de nuevo las cejas y me fijé en el piercing que tenía también en una de ellas. Me pregunté si le habría dolido al hacérselo —por supuesto, no sería nada en comparación con sus tatuajes—. Mis ojos se detuvieron entonces en sus labios, carnosos y muy suaves para un chico, lo que ya sabía por experiencia, puesto que me habían recorrido el cuello de arriba a abajo horas antes.

Mmm, esos sí que los chuparía a gusto, si tuviera la oportunidad. Los chuparía durante un buen rato y... después iría bajando y me detendría también un tiempo en el pezón horadado, de camino hacia su parte más interesante. ¿La tendría tan grande y robusta como el resto? Deseaba averiguarlo, lo deseaba desesperadamente. De nuevo sentí que me faltaba el equilibrio y una ola de calor trepó por mi cuerpo, endureciéndome los pezones.

—No pretendo ligar contigo —dijo entonces Ruger.

Oh, oh, Aquello sí que me cortaba el rollo.

—Pues qué pena —suspiré.

Quería acostarme con él, lo deseaba de verdad. Bueno, con cualquiera, en realidad. Mi regla de oro de salir solo con chicos que fueran inofensivos y controlables no me había dado mucho resultado en lo que a acción se refiere. Tal vez debería revisar esa regla...

—La verdad es que no ligo mucho —proseguí—. Me paso el día entero trabajando y cuidando a Noah. Resulta un poco agotador, Ruger. Me gustaría conocer a alguien ¿sabes?

Él no respondió y se limitó a mirar al infinito. Un músculo se le contrajo en la región de la mandíbula. Si yo hubiera sido lo suficientemente valiente, me habría echado hacia delante y le habría lamido en ese punto. Tenía una sombra de barba que habría sido agradable sentir, rasposa, en mi lengua.

—No me mires así —dijo por fin, cerrando los ojos—. A pesar de lo que ocurrió esta mañana, no pretendo empezar nada contigo, Sophie. ¿Te das cuenta de cómo nos comería la mierda si empezáramos a joder tú y yo? No quiero una relación, no soy hombre de una sola mujer. Tenemos que trabajar juntos, por Noah. Lo sabes muy bien.

Suspiré. Sí, lo sabía. Maldita cerveza.

—Sí, tienes razón —dije y dejé que mi mirada se perdiera en el valle, a lo lejos. La verdad era que Ruger tenía una casa de puta madre. Aún no podía creer que tuviéramos a nuestra disposición un espacio como aquel.

Daba gusto poder relajarse de verdad, dejar salir todo lo que tenía dentro.

—Noah es lo primero, en eso podemos estar de acuerdo —proseguí—. Aun así, necesito quedar con alguien. ¿Crees que alguno de los chicos del club estará disponible? No quiero un novio, solo un amigo con derecho a roce. Alguien a quien pueda follarme y después mandarle a tomar viento cuando me haya cansado.

Ruger se atragantó violentamente y le miré, preocupada.

—¿Estás bien? —le dije.

—Pensaba que no querías tener nada que ver con el club —dijo con voz tensa—. ¿Cómo has pasado tan rápidamente de eso a querer buscar ahí amigos con derecho a roce?

—Bueno, he pensado que le puedo dar una oportunidad —respondí. Tal vez los Reapers no estuvieran tan mal y, cuanto más consideraba la idea del amigo con derecho a roce, más me convencía. Nunca había disfrutado realmente del sexo. Había cumplido veinticuatro años, por Dios. ¡Tenía que gozar del sexo!

—Se han portado de maravilla con nosotros, la verdad —dije—. Horse salió de su casa en mitad de la noche para ir a ayudar a alguien a quien ni siquiera conocía. Y esas chicas... deben de haber trabajado durante horas para dejarlo todo preparado. Los muebles son una pasada, sin mencionar que nos han dejado el frigorífico lleno y la cena preparada. Creo que la pintura de los dibujos de las paredes está todavía húmeda.

—¡Hostia puta! —exclamó Ruger.

Le miré, con el ceño fruncido.

—¿Qué significa eso? —dije—. Creía que querías que me integrara con tus amigos del club. Además, me merezco tener la oportunidad de relajarme un poco, como todo el mundo ¿no crees? Acostarme con un hombre de vez en cuando y todo eso...

Ruger se puso muy tenso y se volvió hacia mí. Noté como las ventanas de la nariz se le dilataban al inspirar profundamente y la mandíbula se le crispaba. Siempre había tenido un aspecto imponente, pero ahora daba miedo de verdad. Debería haberme sentido aterrorizada, pero el efecto de las cervezas aún me envolvía como una agradable manta protectora.

No volvería a permitir que me intimidara, ni una vez más.

—Creo que con las chicas estarás bien —dijo por fin—. Al menos con algunas de ellas, con las que son propiedad de los hermanos. No quiero que te juntes con las otras. Y en cuanto a esa mierda de amigos con derecho a roce, olvídalo, Soph. Quítatelo de la cabeza ¿me has entendido?

—¿Pero por qué? —exclamé, escandalizada—. Tú te tiras todo lo que se mueve. ¿Por qué yo no puedo?

—Porque eres madre —dijo, con voz que parecía más bien un rugido—. No tienes nada que hacer follando por ahí. Lo digo en serio.

—Soy madre, pero no estoy muerta —repliqué, mirando al techo con exasperación—. No te preocupes, a Noah no voy a presentarle a nadie, a menos que sea algo serio, pero me apetece un poco de diversión. Horse está de muy buen ver y, si los otros hombres del club se parecen aunque sea un poquito a él, serán perfectos para mí. No me jodas con esto, por favor. Vosotros, chicos, la metéis donde os da la gana. ¿Por qué no puedo yo hacer lo mismo?

—Eso lo hacemos con las zorras y los culos ricos que van con nosotros —dijo Ruger con dureza—. Son basura. De ninguna puta manera voy a permitir que tú te conviertas en una de ellas.

—No eres mi jefe —respondí.

—Te portas como una niñata de catorce años —me espetó, estrechando la mirada.

—Al menos no me porto como un padre sobreprotector —le corté—. No eres mi padre, Ruger.

Nada más pronunciar aquella frase, me lanzó la mano al cuello con rapidez y me atrajo hacia sí. Acercó la boca hasta pegármela al oído y mi cara quedó tan cerca de su pecho que casi podía lamérselo.

—Créeme, soy muy consciente de que no soy tu padre —dijo mientras la punta de su nariz rozaba el borde mi oreja y la sensación de su aliento en ella me provocaba un escalofrío—. Si lo fuera, me meterían en la cárcel por lo que me imagino cuando pienso en ti.

Subí las manos y le agarré por los costados para palparle los músculos, antes de dirigirlas hacia sus pezones. Sin poder contenerme, me acerqué más y le lamí el piercing. Ruger gruñó de placer y sus dedos hicieron presa en mi pelo. Su cuerpo estaba en tensión y, en aquel momento, sentí el roce de su miembro erecto contra mi vientre.

La hostia. Joder. La hostia.

Los pezones se me dispararon hacia arriba y sentí un espasmo en la carne de mi entrepierna. No podía parar de moverme. Ruger deslizó una mano por mi espalda, por debajo de mis shorts y de mis bragas, y me agarró el trasero. Sus dedos se clavaron con fuerza en mi carne al notar cómo volvía a chuparle el anillo del pezón y después me lo metía en la boca.

—¡Dios! —exclamó—. Tienes dos segundos antes de que te coloque sobre esa mesa y te embista hasta que se rompa. Te lo juro, Soph, pero dime ¿cómo vamos a explicarle esto a Noah? No pienso casarme contigo y no voy a dejar que ates mi rabo con una correa, así que las cosas podrían complicarse rápidamente, nena.

Me detuve en seco, sacudida por escalofríos y con las bragas empapadas. Ardía por lanzarme sobre él como una perra en celo, desesperada por llenar a toda costa el vacío que sentía dentro de mí.

En lugar de eso, me separé de él poco a poco. Su mano salió de debajo de mis shorts y nos apartamos el uno del otro, taladrándonos mutuamente con nuestras miradas.

—Joder —murmuró Ruger, pasándose la mano por el pelo y desviando la mirada. En sus pantalones se marcaba tan claramente el miembro erecto que se podía distinguir de sobra la forma de la cabeza, aplastada contra la tela. Me pregunté qué haría si yo me arrodillara, le bajara los pantalones y le diera un lametón alrededor de la punta de su sable, antes de metérmelo entero en la boca —esta se me hizo agua solo de pensarlo.

El deseo me taladraba como un arma punzante. Suspiré y me humedecí los labios.

—Voy por otra cerveza —dijo Ruger con tono áspero. Elevé la mirada desde su entrepierna hasta sus ojos y me di cuenta de que los tenía clavados en mis pechos. Mierda. Todavía llevaba mi famoso top modelo Barbie, que no dejaba prácticamente nada a la imaginación. Tenía la maleta en el todoterreno.

—Tráeme una a mí también —dije, con voz temblorosa.

—¿Seguro que es una buena idea? —preguntó él.

Le miré fijamente y sacudí la cabeza. El pecho le subía y le bajaba muy deprisa y sus oscuros ojos estaban muy dilatados. Tragó saliva y yo me froté la parte superior de los muslos, inquieta y hambrienta. Aquel movimiento llamó su atención y tragó de nuevo.

—No —respondí—, pero quiero una de todas formas.

Caminé por la terraza con paso vacilante hasta llegar a una tumbona y me dejé caer sobre ella, tan débil como un pelele, pero poseída por una urgencia tan fuerte que creía que iba a morirme. Ya se había puesto el sol y las primeras estrellas habían comenzado a hacer su aparición sobre la línea del horizonte. Debería retirarme a mi pequeño apartamento, pensé. Estaba claro. Sin embargo, lo que hice fue cerrar los ojos y pensar en lo mucho que deseaba llevarme la mano a la entrepierna y frotarme yo misma como una posesa hasta explotar allí mismo, delante de Ruger.

En aquel momento, algo frío me rozó la mejilla.

Abrí los ojos y vi que Ruger estaba de pie junto a mí y me miraba fija, intensamente. Sus ojos me recorrieron el cuerpo, poco a poco. Aunque pareciera imposible, el bulto entre sus piernas era aún más grande que antes. Dios, sería facilísimo alargar la mano y tocarlo, palpar aquella cosa larga y dura, o tal vez sentarme y apoyar la cara contra ella, sentir su contacto a través de la suave tela del pantalón de pijama. No podía apartar los ojos de ella.

Me incorporé hasta que mi cara estuvo a solo unos cuantos centímetros de la ingle de Ruger. Entonces miré hacia arriba, preguntándome a mí misma si habría perdido la cabeza.

—Aquí esta tu cerveza —dijo rudamente y me tendió la botella. La tomé y la rodeé con los labios para dar un trago, sosteniendo su mirada.

Lo odiaba por estar sobrio y mantener el control.

—Joder, Sophie —dijo—, deja de mirarme así.

—¿Así? —dije, mientras recogía con la lengua una gota que resbalaba por la botella— ¿Cómo?

—No te hagas la tonta —replicó—. Si no paras, voy a abrirte de piernas y te voy a follar. Los dos lo lamentaremos mañana. Estás borracha.

Incliné la cabeza hacia un lado, pensativa.

—¿Y tú? —le dije— ¿Lo estás?

—¿El qué? —preguntó él.

—Borracho —respondí.

Negó con la cabeza y se sentó a mi lado, en la tumbona. A continuación se inclinó sobre mí y noté cómo aspiraba el aroma que exhalaba mi cuello y mi pelo. No nos tocábamos, pero solo con el calor de su aliento sobre mi piel creí morir de excitación. Bebí otro trago de mi cerveza, lenta y deliberadamente. Sus ojos ardientes me taladraban.

—No, no estoy borracho —susurró por fin.

—¿Cuál es tu excusa entonces? —pregunté, también en voz baja—. La mía es el alcohol. Haga lo que haga esta noche, puedo echarle la culpa a la cerveza. ¿Qué vamos a decir de ti?

Ruger alargó la mano, me quitó la botella y la dejó en el suelo.

—Basta ya de «esta noche» —dijo con voz cortante—. No vamos a hacer nada ¿está claro?

—Sí —dije, tratando de pensar más allá del efecto desinhibidor del alcohol. Sabía que tenía razón. Noah nos necesitaba a los dos y ya nos estaba costando bastante trabajo adaptarnos el uno al otro. Íbamos a vivir en su casa, qué demonios, y no podía decirse que no hubiera hablado claro. Quería follarme. Nada de sentimientos, de flores, de cenas románticas y, desde luego, nada de compromisos. Bueno, al menos yo ya no era un mueble inservible...

—¿Puedo hacerte una pregunta? —dije.

—¿Qué? —replicó y tragué saliva.

—¿Es esto algo nuevo para ti? —pregunté.

—No te sigo —me contestó, mirándome fijamente, y sentí que el aire cálido que nos rodeaba se había vuelto sofocante.

—Me deseas ¿no es cierto? —dije—. ¿Es eso nuevo para ti? Quiero decir, aparte de... lo que pasó entonces. Siempre consideré que había sido un momento especial. La verdad, me da la impresión de que puedes leer en mi interior.

—No, no es algo nuevo —respondió.

Durante un rato solo se oyó el croar de las ranas. Al fin se incorporó y se masajeó el hombro, como había hecho durante el viaje.

—¿Aún te duele? —pregunté y él asintió con la cabeza.

—Sí, creo que me dio un tirón anoche, cuando iba conduciendo —dijo—. Qué imbécil.

—¿Quieres que te dé un masaje? —le dije.

—No vas a ponerme un dedo encima más, ni de puta coña —respondió—. Ya lo hemos hablado. No estoy borracho, Soph. No voy a joder las cosas para que Noah salga perdiendo.

—No vamos a joder nada en absoluto —corroboré—. Ya estoy bien, no pasa nada. Sé dar masajes, porque he ido a clases, y soy bastante buena. Déjame ayudarte. Has hecho mucho por mí y creo que tengo que corresponder.

—No me parece buena idea —respondió.

Hice un gesto de exasperación y le di un golpecillo en el hombro con el mío.

—¿Mieditis? —le dije, sonriente.

—Joder, eres insoportable —respondió, pero no se movió cuando me coloqué detrás de él. No hice caso del grito de deseo que me salía de entre las piernas y le agarré los hombros. Eran fuertes, robustos, y su suave piel cubría músculos elásticos y potentes, capaces sin duda de sostenerle durante largo rato sobre mi cuerpo, si finalmente se decidiera a darme lo que me merecía.

Por desgracia ya estaba demasiado oscuro como para que pudiera verle bien los tatuajes. Una pena. Ruger no se cortaba un pelo a la hora de quitarse la camiseta delante de quien fuera, pero hasta ahora no había tenido oportunidad de examinar sus tatuajes tan de cerca.

Hundí mis dedos en su carne y él gruñó y bajó la cabeza. Era verdad que tenía los músculos muy agarrotados. Podía sentir varios nudos en su cuello y en sus hombros. Después de unos minutos de trabajárselos con los dedos, recurrí a los codos. Poco a poco conseguí relajar su cuello y fui descendiendo a lo largo de la espalda.

—Túmbate boca abajo —le dije, abriendo otra tumbona que estaba detrás de él y alisándola con las manos. No se movió.

—Eres un gallina, de verdad —le dije—. Solo voy a darte un masaje de espalda, Ruger. Disfrútalo por lo que es, sin más ¿de acuerdo?

Emitió un gruñido de asentimiento y se tendió en la tumbona. Me incliné sobre él y comencé a trabajar. Algunos de los nudos se resistían, así que decidí subirme sobre él a horcajadas para ejercer mayor presión.

¿Fue una estupidez?

Desde luego. ¿Me importaba?

Ni una mierda.

Me senté sobre su trasero, disfrutando del contacto de su duro cuerpo entre mis piernas y el de su piel en mis dedos. Su olor era fresco, limpio, pero seguía siendo totalmente masculino. Me volvía loca. Cada vez que presionaba sobre él con las manos, mi entrepierna frotaba su región lumbar. No era un estímulo tan fuerte como para llevarme al éxtasis, pero cuando noté que una gota de sudor se deslizaba por mi frente, supe que no se debía precisamente al esfuerzo del masaje.

Al principio estaba muy tenso, pero poco a poco se fue entregando a la sensación y cada grupo de músculos se fue relajando por turno. Al cabo de un buen rato, yo tenía ya los brazos cansados y los dos sentíamos una agradable languidez. Me dejé caer sobre su espalda y aspiré el aroma que desprendía su cuerpo. Solo la fresca brisa veraniega impedía que mi cuerpo se sobrecalentara.

—Soph... —dijo, con tono de advertencia.

—Tranquilo, Ruger —susurré—. No significa nada. Solo déjate hacer ¿de acuerdo?

Suspiró y se hizo el silencio durante un buen rato.

Yo me sentía frustrada aún, desde luego, pero también era presa de una extraña excitación sexual, amortiguada e incluso relajante. Los ruidos nocturnos nos rodeaban y me abandoné a la sensación de tener debajo de mí el cuerpo de Ruger. Deseaba estar junto a un hombre como aquel, un hombre fuerte, constante, capaz de protegerme de cualquier cosa.

Si fuera mío, estaría segura. Siempre.

—Todo irá bien, Sophie —murmuró Ruger, con voz soñolienta—. Te lo prometo.

No respondí porque no le creía y sentí que el sueño me vencía poco a poco. Lo siguiente que recuerdo es que me levantó en sus brazos y me llevó al dormitorio.