Capítulo 7

Aquel no fue desde luego un beso tierno. No fue lento, ni seductor, ni lleno de profundo significado. Fue más bien una explosión de lujuria largo tiempo contenida. Años, para ser más precisos. El pecho de Ruger era como un muro de hormigón y, sin pensar en lo que hacía, le rodeé la cintura con las piernas. Él me tiró con más fuerza del pelo y me obligó a volver la cabeza hacia un lado, para acceder mejor a mi boca. Su lengua entraba profundamente, sin miramientos. Al moverse, la bolita metálica que tenía en el centro me estimulaba, recordándome que el sexo con él sería algo totalmente diferente de todo lo que había sentido antes en mi vida. Mientras, su miembro duro como una roca presionaba contra mi vientre con tanta fuerza que casi dolía.

Mierda, ojalá no lleváramos tanta ropa puesta...

Ruger me metió la mano bajo el top, retirándose hacia atrás lo justo para poder agarrarme los pechos. Sus dedos encontraron uno de mis pezones y lo pellizcaron a través de la fina tela, mientras yo arqueaba la espalda, ardiendo de deseo. De pronto apartó la boca y nos quedamos mirándonos el uno al otro, jadeantes, como hipnotizados.

—Habíamos decidido que esto no es una buena idea. Hoy no estoy borracha, no hay excusas —dije con cierta desesperación, mientras me preguntaba para mis adentros cómo reaccionaría él si le chupaba el labio. No podía apartar los ojos de aquella carne de color rojo oscuro, brillante por la capa de saliva que la cubría, producto de nuestro beso.

—Dijiste que querías acostarte con alguien —replicó Ruger, con las pupilas muy dilatadas—. Pues aquí me tienes a mí. Ya que todo se ha ido a la mierda entre tú y yo, aprovechemos. El daño está hecho y estamos totalmente jodidos. No puedo olvidar el sabor que tenías la noche pasada y la sensación de estar encima de ti en ese sofá. Necesito estar dentro de ti, Soph.

Uf, qué tentador...

Pero... ¿podía enrollarme a cada paso con Ruger y seguir viviendo allí? Yo lo había deseado toda la vida y no había duda de que él me deseaba a mí, pero de pronto recordé a la rubia desnuda que hacía solo media hora había estado sentada en aquella misma cocina. Las bragas de color morado... todo en la casa de aquel hombre, el lugar que se suponía que tenía que ser el refugio de Noah.

Acostarme con él era un suicidio.

Sentí ganas de golpearme la cabeza contra algo duro, pero lo único que tenía a mi alcance era su pecho y acercarme más a esa amplia extensión de piel desnuda era lo último que me convenía.

—Mala idea —respondí por fin y, como respuesta, sus dedos me retorcieron el pezón. La otra mano de Ruger se dirigió a mis caderas, mientras frotaba toda la rígida extensión de su miembro contra mi entrepierna, arriba y abajo. Si aquello ya me daba gusto, cómo sería ese mismo movimiento con él dentro de mí...

Estaba a cien mil, casi mareada de la excitación. Nunca en mi vida había sentido un deseo tan fuerte como el que me poseía en aquel momento, por nada ni nadie...

Excepto el de dar a Noah una vida decente.

—Si lo hacemos, tal vez tú puedas seguir adelante como si tal cosa —le dije, cerrando los ojos y tratando de ignorar las llamadas desesperadas de mi sexo—. A ti te da igual con quién te acuestas, Ruger, pero a mí no.

—Tú eras la que hablaba de amigos con derecho a roce —replicó él—. ¿Por qué cambias el rollo ahora? ¿Tienes miedo?

—Pues sí, joder, estoy asustada —respondí mirándole fijamente, buscando comprensión, aunque en su rostro solo había lujuria pura y dura—. Vivo contigo y no tengo ningún otro sitio adónde ir. Ayer encontré tres bragas bajo los almohadones de tus sofás, todas de tamaño diferente. No creo que pueda acostarme contigo y después sonreír mientras veo un desfile completo de mujeres por la casa. Me parece una razón suficiente como para no hacer esto.

—¿Y por qué demonios rebuscas entre los almohadones? —preguntó Ruger y sus caderas se detuvieron.

Ahí le había pillado.

—Estaba limpiando la casa —respondí—. Quería darte una sorpresa, para agradecerte todo lo que has hecho, pero en fin... la compañía que trajiste anoche ya se encargó de que todo volviera a su estado original.

—Dios... —susurró Ruger, sacudiendo la cabeza—. Lo siento. No sabía que iban a venir, aunque ya sé que no es una gran excusa.

Mientras hablaba, había reanudado el movimiento de caderas y creí morirme de gusto al notar el roce contra mi punto más sensible. ¿Podría llegar al orgasmo solo con aquel movimiento, a pesar de la tela que nos separaba? Sin saber qué decir, me encogí de hombros y me concentré en sus tatuajes. La mayoría eran dibujos muy buenos, elaborados sin duda por un artista de verdad. Ruger se tomaba muy en serio lo de sus tatuajes. Para él no eran solo un capricho. Habría apostado a que cada uno de ellos tenía una historia detrás y sentía deseos de conocerlas todas, un deseo más fuerte de lo que sería recomendable.

Ruger me observó, pensativo, mientras me rozaba un pezón con la punta del dedo, en lentos círculos. De pronto me agarró la mano y la llevó hasta su largo y poderoso miembro. Al hacerlo, sus nudillos presionaron contra mi zona del placer y yo jadeé y me retorcí de gusto. Agarré con fuerza y noté toda su masculinidad a través de la fuerte tela de los jeans. Su miembro era grande y grueso, mucho más que mi vibrador. ¿Era aquel bulto especialmente duro cerca de la punta su...? Ni siquiera sabía cómo llamarlo. Quería verlo, verlo todo, me moría de deseo. Ruger mantenía los nudillos aplastados contra mi abertura y lancé un gemido, sin poder contenerme.

Su mirada se ensombreció.

—Deseas esto tanto como yo —dijo por fin— y no se nos va a pasar así como así. Vamos a arder hasta que uno de los dos explote y salgamos heridos. Terminemos con esto de una vez. Necesito estar dentro de ti, Sophie.

—También necesitabas estar dentro de tu rubia la otra noche y mira cómo acabó todo —repliqué—. ¿Vas a darnos una patada también, a mí y a Noah, si la cosa se pone incómoda?

—Si piensas eso, estás muy equivocada — respondió él.

—¿Sobre lo de darnos la patada? La cosa no va a funcionar, Ruger —le dije—. Tú y yo durmiendo juntos y tú acostándote con otras por ahí. A un rollo de una noche lo puedo dejar sin problemas, pero contigo sería diferente.

—No, te equivocas en lo de que necesitaba estar dentro de esa chica la noche pasada —corrigió—. Te necesitaba a ti. No hice más que pensar en ti mientras estaba fuera. Cada puta noche me acosté con el miembro tieso y me desperté aún peor, sin que importara cuántas veces me lo sacudiera o a quién me follara por el camino. Cuando regresaba desde Portland, la noche pasada, sabía que si entraba en esta casa, con todo oscuro y tranquilo, bajaría a buscarte a tu cuarto, me metería en tu cama, te metería los dedos y te abriría para mí, quisieras o no. Así pues, decidí probar otra cosa, porque habíamos decidido que no íbamos a acostarnos juntos. No funcionó.

Yo había empezado a frotarle el miembro con la mano, a través de la tela de los pantalones. Me resultaba complicado concentrarme en sus palabras mientras lo hacía y sentía sus nudillos apretados contra mi abertura. Ahora nos movíamos rítmicamente, arriba y abajo, y mis caderas presionaban hacia delante, rebelándose contra todo pensamiento racional.

—¿Lo dices para que me sienta mejor? —pregunté—. Lo digo porque, al verla, sentí ganas de matarla. Y a ti. No tengo ningún derecho a sentirme así.

—Tampoco yo tengo ningún derecho a ponerte límites, pero pienso hacerlo de todos modos —respondió él—. Nada de joder con los del club. Mejor dicho, nada de joder por ahí y punto. Eres mía.

A esto no repliqué con palabras, sino que le metí la mano por debajo de los pantalones y mis dedos buscaron el miembro desnudo. Palpé la barra de metal que le perforaba el glande, con dos bolas de hierro en cada extremo, arriba y abajo. Las rocé lentamente y él gruñó de placer.

—Imagínate estas dos dentro de ti —murmuró con los ojos cerrados, mientras sus caderas saltaban hacia delante, como en un espasmo—. Primero te las frotaría contra el clítoris y después te rozarían el punto G durante todo el tiempo que te estuviera follando. No has sentido algo así en tu puta vida.

Al imaginar aquello me puse muy tensa. Jugueteé con las bolas de metal unos segundos más y después escarbé más a fondo con la mano y le agarré firmemente el tronco del miembro. Él gimió de gusto y yo apreté con fuerza, casi furiosa por desearlo tanto

Abrió los ojos y me dedicó una sonrisa perezosa.

—¿Quieres hacerme daño? —susurró—. Nunca podrás, nena. Aprieta todo lo que quieras, que no me harás nada. Soy más fuerte que tú, lo que quiere decir que al final venceré. Así es como está hecho el mundo.

—No es justo —repliqué, en voz baja. Ruger se inclinó hacia mí y apoyó la frente contra la mía. A continuación, sus dedos se deslizaron hacia el interior de mis shorts. Sentí como descendían, uno por cada lado de mi centro del placer, agitándose y apretando alternativamente. Su miembro palpitaba en mi mano, duro y caliente.

—La vida no es justa —repuso él—. A veces tienes que conformarte con lo que tienes.

—¿Esto sería solo una vez? —pregunté, debatiéndome en la tentación. ¿Podía hacerlo? ¿Entregarme a él una vez y después seguir igual y pretender que no había pasado nada?

—No tengo ni idea —respondió él y su voz se endureció—. Seguramente no sería la única vez. Hace mucho tiempo que te deseo, Soph. Nunca he olvidado tu sabor, ni un solo día en los últimos cuatro años. Dios, era increíble.

Se me cortó la respiración.

—¿Y después? —pregunté.

—Pues seguimos adelante con nuestra vida —respondió él—. Te guardaré respeto y tú también a mí. No traeré más mujeres aquí. No debería haberlo hecho de todos modos. Hay camas en el club.

—Tú sigues adelante —dije lentamente, mientras notaba cómo algo se desgarraba en mi interior— y yo no seré más que una muesca en tu cinturón, porque eso es lo que haces. Te lo haces con mujeres y después les das la patada.

—Bueno, es mejor que hacerlo solo con la mano —replicó él—. Nunca he pretendido ser lo que no soy, nena. No voy a sentar la cabeza. No quiero compromisos. Me gusta mi vida tal como es. La mayoría de los hombres piensan lo mismo, pero la diferencia es que yo no lo oculto.

—Por eso es un error todo esto —le dije—. Sería mejor que me marchara abajo ahora mismo y que olvidáramos lo que ha ocurrido.

Ojalá fuera diferente, pensaba para mis adentros. Siempre había sabido cómo era Ruger, pero oírle decirlo tan a las claras me llegó muy adentro. Sin embargo, mi mano continuaba deslizándose arriba y abajo de su miembro, rozando las bolas de metal, recogiendo las gotas de líquido que ya habían escapado y utilizándolas para lubricar el movimiento. Él por su parte continuaba trabajándome con sus dedos y un violento escalofrío me recorrió la columna vertebral. Noté cómo los músculos internos se me contraían y la humedad comenzaba a inundarme.

—Enseguida paramos —dijo Ruger, frotándome lentamente la nariz con la suya—. Solo un poco más.

Sus labios abrieron los míos de nuevo y su lengua penetró en mi boca y la llenó, tal y como yo quería que su masculinidad llenara mi cuerpo. Me resultaba muy difícil estar atenta a todas las sensaciones que me asaltaban, los besos hambrientos de Ruger, sus dedos en mi abertura, su miembro palpitante en mi mano... Todo aquello se mezclaba en una única sensación de ardiente deseo. Entonces él aceleró el movimiento de los dedos y lo olvidé todo excepto mi propio placer, aunque la sensación pronto fue superada por otra aún más intensa, la violenta tensión que creció en mi interior en el momento en que él retiró la boca y me subió la camisa. Acto seguido me descubrió los pechos y succionó con fuerza uno de mis pezones, acariciándolo con la punta de la lengua. El contraste entre el duro metal del piercing y la carne caliente y húmeda de su lengua destruyó toda la capacidad de pensar con claridad que me quedaba. El poderoso cuerpo de Ruger me rodeaba. Sus dedos jugueteaban sin cesar en el epicentro de mi placer y yo no podía hacer nada excepto dejarme caer arrastrada por aquella increíble catarata de sensaciones.

Jadeé con fuerza, cerca del clímax.

Mientras la boca de Ruger mantenía mi pezón atrapado, agarró el otro con los dedos, tiró de él y lo retorció. Gemí sin poder contenerme. Sentía cómo llegaba la explosión y solo necesitaba un poco más para precipitarme sobre el borde. Entonces él dejó de agitar los dedos y presionó con fuerza. Sentí que las caderas me palpitaban descontroladas mientras caía al abismo y todo mi cuerpo se agitó con furia sobre la mesa, como sacudido por calambres. Ruger volvió a cubrir mi boca con la suya y me besó lentamente, mientras los temblores que recorrían mis miembros iban perdiendo intensidad. Cuando todo acabó, quedé totalmente relajada, como una muñeca inerte en sus brazos.

Ruger me miró fijamente a los ojos.

Era el rostro del deseo, un deseo como nunca había visto en ningún hombre. Ya había parado de agitarle el miembro, pero seguía sujetándoselo en mi mano. Se había hecho más grande y grueso y no tardé en reanudar el movimiento, con más fuerza. Sus fluidos lo impregnaban todo y mis dedos se deslizaban desde la base hasta su cabeza perforada. Así permanecimos durante unos segundos que me parecieron eternos, mirándonos fijamente, mientras yo aceleraba sin cesar mi movimiento de vaivén. Al cabo de un minuto, su rostro pareció oscurecerse y su respiración se aceleró. Entonces se llevó las manos a los pantalones, los bajó de golpe y liberó completamente a la criatura que habitaba en ellos. Cubrió mi mano con la suya y reanudamos juntos el movimiento, arriba y abajo, con mucha más fuerza que cuando lo hacía yo sola. Con cada acometida, la palma de mi mano frotaba las bolas de acero y él lanzaba un rugido de placer, hambriento, primitivo.

—Déjame entrar, Sophie —dijo Ruger, jadeante, con voz dolorida de deseo. Sacudí la cabeza y cerré los ojos, porque no quería que viera lo cerca que estaba de dar mi brazo a torcer.

—No —dije, a punto de echarme a llorar—, no voy a follar contigo para después verte con otras mujeres. No puedo hacerlo. Me conozco, Ruger. A menos que me digas aquí y ahora que quieres intentar algo conmigo en serio, no puedo acostarme contigo. Déjame acabar esto y lo dejamos aquí.

Ruger apretó con más fuerza aún la mano con la que yo le mantenía sujeto el miembro, cerró los ojos y se estremeció con violencia. Entonces, repentinamente, me apartó la mano, me la llevó a la espalda y apretó mi cuerpo contra el suyo, haciéndome pasar de amante a prisionera con tal facilidad que me aterrorizó.

—Sin mentiras —dijo con voz ronca. Su rostro estaba enrojecido y el pecho le subía y le bajaba, agitado. Todo en él estaba duro como una roca, desde los pectorales que aplastaban mis pechos hasta el miembro que presionaba contra mi vientre.

—No habrá manipulaciones entre nosotros, nena —prosiguió—. Lo que hay es lo que hay, pero puedo hacértelo como nunca te lo han hecho en tu vida. Te lo garantizo.

—¿Como nunca en mi vida? —dije y mis propias palabras cayeron sobre mí como un jarro de agua fría, que atravesó la niebla de mi atontamiento.

Mierda, joder ¿qué es lo que estaba haciendo?

Había perdido la puta cabeza.

Ruger podía ser un tío maravilloso para Noah, pero no permitiría que jugara con mi cuerpo y no digamos con mi corazón.

—Zach ya me lo hizo como nunca en mi vida, Ruger —dije y subrayé cada una de las palabras— y aprendí bien la lección. El sexo dura poco, pero lo cambia todo. Eso es algo que los hombres como tú no pueden entender.

Se separó de mí bruscamente y me taladró con la mirada.

—Dios, eres una auténtica perra —dijo.

—No soy ninguna perra —dije, esforzándome por mantener la voz tranquila—. Soy una madre. No puedo permitirme jugar a este juego contigo, Ruger. Me destrozaría y también a Noah.

—Joder, no puedo creerlo —murmuró y dejó caer la mano con fuerza sobre la mesa, junto a mí. Di un respingo, sorprendida, mientras él se subía los pantalones y se los abrochaba. Su rostro reflejaba dolor y frustración. Sin embargo, no se apartaba de mí ni me dejaba ninguna vía de escape. Al contrario, me agarró los hombros con sus grandes manos y me sacudió.

—Nada ha cambiado —rugió, con ojos ardientes de rabia y de deseo contrariado—. Si vas a esa fiesta, mantendrás las manos quietas. Es una puta orden. Nada de flirteos, nada de tocar a nadie, nada de nada. Los que van ahí no son boy scouts precisamente y no estarán muy contentos si empiezas algo y después no quieres terminarlo. Mantén la distancia ¿está claro?

—Como el agua —respondí—. Te entiendo perfectamente.

—Te lo agradezco —dijo mientras se apartaba para dejarme pasar, lo que me hizo respirar hondo, casi mareada de alivio. Su expresión me asustaba. Siempre lo había hecho, en cierta medida, pero como había dentro de mí algo definitivamente mal ajustado, me ponía caliente en la misma medida que me asustaba. Ruger era capaz de extraer todo el sentido común de mi organismo.

—Ahora, lárgate de mi casa —añadió mientras se echaba el pelo hacia atrás—. Vete por ahí a dar una vuelta, de compras, lo que te dé la gana, pero no vuelvas hasta que no hayas recogido a Noah en el colegio. A esa hora yo ya me habré ido.

—¿A dónde vas? —pregunté.

—¿De veras crees que eso es asunto tuyo? —inquirió a su vez, arqueando las cejas—. No somos amigos con derecho a roce, tú no eres mi dama y no recuerdo haberte puesto a cargo de mi vida.

—No me debes nada —dije. «Pero tampoco puedes controlarme», quise añadir, pero no me atreví. Demasiado gallina para decir aquello en voz alta. Ruger me observó sin decir nada, con una interrogación en la mirada.

—Lo siento —continué—. No eres para nada como Zach, lo sé muy bien, pero esto no nos afecta solo a ti y a mí, afecta también a mi hijo. Él no puede perder otro hogar simplemente porque no seamos capaces de mantener los pantalones puestos, Ruger.

—¿He hecho alguna vez algo que pudiera herir a ese niño? —preguntó.

—No digo que lo hicieras a propósito —respondí.

—Lárgate de una puta vez antes de que cambie de idea, Sophie, joder —dijo.

Me largué de una puta vez.

Kimber: ¡No me jodas! ¿Te estás quedando conmigo? ¿Su rabo en tu mano y dijiste que noooo?

Yo: Ojalá fuera broma. Va en serio.

Kimber: Por un lado creo que te libraste de una buena. Por otro, creo que deberías haberte abierto de patas.

Yo: Eso lo habría empeorado todo. Me dijiste que me mantuviera a distancia de él ¿recuerdas?

Kimber: Bueno, ya ha empeorado lo suficiente, tonta del culo. La has cagado y estáis bien jodidos. El sexo solo es el síntoma. El problema es el rollo tan complicado que tenéis entre vosotros. Te desea más de lo que yo pensaba.

Yo: No jodas.

Kimber: Y tú no seas lerda. Las reglas han cambiado ¿no lo ves? Recuerda: yo le conozco. No es así con otras mujeres. Retiro lo dicho sobre que era una mala idea. Deberías ir a por él. De todos modos vas a pagar el precio, así que al menos pásatelo bien. La cosa ya se ha jodido sin vuelta atrás.

Yo: Eso es verdad. La situación se me hace cada vez más dura.

Kimber: ¿Más DURA? Pues estupendo entonces:-)

Yo: ¡Pervertida!

Kimber: Estás celosa de lo sabrosona y pervertida que soy. Bueno, creo que te quiere de verdad, digo, para tenerte a su lado.

Yo: ¿Cómo que tenerme? No soy un gatito.

Kimber: Así te vas a quedar si no te pones las pilas, como un gatito mojado. Te lo digo en serio. Piénsalo.

Yo: Te odio. Aunque me quiera, de todas formas no va a parar de ir follando por ahí. Mal negocio.

Kimber: Eso sí. Necesitamos un plan. Y también margaritas. Eso lo cura todo. ¿Vienes esta noche?

Yo: Mmm, no sé si hay tiempo. Hoy vienen a verme las chicas del club.

Kimber: ¿A qué hora?

Yo: Siete.

Kimber: Me paso y llevo el mezclador y la bebida. Compra hielo, si no tienes.

Yo: No se...

Kimber: Es mejor que te decidas de una vez, Soph. Más tarde o más temprano te vas a acostar con él. Voy para allá, lo hablamos y vemos qué es lo mejor para hacer que se porte bien.

Yo: Le encanta decirme todo el rato lo que tengo que hacer. Va de jefe el caraculo este.

Kimber: Jajaja.

Yo: Zorra.

Kimber: Gracias, sé que me adoras. Te veo esta noche.

Sentí que me iban a estallar los globos oculares.

O tal vez a saltar disparados de mi cabeza.

Nunca había probado nada tan fuerte como el trago que acababa de prepararme mi nueva amiga Em. Faltó un pelo para que se me fuera por la nariz, pero conseguí a duras penas mantener un mínimo de dignidad, mientras me ardía la garganta como si me bajase lava y los ojos se me llenaban de lágrimas. Las mujeres sentadas en torno a la mesa de la terraza se echaron a reír todas a una, como un grupo de brujas. Como no podía decir palabra, les dediqué a todas un gesto amistoso con el dedo corazón hacia arriba.

Lo que las hizo reír más fuerte aún.

Aunque el día había empezado fatal, con mi extraño y frustrante episodio junto a Ruger, por la tarde las cosas habían mejorado notablemente. Poco después de las siete habían llegado cuatro de las chicas de los Reapers, Maggs, Em, Marie y Dancer. Llegaron con pizzas y un montón de botellitas de licor fuerte, de esas que dan en los aviones. Al principio me había sentido un poco abrumada, sin saber quién era quién, pero al cabo del rato ya me había aclarado bastante.

Maggs era la dama de Bolt, uno de los moteros, que estaba en la cárcel. Parecía muy normal para tratarse de la mujer de un presidiario y no digamos para ser su chica o, como ellos decían, su «propiedad». La verdad, a mí aquel término me sonaba de pena, pero las chicas parecían aceptarlo con orgullo. Maggs tenía el cabello rubio, lleno de rizos salvajes, y lo llevaba por los hombros. Era menuda y muy atractiva, con una sonrisa tan simpática que te la contagiaba sin que pudieras evitarlo.

La verdad es que tenía muchísimas ganas de preguntarle por qué estaba su hombre en la cárcel, pero por una vez me las arreglé para mantener la boca cerrada.

Dancer era alta y elegante, con la piel muy bronceada y pelo largo y liso. Tenía que ser medio india, decidí. ¿De la tribu de los coeur d’alene, quizá? Tampoco quise preguntarle, pero me parecía probable, puesto que había crecido allí. Estaba casada con un tipo llamado Bam Bam y Horse era su medio hermano —la madre de ambos lo había tenido a él muy poco después de casarse con su segundo marido, cuando Dancer tenía dos años. Em era muy joven, creo que más que yo. Tenía unos increíbles ojos azules, con finos anillos oscuros alrededor del iris. Era más o menos como yo de alta y llevaba su cabello castaño recogido en un moño bastante desaliñado. Era la hija de un tal Picnic.

Por último, estaba Marie, una chica menudita de cabello castaño muy largo y muy espeso, y de personalidad chispeante. Era la dama de Horse, lo que me resultaba algo difícil de imaginar —con lo enorme que era él, parecía increíble que no la rompiera en dos cuando... en fin—. Llevaba un anillo de compromiso de un tamaño muy llamativo, una piedra azul rodeada de pequeños diamantes. Al parecer la boda estaba prevista para fin de mes. El duro motero al que había conocido en Seattle no parecía el tipo de hombre fácil de arrastrar al altar, pero al parecer Marie lo había conseguido.

Enseguida dejó claro que yo estaba invitada a la boda y a su despedida de soltera, la cual, como era costumbre entre ellas, sin duda haría sonrojar a los mismísimos Reapers.

La asistencia no era optativa...

Cuando llegaron y subí a abrirles la puerta, era la primera vez que cruzaba la devastada sala de estar y la cocina desde la escena de la mañana. Sin embargo, para mi sorpresa, Ruger había recogido bastante. El suelo no brillaba como antes, pero las botellas vacías habían desaparecido y los asientos estaban en su sitio. Las mujeres entraron en tropel, todo abrazos, sonrisas y bolsas de comida y bebida. Las conduje al piso de abajo y les presenté a Noah, que había pasado la tarde recogiendo flores para adornar la mesa. El pillín de mi hijo se hizo con ellas al instante, como cabía esperar.

—Tengo un niño que es un año mayor que tú y otro que es un año más pequeño —le dijo Dancer—. Si quieres un día te llevo para que los conozcas y puedas jugar con ellos.

—¿Tienen Skylanders? —preguntó Noah, que nunca se cortaba—. Si los tienen, podemos ir a tu casa. Si no, mejor que vengan aquí y así les enseño el estanque.

—Mmm, bueno, deja que le pregunte a tu madre y lo vemos —respondió Dancer.

Noah se encogió de hombros y salió corriendo al jardín. No iba con él eso de perder el tiempo en conversaciones inútiles.

El único momento incómodo se produjo al llegar Kimber, justo cuando Noah acababa de acostarse. Mi amiga bajó por las escaleras muy sonriente, pero cuando Maggs y Dancer la vieron, pusieron una cara bastante extraña. Sabían algo de ella, estaba claro, pero fuera lo que fuese, Em y Marie no estaban al corriente. Kimber depositó la licuadora que traía sobre la encimera de nuestra cocina, se dio la vuelta, cruzó los brazos y miró a su alrededor sin una pizca de timidez.

—Hola, soy Kimber —dijo— y voy a dejar las cosas claras. Durante un tiempo trabajé en The Line y ahí me «trabajé» a Ruger y a un montón de tipos, la mayoría clientes del bar, pero también a algunos Reapers. ¿Queréis que os dé más detalles o con esto es suficiente?

—Jooder —dijo Em—. Eso es lo que se dice hacer una entrada.

—Habría sido mejor si hubiera podido llevar el vodka e ir preparando los cócteles por el camino —respondió Kimber—. Bueno, chicas ¿os van los margaritas de arándanos? Soy una auténtica artista de los margaritas, o al menos eso he oído. Podemos pasarlo de puta madre todas juntas bebiéndonos unos cuantos de estos o también podéis turnaros para llamarme puta, lo que será mucho menos divertido, pero en fin, también es posible. En todo caso, pienso quedarme aquí, así que adelante con lo que sea.

—¿Jodiste con Bolt, Horse o Bam Bam? —preguntó Em, claramente fascinada. La tensión en el ambiente se hizo de pronto palpable, pero Kimber sacudió la cabeza.

—No, qué va —respondió—. No sé ni quién es Horse. Conocí a Bolt y a Bam Bam, pero nunca de cerca. Estaban bien pillados, por lo que oí.

—Me gusta oír eso —murmuró Dancer y sus labios esbozaron una sonrisa—. Entonces dejamos lo de puta ¿no?

La tensión desapareció y Kimber demostró que, efectivamente, era una auténtica artista de los margaritas.

Ya era medianoche y llevábamos metidos en el cuerpo unos cuantos cócteles. Kimber había sido la reina de las fiestas en la época del instituto y era evidente que no había renunciado al título del todo.

—Ya me entendéis —decía con voz seria al resto de nosotras, todas sentadas alrededor de la mesa de la terraza de Ruger—. Me encanta ser madre, pero tengo que salir de vez en cuando. ¡No tenía ni idea de que sus pequeños cuerpos pudieran contener tantos fluidos!

Dancer rió con tantas ganas que casi se cayó de la silla.

—Ya sé lo que es eso —dijo—. A veces empiezan a soltarlos y crees que van a desinflarse como un globo o algo así.

Choqué los cinco con Kimber, feliz de que tuviera un hijo al que quería y feliz también de que el mío hubiera pasado hacía tiempo la edad de los fluidos.

—Es por eso por lo que no pienso tener bebés de momento —declaró Em—. Está claro que no solo pierdes la libertad, sino también la cabeza. Joder, sois patéticas.

—Para tener un bebé antes hay que tener sexo —intervino Marie mientras movía teatralmente las cejas y daba un codazo a Em—. Por eso no paro de repetirte que tenemos que salir y conseguirte un hombre. Vamos, decídete, hay que romper de una vez ese himen.

—¿Me dan una pizza gratis si me lo rompen diez en una noche? —replicó Em—. En serio, no sé a qué estoy esperando, llegado este punto.

—Bueno, en todo caso no te molestes en esperar a Painter —terció Maggs—. Ya hace tres meses que lleva su parche, pero no vemos que madure.

—No es eso —replicó Em, con el ceño fruncido y sacudiendo la cabeza—. Yo estaba por él ¿sabes? La verdad es que me gustaba mucho, pero lo jodió todo. Le importa mucho más no cabrear a mi padre que estar conmigo.

—Para ser justos, tu padre tiene una reputación que impone un poco —intervino Dancer, con voz seca—. A tu último novio le pegó un tiro. Ante eso, cualquiera se lo pensaría.

Miré a Em con interés renovado, tratando de recordar quién era su padre. Ah, claro, su padre era Picnic. ¿Picnic? ¿Qué clase de nombre era ese? Casi tan raro como Horse...

—¿De dónde demonios salen todos esos nombres? —pregunté abruptamente, removiéndome en mi silla, y todas me miraron con asombro—. ¿Picnic? ¿Bam Bam? ¿Horse? ¿Qué madre le pone Horse a su bebé? ¿Y qué hay de Ruger? Su nombre es Jesse, joder, así es como le llamaba su madre.

Las chicas se echaron a reír al unísono.

—¿Qué os hace tanta gracia? —pregunté, algo mosqueada. La pregunta iba en serio.

—¡Ja, ja, creías que eran nombres de verdad! —exclamó Marie—. Es gracioso, porque sé exactamente lo que piensas. Yo hice la misma pregunta. Horse es un nombre ridículo ¿no crees?

La miré fijamente.

—¿Es una pregunta trampa? —inquirí—. No quiero insultar al hombre con el que vas a casarte y que por cierto da bastante miedo. Va por ahí con un bate de béisbol y un rollo de cinta adhesiva. Con un paquete de bolsas de basura de las grandes, ya tendría el kit completo del asesino en serie. Conozco esas cosas. Veo mucho la televisión.

De la risa, el margarita se le fue a Marie por la nariz.

—El verdadero nombre de Horse es Marcus —dijo Dancer, con cara de exasperación pero entre risas—. Es mi hermano, por cierto. Horse es solo su nombre de carretera, como un apodo, ya sabes. La mayoría de los chicos del club los tienen y las chicas también. Dancer es mi nombre de carretera.

—¿Y cuál es tu nombre real? —pregunté.

—Sin comentarios —respondió Dancer.

—Agripina —declaró Em, orgullosa—. Créetelo.

Dancer le sopló un chorro de margarita helada a través de su pajita.

—¡Zorra traidora! —le espetó.

—¿Os estáis quedando con nosotras? —dijo Kimber, mirando a las dos chicas alternativamente—. ¿Agripina? ¿Por Agripina la Joven o la Vieja?

Todos la miramos boquiabiertas.

—Mi madre era un poco friki con la historia de Roma —comentó Dancer y yo sacudí la cabeza, ya que había perdido el hilo de la conversación. Las margaritas no ayudaban. ¿De qué narices iba aquello? Ah, sí, de nombres de carretera.

—Entonces... ¿por qué le llaman Horse? —pregunté por fin. Marie se puso roja hasta la raíz del pelo y miró hacia otro lado.

—¡Aja! —exclamó Dancer y estampó la mano contra la mesa, para dar énfasis—. Horse dice que le llaman así porque es un superdotado, pero yo conozco el verdadero motivo. Cuando era un niño, como de tres o cuatro años, llevaba siempre un caballito de peluche que tenía y con el que dormía y todo. Un día nos peleamos y él empezó a pegarme con el peluche. Entonces mi madre se lo quitó y me dio a mí, y él empezó a perseguirme gritando «caballito, caballito». Por eso empezamos a llamarle así, para tomarle el pelo, y se le quedó.

Marie abrió ojos como platos.

—¿Estás hablando en serio? —preguntó y la cara de Dancer se iluminó con la alegría malévola que solo una hermana mayor puede sentir.

—Su padre insistió hasta el día de su muerte en que el nombre se debe a que la tiene como un caballo —dijo Dancer—, pero te juro que en realidad es por el caballito de peluche. No dejes que te engañe.

—¿Y se lo devolviste? —preguntó Em, sin aliento. Dancer sacudió la cabeza.

—Aún lo guardo —respondió— y te prometo, Marie, que te lo voy a regalar el día de tu boda con ese borrico. Te ayudará a mantenerlo en su sitio.

Casi explotamos de la risa y Kimber sirvió otra ronda de margaritas con un cucharón gigante que había encontrado en la cocina de Ruger. La fiesta no tenía pinta de acabar pronto...

—¿Y todos los nombres son así? —quise saber, para continuar con el tema—. Quiero decir... ¿los moteros no deberían tener nombres como Asesino, o Tiburón o, yo qué sé... la Venganza de Thor?

—¿La Venganza de Thor? —preguntó Maggs, elevando una ceja—. ¿Hablas en serio?

—Ese es simplemente tonto —terció Em—. Los nombres de carretera se pegan porque pasa algo que hace que se peguen, ya sabes, una historia divertida o una cosa estúpida que hace uno. Te los ganas, como cualquier apodo de los que daban en el colegio.

—Emmy Lou Who, por ejemplo —dijo Dancer, pestañeando con expresión inocente. Em la taladró con la mirada.

—Cierra el pico, Agripina —le replicó Em.

—No, en serio, también tienen una función —explicó Maggs—. Si la gente no conoce tu verdadero nombre, es más difícil que puedan denunciarte a la policía.

—¿Y qué pasa con Ruger? —pregunté—. Que yo sepa, siempre le han llamado así.

—Ni idea —dijo Dancer con el ceño fruncido—. Tendrás que preguntárselo a él. Ruger es una marca de armas de fuego, tal vez sea eso. A Picnic le dieron su nombre porque le rompió a un tipo una mesa de picnic en la cabeza.

—Hablando de... —cambió el tercio Marie—, no hemos terminado la conversación sobre la situación de Em. Nena, tienes que conseguir que tu padre se tranquilice un poco. Nadie querrá salir contigo si sigue con su costumbre de disparar contra tus novios.

—No le pegó un tiro por estar saliendo conmigo —repuso Em—. Aquello fue un accidente de caza y el chico salió ileso. El hecho de que estuviera poniéndome los cuernos no fue más que una coincidencia.

Las chicas rieron de nuevo, excepto Kimber y yo, que nos limitamos a mirarlas en silencio.

—Sigue repitiéndote a ti misma esa historia todo el tiempo que quieras —murmuró Dancer.

Tomé nota mentalmente de que debía averiguar lo que había ocurrido en realidad con Em y su novio.

—Cambiemos de tema —dijo Em y miró a su alrededor, en busca de una nueva víctima, hasta que sus ojos se posaron en mí—. Como por ejemplo... Mmm. Bueno, Sophie, cuéntanos. ¿Qué noticias hay entre tú y Ruger? ¿Os acostáis o qué?

Todas —Kimber incluida— se volvieron para mirarme. Mi amiga me hizo un gesto apremiante, incitándome a hablar, pero yo sacudí la cabeza y mantuve la boca cerrada.

—Mierda, tengo que hacerlo yo todo —explotó Kimber—. Bueno, aquí va la historia.

Diez minutos más tarde, las chicas lo sabían todo —demasiado— sobre lo mío con Ruger y me juré para mis adentros que jamás volvería a decirle nada a Kimber. Nada, ni siquiera dónde guardaba el papel higiénico, ya que no podía confiar en ella.

—¿Y entonces se guardó la herramienta en los pantalones y se largó? —preguntó Em por tercera vez, claramente pasmada—. ¿Ni siquiera se puso a gritar y a decir palabrotas?

Negué con la cabeza. Debería haberme sentido avergonzada, pero estaba un poco demasiado bebida como para apreciar totalmente mi humillación. Estúpida Kimber. Perra traidora.

—Es un cerdo que va de cama en cama —declaró Kimber, encogiéndose de hombros—. ¿Quién sabe las razones que mueven a los tipos así? En lugar de preguntarnos por qué lo hace, tenemos que concentrarnos en resolver el problema real. ¿Cómo lo hacemos para conseguir que os acostéis de una vez?

—¡No! —exclamé—. No pienso meterme en la cama con él. ¿Es que no has entendido nada? Eso lo fastidiaría todo aquí, para mi hijo y para mí.

—No seas estúpida, ya está todo jodido —replicó ella—. Te dije que mantuvieras la distancia, pero tú decidiste cruzar el Rubicón.

—¿Qué demonios significa eso? —pregunté.

—Significa que tenemos que elaborar un plan de acción —respondió—. Mantener la distancia ya no es una posibilidad.

—No, digo que qué narices es eso del Rubicón —insistí y Kimber suspiró, frustrada.

—Es el río que separa la Galia Cisalpina de Italia —explicó—. Ahí es donde los generales romanos solían dejar a sus ejércitos antes de regresar a casa, como señal de que no eran una amenaza para la República. Hace dos mil años, Julio César tuvo que tomar una decisión sobre si debía obedecer al Senado o llevar consigo a sus tropas y dar comienzo a una guerra civil. Sus legiones cruzaron el Rubicón y aquello condujo al final de la República, aunque no de manera oficial, al principio. Fue Octavio Augusto el primero que se proclamó emperador. Un giro de pelotas en la historia de Occidente, pedazo de burra.

Todas la miramos con los ojos muy abiertos.

—¿Dónde demonios aprendiste todo eso? —le pregunté y ella me observó con rostro de exasperación.

—En el instituto —respondió—. Soy graduada en Historia. Joder ¿hay alguna ley que prohíba leer a las strippers? Ahora, por favor, concentración. Todas.

—A mi madre le caerías bien —dijo Dancer—. Muy bien, en realidad.

Kimber se encogió de hombros.

—Toda esta situación es como un grano enorme que hay que reventar —dijo—. El daño ya está hecho. Por tu cara se nota que estás hecha una mierda y no hay maquillaje que lo tape. Para lo que hay, más te valdría abrirte bien de piernas y después que te pague. Los dos os sentiríais mejor.

—¡Aaarggh!

—Es lo menos sexy que he oído decir nunca a nadie sobre el sexo —comentó Maggs—. Por primera vez en dos años, casi me alegro de que Bolt esté en la cárcel, porque no habría manera de que le pusiera un dedo encima después de oír eso.

—Lo digo como lo veo —explicó Kimber—, y ahora pensemos cuál es la mejor manera de que Sophie pueda empezar a follarse a Ruger sin que él pueda pensar que ha vencido.

—¡Kimber! —rugí y me acerqué hacia ella en son de guerra, pero al hacerlo tumbé el recipiente de las margaritas, cuyo dulce, pegajoso y delicioso contenido se derramó y salpicó a Maggs, Dancer y Marie.

Todas se echaron a reír de nuevo y esta vez Dancer se cayó de la silla, lo que añadió comicidad a la situación.

—Eso os pasa por burlaros de mis analogías históricas —proclamó Kimber, mirándonos radiante—. Soy la REINA y vosotras haréis lo que yo os diga, zorras.

—Estás loca —repliqué y metí el dedo en el pringue que cubría la mesa, para probarlo. Qué bueno estaba. Vaya desperdicio.

—Sin embargo, tienes razón en una cosa —continué—. Tal vez yo sea una persona un tanto ruin y egoísta, pero no quiero que Ruger salga ganando. Siempre gana. Tal vez sea necesario reventar el grano.

—Este debate es muy importante —sentenció Maggs, alzando una mano para hacernos callar—. Dado que somos las más veteranas, Dancer y yo seremos las moderadoras, pero en cuanto nos cambiemos de ropa. ¿Podemos sacar alguna cosa de tu armario?

—Pues claro —dije—. Voy a ayudaros.

—No te preocupes —respondió Dancer con una risilla—, lo encontraremos nosotras. Ya conocemos bien el apartamento.

Sonreí.

—Gracias de nuevo —les dije a todas—. No podéis imaginar lo increíble que fue llegar aquí y encontrarlo todo preparado. A Noah también le encanta su habitación.

—Es lo que hacemos siempre —respondió Maggs. Marie me sonrió y después se estremeció de frío, frotándose los brazos arriba y abajo.

—Uf, que frío —dijo—. Es mejor que nos cambiemos.

Dicho esto, las tres descendieron las escaleras de la terraza, en dirección a nuestras habitaciones.

—Voy a buscar un poco de agua caliente para fregar esto —dije mientras contemplaba el gran lago de margarita—. Tiene que haber algo en la cocina que nos sirva.

Entramos y comenzamos a rebuscar en los armarios de la cocina hasta que encontré dos grandes ensaladeras, que utilizamos para llevar agua caliente y echarla sobre la mesa de la terraza. Una vez recogido el desaguisado, nos sentamos de nuevo en las sillas y Kimber hizo algo útil por primera vez aquel día, al formular la pregunta que había estado hormigueándome por dentro durante toda la velada.

—Entonces... ¿eres virgen? —le preguntó a Em.

—Prácticamente —respondió ella.

—Ooh, prácticamente —repitió Kimber, inclinándose hacia delante y casi temblando de curiosidad—. Pero bueno ¿qué es lo que te pasa con lo de la virginidad? ¿Cuántos años tienes, en realidad?

—Veintidós —respondió Em, a quien las preguntas no parecían incomodar en absoluto—. Soy virgen porque no he querido hacerlo con cualquiera, solo por hacerlo. Lo malo es que los que no son cualquiera se asustan de mi padre. La verdad es que da miedo. Mi hermana se enfrenta a él, pero parece que yo soy incapaz. Sigo en casa sin poder independizarme, mientras ella disfruta de la vida en Olympia y es mi hermana pequeña. Aún sigo sin entender cómo me ha podido pasar esto.

—¿Siempre has vivido en casa de tu padre? —preguntó Kimber—. No me extraña que seas virgen.

—No, viví en Seattle durante mi primer semestre en el instituto —respondió Em—, pero no tenía muy claro qué quería ser y además, en cuanto se corrió el rumor sobre quién era mi padre, los chicos empezaron a evitarme. No me ayudó el que apareciera un día en el colegio mayor para anunciar que al primero que me quitara la ropa le quitaría él sus partes.

—La hostia —murmuré y Kimber tragó saliva.

—Es un poco fuerte, ya lo sé —comentó Em, mientras hacía un gesto de rechazo con las manos—. Así es mi padre. Mi madre lo mantenía bajo control, pero murió hace tiempo. Es el presidente del club, aquí, en Coeur d'Alene, así que no hay mucha gente que pueda enfrentarse a él.

—¿Y qué hay de ese chico, Painter? —pregunté. Em dejó caer la cabeza sobre la mesa y se la golpeó contra ella de forma teatral.

—Painter —dijo—. Painter es un grano en el culo para mí. Hasta hace unos meses era un aspirante, pero ahora ya es un miembro pleno de los Reapers, con su parche y todo. Parece que le gusto, ha flirteado conmigo y espanta a los otros chicos que se acercan a mí, pero cada vez que me lanzo sobre él, sale corriendo como una puta gallina mojada. Siempre.

Kimber sacudió la cabeza, con aire de quien está al corriente de todo.

—Ya, asustado de tu padre —dijo—. Es una causa perdida, nena. Tienes que buscarte a otro.

—Sí, lo sé —respondió Em con tono melancólico—. Entendía su actitud antes, cuando era un aspirante, y procuraba no presionarle demasiado. Siempre es dura la etapa de ingreso en el club. Sin embargo, ahora ya ha conseguido su parche. Tendría que dar un paso al frente o retirarse, así que lo nuestro se ha acabado.

—¡Por la puta vía directa, entonces! —exclamó Kimber mientras daba un puñetazo en la mesa, sobresaltándonos a todas—. Vámonos a Spokane el próximo fin de semana, nosotras tres. Por lo que sé, Maggs, Marie y Dancer están obligadas a vigilarte, porque son parte del club, pero nosotras no. Sophie y yo vamos por libre. Encontraremos a alguien que te desvirgue y después a un hombre que tenga lo que hay que tener. Está claro que ese Painter es un saco de mierda.

—La verdad es que he estado en contacto con alguien, por Internet —dijo Em, sonrojándose un tanto—. Me gusta mucho. Hemos estado chateando durante unos dos meses y hace poco que hemos empezado a llamarnos. Me gusta, de veras, pero aún sigo pensando que Painter...

—¡Que le jodan a ese Painter! —declaró Kimber con énfasis—. No es un hombre de verdad. Tal vez tu chico online tampoco lo sea, pero nosotras te cubriremos. Mira a ver si está libre la semana que viene y lo organizamos todo. Nos vemos en un lugar público y alquilamos habitaciones en el mismo hotel. Así estarás segura.

A Em le brillaron los ojos. La idea me parecía un poco disparatada y fruncí el ceño.

—Bueno... —dijo Em por fin—. Uf, no puedo creer que vayamos a hacer esto. ¿Y qué pasa con Sophie? No creo que a Ruger le apetezca que salga por ahí así como así.

De pronto sentí que no me importaba nada lo estúpido que sonara lo que fuera a decir. Mi cuñado no mandaba sobre mí. Que le dieran. Nada como unos buenos tragos para infundir valor a una chica.

—Contad conmigo —dije—. Ruger no me dice lo que tengo y lo que no tengo que hacer.

—¿En serio? —preguntó Em, escudriñando mi expresión en la oscuridad—. ¿Estáis dispuestas a que salgamos y hagamos esto?

—¿Por qué no? —repuse—. Ruger no es mi jefe y Kimber tiene que salir de vez en cuando. Comprobaremos quién es ese chico con el que has contactado. Haremos un par de llamadas para averiguar si merece la pena. Si no es así, siempre hay donde escoger. Créeme, si Kimber no te consigue un hombre, es que no existe. Es un auténtico sabueso sexual. Siempre lo ha sido.

—Así de claro, nena —confirmó mi amiga sin rastro de azoramiento—. Le preguntaré a Ryan si puede cuidar a Noah, Soph. Me lo debe. Él se va por ahí a jugar al póker todas las semanas. Cuando estaba embarazada, le dije que, si yo no bebía, él tampoco debía hacerlo y pasó de mí completamente. Para colmo, va y me compra un monovolumen. Un puto monovolumen. ¿Qué hombre le hace eso a una chica?

No pude evitar echarme a reír. Em se contagió y pronto las tres estábamos ahí, «ja, ja, ja», sin saber muy bien por qué. Todavía reíamos como hienas borrachas cuando regresaron Marie, Dancer y Maggs. Tenían una pinta muy rara con mi ropa puesta, sobre todo Dancer, que era demasiado alta —y con demasiadas curvas— como para ajustarse bien dentro de mis prendas. Había encontrado unos pantalones de yoga y una vieja camiseta, que llevaba muy apretados en las zonas críticas.

—A Bam le va a encantar esto —comentó bailoteando y sacudiendo vivamente el trasero ante nosotras—, si es que llega hoy a casa. ¿Alguien sabe cuál es el plan de los chicos?

—Hay una fiesta para los hermanos invitados de las otras secciones —dijo Marie—. Creo que han organizado una gran reunión del club. Horse estará aquí en una hora para llevarnos a casa. Maggs y yo vamos a ayudar a preparar el desayuno mañana, por si alguien más quiere unirse. Lo que es la comida, ya está casi resuelta. Tienen preparado un cerdo entero para asar, así que solo tenemos que preocuparnos de los aperitivos y los acompañamientos.

—Yo puedo acercarme al supermercado a comprar por la mañana —dijo Dancer—. ¿Te vienes, Em?

—Fijo —respondió la joven—. Mi padre me dijo que la misa acabaría sobre las cuatro. Puedes venir cuando quieras después de esa hora, Sophie.

—¿La misa? —pregunté, sorprendida, y Dancer sonrió de medio lado.

—Así es como llaman a sus reuniones —aclaró—. No tengo ni idea del motivo y al parecer ya no se acuerda nadie. Bueno, en todo caso esa parte no nos concierne, son asuntos del club. No te preocupes, tu tarea consiste en pasártelo bien en la fiesta.

—No estoy segura de que vaya a ir —repuse, un tanto desinflada en mi ánimo—. Después del pequeño escándalo organizado por Ruger, me parece que es mejor que me quede en casa.

—Eso ni de broma —replicó Dancer con tono firme—. Sea lo que sea lo que haya pasado entre vosotros, hay que resolverlo y, por cierto, no hemos olvidado que la conversación de antes se interrumpió justo en lo más interesante. Bueno, a lo que iba, hay que poner fin a esta situación o acabaréis matándoos. Asistir a la fiesta es perfecto.

—¿Por qué? —quise saber.

—Porque pueden pasar dos cosas, que Ruger se cabree más que una mona o que no —respondió Dancer—. Quiero decir, algún chico acabará por dirigirte la palabra. Si a Ruger se le va la cabeza por ello, veremos algo de acción y tú ya sabrás lo que hay y a qué atenerte. Si no reacciona, entonces quiere decir que estás libre y que todo puede volver a la normalidad. En cualquier caso, nosotras estaremos presentes para verlo todo. A fin de cuentas, esto es algo que nos concierne a todas ¿cierto?

—Uf, puede que os sorprenda, pero Ruger a veces me da miedo —repuse, intranquila—. No me apetece nada verle cabreado. Ya le he visto otras veces y no es divertido.

—No habrá problema —me aseguró Maggs—. Estas cosas se arreglan en el arsenal, no hay nada de qué preocuparse. Tal vez necesite una buena pelea para aclararse las ideas.

—Estoy de acuerdo —corroboró Marie—. Lo mejor es airearlo todo. Delante de todo el club, Ruger estará obligado a reclamarte como suya o bien a dejarte en paz. Así es como funciona.

—¿No os da siquiera un poco de cosa eso de que os «reclamen como suya»? —pregunté y todas se echaron a reír a coro.

—Este es un mundo diferente, Sophie —respondió por fin Marie—. Créeme, sé lo raro que suena. Cuando Horse me pidió por primera vez que lo fuera, le mandé directamente a tomar por el culo, pero luego entendí que era solo una manera de hablar. Para los moteros, decir que eres suya significa que eres importante, especial. Lo consideran un honor y te tratan con gran respeto.

—Una cosa me pregunto —intervino Kimber—. Sé algo sobre la vida en el club, por la época en que trabajaba en el bar, pero hay algo que nunca he entendido. Si toda vuestra identidad depende de la relación con un hombre ¿no es eso un poco jodido?

Era una buena pregunta.

—Tal vez —admitió Dancer—, pero no me preocupa demasiado. Mi identidad es toda mía, siempre lo ha sido y siempre lo será. Es cierto que el club es para hombres y que suelen ser ellos los que controlan la cosa cuando están con sus amigos, pero en casa todo es distinto. Si Bam me toca las narices, no me faltan maneras de hacérselo pagar.

—¿Por ejemplo? —pregunté.

Dancer sonrió, burlona, y arqueó una ceja.

—¿Es que no te lo imaginas? —dijo—. Vaya, eso lo sabe hasta nuestra preciosa virgencita.

—Cierra la boca —gruñó Em—. ¿Es que nunca os cansáis de meteros con mi vida sexual?

—¡Nooo! —exclamaron a coro las mujeres de los Reapers y todas nos echamos a reír a una vez más.

—Bueno, la cuestión es que tienes que marcar cuáles son tus líneas rojas —me dijo por fin Maggs, cuando las risas se apagaron—. Haga lo que haga Ruger, tú tienes que defender tu terreno. Si sobrepasa el límite, a la mierda, te lo digo en serio. Tendrías que encontrar otro sitio para vivir, pero no permitas que te haga creer que no tienes otra opción. Siempre hay opciones.

—Pues claro y la mejor para Sophie es joderle y después mandarle a tomar por culo —dijo Em, estremeciéndose de gusto—. Si se pone bruto, lo mejor es que lo deje seco y después, a paseo. ¿Es bueno en la cama al menos, Kimber?

—No te atrevas —advertí a mi amiga, con la mano levantada—. Mantén esa boca cerradita.

—¡Esperad un segundo! —intervino de pronto Marie—. Aparte de los planes para la fiesta, hemos olvidado un motivo importante de nuestra presencia aquí. No puedo creer que ni hayamos mencionado el tema del trabajo. Claro, el sexo es bastante más interesante ¿verdad? Sophie ¿te ha dicho algo Ruger sobre algún trabajo para ti?

—Pues no —respondí, muy contenta por el cambio de tercio—. El lunes empiezo a buscar. Cuando veníamos me dijo algo sobre la posibilidad de trabajar para el club, pero después de lo de esta mañana me resulta un poco incómodo volver a sacar el asunto a colación.

—Yo llevo una tienda de café para una amiga —dijo Marie y las otras chicas intercambiaron miradas cuyo significado no acerté a captar—. No me vendría mal un poco de ayuda por las mañanas, si encuentras alguna manera de llevar a Noah al colegio. Por la tarde ya estarías libre, a tiempo para recogerle.

—Mmm, bueno, puedo mirarlo —respondí—. Tal vez mi vecina podría acompañar a Noah al autobús o puede que en el colegio tengan organizada alguna ruta para recoger a los chicos...

—Yo creo que podría trabajar de stripper en The Line —terció de pronto Kimber. Marie abrió mucho los ojos.

—Ni de coña —dijo esta última, con visible disgusto—. Ese sitio es asqueroso.

—Es una buena forma de ganar dinero —insistió mi amiga—, perfecta para una madre soltera. Podría trabajar dos noches por semana y estar todos los días con Noah. ¿Qué tiene eso de malo?

—¿Tal vez la parte en la que le chupa el rabo a algún desconocido? —replicó Marie—. Estoy segura de que a Ruger le encantaría eso.

—¿Quééé? —intervine—. Creía que hablábamos de bailar, no de chupar rabos. Eso sí que es una línea roja.

—Estamos hablando de bailar —dijo Kimber, mirando hacia arriba con cara de exasperación—. Ahí nadie te obliga a trabajar en las salas VIP, eso debes decidirlo tú y nadie más. También puedes trabajar de camarera. No ganan tanto dinero, pero no les va nada mal, sobre todo si tratan bien a las bailarinas. Las propinas son jugosas...

—No es el sitio para ti, en serio —me dijo Marie—. La mayoría de las chicas son putas. No me refiero a ti, Kimber, pero ¿qué me dices del resto? No puedes fiarte ni un pelo de ese lugar.

—Yo era una puta, de hecho —anunció Kimber con un tono de lo más tranquilo—, si por la palabra «puta» entiendes que recibía dinero a cambio de sexo. La mayoría de las veces era solo con la mano, pero si alguno pagaba bastante, la cosa podía ir más allá. Ahora tengo una casa preciosa, un título universitario e incluso he abierto una cuenta para financiar los futuros estudios de mi hija. Si me preguntáis, lo cierto es que volvería a hacerlo sin dudar un segundo.

Todas nos quedamos mirándola, sin decir nada.

—¡Oh, vamos, chicas! —exclamó ella, impaciente—. Vivís en medio de una puta banda de moteros. ¿Realmente os creéis con derecho a juzgarme?

—Un club —corrigió Em—. Es un club de moteros. No es un crimen formar parte de un club, que yo sepa.

—Lo que sea —dijo Kimber, agitando la mano—. Yo soy dueña de mi cuerpo, lo he sido en todo momento y lo que haga o haya hecho con él es solo asunto mío. Bailé para hombres, les toqué de vez en cuando y me dieron montones de dinero por ello. ¿Cuántas mujeres joden con desconocidos a diario? Al menos a mí me pagaban por hacerlo y creo que Sophie también debería intentarlo, si quiere que Noah tenga todo lo que se merece.

—Ni hablar —dije, rotunda.

—Trabajar en The Line no es una mala idea —intervino Maggs, para mi sorpresa—. Yo estuve ahí, detrás de la barra, y me fue bastante bien. Así fue como conocí a Bolt.

—¿Y te sentiste acosada por alguien? —le pregunté. Ella negó con la cabeza.

—Todo está muy controlado en el bar —respondió—. No entra nadie sin que den el visto bueno los de seguridad y vigilan constantemente. Incluso en las salas VIP, siempre hay alguno de ellos junto a la puerta. La verdad, creo que estaba más segura ahí que en mi propia casa.

—¿Tuviste que...? —comencé, pero me interrumpí—. Bueno, no sé bien cómo debo decir esto, así que lo soltaré tal cual se me pasa por la cabeza. ¿Tuviste que ir desnuda por ahí?

—No, para nada —respondió, con una media sonrisa—. Las camareras de The Line tienen que ser como muebles de IKEA, con buen aspecto, pero no como para llamar la atención. Llevaba un top, falda corta y medias, todo de color negro. Lo perfecto para pasar desapercibida.

—No suena tan mal —comenté. Marie me miró fijamente, con el ceño fruncido, y sacudió la cabeza, pero Maggs me dedicó una amplia sonrisa.

—Mañana te presento al jefe del local —dijo—. Estará en la fiesta y, por cierto, vas a venir, sin excusas. No hay negociación posible. Aunque no aclares las cosas con Ruger, tal vez regreses a casa con trabajo.