Capítulo 10

Ruger

Ruger entró en Sophie como si se moviera a cámara lenta, saboreando cada centímetro del dulce túnel del placer. Ella lo tenía jodidamente apretado y él sentía como si tuviera el miembro atrapado en el interior de un cepo, aunque el metal del piercing le facilitaba mucho la tarea. Podía sentir con claridad los latidos del corazón de ella. Si no supiera a ciencia cierta que había dado a luz a un hijo, habría pensado que estaba con una virgen de carne caliente e hinchada, perfecta.

Tal vez debería sentir cierto remordimiento por poseerla de aquella manera.

Sabía que Sophie estaba desbordada emocionalmente y que era muy vulnerable. Era comprensible. Su pequeña confesión acerca de Zach había dejado devastado a Ruger. Aún no podía asimilar el haber estado tan ciego, pero había tomado una decisión.

La próxima vez que se encontrara con su hermanastro, lo mataría.

En cuanto a Sophie... la había cagado por no mantenerla mejor vigilada, a ella y también a Zach, y la había cagado aún más por permitir a la poli y a los jueces resolver el problema. Cuatro años atrás no había estado dispuesto a admitir que Sophie era su responsabilidad, a pesar de lo ocurrido entre ellos durante el nacimiento de Noah. Había pasado demasiado tiempo jugando a ser el tío simpático y sin hacer caso de lo que sentía realmente, porque pensaba que no era lo mejor, ni para ella ni para su hijo. Sophie merecía ser libre y... ¿quién era él para impedírselo?

Bueno, ahora a la mierda con todo aquello.

Sabía que era un estúpido celoso y pensar en un miembro que no fuera el suyo dentro de la jugosa Sophie... Picnic tenía razón. Debía reclamarla como su dama o dejarla ir y desde luego aquello último no sucedería. Nunca. Podía no estar preparada para llevar su parche, pero no importaba. La señalaría de otra manera, con un anillo de marcas moradas alrededor de su cuello. Ese sería su collar, que le diría bien claro al mundo que Sophie tenía un hombre y que le pertenecía.

Dios, le ponía a mil la imagen de ella tumbada en el mostrador con las manos atadas, los pechos al descubierto y moviéndose con cada uno de sus embates. Mejor de lo que nunca hubiera imaginado y, mierda, era mucho el tiempo que había pasado imaginándola precisamente así. Intentaba ser cuidadoso, pero cuando ella empezó a gemir y a retorcerse, aquello ya fue demasiado. Ruger embistió con más fuerza, gozando con cada gritillo que ella emitía, y no tardó en perder el control. Algo primitivo y poderoso se había liberado en su interior.

Agarró las nalgas de Sophie y sus dedos se deslizaron hacia su puerta trasera. Qué pelotas, voy a meterle el dedo, pensó y fue dicho y hecho. Ella se puso muy tensa y gritó al notar lo que la invadía. Sus músculos internos se crisparon con tanta fuerza que Ruger se vio obligado a detenerse, ya que estaba a punto de explotar de gusto.

Aquel no había sido un grito de dolor, desde luego.

Sophie lo miró con ojos muy abiertos, jadeando con tanta violencia que los pechos prácticamente le bailaban. Aquello excitaba a Ruger hasta la locura. Recordaría aquel momento mientras viviera. Al reanudar sus movimientos y saborear cada espasmo de la carne íntima de ella contra su miembro, pensó si sería posible morir de gusto.

Parecía muy posible, visto lo visto.

Ruger utilizaba el dedo que mantenía en el interior de Sophie y la mano sobre su cadera para controlar su postura. Por la forma que tenía ella de jadear sabía que estaba estimulándole justo en el punto exacto para llevarla hasta la explosión. Ahora cada empujón de sus caderas hacía que una de las bolas metálicas de su piercing rozara el punto G de Sophie. A él le gustaba hacer que una chica llegara al éxtasis jugando con su clítoris, pero lograrlo desde dentro, con el miembro, era algo jodidamente incomparable.

Quería aquello de Sophie, convulsión total y sumisión total. De pronto ella se puso muy rígida y gimió. Estaba muy cerca.

—Muy bien, nena —dijo Ruger, mirándola fijamente—, vamos, explota conmigo dentro de ti, muéstrame de lo que eres capaz.

Ruger oía voces al fondo y sabía que algunos de los hermanos del club habían entrado en el taller. Pensar que pudieran verlo así, marcando a Sophie como su hembra, casi le hizo estallar. No se trataba solo de follarla, aunque fuera algo increíble. No, se trataba de reclamarla como suya de una vez por todas y, cuanto más gente lo viera, mejor.

Intensificó sus embestidas, cada vez más excitado con los débiles gritos que lanzaba ella. Sabía que estaba cerca, muy cerca, así que se retiró lo justo como para enfilar bien la cabeza de su miembro contra el punto G y lanzó una auténtica andanada de caderazos. Ella llegó al final con un potente grito, mientras sacudía la pelvis y los pechos. Ruger sentía que la abertura de ella era como una jodida tuerca apretada alrededor de su miembro. Era el final también para él. Se retiró justo a tiempo para dispararle su carga contra el vientre.

Perfecto.

Nunca la había visto tan hermosa, a su merced, cubierta por su semen y marcada, de forma que cualquier otro hombre que la viera sabría que tenía dueño. Quería tatuarle su nombre en el trasero y tenerla así todo el día, atada y preparada para él.

Sin embargo, dudaba de que ella fuera a seguirle en aquel viaje. Iba a sonreír, pero se contuvo. Sophie abrió los ojos y le miró, aturdida.

—Uau —susurró.

—Y que lo digas —confirmó él, preguntándose si algún otro hombre se habría sentido alguna vez tan satisfecho como lo estaba él en aquellos momentos. Probablemente no. Bajó la mano al vientre de ella y le untó su propia crema por el cuerpo, hacia los pezones.

Uf, estaba de verdad enfermo, ya que hasta aquello le excitaba.

No estaba mal tener una dama. Nada mal.


Sophie

Mierda, mierda y mierda. Aquello... no tenía precedentes.

Ruger me había preguntado con cuántos hombres había estado en mi vida y yo le había respondido que con tres. Sin embargo, en comparación con él, creo que ninguno de ellos contaba. Nunca antes había sentido algo como lo que acababa de experimentar con él, ni de lejos. Ahora me miraba con ojos perezosos y con una sonrisa de triunfo total.

Estaba justificada.

Le sonreí yo también. Tal vez aquello no fuera una equivocación tan grande.

—Joder, gritaba igual que un puto cerdo —dijo de pronto un hombre, a nuestra derecha. En menos de un segundo pasé de flotar en una nube al más absoluto horror. No solo estaba tumbada en el mostrador y totalmente expuesta a la vista, sino que tenía las manos atadas. Tiré de ellas con fuerza, tratando de soltarme y rezando por que solo me hubieran oído y no hubieran visto todo el espectáculo.

Ruger se echó a reír, lo que no era una reacción aceptable. Ni un poquito.

—Que os den por culo —dijo a los tres hombres que se habían acercado a la furgoneta, pero su tono no era de enfado, sino de satisfacción consigo mismo—. Esta es mía. Iros por ahí a joder con vuestras chicas.

Los tres hombres rieron de buena gana y se alejaron para observar las motos en el otro lado del taller, como si no acabaran de ver cómo me perforaban viva en público.

Oh, Dios mío.

—Ruger, bájame la camiseta y suéltame ahora mismo —lancé entre dientes.

Él me colocó bien la camiseta y se volvió para guardarse el miembro de vuelta en el pantalón. Aquello no me calmó ni por un segundo. Quería que me soltara las manos y poder subirme los shorts. Ahora. En lugar de eso, se colocó entre mis piernas y se inclinó sobre mí, con los codos apoyados uno a cada lado de mi cuerpo.

—Bueno, bueno ¿está todo claro ahora? —inquirió y yo le miré fijamente.

—¿Qué demonios estás haciendo? —repliqué—. Joder, Ruger, suéltame. Tengo que vestirme. No puedo creer que me hayan visto así.

—Como si tuvieras algo que no hayan visto nunca... —comentó él, con una sonrisa sarcástica—. Te preocupas demasiado, Soph. Son moteros. Han visto gente follando muchas veces y es mucho mejor que nos hayan visto ahora.

—¿Pero qué estás diciendo? —pregunté.

—Claro, porque ahora ya saben que me perteneces —fue su respuesta—. Estaba tan preocupado por Noah que no me había dado cuenta hasta hoy.

—¿Cuenta de qué?

—Pues de que lo nuestro es real y ya está ahí fuera —dijo Ruger—. No podemos hacer que desaparezca. Estamos juntos y de nosotros depende hacer que funcione. De todos modos, el sexo es lo de menos. Esto va mucho más allá del sexo.

Durante unos instantes sus palabras me dieron esperanzas, pero enseguida sacudí la cabeza pensando «no seas estúpida». Se trataba de Ruger al fin y al cabo. Podía quererle, pero no estaba ciega.

—¿Me estás diciendo que te importo? —le pregunté, escéptica—. ¿Que te importo de verdad?

—Bueno, sí —respondió, arrugando la frente—. Siempre me has importado, Sophie, eso no es ningún secreto. Joder, te sostuve al borde de la carretera mientras echabas un bebé al mundo. No quiero que esto suene mal, pero no lo habría hecho cualquiera. Algo pasó aquella noche. Durante mucho tiempo hemos pretendido que no fue nada, pero ya se acabó el fingir.

—Pero tú vas por ahí tirándote todo lo que se mueve —le espeté, llanamente, odiando cada palabra, pero sabiendo que tenía que decirlo—. No pienso estar con un hombre que me sea infiel y mira, aquí estamos en una fiesta en la que una pareja jodiendo en un garaje no llama ni un poquito la atención. ¿Piensas mantener tu cosa dentro de los pantalones?

Su mirada era oscura y fría y yo conocía la respuesta antes de que abriera la boca.

—No traeré a nadie a casa —dijo—. Ahora mismo no me imagino jodiendo con nadie que no seas tú, pero en esta vida lo que cuenta es la libertad. Me convertí en miembro de los Reapers para poder jugar con mis propias reglas. No pienso ponerle una correa a mi rabo y dársela a una mujer, como si fuera un puto perrito.

Sentí una fuerte punzada en mi interior y recordé lo que me había dicho Maggs.

«Le pones las cosas claras y, si no las acepta, te largas.»

No parecía muy dispuesto a aceptarlas y aquello quería decir que nos encontrábamos de nuevo ante un callejón sin salida. Mi instinto de conservación, que había estado ausente todo aquel tiempo, regresó de pronto. Dios ¿pero es que era idiota del todo?

—¿Vas a soltar ese cinturón de una vez o qué? —le dije, de nuevo consciente de la realidad. Ruger y Zach podían ser hombres muy diferentes, pero tenían una cosa en común: los dos me veían como una posesión, como un objeto de su propiedad. Ruger estrechó la mirada.

—No te pongas pesada —me respondió—. No es que vaya a echarme a dormir, pero no creo que...

—Suéltame, Ruger —dije, con tono suave—. Tengo que ponerme la ropa y lavarme un poco. Después iré con mis amigas y fingiré que nada de esto ha ocurrido.

—Ha ocurrido —replicó él.

—Suéltame —insistí.

Frunció el ceño, pero alargó la mano y soltó el cinturón. En cuanto conseguí liberar las manos, me incorporé y le empujé en el pecho para quitarle de en medio. Salté del mostrador, agarré mi ropa interior y mis shorts y me los puse rápidamente. Acto seguido, me dirigí con paso firme hacia la salida. Necesitaba encontrar un cuarto de baño donde poder limpiarme un poco. Ni siquiera se había puesto un puto condón.

Mierda. MIERDA.

¿Cómo podía ser tan estúpida? Al menos estaba tomando la píldora, gracias a Dios. Ni pensar en darle un hermanito o una hermanita a Noah. Aun así, tenía que hacerme la prueba del sida. Idiota. Bueno, al menos sabía que Ruger usaba condones cuando iba por ahí. Había encontrado bastantes por la casa...

Después hablaría de eso con él.

—Quieta ahí —oí decir a mi espalda.

No le hice caso.

—Sophie, he dicho que no te muevas —dijo con tono más amenazador. Uno de los hombres que se encontraban en el otro extremo del taller miró hacia nosotros, con una interrogación en la mirada. Fantástico. Al parecer no bastaba con dar a los invitados el primer espectáculo de la noche. Sin embargo, aún estábamos en el terreno de Ruger, así que decidí que seguiría sus reglas. Por el momento.

—¿Qué quieres? —le dije.

—Ahora estamos juntos ¿lo tienes claro? —dijo—. Hablo en serio, Sophie. Eres mía.

—Yo no soy de nadie más que de mí misma —repliqué, lenta pero claramente—. No tenía esto previsto para nada. Tengo que reconocer una cosa, sabes cómo hacer que una chica lo pase bien. Disfruté cada segundo. También creo que tienes razón en lo de Noah, necesita que haya un hombre en su vida. Sin embargo, el hecho de que nos acostemos no cambia nada. La cosa no va a funcionar entre tú y yo, pero eso no significa que él tenga que sufrir. Vosotros podéis continuar haciendo vuestras cosas, como siempre. Yo no me meto.

—La cosa está funcionando bien por primera vez, joder —respondió él. Sin embargo, yo sacudí la cabeza, decidida.

—Permíteme que te diga lo que va a pasar en los próximos días —repliqué—. Voy a encontrar un trabajo y después un sitio barato para vivir. Métetelo en la cabeza.

—Solo hablas mierda —repuso Ruger.

—No —contesté a mi vez—, es la realidad. Tú quieres libertad para acostarte con quien te dé la gana, pero yo no voy a dártela. Quiero algo más. Parece que en esto tenemos una pequeña diferencia de opiniones y no voy a intentar convencerte. Sin embargo, te diré algo, Ruger. Merezco estar con alguien a quien yo le importe algo como persona. Alguien que me valore lo suficiente como para no ir por ahí follando con otras mujeres. Prefiero pasar sola el resto de mi vida antes que conformarme con lo que me ofreces. Como mucho, te consideraré un gran amigo con derecho a roce, pero nada más. ¿Queda claro?

Dicho esto, me alejé de él. Solo esperaba que mi aspecto no delatara demasiado a las claras que acababa de pasarme por encima una apisonadora sexual.

No es que me importara demasiado.

Por mucho que odiara admitirlo, seguramente no iba a volver a ver a ninguna de las personas que se encontraban en aquella fiesta. Era evidente que las mujeres pasaban a formar parte del club solo si se convertían en la dama de alguien y yo era libre. Recogería mis llaves y mi bolso de la mesa del comedor y abandonaría el club de los Reapers para siempre.

Una pena por las chicas. La verdad era que me caían muy bien.

—Mierda, ¿qué es lo que te ha pasado? —preguntó Maggs, mirándome de arriba a abajo y entre risas—. Eh chicas, mirad esto.

Me ruboricé hasta la raíz del pelo y deseé poder evaporarme. Ya podía irme olvidando de disimular lo que había estado haciendo.

—Vaya, ya veo que Ruger y tú habéis tenido vuestra pequeña discusión —comentó Dancer mientras me observaba con detenimiento—. Joder ¿qué es este hombre, un vampiro o qué?

—¿Qué quieres decir? —pregunté, alarmada.

—Tienes moratones todo alrededor del cuello —dijo Em, con una sonrisa burlona—. Bastante grandes. Lo ha hecho a propósito. Es imposible hacer eso sin querer.

Maldito cabrón.

—Es un jodido descerebrado —dije—. Solo piensa con el rabo.

—Vaya noticia —repuso Maggs—. Como todos los hombres. Es su característica definitoria. Ya sabes, lo da esa cosa que tienen colgando entre las piernas.

—No aguanto esto, me voy a casa —dije.

Maggs dejó de reír y se puso en jarras.

—Oh, no, ni hablar —dijo—. ¿No era ese el plan? ¿Averiguar lo que quería realmente de ti? Parece que ha dado un paso al frente, pero eso no quiere decir que no puedas divertirte con tus amigas.

—Oh, ya sé lo que quiere de mí —murmuré, muy abatida—. Quiere que me convierta en su dama.

Las chicas gritaron de entusiasmo y Marie trató de darme un abrazo.

—¡Es estupendo! —exclamó Em, pero yo negué con la cabeza y a todas les cambió la cara. Me miraron confusas.

—Me dijo que si se me ocurría acostarme con otro hombre, le cortaría las pelotas y se las haría comer —expliqué—. Después me dijo que no pensaba prometerme que no iría él por ahí acostándose con otras mujeres. Eso sí, dijo que no se traería ninguna a casa y se supone que con eso tengo que estar contenta ¿verdad? Pues no.

—¡Uf! —exclamó Marie—. Esto no va a funcionar.

—No, desde luego —corroboró Maggs—, aunque ya sé de dónde se saca todo eso. Algunos de los chicos del club van follando por ahí mientras sus mujeres les esperan en casa y todo el mundo hace como si no pasara nada.

—¿Y cómo puede la gente pensar que eso está bien? —dije—. No lo entiendo.

—Yo tampoco —aseguró Marie—, pero no soy quién para decirle a otros cómo tienen que vivir. Eso sí, sé lo que le haría a Horse si se atreviera a dármela por ahí. Me suplicaría que lo matara, solo te digo eso.

—Lo haría, seguro —confirmó Em—. Marie es muy buena con una pistola en la mano.

—Sí, sí —afirmó ella—. Le volaría el rabo a tiros, centímetro a centímetro y, creedme, lo sabe.

—Está bien, me da igual cómo viva otra gente —dije por fin—. Si permiten que sus hombres se acuesten con quien quieran, es su problema, pero yo por ahí no paso. Me merezco algo mejor y de ninguna manera voy a permitir que Noah crezca pensando que esa es manera de tratar a una mujer. En lo que a mí respecta, Ruger puede agarrar su oferta, clavarla en un tenedor y metérsela bien adentro por el culo. Ahora necesito encontrar trabajo y un sitio para vivir, porque tengo muy claro que no voy a seguir viviendo en su casa.

Maggs asintió con la cabeza y sacó de su bolso un pequeño frasco.

—Es medicinal —dijo, con tono serio. Quité el tapón y olisqueé rápidamente el interior, lo que me provocó un ataque de tos.

—¿Qué demonios es esto? —dije.

—Mi propio combinado especial de la casa —respondió ella, moviendo las cejas—. Créeme, no resolverá nada, pero ¿sabes lo que sí hará?

—¿Qué? —quise saber.

—Distraerte —repuso ella—. Estarás demasiado ocupada intentando apagar el fuego de tu garganta como para ocuparte de nada más. ¡Arriba!

Di un trago y... vaya si tenía razón.

Cuatro horas después, la garganta aún me ardía por efecto de la «medicina» de Maggs. Al final había decidido quedarme. Las chicas me habían convencido de que no debía dejar a Ruger escapando a la carrera.

No concederle una victoria era para mí una prioridad muy importante.

Para mi sorpresa, la fiesta estaba resultando muy divertida. Maggs y yo, las dos sin pareja, estábamos siempre juntas. Ella llevaba el parche que la señalaba como la chica de Bolt, lo cual mantenía a los hombres a distancia. Yo, por mi parte, llevaba mi collar de moratones, que no hacía más que oscurecerse y cobrar peor aspecto a medida que avanzaba la noche y que no sé si provocaba el mismo efecto. Aquello podría haber resultado de lo más humillante si no fuera porque había decidido que me importaba una mierda voladora todo lo que tuviera que ver con los Reapers y con sus zorras.

Y desde luego había un montón de zorras revoloteando por allí, incluida la rubia de la cocina, que al verme me saludó con un gesto no muy amistoso —el del dedo hacia arriba—. Iban llegando más y más, multiplicándose a nuestro alrededor como conejos. Para ser honestos, hay que reconocer que la mayoría parecían gente bastante simpática, pero a mí me interesaba mucho odiarlas y en ello estaba.

No paraba de preguntarme a cuáles se habría tirado Ruger.

Las mujeres del club —diez en total—, las que eran damas de alguno de los moteros, eran un grupo aparte, por supuesto. Me caían muy bien y lamentaba muchísimo no poder tener tiempo para conocerlas mejor. Maggs y Marie debían de haber explicado mi situación a la gente, ya que nadie me hacía preguntas molestas. Las chicas me mantenían tan ocupada que no tenía tiempo de preocuparme por mi humillación.

De paso, además, me enteré de algunas cosas interesantes.

Por ejemplo, Maggs reveló la razón por la que Bolt se encontraba en la cárcel. Se trataba de un asunto feo —al parecer había sido condenado por violar a una chica que trabajaba en The Line—. Estábamos sentadas en sillas de camping junto a los columpios, vigilando a los niños, cuando Maggs empezó a hablar de ello con tanta tranquilidad que al principio pensé que no había oído bien.

—¿Entonces...? —dije, esperando alguna clase de respuesta tranquilizadora. ¿Qué dices cuando alguien te cuenta que su hombre esta en la cárcel por violador?

—Él no lo hizo —dijo Maggs, encogiéndose de hombros—. Le acusaron falsamente.

Miré hacia otro lado, preguntándome cómo era posible que una mujer tan inteligente pudiera engañarse a sí misma de aquella manera. ¿Quién podría querer seguir junto a un violador? Si le habían metido en la cárcel, lo más probable era que hubiera cometido el delito.

—No —dijo ella, tomando mi mano y apretándomela—, sé lo que estás pensando y no es así. Yo estaba con él cuando todo ocurrió, nena.

—¿Y no se lo dijiste a la policía? —pregunté, con ojos muy abiertos.

—Por supuesto —respondí—, pero la chica lo identificó como su atacante y apareció un testigo que dijo que les había visto meterse en un automóvil. Eso les pareció suficiente y nunca hicieron pruebas de ADN, aunque las solicitamos y tenemos a un abogado que está trabajando en ello. Dice que solo es cuestión de tiempo antes de que salga. El ADN que recogieron no es el de Bolt, pero el laboratorio estatal es un lugar inaccesible y resulta casi imposible conseguir que muevan un puto dedo. Los polis dijeron que yo mentía para proteger a Bolt. Me hicieron aparecer como una delincuente y una puta.

—Dios —dije—, es horrible, Maggs.

—Y que lo digas —respondió ella—. Le quiero con locura. Es un hombre maravilloso. Ha hecho algunas locuras, pero no es un maldito violador ¿sabes? En cambio, si estás con un motero, para la poli no eres más que una marioneta del club. Mi testimonio no contó una mierda. Bolt saldrá de permiso dentro de un año, pero yo quiero que se limpie su nombre.

—¿Y por qué no hicieron las pruebas de ADN? —pregunté

—Buena pregunta —respondió ella—. Cada día me daban una nueva excusa. Los putos jueces...

Uf.

No supe qué pensar de aquello, así que guardé silencio. Lo que no hice esta vez fue mirar para otro lado porque, aunque hacía poco que conocía a Maggs, la creía. No era estúpida, ni débil.

Daba miedo pensar que el sistema podía estar tan corrupto.

—Definitivamente jodieron a Bolt —intervino Marie, que se había acercado mientras hablábamos y se dejó caer en otra silla, junto a nosotras—, pero no todos los jueces locales son malos. En mi caso tuvieron en cuenta que había actuado en defensa propia y salí libre, el año pasado, cuando las cosas se torcieron con mi hermano.

La miré con curiosidad, pero parecía absorta en sus pensamientos. Aquella historia podía esperar hasta otro día, si es que había otro día, claro. Las chicas me demostraban su apoyo, pero ¿iban a ser mis amigas a largo plazo? Me daba la impresión de que, una vez que te marchabas del club, estabas fuera y... yo estaba fuera ya antes de haber entrado.

Cambiamos de tema y nos dedicamos a hablar de cosas más alegres, mientras se iba haciendo de noche. Hacia las nueve los niños ya se habían marchado y la fiesta empezó a derivar hacia el lado salvaje. La música subió de volumen, mientras volaban aquí y allá prendas femeninas, lo que no provocó la menor reacción entre mis nuevas amigas. Entonces los chicos encendieron una gran hoguera y abrieron un nuevo barril de cerveza. Varias parejas se perdieron en la oscuridad. Yo intentaba no mirar con demasiada atención, inquieta por la posibilidad de que Ruger ya hubiera encontrado a alguien nuevo para metérsela. En fin, era muy libre para hacer lo que le diera la gana. Para nada necesitaba ver aquello.

Parecía que había llegado el momento de marcharme, aunque todavía no había hablado con Buck sobre mi trabajo. Cuanto más pensaba en la posibilidad de trabajar en The Line, menos realista me parecía. Tal vez lo mejor sería dejarlo correr. Lo mencioné mientras ayudaba a Maggs, a Marie y a Em a recoger las mesas de la comida. Dancer había ido a llevar a sus hijos a casa de su madre y todavía no había vuelto.

—¿Por qué no hablas con Buck y después decides? —sugirió Maggs, mientras apilaba bolsas de patatas a medio acabar en una caja de cartón—. Te ayudo a encontrarle, pero vamos a terminar con esto primero. Hay que llevar toda esta mierda a la cocina.

—Dame la caja —dijo Marie mientras extendía la mano—. Sophie ¿puedes llevar esa otra?

—Claro —respondí y la recogí. Marie era realmente simpática. Había pasado la mitad de la noche hablando de su boda, que iba a celebrarse en un plazo de tres semanas. Me había dejado muy claro que quería invitarme a asistir, pasara lo que pasase con Ruger.

La seguí al interior del arsenal a través de una puerta trasera por la que se accedía a la amplia zona de la cocina, después de pasar junto a los baños. La cocina no tenía nada de particular —no era, desde luego, para profesionales—, aunque era de un tamaño respetable. Había allí tres refrigeradores, amplias encimeras y un gran cubo de basura redondo cuyo contenido se había desbordado por el suelo.

Las dos nos quedamos mirándolo.

—Joder, no puedo creer lo cerdos que pueden llegar a ser estos chicos —murmuró Marie—. ¿Qué les costará tirar la puta basura cuando el cubo está lleno? No hace falta ser un genio...

—¿Crees que podremos con esto? —pregunté mientras sopesaba el objeto en cuestión, que parecía bastante pesado.

—Solo hay una forma de averiguarlo —repuso ella. Dejamos la comida en las encimeras, metimos en el cubo la mayor cantidad de desperdicios que nos fue posible y después lo agarramos, cada una por un lado. No era sencillo, pero conseguimos transportarlo hacia la sala principal del edificio, que todavía no había visto.

—¡Oh, mierda! —exclamé, con ojos como platos. El lugar estaba lleno de hombres que bebían y mujeres que paseaban por todas partes, prácticamente desnudas. Había allí una barra, donde una chica ofrecía body-shots —tragos servidos en su cuerpo desnudo—. Aparté la vista y fue a aterrizar en la cabeza de otra chica, que se movía arriba y abajo junto a la entrepierna de un tipo. El hombre estaba reclinado hacia atrás en un sofá mugriento, con los ojos cerrados, y sujetaba a la mujer por el pelo.

—No prestes atención —dijo Marie, con expresión exasperada—. ¡Banda de descerebrados! Los cubos de basura están al frente, al otro lado del aparcamiento. Los genios que diseñaron este edificio no pusieron muchas salidas. Está construido para ser una fortaleza y lo que es, es una auténtica pesadez.

Cargamos el cubo a través de la estancia y sentí que mis mejillas ardían. De pronto un hombre se acercó y agarró el cubo por mi lado.

—Chicas, debíais haber pedido ayuda —dijo, sonriéndome. No estaba mal, pensé. Era algo mayor que nosotras, treinta y tantos seguramente, con barba larga y tatuajes —todos los llevaban, debía de ser alguna de sus leyes internas— y en el chaleco llevaba uno de esos parches en forma de diamante con el símbolo del 1%. En el de su nombre se leía «D.C.».

—Gracias —respondió Marie con tono alegre—. Ábrenos la puerta, por favor, Soph.

Abrí la puerta principal del edificio, que daba directamente al aparcamiento. Había allí más hombres, que parecían estar simplemente a la espera. Eran como los que había visto al principio, los que llevaban pocos parches en sus chalecos.

—¡Aspirantes! —llamó D.C.—, venid aquí y encargaos de esta basura.

Dos de los chicos acudieron rápidamente y agarraron el cubo.

—Después hay que volverlo a llevar a la cocina —le dijo Marie a D.C.

—No hay problema, nena —respondió el motero—. ¿Quién es tu amiga?

Marie y yo nos miramos. Me di cuenta de que no deseaba presentarme, pero ninguna de las dos queríamos ser maleducadas.

—Soy Sophie —respondí, quitándole a ella la presión—. Solo estoy de visita. La verdad es que ya me iba.

Marie abrió la boca para decir algo, pero en aquel momento apareció por detrás un hombretón, la levantó en volandas y se la echó al hombro.

Horse.

—¡Necesito una buena jodienda, mujer! —exclamó mientras le palmeaba el trasero y a continuación se la llevó hacia el edificio mientras ella se debatía y protestaba a gritos.

Me quedé sola en la oscuridad, junto a D.C. y los aspirantes. Ninguno de estos últimos me miraba a la cara y recordé alarmada las advertencias que me habían hecho antes.

Oh, oh, en aquel momento no respetaba ni una sola de ellas.

—Vaya marcas —dijo D.C., observando los estúpidos moratones que me había hecho Ruger con la boca en el cuello—. ¿Perteneces a alguien?

Una pregunta comprometedora donde las haya...

—Es un poco complicado —respondí, mirando a mi alrededor, aunque no sé muy bien lo que buscaba. Kimber sabría qué hacer en una situación como aquella, pensé, sombría.

—Tengo que volver dentro, con las chicas —dije por fin—. Iré por allí.

Señalé con la cabeza hacia la puerta del muro adyacente al edificio, por la que había entrado antes y que conducía al recinto de las fiestas. Ni soñando iba a volver a atravesar sola el edificio del arsenal, después de lo que había visto allí.

—Te acompaño —dijo D.C. y me echó el brazo al hombro. Su aliento olía a alcohol.

Mierda. MIERDA. ¡MIERDA!

—¡Eh, vosotros! —oí llamar a Em, que me hacía señales con la mano desde la puerta. Nunca en mi vida me había alegrado tanto de ver a alguien. La joven se acercó a nosotros corriendo, con una sonrisa luminosa en el rostro.

—Gracias por encontrar a Sophie, D.C. —dijo—. Tengo que llevármela ahora mismo. Ruger va a ser el siguiente en saltar al ring y se cabreará muchísimo si ella se pierde su combate. Viven juntos ¿sabes?

D.C. me soltó y corrí hacia Em. El motero me miró con el ceño fruncido.

—Ya te dije que era un poco complicado —expliqué, con voz temblorosa—. Lo siento ¿eh?

D.C. respondió con un gruñido, regresó al arsenal y cerró de un portazo. Los aspirantes miraban a todas partes menos a Em y a mí.

—Joder, voy a matar a Marie por dejarte sola con él —murmuró Em mientras me conducía por el brazo a través del aparcamiento, en dirección a la puerta—. Al menos me gritó que fuera a buscarte cuando pasó por allí con Horse. Nunca hay que dejar a una hermana detrás. La cosa podía haberse puesto fea.

—Mmm, la verdad es que no tuvo mucha opción —expliqué—. Horse llegó de pronto por detrás, la agarró y se la llevó. Todo ocurrió muy deprisa.

—Joder, no piensa más que en el sexo —replicó Em, con un tono en el que se mezclaba el asco y algo sospechosamente parecido a la envidia.

—Al menos Marie te envió a buscarme —dije—. ¿Crees que me habría hecho daño ese tipo?

—Creo que no —respondió Em, con tono suave—, pero probablemente esté borracho. Un hombre que ha bebido no siempre oye la palabra «no».

—¿Y eso ocurre aquí? —pregunté.

—¿El qué? ¿Violaciones? —replicó ella sin rodeos y yo asentí con la cabeza.

—Se supone que no debe pasar —respondió—. No se considera para nada aceptable, pero estoy segura de que ha ocurrido a veces. Igual que en mi residencia, cuando iba al instituto. En cuanto juntas a mucha gente, está garantizado que algunos harán cosas horribles. Si encima los hombres están bebidos y ya van calientes, la cosa se pondrá fea casi seguro. Eso sí, te digo una cosa. Me siento más segura aquí que en algunas fiestas del instituto. Las de los Reapers tal vez sean más salvajes, pero hay unas reglas y te aseguro que el que se las salta, lo paga.

—Y tú has crecido aquí —comenté—. ¿No te daba miedo todo esto?

—Me crié con veinte tíos a mi alrededor —respondió Em, con una amplia sonrisa, mientras atravesábamos la puerta y saludaba a los de seguridad—. Todos harían lo que fuera por mí. También tengo muchas tías y un gran grupo de amigos a los que conozco de toda la vida, con los que jugaba cuando éramos pequeños. Ya viste cuántos niños había antes por aquí, pasándoselo en grande. Por supuesto, los mandamos a casa antes de que las cosas se pongan demasiado feas.

—¿Y a qué edad empezaste a quedarte hasta tarde? —le pregunté. Em se encogió de hombros, con expresión de fastidio.

—Mi padre me dijo que me fuera hace como media hora —reconoció—. No quiere que crezca, y eso que aquí nadie se atrevería a ponerme un dedo encima. Es así, somos una familia y las familias cuidan a sus miembros.

—¿Y todas las mujeres que andan por aquí? —inquirí—. Ese hombre, D.C., no estaba interesado en mí en plan familiar...

Em miró al suelo y suspiró.

—Tú no eres de la familia —dijo en voz baja—. Quiero decir, eres familia de Ruger y serás tratada siempre con respeto. D.C. no es de por aquí y no tiene ni idea de quién eres. Eso sí, si insistes en no permitir que Ruger te reclame como suya, nunca serás realmente parte del club.

—¿Me odiarías si te digo que no quiero ser parte del club? —le dije.

—Te entiendo —respondió, con un suspiro—. Créeme, me gustaría que las cosas fueran diferentes para ti y para Ruger. Yo tampoco aceptaría lo que él te ofrece, eso desde luego. En la puta vida. ¿Quieres marcharte? Mi padre me verá por aquí de un momento a otro, así que será mejor que me largue ya.

—Sí, sí, por favor, vámonos —respondí.

—Vamos a ver una peli o algo —propuso Em—. Vente a casa, si te apetece. Tenemos montado un súper cine casero.

—Bueno, eso suena muy bien —respondí, algo sorprendida—. Es divertido ¿sabes? Nunca imaginé que el presidente de un club de moteros fuera la clase hombre que tiene montado un cine casero.

—Ni tampoco lo imaginarías con una hija virgen, supongo —repuso ella, recuperado su sentido del humor—. A la mierda con esto, vámonos. La última vez que celebraron una fiesta tan grande, me encontré a mi padre montándoselo con una chica que era de mi curso. Qué asco.

Fuera, en el recinto, los hombres habían formado un círculo detrás de la hoguera. Cada pocos segundos se oía un coro de gritos y vítores.

—¿De qué va eso? —pregunté, señalando hacia el lugar con la cabeza.

—Peleas —respondió simplemente Em—. Es lo que hay cuando reúnes demasiados penes en un único espacio. Bueno, y no estaba de broma cuando dije que Ruger era el siguiente. Seguro que está ahí ahora, pegándose con alguien. Por alguna razón creen que es divertido darse golpes unos a otros. Vamos a buscar a Maggs. Igual le apetece venirse con nosotras.

Reí y entonces vi a Maggs. Estaba cerca de la hoguera, mirando fijamente a las llamas. Me acerqué, pero ella no me miró.

—¿Estás bien? —le dije. Ella suspiró y se cruzó de brazos.

—Sí, muy bien —respondió—. Es solo que estoy harta de estar aquí sin mi hombre. El club es estupendo y todo eso, pero no es como tener a Bolt en mi cama.

No sabía muy bien qué hacer, así que la abracé y ella me correspondió. Realmente deseaba seguir siendo amiga de aquellas mujeres, a pesar de toda la situación con Ruger.

—¿Te vienes a ver una peli conmigo y con Em? —le pregunté—. Yo estoy harta de Ruger, Picnic dice que Em tiene que irse ya y tú te sientes sola. Parece que el destino quiere que nos marchemos de aquí a comer un poco de helado de chocolate.

Maggs gruñó.

—Un helado de chocolate no puede sustituir a un hombre —dijo, melancólica.

—Podemos echarle leche condensada por encima —le dije, moviendo las cejas—. Así podrás imaginarte que le estás chupando a él, en vez de la cuchara.

—Eres tonta —replicó, pero con una sonrisa.

—Ya lo sé —respondí yo—, pero soy una tonta que sabe cómo poner toppings y eso es crucial esta noche. Vamos.

—Primero quiero presentarte a Buck —dijo Maggs—. Tienes que preguntarle por lo del trabajo.

Fruncí el ceño. ¿Realmente quería trabajar en un bar de striptease y que encima era propiedad de los Reapers? No parecía la mejor manera de distanciarme...

—No tienes por qué decidir hoy —me tranquilizó Maggs—. Solo habla con él y después nos ocuparemos de lo que de verdad importa, el helado y las películas de chicas. Si puede ser, mejor una triste, porque estoy de humor para pegarme una buena llorera. Vamos a hablar con él ¿te parece?

—No tienes nada que perder —dijo Em, que se había acercado por detrás—. Encuentra a Buck y larguémonos. Estoy lista para una triple dosis de Häagen-Dazs.

Maggs me tomó por la mano y me llevó hacia la multitud que rodeaba a los luchadores, mientras Em nos seguía como un perrito. No podía ver prácticamente nada de la pelea, con aquella muralla de moteros cortándonos la visión, pero Maggs se abrió camino entre ellos como una auténtica experta. Pronto nos encontramos junto al «cuadrilátero», que en realidad era un círculo trazado con el pie en la arena. Maggs buscaba a Buck con la mirada, pero el sonido de un puño impactando contra un cuerpo me llamó la atención.

Ruger se encontraba en el centro del círculo con expresión hostil, desnudo hasta la cintura y las manos también desnudas. Se estaba enfrentando a un hombre a quien yo no conocía. Parecía algo más joven que él y, a juzgar por la sangre que goteaba de su rostro, se estaba llevando la peor parte.

Em se detuvo junto a mí.

—¿Qué demonios se cree Painter que está haciendo? —murmuró—. No puedo creer que esté peleando con Ruger. Es una puta estupidez.

—¿Por qué? —pregunté con los ojos pegados a los dos hombres, que daban vueltas sin cesar en el círculo trazado en la arena, y acerté a ver la pantera tatuada que desaparecía bajo los pantalones de Ruger. Realmente le iba muy bien, ya que cada uno de sus movimientos era ligero y controlado, como los de un gran felino.

—Ruger es muy bueno —dijo Em—. Destrozará a Painter.

—¿Es ese el que...? —dije.

—Sí, el que no se atreve a pedirme salir —corroboró Em—. Espero que Ruger le patee el culo.

En aquel momento, Ruger lanzó un puñetazo al estómago de Painter y la multitud rugió. El agredido jadeó, pero se mantuvo en pie y se recuperó con sorprendente rapidez, al menos para mi ojo inexperto.

—Está ahí —dijo de pronto Maggs.

—¿Quién está ahí? —pregunté.

—Pues Buck —respondió Maggs—. Querías hablarle sobre tu trabajo ¿no?

—Oh, sí, —dije, obligándome a desviar la mirada fuera del círculo de los luchadores. ¿Qué clase de idiotas podían dedicarse a luchar así a propósito? Maggs me arrastró unos cuantos metros más allá entre la multitud, hasta llegar junto a un tipo grandote que miraba el combate con los brazos cruzados. No parecía demasiado contento.

—¡Eh, Buck! —saludó Maggs, alegremente. El hombretón la miró desde su altura y arqueó una ceja. Yo tragué saliva.

—Mmm, podemos hacer esto en cualquier otro momento —susurré—. No parece que esté de muy buen humor.

—Él está siempre así —respondió Maggs—, ¿eh Buck? Siempre eres un poco mamón ¿verdad?

Aunque pareciera difícil, el hombre sonrió.

—Y tú siempre eres un poco zorra, pero te quiero de todos modos —respondió—. Bueno, ¿qué? ¿Es que has decidido pasar del culo de Bolt y probar a hacerlo con un hombre de verdad?

—Uf, me parece que Jade podría tener algún problema con eso y es muy buena tiradora —respondió Maggs.

Esta vez la sonrisa se reflejó en los ojos de Buck.

—Esa es la puta verdad —dijo—. Joder y ella también puede ser una auténtica zorra. No me aburro, la verdad. Y esta ¿quién es?

—Sophie —respondió Maggs, tirando de mí. Desde el ring me llegó el ruido de nuevos puñetazos y con el rabillo del ojo vi a Painter que hacía equilibrios para no caer. Desvié la mirada un instante y pude ver también a Ruger, que daba vueltas a su alrededor, como un gato jugando con su comida. Me volví hacia Buck. Hablar con él no podía hacerme daño.

—Está buscando trabajo —continuó Maggs.

—¿De bailarina? —preguntó Buck, alzando una ceja. Sus ojos me escrutaron de arriba a abajo, valorándome de una forma totalmente profesional.

—De camarera —dije—. He trabajado en bares. Nunca en uno de strippers, pero estoy acostumbrada a dejarme la piel. Me han dicho que The Line es un buen sitio.

Buck me observó atentamente.

—¿Eras la dama de alguien? —inquirió.

Maggs y yo nos miramos y sacudí la cabeza.

—No realmente —respondí.

—¿Qué carajo se supone que significa eso? —preguntó él de nuevo.

—Ella... —empezó Maggs.

—Cállate, Maggs —cortó él, aunque no con mal tono—. Si la chica no puede responder por sí misma, no tiene sitio en mi bar. A ver ¿cómo es la historia? ¿Perteneces a alguien, sí o no?

En aquel momento se produjo un estallido de actividad en el ring, una serie de rápidos golpes que apenas acerté a vislumbrar de reojo. A juzgar por la reacción del público, la cosa se estaba poniendo interesante.

—¿Eres así de lenta tomando los pedidos de bebidas? —dijo Buck—. Porque no necesito una camarera lenta.

—Lo siento —dije—. Ruger es el tío de mi hijo.

—¿Y él te ha marcado ese anillo alrededor del cuello? —preguntó.

—Mmm, sí —respondí, con una mueca— y vivo con él, pero no hay nada entre nosotros. Simplemente necesito un trabajo.

Buck me observó con una interrogación en la mirada y después se volvió hacia Maggs, que le sonrió de medio lado. Buck asintió con la cabeza, lentamente, y a continuación se inclinó hacia el hombre que tenía al lado.

—Cien pavos por Painter —dijo y el otro se volvió hacia él, arqueando las cejas.

—¿Es que has perdido el puto juicio? —le respondió.

—Qué va —reafirmó Buck—. ¿Apostamos?

—Fijo —aceptó el hombre—. Acepto el dinero. El chico está casi acabado.

Buck se volvió hacia mí.

—Enséñame las tetas —me dijo.

Abrí mucho los ojos.

—No voy a bailar —dije rápidamente—, solo a servir las mesas.

—Sí, ya lo sé —dijo Buck—, pero necesito comprobar que llenarás bien el uniforme. Puedes dejarte la ropa interior, pero levántate la camiseta si quieres el empleo.

Miré a Maggs, que asintió con la cabeza para tranquilizarme.

—No te preocupes —dijo, mirando alternativamente hacia mí, hacia Buck y hacia los hombres que luchaban—. Hay que tener una buena delantera para poder trabajar en The Line, eso es todo. Vamos, nadie va a fijarse.

Inspiré hondo, me metí las manos bajo el pantalón y subí la camiseta por encima del pecho.

Dos segundos después, oí un fuerte golpe. Miré y vi que Ruger estaba allí, entre Buck y yo, y que acababa de darle a este un buen puñetazo en la cara. Buck cayó al suelo y Ruger se abalanzó sobre él, atacándole salvajemente.

Grité y Maggs me empujó a un lado. Ambas nos abrazamos y agachamos la cabeza, mientras tres tipos más saltaban encima de Ruger y lo separaban de Buck. Ruger se debatía como una fiera, entre insultos y gruñidos. Entonces apareció Picnic, seguido por Gage, que llevaba un bate de béisbol en la mano.

—¡Todos a callar! —gritó Picnic—. ¡Ruger, contrólate de una puta vez! Estás fuera del ring, así que has perdido el combate, y ahora deja de pensar con el rabo, imbécil del culo.

—Soltadme —gruñó Ruger.

—¿Vas a controlarte? —preguntó Gage. Él asintió con la cabeza y los demás le dejaron libre. Gage tendió una mano a Buck y le ayudó a levantarse.

—¿Algún problema? —le dijo.

Buck escupió un poco de sangre y sonrió. Tenía rojos los huecos entre los dientes y la sangre le goteaba por la barbilla. Su aspecto era horrible, como el de un asesino en serie.

—Todo bien —dijo, lamiéndose los labios—. El lameculos me ha hecho ganar mi apuesta, eso es todo. Más fácil que cagar.

Entonces me miró a mí, que seguía abrazada a Maggs y todavía aturdida.

—No hay trabajo —dijo—. Ya tengo bastantes peleas de zorras en el bar, pero si quieres que nos veamos en los combates, perfecto. Ruger siempre gana y así no hay emoción. Ha sido todo un momentazo, preciosa. Muchas gracias.

—Mmm, bueno —respondí rápidamente—, creo que me irá mejor en otro sitio, de todos modos.

Ruger me miró fijamente. Su pecho subía y bajaba y tenía todo el cuerpo cubierto por una capa brillante de sudor.

—¿Le pediste trabajo? —inquirió mientras me agarraba por el brazo y me arrastraba entre la gente. Intenté liberarme, pero él ni lo notó.

—¡Suéltame! —grité.

Me arrastró hasta el muro y apoyó las manos una a cada lado de mi cabeza.

—¿Qué parte de esto es la que no entiendes? —me preguntó, más enfadado de lo que nunca lo había visto... o casi—. No puedes ir por ahí enseñando las tetas. No es algo tan difícil de entender, Sophie.

—Maggs dijo que tenía que examinarme para ver si servía para el trabajo de camarera —expliqué, rápidamente—. Dijo que no era nada personal, que no pasaba nada.

La mirada de Ruger se oscureció.

—Cuando un hombre le pide a una mujer que le enseñe las tetas, siempre es algo personal —repuso— y las tuyas me pertenecen. En la puta vida voy a dejarte trabajar en The Line. Y déjate la camiseta en su sitio, joder. Por Dios, parece que hablo para mí mismo la mitad de las veces.

—No te preocupes —respondí, sin molestarme en discutir, ya que era inútil—. Ya he tenido bastante de este club. Me largo. Em y yo íbamos a ver una peli y a comer helado.

Ruger se quedó inmóvil y a continuación alargó la mano y me acarició suavemente el pelo por detrás de la oreja. Aquello me tranquilizó un tanto. Quizá no estaba tan furioso como me había imaginado. Entonces sus dedos se enredaron más profundamente en mis cabellos y su mirada se endureció. La mano aumentó la presión, hasta hacerme daño, y tiró de mí hacia él para obligarme a besarle. La lengua de Ruger, posesiva, dominante, entró profundamente en mi boca, mientras su otra mano me agarraba el brazo, me lo retorcía hacia atrás y me obligaba a pegarme a su cuerpo. Finalmente me metió la rodilla entre las piernas y ladeó la cabeza para tomar con mayor facilidad lo que quería y más.

Y a mi cuerpo —esa maldita zorra a la que mi mente no lograba controlar— aquello le encantaba.

El combate le había dejado cubierto de sudor y disparando feromonas todo alrededor con tal intensidad que me costaba mantenerme de pie. Deseaba envolverle entre mis brazos, pero él me sujetaba firmemente, controlando todos mis movimientos.

Recordé lo de «no vas a correrte hasta que yo lo diga». Había ahí un alarmante patrón de comportamiento.

Finalmente se apartó un poco y los dos jadeamos, faltos de aire. Sin embargo, continuaba sujetándome con fuerza y yo me sentía incapaz de efectuar el menor movimiento de huida, aunque en realidad tampoco deseaba intentarlo. Mi mente se había desconectado hacía un rato, dejando al cuerpo vía libre. Ruger apretó su pelvis contra la mía y sentí que su miembro estaba más que preparado para acabar la tarea.

—Me perteneces —dijo con voz ronca.

—Ruger... —comencé, pero un repentino y potente grito femenino me cortó en seco.

Me soltó y se dio la vuelta, cubriéndome con su cuerpo mientras sopesaba la situación. A aquel grito siguieron otros y después un rugir de voces masculinas furiosas. A la tenue luz que proporcionaba la hoguera vi cómo un hombre escapaba por la explanada, perseguido por un grupo de unos diez. El fugitivo llegó hasta el muro, dio un gran salto, se agarró al borde con las manos y se alzó por encima, pasando al otro lado.

—Joder —murmuré.

—Quédate a cubierto —me dijo Ruger con una mirada que no admitía discusión y, por una vez, estaba dispuesta a hacer todo lo que dijera—. Voy a enviar aquí a una de las chicas y, en cuanto llegue, sacáis inmediatamente el culo de aquí las dos. Os vais a vuestros automóviles juntas ¿entendido?

—¿No deberíamos llamar a la policía? —pregunté, mientras el escándalo remitía. Ahora se oía llorar a una mujer y también los gritos de furia de un hombre.

—Parece que han herido a alguien —añadí—. ¿Qué demonios está ocurriendo?

—No tengo ni idea —respondió Ruger—. Conseguiremos ayuda, no te preocupes, pero nada de llamar a la policía. Aquí arreglamos las cosas nosotros mismos, dentro del club. Haz lo que te digo por una vez. Espera a que mande a alguien a por ti y después vete a casa y quédate ahí. No puedo ocuparme de esto y preocuparme por ti al mismo tiempo.

Asentí con la cabeza y él me besó profundamente, tras lo cual echó a correr hacia la puerta del arsenal. En la distancia oí cómo arrancaban varias motos y también el disparo de un arma de fuego. Me agaché junto al muro y me senté en el suelo, con las rodillas pegadas al pecho, dispuesta a obedecer a Ruger al pie de la letra.

Maggs llegó diez minutos después. Su expresión era sombría y tenía manchas de sangre en un brazo. Me levanté y la abracé estrechamente.

—¿Qué ha pasado? —susurré.

—Ese maldito Toke... —respondió—. Ha sido por una de esas mierdas del club, algo que votaron hoy. Se suponía que había quedado decidido, pero el tal Toke, de la sección de Portland, se bebió unas cuantas cervezas de más y decidió que había que repetir la votación. Entonces empezó a pelear con Deke, el jefe de su sección, y el muy gilipollas sacó un cuchillo y empezó a agitarlo como un loco.

—¿Y quién gritaba? —pregunté y me aparté de ella para mirarle el brazo—. Estás llena de sangre. ¿A quién han herido?

La mirada de Maggs se endureció.

—A Em —dijo—. El cabrón de mierda la alcanzó con el cuchillo.

Aquello me golpeó físicamente y sentí como si fuera a perder el equilibrio.

—¿Ha llamado alguien a una ambulancia? —pregunté, mirando a mi alrededor. Más allá de la hoguera había alguien sentado en el suelo y varias mujeres a su lado.

—Em se encuentra bien, gracias a Dios —respondió Maggs, con voz que delataba su rabia—. No es un mal corte. Uno de nuestros hombres le dará unos cuantos puntos y se pondrá bien, sin que nada se note.

—¿Y el disparo? —quise saber.

—A Picnic no le gustó nada que cortaran a su nena, claro —dijo Maggs—. Ha debido de ser él. Toke saltó el muro y ahora mismo debe de estar batiendo el récord de velocidad por carretera. Si tiene alguna neurona que le funcione, no parará hasta llegar a México. Em es una chica especial, la quiere todo el mundo, y encima ese descerebrado se ha enfrentado a su propio presidente. Esto es más que una pelea, ya es un asunto del club. Toke ha pisado una gigantesca y humeante mierda.

Sentí un escalofrío.

—Vámonos —dijo Maggs—. Quieren que todas las chicas salgan de aquí. Marie y Dancer van a quedarse con Em, pero el resto tenemos que largarnos y quitarnos de en medio. Joder, a este paso tendremos que pedir todos una fianza para poder salir. Duerme con tu teléfono cerca y conectado esta noche.

—¿Hablas en serio? —le dije, con ojos muy abiertos.

—Si Picnic le echa el guante a Toke, la cosa se pondrá fea —respondió ella—, pero no te preocupes, nuestros chicos tienen cabeza. Mantendrán la situación bajo control.

—¿Y lo de la fianza? —dije—. Era broma ¿no?

—Tú solo deja el teléfono cerca ¿de acuerdo?

Mierda.