Capítulo 13

—Dios, me encanta bailar —dijo Kimber, aspirando un cigarrillo. Eran casi las doce de la noche del viernes y estábamos en la acera, junto a una discoteca del centro de Spokane. Yo tenía buenas vibraciones.

—Me van a doler los pies a rabiar, pero vale la pena —asentí y me balanceé un poco. Sentí rubor en las mejillas, lo que era extraño, y me eché a reír. Kimber sacudió la cabeza.

—No se te puede llevar a ninguna parte, peso ligero —dijo, con tono serio—. Bueno y ¿dónde demonios se ha metido Em? Quiero echar un vistazo al chico ese con el que ha contactado. Creía que el acuerdo era que lo examinaríamos y decidiríamos si vale la pena. Nos está engañando.

—Cierto —corroboré—. Será zorrón... La voy a matar.

—Y yo antes —se adhirió Kimber, soltando el humo como un misil, para mayor énfasis—. ¿Cómo se supone que voy a vivir la vida de los solteros por medio de los demás, si no me dan ningún detalle?

Sacudí la cabeza y me encogí de hombros con tristeza.

—Yo cumplo mi parte —dije—. Te lo cuento todo.

—Y no creas que no lo aprecio —respondió Kimber, con ojos ligeramente húmedos. Nos dimos un abrazo de amigas intoxicadas.

Habíamos llegado al primer bar hacia las diez. Media hora después, Em había desaparecido para conocer en persona a su amiguito virtual, Liam. Se suponía que debía regresar para presentárnoslo, pero decidieron ir a otro bar en la misma calle. Hacia las once y media, cuando cambiamos de bar, yo ya habría empezado a sospechar secuestro y asesinato, de no ser porque Em había continuado mandándonos mensajes de texto para indicarnos que todo iba bien y que se lo estaba pasando de maravilla.

En resumen, esta era nuestra información: Liam estaba buenísimo, lo conoceríamos en un momento, Em se iba a acostar con él fijo aquella noche y no tendría ningún problema para manejar a su padre. Al parecer Liam era el hombre perfecto.

Había prometido que no cambiarían de bar sin esperarnos, así que le habíamos dicho que todo bien.

—Espero que estén en algún reservado, en plena acción —comenté, con tono algo sombrío.

—No estoy de acuerdo —respondió Kimber, en el mismo tono—. Si jode con él antes de que le dé mi visto bueno, perderá el privilegio de degustar mis margaritas.

Pensar en la «acción» me hizo acordarme de Ruger y acordarme de él me dio ganas de beberme otra copa. Aún no podía creer que hubiera follado con él. De nuevo. No podía quitarme a aquel hombre de encima de ninguna de las maneras. Suerte que no teníamos que estar de vuelta en Coeur d'Alene hasta el mediodía, porque presentía que aún me quedaban muchas copas por beber. El marido de Kimber había sido crucial para nuestro equipo femenino aquella noche, ya que se había quedado cuidando a nuestros dos retoños. Tenía que prepararle unas cookies o algo...

—¿Suena mal que quiera prepararle algo a tu marido? —le pregunté a Kimber, que se echó a reír y yo la acompañé. En aquel momento, mi teléfono emitió un zumbido.

Em: Quiero volver al hotel. Es MI HOMBRE, definitivamente.

Leí el mensaje y dejé escapar un gritillo. Le entregué el teléfono a Kimber y empezó a teclear furiosamente.

Kimber: Ni se te ocurra. Tenemos que aprobarlo antes. No estás siguiendo el plan.

Em: Lo conoceréis en un minuto. Venid al Mick’s y desde ahí podemos volver juntas. Os esperamos fuera.

Agarré el teléfono y la miré fijamente.

—¡Yo primero! —exclamé—. Quiero echarle la bronca antes que nadie.

—No podemos echarle la bronca delante del guapo de Internet —replicó Kimber—. Eso sería como arrojarle un jarro de agua helada en el rabo. Se la echaremos mañana.

Sopesé aquello.

—De acuerdo —concedí—, pero me pido ser la primera que la ponga firme en cuanto perdamos de vista el culo del tipo este.

Kimber suspiró, con cara de exasperación.

—Como quieras.

No les vimos fuera del Mick’s. El bar era un auténtico agujero, que casi nos pasamos porque era muy pequeño y se encontraba junto a una disco de tamaño apreciable. Mandé un mensaje a Em y no obtuve respuesta.

—Debe de estar meando o algo —comentó Kimber, mientras miraba a un grupo de jovencitos que esperaban en la acera. Ellos le devolvieron la mirada y ella sonrió.

—Eh —la llamé, entre dientes—. Estás casada ¿recuerdas?

Kimber rió.

—Solo estoy mirando —repuso—. No seas tan estricta. Prometo no tocar ¿de acuerdo?

Mi teléfono zumbó de nuevo.

Em: Ya salimos.

Esperamos unos cinco minutos. Nada. Empezaba a ponerme nerviosa. Le mandé un nuevo mensaje. Sin respuesta.

Pasaron otros diez minutos y mi paciencia se agotó. Aquello no era normal.

—Voy a entrar a ver —le dije a Kimber, que había perdido interés por los chicos en cuanto se habían acercado para intentar ligar. Eran guapos, pero como conversadores no valían mucho.

Mi amiga asintió, con cara de preocupación.

—Te espero aquí —dijo, mirando a un lado y a otro de la calle—, por si acaso aparecen.

—No me gusta que te quedes sola aquí fuera —le dije y ella señaló con la barbilla hacia el portero de la discoteca de al lado.

—No habrá problema —dijo—. Si pasa algo, le llamo. Ve a buscar a nuestra chica.

El antro era pequeño y oscuro, una simple habitación bastante estrecha, con la barra, y con bastante peor pinta de lo que había imaginado. No me extrañaba que los chicos no entraran. Los tipos que había allí podrían aplastarlos entre las manos sin pestañear y tirarlos como si fueran... bueno, algo usado. ¿Fundas de pajitas de papel? No, algo peor. Sacudí la cabeza, borrosa por el alcohol. ¡Focaliza! Había allí más hombres que mujeres y la mayoría miraban hacia sus vasos. Mi opinión sobre Liam, que ya había bajado mucho, descendió aún unos cuantos niveles. ¿Qué clase de hombre llevaba a una chica a un sitio como aquel?

No teníamos que haber perdido de vista a Em.

No la encontré en lo que era el bar propiamente dicho, así que me dirigí hacia la puerta que había al fondo. Accedí a un largo pasillo que llevaba a unos baños de aspecto ruinoso y a una oficina y que terminaba en una salida de emergencia.

Envié un texto a Kimber.


Yo: ¿Han aparecido?

Kimber: No, nos están tomando el pelo.

Yo: No están en el bar. Voy a mirar en el callejón y vuelvo.

Me acerqué con precaución a la puerta de emergencia. ¿Saldría Em por ahí con un hombre a quien no conocía? Excepto que tal vez imaginaba conocerlo. Llevaban ya cierto tiempo contactando por Internet. Mierda, yo había tenido citas con chicos a los que solo había visto unas pocas veces en mi vida. Aun así... abrí la puerta, me asomé al exterior y vi a un hombre alto y delgado, moreno, con jeans gastados y botas de motero, apoyado contra una camioneta de reparto.

Al verme, sonrió como un tiburón y me guiñó un ojo.

Oh, Dios mío. Aquella cara me sonaba. Era uno de los tipos del otro club, los Devil’s Jacks. Los que habían acudido a mi casa de Seattle.

Hunter.

¿Qué demonio estaba haciendo allí? ¿Coincidencia?

¿O eran Hunter y Liam la misma persona?

Abrí la boca para gritar y, de pronto, alguien me empujó con fuerza por detrás y salí despedida al callejón. Estuve a punto de caer al suelo y, cuando ya conseguía recuperar el equilibrio, Hunter me agarró, me alzó en volandas y me llevó hacia la parte de atrás de la camioneta. Grité y me debatí con todas mis fuerzas, pero era obvio que la música que tronaba en la discoteca de al lado ahogaba por completo mi voz. Me depositó en el compartimento de carga y vi a Em con las manos esposadas a la espalda y la boca amordazada con un pañuelo. Tenía los pies amarrados con lo que parecía cuerda para tender la ropa.

Hunter subió detrás de mí, me inmovilizó y me quitó el teléfono móvil. En cuestión de segundos, mi boca estaba tapada y mis muñecas sujetas con otro par de esposas. Me encontraba boca abajo, con ojos muy abiertos, y miraba a Em, que también me miraba a mí. Noté que alguien más subía a la camioneta, la puerta se cerró de golpe y el motor arrancó.

Entonces se oyó la voz de Hunter, fría e indiferente.

—Lo siento, chicas —dijo—. Espero que las cosas no se pongan muy feas y pronto estéis de vuelta en casa.

La camioneta empezó a moverse.


Ruger

La cerveza se le había puesto tibia.

Por una vez, siendo viernes, no había ninguna fiesta en el arsenal, ni barbacoa ni nada. Menuda putada, así le resultaba imposible apartar ni por un segundo sus pensamientos de Sophie bailando en Spokane con la zorra de su amiga. Debería estar pensando en el viaje a Portland que tenía previsto para el día siguiente, pero no conseguía que aquello le importara más que una mierda.

Dios, por poco no se había cagado en los pantalones al enterarse de quién era la persona con la que Sophie iba a salir el viernes por la noche. El apodo de Kimber cuando era bailarina había sido Stormie —«tormentosa»— y era famosa por tener una boca que era como una aspiradora. Incluso él se la había llevado a casa una noche. Había estado bien, pero no tanto como para romper su regla de no repetir con ninguna mujer.

Ahora se preguntaba si Kimber habría estado llenándole a Sophie la cabeza de historias sobre él. Aquello explicaba por qué se había mostrado interesada en trabajar en The Line. Esa mujer había hecho una puta fortuna allí, ya que se había convertido en la bailarina más popular del bar.

Y su éxito había sido aún mayor en las salas VIP.

Ruger había dado vueltas a la idea incluso de impedirle físicamente acudir a la cita, pero había llegado a la conclusión de que habría sido contraproducente a largo plazo. Sophie había estado evitándolo desde su noche en el pajar, sin que él insistiera en llamarla. La primera semana en un trabajo siempre es estresante, así que había decidido concederle un respiro. Sin embargo, aquella idea de la «noche de las chicas» le había pillado por sorpresa. Se había enterado solo gracias a la indiscreción de Noah.

El chico era toda una fuente de información útil.

Picnic entró en la sala principal del arsenal con una chica siguiéndole los pasos. No aparentaba más de dieciséis años, aunque Ruger sabía que debía de tener más. No admitían a chicas menores de edad en el arsenal, ya que no querían problemas. Pic tenía el aspecto de un hombre al que acababan de dejar bien seco en la cama. Despidió a la muchacha con una palmada en el trasero y se acercó a Ruger.

—¿Qué te pasa? —preguntó mientras se dejaba caer en una de las sillas mal conjuntadas que había frente al sofá.

—Estoy aburrido —respondió Ruger, rascándose la nuca— y aparentemente me estoy haciendo viejo, porque me duele el cuello después de haber estado trabajando en mi taller, con ese encargo especial.

—Eres jodidamente patético —respondió Picnic.

—Cierto —dijo Ruger.

—He oído que tu chica se ha ido de tu casa —comentó el presidente.

—Sí, y ahora podemos hablar de algún otro tema —respondió Ruger.

Picnic rió, brevemente.

—Primero Horse y ahora tú. En este sitio empiezan a proliferar los calzonazos —dijo.

—Vete a tomar por culo, gilipollas —respondió Ruger—. La única razón de que esté aquí sentado en vez de con ella comiéndome el rabo es que no pienso entregárselo con una correa puesta, como si fuera un perrito. Además, mira quién habla, jodiendo con crías más jóvenes que tu propia hija. Me da hasta asco, pensar en tu viejo culo empujando adelante y atrás con una niña como esa.

—Al menos he follado esta noche —respondió Picnic con tono suave—, no como otros.

De pronto sonó su teléfono móvil.

—Es Em —comentó y a continuación se levantó y comenzó a caminar por la habitación, de un lado a otro. De pronto, se detuvo en seco. Todo su cuerpo transpiraba tensión. Treinta segundos más tarde, sonó el teléfono de Ruger.

Era Sophie.

—Más te vale no estar... —comenzó, pero ella le cortó.

—Cállate y escúchame —dijo Sophie, con voz tensa, y Ruger volvió a sentarse—. ¿Te acuerdas de los dos chicos que vinieron cuando estábamos en Seattle? ¿Los Devil’s Jacks? Nos tienen, a Em y a mí. Estamos en Spokane y ellos...

Ruger la oyó gritar y alguien le arrebató el teléfono. Su cuerpo bombeó adrenalina en grandes cantidades y cambió su estado de relajación al de «listo para el combate» en un segundo. En lugar de estallar en un frenesí de actividad, se obligó a mantener la calma y a escuchar con la máxima atención. Cualquier información que pudiera ayudarles a localizar a Sophie era crucial. ¿Y Em? ¿Qué mierdas...? ¿Cómo podía haber salido sin avisar a Picnic? ¿Cómo se había visto mezclada en todo aquello?

—Ruger —dijo una voz de hombre por el teléfono—, soy Skid, de Seattle. Tenemos un pequeño problema.

—Estás muerto —respondió Ruger con voz neutra y lo decía literalmente. Con el rabillo del ojo vio cómo Picnic agarraba un taburete del bar y lo estrellaba contra la pared. Horse estaba ocupado echando a tres chicas por la puerta, mientras Painter sacaba una escopeta de cañones recortados de detrás de la barra. Slide regresó de la zona de los baños y miró a su alrededor, con las cejas levantadas.

—Sí, bueno, luego hablaremos de mi muerte —dijo Skid con tono aburrido—. Escucha. Vuestro chico de Portland, Toke, se ha vuelto loco y ha atacado a dos de nuestros hermanos hace un par de horas. Entró en la casa y se puso a disparar. Ahora hay polis ahí por todas partes y un par de zorras que lo vieron todo, el puto desmadre. Las chicas están hablando con la policía, para terminar de arreglar el tema. Los médicos están trabajando con uno de nuestros hermanos y no sabemos si lo sacarán adelante. Al otro se lo llevó Toke a punta de pistola.

—Solo hablas mierda —respondió Ruger. Toke podía ser un elemento difícil de controlar, pero no ignoraría un voto unánime del club.

—Deja los juicios para más tarde —respondió Skid—. Es hora de que le pongáis la correa a vuestro perro y de que nos devolváis a nuestro hombre. Sano y salvo. Hasta entonces, cuidaremos a ¿cómo se llama? ¿Sophie? Eso, cuidaremos para ti a la pequeña y dulce Sophie. Si aclaramos todo esto como corresponde, ella estará de maravilla y se irá a su casa. Si nuestro chico muere, entonces sus perspectivas no son tan buenas. Tiene un culo muy bonito. Tal vez se lo abra antes de pegarle un tiro ¿me has entendido?

Colgó.

—Mierda —murmuró Ruger y tumbó de una patada la mesa del café al levantarse. Pic gritaba y Horse y Bam Bam trataban de sujetarle. Ruger no hizo caso de la escena y se dirigió a paso rápido hacia el taller de reparación de armas, donde llevaba a cabo sus proyectos especiales. Abrió su ordenador portátil, conectó el buscador e introdujo los datos.

Ahí estaban. Los teléfonos de Em y Sophie se encontraban en Spokane, cerca del río. No había mucho que hacer. En el tiempo que tardaran en llegar al lugar, ellos habrían volado con sus chicas.

Maldita sea. Giró sobre sí mismo, lanzó un puñetazo contra la pared y perforó la cubierta de contrachapado. El agudo dolor que sintió en la mano le ayudó a concentrarse. Abrió el cajón de su mesa de trabajo y extrajo una pistola semiautomática no registrada, del calibre 38. Metió el arma en la funda que llevaba amarrada al tobillo, bajo el pantalón, y se metió en el bolsillo interior del chaleco un par extra de cargadores. A continuación regresó a la sala principal y encontró a Picnic y a los demás discutiendo sobre qué debían hacer. Pic quería salir inmediatamente a por los Jacks y los demás —Horse, Bam Bam y Duck— intentaban convencerle de que era necesario tomarse cierto tiempo para elaborar un plan, idea que apoyaba Ruger. No harían una mierda en Spokane hasta que no tuvieran más información.

Toke había perdido la votación, pero había ganado la batalla.

Los Reapers y los Jacks iban a la guerra.


Sophie

No sé cuánto tiempo estuvimos circulando en la camioneta, pero se me hizo eterno. Finalmente oí el sonido de la puerta de un garaje que se abría. Entramos y la puerta se cerró a nuestras espaldas. Hunter y el conductor salieron del vehículo y abrieron las puertas.

Unas manos rudas —no las de Hunter— me agarraron por los tobillos y tiraron de mí. Sentí un arañazo en la mejilla y, si el secuestro no había disipado completamente el efecto del alcohol que había bebido, el dolor terminó de hacerlo. El hombre me llevó medio a rastras al interior de la vivienda, me dejó caer en un sofá y forcejeé para tratar de incorporarme. Hunter colocó a Em junto a mí, de forma bastante menos brusca, y a continuación retrocedió y se situó junto a su compañero —era Skid, el otro miembro de los Devil’s Jacks al que había conocido en Seattle. Ambos nos miraban con expresión sombría y me di cuenta de que estábamos bien pero bien jodidas.

Se me hizo un nudo en el estómago al pensar en Noah. ¿Volvería a verle alguna vez?

—Esta es la situación —dijo Hunter, observándonos alternativamente con sus fríos ojos grises. ¿Podía ser realmente el chico con el que Em había contactado por Internet? A juzgar por su aspecto, podía serlo. Era muy atractivo físicamente, más de lo que recordaba.

Qué pena que fuera un maldito sociópata.

O tal vez le había hecho algo al Liam de verdad. ¿Y si el novio virtual de Em yacía muerto en el callejón? Mierda.

—Estáis aquí como moneda de cambio —continuó Hunter—. Uno de los Reapers de Portland, Toke, ha hecho una cosa muy fea esta noche. Fue a nuestra casa y se puso a disparar, sin advertencia, sin provocación, y se llevó a un rehén. Uno de nuestros hermanos ha sido herido de gravedad y el otro debe de estar siendo torturado hasta la muerte ahora mismo, así que tendréis que disculparnos por ser un poco bruscos en todo este asunto. Tu papá va a hacer todo lo posible por devolvernos a nuestro hombre sano y salvo. Si lo hace, os vais a casa.

Em miró a Hunter con ojos acusatorios. El Devil Jack se inclinó sobre ella, le retiró la mordaza y le susurró algo al oído. Ella se apartó.

—Estás muerto, Liam —le dijo, con voz muy seria. Misterio resuelto. Pobre Em, pensé. Lo sentía mucho por ella.

—Mi padre os matará —continuó—. Deja que nos marchemos ahora y trataré de convencerle de que no lo haga. Si no, será demasiado tarde. Acabará con vosotros.

Él sacudió la cabeza.

—Lo siento, nena —replicó—, sé que estás asustada y jodida, pero no voy a dejar que muera un hermano solo para evitar que se cabree un Reaper.

—Que te jodan —respondió ella.

Hunter miró a Skid, que se encogió de hombros. Suspiró y se frotó los ojos, con aspecto fatigado.

—Está bien, vamos arriba —dijo y me miró—. Te quitaremos la mordaza, pero si cualquiera de las dos se pone a gritar, os las tendremos que volver a poner. De todas formas, estamos en medio de la nada, así que nadie va a oíros. De vosotras depende lo feo que se ponga esto.

Dicho esto, sacó una navaja multiusos y cortó la cuerda que sujetaba los pies de Em. Después se encargó de la mía. Mientras estaba en ello, oí un crujido metálico. Miré y vi que Skid nos apuntaba con una pistola de pequeño tamaño.

—Si provocáis problemas, os pego un tiro —amenazó—. Hunter es un buen chico, pero yo no.

Tragué saliva.

Hunter tiró de mí para obligarme a ponerme de pie y me sacudí nerviosamente, tratando de reactivar mi circulación. Me resultaba difícil mantener el equilibrio con las manos esposadas detrás de la espalda. Levantó también a Em y a continuación nos escoltaron por la escalera hasta el piso de arriba. Su distribución era la típica, un pequeño rellano y tres habitaciones, además del baño. Aquello me recordó que necesitaba usarlo con urgencia. Hunter agarró a Em por el brazo y la condujo a una de las habitaciones de la derecha. Entró con ella y cerró la puerta a sus espaldas, de una patada.

—Por aquí —me dijo Skid, señalando la puerta contigua. Entré y vi una cama de tamaño medio, con un cabecero de hierro muy sencillo, un tocador muy deteriorado y una vieja mesa de trabajo. Había una pequeña ventana, que tenía aspecto de haber sido pintada mientras se encontraba cerrada. Me pregunté si sería muy difícil abrirla. Si lo consiguiera, ¿sería capaz de saltar desde allí al suelo?

—Quédate junto a la cama y mira a la pared —me dijo Skid.

Oh, mierda. La cama cobró ahora todo un nuevo significado. Hice lo que me ordenaban, preparándome para lo peor. ¿Iba a violarme? ¿Violaría Hunter a Em? Obviamente había estado cultivando algún tipo de relación con ella. ¿Era todo por cuestiones del club o había algo más?

Em era una chica muy guapa. Una chica que se merecía otra cosa.

Temblé al notar que Skid se aproximaba por detrás. Sentí el calor de su cuerpo y rogué para mis adentros no ser su tipo. Sus dedos tocaron mis manos y de pronto me di cuenta de que me había soltado una de las esposas.

—Túmbate —dijo, con un tono que me resultó indescifrable. Mis deseos de vivir eran mucho más fuertes que mi impulso de luchar. Le dejaría hacer y me limitaría a esperar que fuera rápido.

Me tumbé de espaldas y miré fijamente al techo, pestañeando rápidamente.

—Las manos sobre la cabeza —ordenó Skid.

Hice lo que me decía y él se inclinó sobre mí. Se detuvo para observarme y noté que sus ojos se detenían en mi pecho. Me mordí el lado interno de la mejilla, tratando de no venirme abajo y de ponerme a suplicar. No quería concederle ese poder sobre mí. Se inclinó más sobre mí, me agarró las manos y sentí cómo tiraba de ellas. A continuación, cerró la segunda de las esposas sobre la muñeca que tenía libre, dejándome amarrada al cabecero.

Se levantó y caminó hasta la ventana. Miró hacia el exterior y cruzó los brazos. Yo contuve la respiración. ¿Eso era todo? ¿Estaba a salvo por ahora? Se volvió hacia mí y me observó, pensativo.

—El chico que se llevó Toke es mi hermano —dijo—. No solo por ser del club, sino que somos medio hermanos. La única familia que me queda. Créeme si te digo que haré lo que sea para que regrese. No creas que el hecho de ser una mujer te protege. Nada te protegerá. ¿Me has entendido?

Asentí con la cabeza.

—Buena chica —dijo—. Sigue así y puede que continúes viva.

Se dio la vuelta y salió.

Permanecí allí durante una eternidad, con tantas ganas de orinar que me dolía. Supongo que debería haberle pedido a Skid que me dejara ir al baño. Antes o después mojaría la cama, aunque no me importaba. Prefería mearme encima antes que pedirle que volviera y me ayudara. Entonces oí un grito y algo que golpeaba contra la pared que daba al cuarto donde estaba Em.

Olvidé rápidamente mi necesidad de ir al baño.

—¡Maldito cabrón, hijo de puta! —oí gritar a Em. Contuve la respiración mientras la pared retumbaba con otro golpe. Oh, Dios, ¿Estaba luchando con ellos? ¿La estaban violando? Su voz estaba llena de dolor y sentí arcadas de angustia, pues fuera lo que fuese lo que estaba ocurriendo allí, era obvio que no se trataba de nada bueno. De pronto el ruido cesó. Me quedé quieta en la oscuridad, contando los segundos. ¿Cómo había podido ocurrirle esto a alguien tan normal y aburrido como yo?

Malditos Reapers.

El estúpido y jodido club de Ruger. Primero apuñalan a Em y después nos secuestran. Era como un horrible virus, que destruía sin avisar todo aquello que tocaba.

Si salía viva de aquello, no volvería a tocar a Ruger en mi vida.

No podía estar con un Reaper, por mucho que lo deseara sexualmente. No podía permitir que aquello fuera parte de mi vida ni tampoco de la de Noah. Si Ruger quería ver a mi hijo, tendría que mantener el club a buena distancia.

¿Y en cuanto a mí? Ya había tenido bastante. Lo sabía, en mis entrañas y en mis huesos. Un hombre cuya realidad incluía la posibilidad de mujeres secuestradas no era bueno para mí. No tenía razón y nada importaba cómo pudiera hacerme sentir.

Y punto.

Cerré los ojos al oír a Em gritar de nuevo.

Me desperté sobresaltada al notar que la cama cedía bajo un peso.

¿Dónde estaba?

Oí la voz de Em y lo recordé todo.

—¿Estás bien? —dijo. Abrí los ojos y la vi sentada junto a mí. La observé atentamente, a la búsqueda de señales de abuso o de que hubiera estado llorando. No parecía la víctima de una violación, a decir verdad, aunque estuviera bien jodida. Si algo, estaba más guapa de lo habitual, con sus mejillas enrojecidas y el pelo suelto. La débil luz de la mañana se filtraba por la ventana. Hunter estaba de pie en la puerta y nos miraba, inexpresivo. No podía creer que me hubiera quedado dormida.

—Necesito ir al baño —dije con voz ronca. Dios, además me sentía fatal por el alcohol.

—¿Puede ir al puto baño? —preguntó Em a Hunter con voz helada.

—Sí —respondió él, avanzando hacia la cama y Em se apartó lo más que pudo. Yo traté de no mover ni un músculo mientras me soltaba las esposas y después rodé lejos de él lo más rápidamente que me fue posible, a pesar del dolor que sentía en los miembros.

—Vamos —dijo Hunter—, las dos.

Em me tomó por la mano, me la apretó con fuerza, y salimos juntas de la habitación. Yo estaba deseando preguntarle si estaba bien, averiguar qué había pasado, pero por supuesto no iba a abrir la boca delante de Hunter.

Entramos en el pequeño cuarto de baño, en el que no había ventana. Em cerró la puerta a nuestras espaldas, después de mirar a Hunter fijamente, en una especie de batalla silenciosa.

Corrí al inodoro, increíblemente aliviada.

—Oh, Dios mío —susurré, mirando a Em, que se pasó las manos por el pelo y después se cruzó de brazos y se los frotó, arriba y abajo—. ¿Cómo estás? ¿Te ha hecho daño?

—Sí, en mi orgullo —respondió ella—, pero físicamente no. No puedo creerlo. En serio, no puedo creer lo estúpida que he sido. Fui yo misma la que le invité a reunirse conmigo. Se lo puse muy fácil. Idiota...

No dije nada. Le dejé el sitio libre y me acerqué al lavabo para lavarme las manos y beber agua. Tenía la boca y la garganta tan resecas que parecían de corcho.

—¿Tienes alguna idea de lo que planean hacer con nosotras? —le pregunté—. Ese Skid me da mucho miedo.

—¿Te ha hecho daño? —preguntó Em.

—No —respondí.

—Menos mal —repuso ella—. La situación está muy jodida. A Toke, el que me cortó en la fiesta, se le ha ido la pelota. Eso que dicen de los disparos me parece increíble, pero si realmente ha pasado, estaremos de mierda hasta el cuello. Nadie sabe dónde está, ni siquiera Deke, que es su presidente. Llevan buscándole desde lo de la fiesta. Lo de cortarme con el cuchillo no estuvo nada bien y mi padre quiere que pague por ello.

—Mierda —murmuré—, así que tu padre no puede entregarles a ese tipo, Toke, aunque quiera.

—Exacto —corroboró Em—. Quiero decir, ya sabes que es muy protector conmigo, demasiado. Cuando Toke me hirió con el cuchillo, mi padre se puso como loco. Si pudiera dar con él, ya lo habría hecho. Estamos bien jodidas, Sophie.

—¿Crees que nos harán daño? —pregunté.

—Liam no —respondió ella—. Quiero decir, él no me hará daño y creo que a ti tampoco.

La miré fijamente.

—Te das cuenta de que te ha estado mintiendo todo el tiempo ¿verdad? —le dije—. Le llaman Hunter y solo porque le gustes no quiere decir que puedas confiar en él, Em.

—Oh, ya lo sé —replicó ella y movió la cabeza con tristeza—. Créeme, soy muy consciente de que soy yo la descerebrada que nos ha metido en este lío.

—No eres ninguna descerebrada —dije, con énfasis—. Él es un mentiroso y es muy bueno. No es culpa tuya que haya ido a por ti.

Era culpa de los Reapers, pero decidí que subrayarlo no sería de gran ayuda.

—No importa —respondió ella— pero en serio, no creo que vaya a hacerme daño. Skid me preocupa más.

—El que se llevó Toke es su hermano, su verdadero hermano quiero decir —comenté—. Creo que tenía intención de hacerme daño.

—¿Todo bien ahí dentro? —dijo Hunter junto a la puerta.

—Muy bien. ¡Danos un puto minuto, cabrón! —replicó Em y me dejó pasmada.

—Oye, eso ha sido un poco fuerte —le dije, entre dientes—. ¿Crees que es prudente hablarle así? Igual me equivoco, pero ¿no nos conviene que esté del mejor humor posible?

Em emitió un gruñido sarcástico.

—A la mierda con eso —replicó—. Soy una Reaper y no voy a arrastrarme como un gusano ante ningún maldito Jack.

—Bueno, pues yo no soy una Reaper —respondí— y no es mi intención morir aquí y dejar huérfano a Noah, así que no le cabrees.

Em me miró, contrita.

—Perdona —dijo—, creo que tengo el temperamento de mi padre.

—Lástima que no tengas su pistola —respondí.

—Y que lo digas —dijo ella—. Pues yo soy la buena de la familia. Deberías conocer a mi hermana.

—Tenéis un minuto —advirtió Hunter—. Como tardéis más, entro.

Em se lavó las manos y salimos. Yo evité establecer contacto visual con Hunter, que señaló con la barbilla en dirección a mi cuarto.

—Entrad ahí y tumbaos en la cama —dijo—. Las dos.

Obedecimos sin rechistar, aunque pude ver que Em hacía un verdadero esfuerzo para mantener la boca cerrada y dos minutos más tarde estábamos las dos esposadas al cabecero de la cama. Por suerte Hunter solo nos amarró una de las muñecas a cada una, lo que resultaba bastante más llevadero que el método de Skid.

—Os traeré algo de comer —dijo, pasándole a Em un dedo por la mejilla. Ella le miró fijamente.

—Voy a comprarme un vestido rojo brillante para lucirlo en tu funeral —le dijo.

—¿Ah, sí? —replicó él—. Pues asegúrate de que sea corto y de que enseñes bien las tetas.

—Me das asco —respondió ella, entre dientes.

—Eso mejor puedes decírtelo a ti misma —dijo Hunter antes de abandonar la habitación y de cerrar con un portazo. Yo me mordí la lengua y me pregunté de qué demonios iba todo aquello.

—No te preocupes —dijo Em después de una pausa incómoda—. Encontraremos la manera de salir de esto. Escaparemos o los chicos nos encontrarán.

—¿Tienes alguna idea? —dije mientras me preguntaba qué estaba ocurriendo realmente entre Em y Hunter—. ¿Te ha dicho algo? ¿Te ha dado alguna pista sobre dónde nos encontramos?

—No —fue la respuesta. Esperé a que añadiera algo y su silencio me intranquilizó aún más.

—¿Y qué hiciste durante toda la noche? —le pregunté. Em ignoró la pregunta.

—Me pregunto si alguno de los dos va a salir de la casa en algún momento —murmuró—. Si esperamos a que uno se quede solo, creo que las dos a la vez podremos con él. O si le distraemos, al menos una de nosotras podría escapar y buscar ayuda.

—¿Crees que estamos realmente en medio de la nada? —pregunté—. ¿Has podido ver lo que hay fuera?

—No he visto nada, pero en el rato que nos llevaron en la furgoneta apenas tuvimos tiempo de salir de la ciudad —respondió Em—. Tal vez no haya casas alrededor, pero tiene que haber algo a lo que se pueda llegar a pie. Solo tenemos que encontrar la manera de quitarnos estas esposas. Si conseguimos un clip o un alfiler o algo así, puedo hacer saltar el cierre.

—¿De verdad? —le pregunté, realmente impresionada—. ¿Y dónde has aprendido a hacer eso?

—Te sorprenderían todas las cosas que sé hacer —respondió ella, con tono seco—. Mi padre cree que hay que estar preparado.

En aquel momento se abrió la puerta y apareció Hunter con dos platos de papel y un par de botellas de agua bajo el brazo. De pronto me di cuenta de lo hambrienta que estaba. El estómago me rugía. El muchacho lo dejó todo en el pequeño tocador de la esquina, se acercó y nos abrió las esposas.

—Tenéis diez minutos —dijo.

Nos lanzamos sobre la comida. No eran más que unos sándwiches de mantequilla de cacahuete y patatas fritas de bolsa, pero me supo mejor que cualquier cosa que hubiera comido antes.

—En un minuto vamos a llamar a tu padre —le dijo Hunter a Em—. Así podrá ver que estás viva y averiguaremos si ha dado algún paso.

Ella le miró con expresión sombría mientras masticaba su comida. Hunter suspiró, agarró la silla que había junto a la mesa de trabajo y la arrastró hacia él.

—¿Quieres sentarte? —preguntó. Em negó con la cabeza y Hunter hizo girar la silla y se sentó, con el respaldo contra el pecho. Su rostro era inexpresivo, pero no le quitaba ojo a Em. En cuanto terminamos la comida, el motero señaló hacia la cama con la cabeza.

—Tumbaos —dijo y obedecimos. Hunter me amarró la muñeca derecha al cabecero con mi par de esposas y después comenzó a dar la vuelta a la cama para hacer lo mismo con Em. Cuando se inclinaba hacia ella, vi como la muchacha metía rápidamente la mano libre en el bolsillo trasero del pantalón de él y extraía algo que ocultó a toda velocidad bajo su cuerpo.

Hunter se detuvo en seco.

Mierda. ¿Se había dado cuenta?

Necesitábamos una distracción. Inmediata. Me mordí la lengua con fuerza, grité y empecé a escupir sangre hacia Hunter.

—¡Joder! —gritó y se apartó de la cama de un salto, como si estuviera ardiendo.

—¡Dios mío! —gritó Em—. ¿Estás bien? ¡Hay que llevarla al médico!

Paré de escupir y me atraganté con la sangre. Puaj.

—Lo siento —dije, tratando de parecer agobiada—. Me he mordido la lengua y me asusté.

Hunter observó con asco las manchas de sangre y los escupitajos que le habían salpicado el brazo y después me miró.

—¿Te estás quedando conmigo? —me dijo—. ¿Qué mierda te ocurre? ¿Tienes alguna enfermedad o algo?

—No, no tengo ninguna enfermedad —respondí atropelladamente, lo que hizo que me mordiera de nuevo, esta vez sin querer, ya que la lengua se me había hinchado con gran rapidez.

Hunter sacudió la cabeza y Em me miró con ojos muy abiertos y expresión aparentemente preocupada, pero tras la cual podía leer que estaba bailando de alegría para sus adentros.

—Me estáis volviendo loco —murmuró Hunter—. Te traeré un trozo de hielo para que lo chupes. Joder, qué asco.

El motero salió de la habitación y cerró con un portazo. Em casi saltó de entusiasmo en la cama.

—¡Eso ha estado muy bien! —susurró—. En serio, muy bien. Tengo su navaja. Creo que con ella podré abrir las esposas.

—Qué suerte que nos las haya puesto solo en una mano —dije, pronunciando con dificultad por el dolor y la hinchazón en la lengua—. Skid me amarró las dos.

—Qué hijo de puta —comentó ella, arrugando la nariz—. Seguro que por la noche te picaba el culo y no podías rascarte...

—No, por suerte —repliqué, aunque la lengua sí que me dolía ahora—. ¿Cuándo vas a intentar abrir esto?

—En cuanto vea que se ha ido para un rato —respondió ella y a continuación reptó por la cama en dirección al cabecero, para ocultar la navaja.

—Está entre el colchón y el somier, por si la necesitas —dijo.

Fruncí el ceño. Si la necesitaba, quería decir que ella no estaría allí y lo que eso implicaba no era nada bueno.

Hunter regresó con una servilleta de papel en la mano. Me senté como pude mientras me la tendía y me apoyé contra el cabecero. En la servilleta había envuelto un cubito de hielo, que me metí en la boca y sentí un alivio inmediato.

—Vamos a llamar a tu padre —anunció Hunter—. Te dejaré hablar con él un minuto y después veremos hacia dónde va la situación.

—¿Y Sophie? —dijo Em—. Ruger querrá hablar con ella.

—¡A Ruger que le jodan! —replicó Hunter. Em me miró y me di cuenta de que quería más distracción. No sé bien por qué, pero decidí seguirle la corriente y escupí en mi mano el cubito, lleno de sangre.

—Por favor —gemí, babeando—. Mi hijo, Noah, necesita una medicación y Ruger no sabe dónde está. Déjame que hable con él dos minutos. Por favor.

Hunter me miró con ojos entrecerrados.

—Solo hablas mierda —me espetó.

—¿Quieres que muera un niño de siete años? —preguntó Em, con voz helada—. ¿No te basta con dos mujeres, ahora quieres también llevarte a un niño por delante? ¡Eso sí que es un hombre!

Hunter suspiró.

—¿Es que nunca vas a cerrar la boca? —le dijo a Em y sacó un teléfono móvil de su bolsillo, uno de esos baratos que se venden en los bazares. Tecleó sin quitarnos ojo de encima y conectó el altavoz.

—¿Si? —dijo la voz de Ruger, llena de tensión contenida. Hunter me hizo una señal con la cabeza.

—Soy Sophie —dije rápidamente—. Estoy con Em y con Hunter. Ellos también están escuchando.

Hunter me miró, desconfiado, y cortó la llamada.

—Nada de putos juegos —dijo—. Se acabó.

Asentí con la cabeza y volví a meterme el hielo en la boca. Al menos Ruger ya sabía que estaba viva. Había decidido que no quería volver a tener nada que ver con él, pero ya que me había metido en aquel lío, podía hacer algo para sacarme de él antes de que le mandara a tomar viento definitivamente...

—Ahora habla con tu padre —le dijo Hunter a Em mientras marcaba de nuevo—. Sé buena chica, Emmy Lou ¿o necesitas otra lección?

Em se ruborizó y miró hacia otro lado, mientras yo alzaba las cejas, sorprendida. Oímos el tono de la llamada y después contestaron.

—Picnic —dijo la voz del padre de Em, fría como el hielo.

—Eh, papá —dijo Em—, estamos bien por ahora.

—¿Qué coño pasa con Sophie? —preguntó Picnic—. Ruger dice que no podía hablar bien.

—Se ha mordido la lengua —dijo Em—. No os preocupéis, se encuentra bien, pero tenéis que sacarnos de aquí.

—Lo sabemos, nena —respondió, con voz algo más suave—. Estamos en ello.

—Ya es suficiente, chicas —dijo Hunter y acto seguido desconectó el altavoz, se pegó el teléfono a la oreja y salió de la habitación.

Em se arrimó a mí, alzó el brazo que tenía libre y me lo colocó sobre los hombros. Me apoyé en ella, aliviada de que al menos nos tuviéramos la una a la otra. La hinchazón de la lengua se había reducido, menudo alivio.

—Tenemos que salir de aquí por nuestros medios —dijo Em—. Como dije antes, Toke es un fugitivo y se encuentra en paradero desconocido. Después de cortarme, era imposible que arreglara las cosas con mi padre. Si pudieran atraparlo, lo habrían hecho.

—¿Y cómo vamos a hacerlo? —pregunté, dando vueltas a lo poco que quedaba ya del hielo en mi boca.

—Como te dije, hay que esperar a que uno de ellos se quede solo por aquí —dijo Em—. Tarde o temprano tendrán que salir a comprar comida o algo. Entonces nos moveremos. Lo he pensado mucho y atacarles directamente es demasiado peligroso, a menos que tengas habilidades secretas tipo ninja que yo no conozca. Por cierto, muy buen trabajo con todo el lío ese de escupir sangre. Estoy impresionada.

—Todos tenemos que hacer nuestra parte —respondí, ciertamente satisfecha conmigo misma—. A ti tampoco se te da nada mal lo de quitarle la cartera a la gente.

—De alguna manera tenía que pagarme la universidad —respondió—. No creo en los créditos estudiantiles.

—Estás como una cabra —comenté.

—Probablemente —replicó ella con una sonrisa—, pero todo lo que tengo está pagado y no le debo nada a nadie.

—Sí, yo también —respondí—. No he podido conseguir una tarjeta de crédito en toda mi vida. Al parecer las madres solteras son consideradas de alto riesgo.

—Hablando de tarjetas, tengo la de Hunter —dijo Em, sonriendo de oreja a oreja—. Se la quité cuando estabas hablando con Ruger. No sé si nos servirá para algo, pero es mejor que nada.

Me puse seria.

—Bueno, lo primero, es mejor que dejes de robarle cosas —dije—, o se va a dar cuenta. Casi te pilló cuando le sacaste la navaja.

—Sí, seguramente tienes razón —respondió ella, con un suspiro—. Bueno, esto es lo que pienso. Lo mejor será que nos separemos, así habrá más probabilidades de que una de nosotras pueda escapar y pedir ayuda. Esperaremos a que uno de los dos se vaya y después yo iré a la puerta principal de la casa y tú a la parte de atrás. Sea quien sea el que se quede aquí, no podrá darnos caza a las dos a la vez. Demonio, igual hasta tenemos suerte y nos podemos ir las dos sin que se dé cuenta.

—¿Y si Hunter y Skid no son los únicos aquí? —objeté.

—Bueno, en ese caso creo que nos atraparán de nuevo —contestó Em, con tono serio—. Es un riesgo, porque seguramente nos castigarán. Esto no es un juego, pero no podemos quedarnos aquí esperando a ver si todo esto se resuelve. Si somos realistas, no va a ser fácil que los chicos del club nos encuentren.

—Pensaba que habías dicho que Hunter no te haría daño —le dije.

—Y así lo creo, pero Skid es diferente —respondió ella—. Mi padre nos encontrará, tarde o temprano, pero mejor si estamos vivas por entonces. No quiero acabar tirada en una zanja solo porque Toke es un idiota.

Contuve la respiración.

—Yo tampoco quiero acabar tirada en una zanja —dije.

—Entonces no permitiremos que nos atrapen —replicó Em, con una sonrisa—. Debería ser sencillo ¿no?

—¿He mencionado que estás como una cabra? —le dije.

—Lo heredé de mi padre —respondió Em.