En los cuatro meses desde la llegada de Weistaler a Buenos Aires ocurrieron muchas cosas: la muestra privada organizada por el rico petrolero en su mansión duró poco más de dos semanas y, antes de terminar enero, trasladaron el Santo Sudario de la Sala Roja hacia un cuarto situado dos pisos bajo tierra, protegido de manos y ojos indiscretos, así como de la luz y eventuales agentes patógenos.
A comienzos de enero, casi al mismo tiempo que Weistaler, llegó a la sede de la farmacéutica más grande de Argentina el doctor Doo Woong Yoo, famoso profesor de la Universidad Nacional de Seúl que, un año antes, se había visto involucrado en un escándalo científico generado por un artículo en la revista inglesa Nature.
El coreano era un hombrecito pequeño con una abundante cabellera negra, que no parecía para nada molesto por las duras reacciones del mundo ante sus investigaciones: en pocos meses su vida se vio completamente alterada por hechos que no tenían nada que ver con la ciencia. Todo empezó cuando, con su equipo, divulgó su investigación sobre la creación en laboratorio de células estaminales extraídas de óvulos humanos, y en consecuencia sobre la posibilidad de crear mamíferos o de clonar órganos humanos enteros.
Hubiera sido un momento histórico para la industria farmacéutica mundial: la posibilidad de reparar órganos humanos, creándolos directamente a partir del ADN del enfermo.
El doctor Doo Woong Yoo, frente a la posibilidad de curar enfermos aparentemente destinados a morir, nunca encontró algún problema ético. Pero los autores del artículo de Nature, mencionado después también por la revista Science, no pensaban como él y lo acusaron de mentir sobre los resultados. En pocos meses el científico acabó en la calle, precipitándose de los días faustos en que era considerado un joven talento de la ciencia, a las filas de los timadores. Sus estudios fueron denostados y todos en la comunidad científica pidieron su retiro de la universidad.
Justo cuando su carrera parecía a punto de terminar, le llegó una oferta que no podía rechazar: la Helmholtz, una multinacional farmacéutica propiedad de uno de los hombres más ricos de América del Sur, Ernesto de la Cruz, aseguró sus patentes y le propuso mudarse a Argentina para seguir con sus estudios.
A las cuatro de la mañana sonó el teléfono en el apartamento que el profesor Doo Woong Yoo rentaba en el centro de Buenos Aires.
—¿Hola?
—Estamos a punto de lograrlo. Deberías venir aquí —la voz habló en coreano, era la de su colega y amigo Hay Shin Yang; lo llamaba desde el rascacielos de vidrio y concreto, sede de la Helmholtz.
Aquella fase del experimento era sin duda la más delicada, y justo por eso Hay Shin Yang se quedaba a vigilar las costosas máquinas siempre en funcionamiento.
Doo Woong Yoo sonrió:
—Llego en diez minutos.
Colgó el teléfono y atravesó la lujosa recámara para dirigirse hacia el baño.
Sobre su colega Hay Shin Yang se podían decir muchas cosas, pero nadie negaría que era un científico diligente y escrupuloso. No importaba si a veces no estaban completamente de acuerdo sobre el camino que debían recorrer para llegar al objetivo común.
Fuera del trabajo no tenía amigos además de él, ni se interesaba en el dinero o en las mujeres. Lo único que perseguía era su investigación, y cuando la Universidad de Seúl lo dejó sin trabajo y disolvió su equipo, cayó en una profunda depresión.
Luego llegó la oportunidad ofrecida por la Helmholtz y Doo Woong Yoo lo llamó también por su carácter serio.
Fue suficiente mencionarle los términos del acuerdo, omitiendo unos detalles que Yoo sabía que no le agradarían, para convencer a Yang.
Recién llegados a Argentina, Yang acudió a efectuar la toma y comenzó el proceso de extracción del espécimen.
El procedimiento de lavado en soluciones fisiológicas precedió al centrifugado en probeta. Luego completó la primera fase, llamada «de hemólisis y pk», e inició la segunda fase, «de fenol».
Ya habían transcurrido casi dos meses desde el inicio de su trabajo, pero la actividad que estaba a punto de empezar era la más importante y compleja. Si todo resultaba bien, podrían pasar a la fase siguiente, y con el electroshock estimularían la mitosis celular.
En pocos segundos, Doo Woong Yoo se lavó la cara y se vistió.
Se puso un traje oscuro a rayas y corbata gris, y luego caminó hacia el elevador. Iba a llegar a la sede de la Helmholtz en pocos minutos.