—Para que lo sepas, acabo de hacer esa llamada —declaró Weistaler al radiotransmisor poco antes de desaparecer del espejo retrovisor de Osios.
El Audi nunca se había acercado más de treinta metros a la furgoneta que seguía a alta velocidad por la carretera, ahora convertida en un río blanco por la nieve.
—Los bomberos estarán muy ocupados —fue la respuesta de Osios por el radio.
Weistaler cambió la velocidad y miró hacia delante: los carteles indicaban que habían entrado en Valle d’Aosta, en menos de una hora iban a alcanzar el túnel de Mont Blanc y después Francia.
Él personalmente había preparado el plan de escape: una furgoneta, un coche escolta y una carretera recta por recorrer.
Para Osios habría sido mejor tomar la Cessna desde el aeropuerto de Caselle en Turín y volar lo antes y lo más lejos posible. La razón era sencilla: Turín distaba de Francia una hora y media… Demasiado, si querían que su fuga resultase invisible. En una hora y media podía ocurrir de todo.
Sin embargo, como Weistaler se había relacionado con las más altas esferas eclesiásticas, y gracias a ello lograron conocer con anticipación todas las medidas de seguridad existentes alrededor del Sudario, continuaron con su plan. Además, Weistaler lo había trazado confiando en que en una hora y media todo podía pasar.
El Audi cambió la velocidad y rebasó.
—Te dije que no estaba de acuerdo en incendiar la catedral —gruñó molesto en el radiotransmisor.
—Era necesario borrar todas nuestras huellas… Y sobre todo, crear una distracción para garantizar nuestra huida —contestó Osios, que no se dio cuenta de que justo en ese momento el Audi se situaba al lado de la furgoneta.
—¡Eres un imbécil! —refunfuñó Weistaler. Un segundo después bajó el vidrio del pasajero y una ráfaga de aire gélido invadió el interior del coche.
La pistola SIG Sauer brilló en la oscuridad y solo en aquel instante Osios, desde su furgoneta, se dio cuenta de lo que ocurría.
—¿Qué rayos haces? —gritó en el radiotransmisor.
Weistaler no contestó. La nieve entraba deprisa en el coche y estaba a punto de recubrir el asiento vacío del pasajero. Apuntó la pistola y disparó al neumático trasero de la furgoneta, que se desintegró con un ruido sordo.
El vehículo patinó hacia el centro del carril mientras Weistaler apuntaba otra vez.
El Audi aceleró y sin aparente dificultad se colocó casi por completo frente a la furgoneta.
La segunda bala impactó en su blanco, esta vez la rueda delantera.
La furgoneta patinó otra vez y Osios no pudo hacer nada para mantener la conducción del vehículo, que quedó fuera de control: volcó, cayó sobre un costado y con un estruendo de metal retorcido resbaló por la carretera nevada.
El Audi siguió su camino y Weistaler disfrutó del espectáculo en su espejo retrovisor.
El vehículo de Osios, que había empezado a quemarse, acabó su marcha contra la barrera que dividía los dos sentidos de la carretera; se volcó completamente y quedó con las cuatro ruedas apuntando hacia el cielo. La preciosa carga custodiada en una caja de aluminio fue envuelta por las llamas.