EPÍLOGO





Principios de septiembre, tres meses después de la fuga de Osios


Aquella mañana de finales de verano, unos meses después de la recuperación del Sudario, la sala Pablo VI estaba atestada. El escenario estaba adornado con flores blancas, y al centro habían colocado un relicario de más de cuatro metros de largo, cubierto con un paño de seda rojo.

En los sillones frente al escenario estaban sentados el presidente de la República Italiana, Giorgio Pulvirenti, y el primer ministro Andrea Zorzi. Junto a ellos se encontraban el presidente del gobierno español y la presidenta francesa, y un poco más allá, el presidente de la Comisión Europea.

Andreas Henkel estaba de pie al lado derecho de la platea, junto a los guardias suizos. A la distancia entrevió a Stella Rosati, a su padre y a los agentes de la Procuraduría, que con su ayuda habían contribuido al éxito de la misión.

Henkel miró hacia el escenario: Perrone hablaba frente al público silencioso.

—El Sudario es una provocación para nuestras inteligencias. El misterioso atractivo que ejerce nos lleva a investigar la relación entre la Sábana Santa y los acontecimientos históricos de Jesús…

El pontífice intervendría inmediatamente después para develar el paño rojo.

Henkel cerró los ojos por un segundo. No podía quitarse de la cabeza el video que Osios le había dejado en la memoria USB.

—Nos tomamos la libertad de guardar parte de las células creadas en los laboratorios de la Helmholtz —decía el Griego en el video mientras sonreía.

Luego las imágenes mostraban un gigantesco laboratorio.

—Quisimos nombrar responsable del proyecto al verdadero inventor del proceso, el doctor Hay Shin Yang. Si todo funciona como esperamos, en un año podremos ver al clon de las células tomadas.

Henkel sacudió la cabeza. En todos esos meses no había logrado borrar de su mente la imagen de Osios, que reía sarcástico mientras contaba su plan frente a la cámara.

Lo peor era que el Papa, después de haber visto el video, no tuvo tiempo o ganas de volver a ver de nuevo a Henkel.

Henkel y Stella habían logrado detener a Jiménez e impedir los planes de De la Cruz. Spada había muerto, y el general Sacconi iba a desaparecer de la escena muy pronto. Henkel lo observó: sentado en la platea, con expresión serena. Evidentemente no sabía que en pocos días iba a ser destituido de su cargo de comandante de la Gendarmería.

Henkel sentía haber hecho lo imposible para demoler ese plan loco, pero ahora tenía que volver a empezar desde el principio.

—Naturalmente nuestro proyecto es muy costoso —decía Osios en su video—. Pero encontramos a muchas personas dispuestas a ayudarnos entre los nuevos Illuminati del Deus vult. De todas maneras, no te preocupes —en ese punto la cámara hacía un zoom hacia la cara de Osios—: los negocios con ustedes siempre resultan rentables. Hablaremos pronto, tal vez encontremos una solución que pueda satisfacer a todos.

Dinero. Esta era la solución de la que hablaba Osios. Pero en el video no aclaraba si lo quería para interrumpir el proyecto o para entregarles el fruto del experimento. Por lo pronto, lo mantendría informado para luego decidir la mejor estrategia, tal vez de acuerdo con la oferta del Vaticano.

¿Qué pasaría si realmente generaran un clon gracias a esas células? Henkel trató de rechazar la horrible idea.

Volvió a escuchar a Perrone:

—La Iglesia exhorta a seguir adelante con los estudios sobre el Sudario, sin posturas preconcebidas, que den por hecho resultados que no son seguros…

Por lo menos en esa parte Henkel no había fracasado. La historia ofrecida a la prensa no estaba tan limpia, pero el comunicado difundido un año antes dejaba las puertas abiertas para aquella opción.

—Lo que fue posible recuperar del Santo Sudario fue dejado en manos de una comisión de expertos laicos, encargados de efectuar las obras de restauración consideradas necesarias.

Esto se había dicho frente a la prensa, y ahora podían aparentar que los expertos habían conseguido restaurar el Sudario.

El Papa estaba sentado en un sillón de piel blanca, un poco levantado respecto al piso del escenario.

En ese momento se levantó para acercarse a Perrone.

Cientos de flashes iluminaron la sala Pablo VI, y un gran aplauso resonó en el aire.

Los camarógrafos de las televisoras filmaron primero a Perrone, luego al Papa y al final el paño rojo al centro del escenario.

El Papa se acercó al micrófono.

—Todos ustedes están aquí para admirar una vez más el Santo Sudario, y nadie entre nosotros ahora se pregunta si la Sábana Santa es realmente la mortaja que usó Nuestro Señor. Para nosotros este es un símbolo. En el Sudario se refleja la imagen del sufrimiento humano, el Sudario es la imagen del amor de Dios, y también del pecado del hombre. Nos presenta a Jesús en el momento de su máximo sufrimiento y se vuelve una invitación a vivir cada experiencia, incluso la experiencia del dolor, convencidos de que el amor misericordioso de Dios vencerá toda pobreza, todo condicionamiento, toda tentación de desesperación.

El silencio acompañó las palabras del Papa. Los que seguían el evento por televisión pudieron ver una magnífica sala atestada de fieles, periodistas, personalidades políticas y religiosas.

—La Iglesia deja en manos de los científicos la tarea de investigar para dar respuesta a las preguntas sobre este lienzo; pero hoy no nos preocupamos por esto, porque nuestro símbolo ha regresado entre nosotros, y hará más fuerte la fraternidad entre los pueblos.

El Papa se alejó del micrófono y, con la ayuda de dos cardenales, se acercó al paño rojo.

Las cámaras de las televisoras mostraron el paño que se movía, descubriendo un relicario de cristal. El Sudario estaba otra vez allí.

Se encontraba en excelente estado de conservación si no se consideraba un vistoso parche en la zona del costado, donde antes había una mancha de sangre.

Decenas de cámaras fotográficas, todas sin flash, tomaron la escena desde varios puntos de vista; luego empezó un gran aplauso.

El programa de la ceremonia contemplaba la intervención de dos estudiosos que ilustrarían las técnicas de restauración; Henkel sabía que estaban a punto de contar puras mentiras, por lo que decidió salir.

Caminó hacia la puerta, pero lo sujetaron por un brazo.

—¿Nos podría seguir? —preguntó un hombre; estaba ataviado con un traje oscuro y se veía muy serio. Henkel pensó que había demasiada gente para oponer resistencia, y por eso lo siguió sin causar problemas.

Lo llevaron a una sala de juntas detrás del escenario. Henkel esperó unos minutos, solo, sentado en un sillón; después se abrió la puerta y entró un hombre de hábito blanco.

—Buenos días, Andreas —dijo el Papa.

Henkel se levantó de su silla y se arrodilló a los pies del pontífice; el Papa le hizo una señal para que se levantara, y fue a sentarse.

—No pude agradecerte públicamente por tu trabajo, Andreas; estoy seguro de que me vas a entender.

Henkel sonrió. Era normal, oficialmente nunca robaron el Santo Sudario, y por eso nunca fue recuperado.

¿Estás preocupado por ese video? —preguntó el Papa.

—Su Santidad, no lo puedo negar. Todavía no me queda claro su significado.

—No creo que sea tan importante.

Henkel no contestó.

El pontífice hizo una pausa. Le indicó a Henkel que se sentara a su lado, y continuó:

—Tú llevaste el Sudario a un laboratorio para que se efectuaran por segunda vez exámenes con el carbono 14. Conoces los resultados.

—Su Santidad, con todo respeto… El hecho que estos exámenes confirmaran los precedentes no es significativo.

—Mi tarea es encargarme de la fe, Andreas. Pero somos hombres, y no podemos fingir que la ciencia no existe. El lienzo data del periodo entre 1200 y 1300. El carbono 14 es irrefutable.

—Su Santidad, tal vez no sea este el lugar para discutir… Pero quisiera hacerle presente que la datación podría estar mal. Según la opinión de muchos estudiosos, el incendio de Chambéry en 1532, el contacto con el agua y la presencia de iones de plata podrían haber causado un rejuvenecimiento del radiocarbono 14.

El pontífice sonrió. Henkel era una de esas personas que querían creer a la fuerza, sin duda algo bueno para la fe y para la Iglesia, pero en este caso estaba equivocado.

—Lucas, 19:3 —dijo el Papa, y después empezó a recitar el Evangelio de memoria—: «Un hombre rico llamado Zaqueo, jefe de los publicanos, trataba de ver cuál era Jesús, pero no lo lograba a causa de la multitud, ya que era pequeño de estatura.»

Henkel no entendió inmediatamente el sentido de aquella cita.

¿Sabes qué estatura tenía el hombre del Sudario? —le preguntó el Papa.

—Según muchos estudiosos, entre un metro ochenta y un metro noventa.

—Zaqueo trataba de ver a Jesús entre la multitud, pero este era pequeño de estatura —repitió el Papa—. Por su estructura física, muchos creen que el hombre del Sudario podría ser un guerrero, tal vez un caballero templario.

Henkel pensaba que se trataba de teorías absurdas, y le parecía paradójico que el Papa en persona estuviese pronunciando esas palabras.

—Su Santidad, pero…

—¡Andreas! —El Papa lo interrumpió, luego se levantó y se le acercó—. No te estoy diciendo lo que tienes que creer. A fin de cuentas, también esto es parte de la fe.

El Papa apoyó una mano en la frente de Henkel.

—Te estoy diciendo que el Sudario es un símbolo para el cristianismo; es un símbolo importante, fundamental. Si funciona para reforzar la fe, sin duda alcanzó su meta. Por eso te digo que no tienes que preocuparte de lo que viste en ese video.

El Papa se detuvo por un segundo, casi como si no quisiera emitir su conclusión. Luego cambió de idea.

—Cualquier cosa que salga de ese experimento, si algo sale, seguramente no será la reencarnación de Nuestro Señor. Puedes quedarte tranquilo.

Ahora todo estaba claro.

Ahora Henkel comprendía el significado de esas palabras. El pontífice nunca las pronunciaría en público: eran solo para él. Eran un agradecimiento por su trabajo. El agradecimiento que el Papa no pudo hacer públicamente.

Podía quedarse tranquilo. Tenía que estar tranquilo.

Lucas 19:3 era la clave de todo.

Ahora entendía las palabras del discurso pronunciado por el Papa pocos minutos antes: «La Iglesia deja en manos de los científicos la tarea de investigar para dar respuesta a las preguntas sobre este lienzo; pero hoy no nos preocupamos por esto, porque nuestro símbolo ha regresado entre nosotros, y hará más fuerte la fraternidad entre los pueblos».

El Papa no añadió nada. Se quedó con la mano apoyada en la frente de Henkel por unos segundos, y luego se alejó. Henkel se quedó solo en la sala, con la cabeza baja.

Suspiró y se reclinó en el sillón, con una leve sonrisa pintada en la cara.