La penitencia se mantiene durante cinco días. Se termina una tarde, entre la Navidad y el Año Nuevo, cuando Gerardo encuentra un culo a su gusto en el sauna de la calle Viamonte. Pero el cuello es demasiado largo y hay joroba. El pecho está ligeramente hundido. No se puede ni siquiera introducirle un dedo sin hacerlo gritar.
—¡Qué estrecho! —se queja Gerardo, con la única ayuda que le brinda la lubricación del vapor húmedo.
Con el siguiente, “subí el handicap”, se vanagloria. Apenas tiene dieciocho, rasgos frescos y traviesos, una naricita respingona, unos ojos oscuros llenos de vivacidad. Pero no son los atractivos físicos ni la edad los que deciden, sino únicamente el ingenio y la experiencia. Oh, ingenio, experiencia, ¿dónde encontrarlos? Lo que uno elige no tiene demasiada importancia. En realidad, la vida se trata de adaptarse.
Gerardo vuelve con un abuelo dotado del más horrible culo que pueda encontrarse. El viejo ofrece entrega total, contraria a la languidez general del contexto. El agujero es tan ancho que se podría penetrarlo en seco. Gerardo lo manipula, lo olisquea, lo abre. Una vez terminado, el viejo es inmediatamente despedido por Gerardo, que promete ponerle un límite a su vicio.
Del tercero con el que se relaciona, la belleza y la frescura sólo impresionan en un sentido superficial. De cerca, tiene los ojos apagados y legañosos, dientes amarillos como el azufre, alto, chupado. Ante su visión, me derrumbo. Los contemplo lamerse no como criaturas humanas sino arquetipos que complacen lo que se espera de ellos. Si existe un Dios, ¿habrá crímenes más severamente castigados? Quiero liberarme de esta abominable tristeza que me deja sin resto. Me asalta una especie de melancolía, que después desaparece. Por suerte algo del malestar se ahuyenta escribiendo, ya no perturba tanto.
Embrutecidos por los excesos, los únicos dioses son los placeres. ¿Estamos dispuestos a sacrificarlo todo? Quiero volver al aspecto noble y al alma sensible. Estoy buscando una disciplina de alguna clase.
Por suerte, encuentro una persona con aspecto de gurú. Para mí será Él, en un sentido trascendente. Finalmente Él —un gordito de gafas que maneja bien los silencios y la mirada fuera de campo— me hace probar una droga, pero el viaje es muy malo y lloro todo el tiempo.
¡Espantoso! Estoy en un campo de refugiados. No quiero estar más acá. Todo lo que digo es un cliché, todo ya fue dicho. La gente no se da cuenta de la rapidez con la que vamos a ser viejos. El tiempo pasa muy rápido. ¡Perdemos el tiempo!