PRIDE CAFÉ

El último tramo del día se pierde entrando y saliendo de bares, resignados a la desaparición definitiva del deseo, impulsados por el mero aburrimiento, hablando sin plan ni ilación. Jamás tenemos algo que decir que valga la pena escuchar. Carecemos de aspiraciones, sueños, deseos. Somos alegres como vacas y obedientes como esclavos que circulan guiados por una fuerza invisible.

Desde el interior del Pride Café, nos atrae una luz parpadeante que mitiga la crueldad y sordidez de la calle Defensa, cuando cae el sol. Un rubor rosado parece estar cubriendo las paredes de color blanco. El ambiente es de una total estabilidad.

—No te lo pierdas —Gerardo me pega en la cadera cuando pasamos al lado del que aparenta ser un adolescente indómito—. Es un ejemplar virtuoso —me dice.

Nacho (Nachito), se llama. Estudia cine acá a media cuadra y rechaza la invitación a compartir una porción de chocotorta.

—¿Te invitamos con otra cosa? —digo.

—No, gracias. ¿Saben qué? No me banco más a mi novio —nos está buscando.

—Largalo —recomienda Gerardo.

—No, porque a la vez me coge re bien —argumenta Nacho—. Pero tengo mucha bronca, porque a esta hora ya debería estar en el banco pagando las expensas que se me vencen a las tres, y el pelotudo me tiene esperando desde hace media hora.

El banco queda a seis cuadras y, si su novio se demora otros quince minutos —lo que es muy probable—, las expensas efectivamente se vencen y su padre lo mata.

—Qué bronca que me dan estas cosas —dice Nacho, impulsándonos a opinar.

—No lo esperes más, nosotros te acompañamos al banco —le dice Gerardo.

—¡Qué vivo! ¿Y con qué pago?

Empezamos a caminar hablando de pelotudeces hasta la sede de Itaú, de Defensa e Independencia. En cada cuadra, el chico recordó un mandato pendiente, como comprar el alimento para el gato, o bien llevar la ropa sucia al lavadero. Por suerte, se pagan las expensas, y queda tan contento que nos invita a tomar la merienda a su casa.

Nos ofrece un copón de cereales con leche descremada que socializamos hasta que, en determinado momento, Gerardo empieza a mirar demasiado fijamente a Nacho. Suena un ringtone con el tema “Bombón asesino” en el celular de Nacho, y él contesta sin saludar:

—No, no estoy solo —dice—. No, no te cagué, boludo —corta—. Nunca me había pasado de estar con una persona que me demandara tanto.

—¿Qué te decía? —pregunta Gerardo.

—Que no puede creer que lo esté haciendo cornudo.

—Si ni te tocamos…

—Hacéselo entender a él.

La alfombra de pelo de llama, los almohadones mullidos y el calor del ambiente en el que vive Nachito ayudan a que el sueño nos capture. Una música suave y la tenue luz del atardecer, el contacto con el cuerpo del otro, apuran la relajación total.

Como un río, el sueño viene y se va, y despertamos una hora más tarde con la necesidad urgente de volver a las calles. Nacho, mientras tanto, se metió bajo la ducha, y no lo volvemos a ver.

Afuera, ya salió la primera estrella.