Los libros de tierra, que dejan las manos manchadas; que son a veces negros y repletos de ideas y de signos, y a veces tratados yermos.
Los libros de agua, versátiles en sus formas, inconstantes, a veces turbios. Los más fríos pesan y hieren, los más apasionados se elevan.
Los libros de fuego, que parecen como los otros: no revelan su naturaleza: quien la descubre se quema por dentro o (si tiene suerte) se enciende.
Los libros de aire, que son como éste.