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En Sevilla, antes del juicio

 

 

 

No hace falta ser un experto en inteligencia emocional para darse cuenta de que la carta está escrita por un náufrago pidiendo un salvavidas. Sin embargo, nadie se conmueve en el Observatorio de la Mujer, del que Zaida recibe respuesta burocrática. Un observatorio creado de cara al público, completamente inútil ante la necesidad de una mujer hostigada por su acosador y colaboradores, y cuyo único consejo ante la gravedad de lo que le está pasando es que denuncie.

Unos meses después, a finales de 2011, la llegada de un nuevo coronel a la base de Dos Hermanas va a llevarse por delante la frágil felicidad que Zaida ha conseguido recuperar en Sevilla. Se trata del coronel Roberto Villanueva Barrios, que viene para mandar el regimiento. Casualidades de la vida, el nuevo coronel fue compañero de promoción del acosador Lezcano y, como mucha gente a esas alturas, está enterado de los avatares de su compañero en el proceso judicial en curso.

Zaida pronto percibe las primeras señales de que algo no va bien. Días después de concluidas las vacaciones de Navidad, le entrega al coronel Villanueva un análisis de Inteligencia. Ella es una de sus capitanes analistas y, por tanto, el coronel debería tenerlo en cuenta. Sin embargo, por primera vez desde que llegó a la unidad un año atrás, se siente despreciada.

Zaida es consciente de que, involuntariamente, su nombre ya es conocido dentro del Ejército. En ciertas reuniones nota que, en cuanto se menciona su nombre, muchos la asocian a un caso de acoso sexual que se encuentra sub iudice. Por otro lado, Lezcano no ha perdido ocasión de manchar la reputación de Zaida hablando mal de ella en los círculos de coroneles, como cabía esperar. Pueden parecer cotilleos superficiales, pero las Fuerzas Armadas españolas están integradas por un total de unas 120.000 personas aproximadamente, de las cuales el Ejército de Tierra representa una parte importante. Si se piensa, equivale a la población de una pequeña capital de provincia. Y como ocurre en éstas, todo el mundo se conoce y todos se acaban encontrando. A lo largo de una carrera militar, lo normal es coincidir con gente conocida en unos u otros destinos, desde la Academia hasta las maniobras, pasando por los cursos de ascenso, las misiones… Preservar la reputación de buena profesional y buena compañera no resulta una cuestión baladí para nadie. Tampoco lo es para Zaida: si alguien daña su prestigio ante otros, es muy probable que antes o después se cruce con quien ha sido intoxicado por las malas lenguas, lo cual dificultará su trabajo especialmente si estos son coroneles.

Mientras Zaida recupera la paz en Sevilla, Lezcano ha sido imputado, acusado de abuso de autoridad, que es la forma en la que la justicia militar enmascara el acoso sexual, ya que esta figura no está tipificada en el código penal militar y, por tanto, no existe. A pesar de la sombra caída sobre él, pendiente de resolverse judicialmente, su carrera no se ve obstaculizada y lo ascienden a coronel como si tal cosa. Además, le dan una medalla como premio, el mando tan codiciado de una unidad tipo regimiento, e incluso lo seleccionan para el curso que permite el acceso a general, al que sólo los elegidos acceden. Todo ello estando imputado. En su lugar, un soldado estaría en la calle, un suboficial suspendido de empleo y sueldo, y un oficial sin amigos ni protectores habría seguido el mismo destino del suboficial.

La cizaña sembrada contra ella explica aquel desprecio que —todavía de manera sutil— Villanueva deja ver, mostrándose displicente hacia el trabajo de Zaida. Por esta reacción y alguna otra, ella sospecha que él está al tanto de todo. No sabe si simplemente intenta ser precavido, pero el caso es que no la trata como a los demás capitanes. Algo va mal; se lo dice su instinto. José hace averiguaciones entre sus amigos y pronto confirma que Villanueva no sólo está enterado de todo, sino que pertenece a la misma promoción que Lezcano. Esto significa que tuvieron su bautismo en la Academia juntos, estudiaron juntos, durmieron juntos, y quién sabe cuántas cosas más derivadas de la unión que surge de compartir aquellos años de juventud. El hecho de que se haya publicado alguna noticia sobre el caso de Zaida en los medios complica aún más las cosas. Aunque la repercusión ha sido mínima, ese tipo de publicidad irrita sobremanera a los mandos del Ejército de Tierra, que odian la publicidad negativa, aunque lo narrado sea cierto.

Así transcurren los dos primeros meses de 2012 mientras se acerca la fecha del juicio, fijado para finales de febrero. Zaida y José se piden los correspondientes días libres. Él, para asistir a todas las sesiones, desde la primera hasta la última. Cuando se dirige a algunos compañeros de trabajo de la promoción de Lezcano con los que mantiene una relación cordial, José les explica que asistirá al juicio y cuenta lo que le ha sucedido a Zaida:

—Mi mujer tiene un problema y tengo que estar con ella.

Con estupor, escucha cómo le dan una versión completamente distinta a la real.

—Bueno, eso no es exactamente cierto. Lezcano nos ha mandado una carta a los de su promoción y nos ha explicado lo que verdaderamente ocurrió.

—¿Cómo? —José no salía de su asombro.

—Sí, y, de hecho, uno de los motivos por los que ella ha denunciado eres tú; tú la has instigado para que ponga esas denuncias.

La sombra de otra forma sutil de sexismo se abate sobre ellos: esta vez, bajo la convicción de que una decisión así no puede tomarla una mujer, sino que por fuerza tiene que ser su marido. Imposible no evocar el caso de la sindicalista Teresa Claramunt, que debido a su militancia en las fábricas textiles de Barcelona, a finales del siglo XIX, cuando daba un mitin a las obreras, se presentaba la fuerza pública y detenía… a su marido, convencidos de que aquellas ideas expresadas desde una tarima no podían pertenecer a una mujer. Lo triste es que desde entonces había transcurrido más de un siglo, y muchos carcamales parecían tener idéntico pensamiento en el Ejército español en 2012.

José fue el número uno de su promoción en su especialidad y, por ello, había recibido su diploma y la medalla al mérito militar de manos del rey Juan Carlos al concluir sus estudios en la Academia General Militar de Zaragoza. Ahora en ciertos círculos lo empezaban a llamar el «comandante malo». No era la primera vez que había sentido de cerca la arbitrariedad del criterio de ciertos mandos, pero un caso que le afectó profundamente fue en una conmemoración, tras el accidente del Yak-42 en el que varios compañeros de promoción murieron en Turquía. Realizando el curso de ascenso a comandante, los componentes de la promoción quisieron rendirles homenaje congregándose en torno al monumento erigido en su honor en Zaragoza. Pidieron autorización para reunirse de uniforme, porque, además de amigos, los muertos eran miembros de la «familia militar». El coronel jefe de la escuela, y responsable en ese momento de todos ellos, se lo negó, alegando que había «compañeros» que estaban siendo juzgados en ese momento por el accidente y que la prensa podía malinterpretarlo como un acto político. Esta absurda excusa les llevó a celebrar aquel homenaje en actitud de semiclandestinidad. Parecía como si aquel coronel guardara mayor respeto a los imputados (entre los que se encontraban varios generales, el entonces responsable del Ejército de Tierra entre ellos) que a las víctimas del accidente. El que su situación profesional en el Ejército se fuera complicando a medida que el caso de Zaida iba siendo más conocido entraba dentro de lo previsible.

No importa. Él va a acompañar a su mujer en aquel trance del juicio. Primero, porque ella lo necesita. Segundo, porque la quiere. Y tercero, porque tiene ganas de mirar a los ojos al hijo de puta que le ha hecho la vida imposible. Sabe que debe ser frío y, sobre todo, quiere atender a los testimonios hasta el último detalle, para recabar toda la información útil y comprobar por sí mismo quién es capaz de vender sus principios militares por una medalla o un empujoncito en su carrera.

El 21 de febrero de 2012, a las cuatro de la tarde, comienza el juicio en audiencia pública en los juzgados militares de la calle Princesa de Madrid. Por parte de Zaida sólo asiste José, su marido. Por parte de Lezcano, numerosos coroneles acuden de uniforme para demostrar su apoyo incondicional al acusado. Uno de ellos se acerca a José y le pregunta: «¿No crees que podríamos haberlo resuelto de otra forma?». José se queda de piedra y acierta a responder: «Sí, mi coronel. Si nuestros jefes no fueran unos cobardes, nunca habríamos llegado hasta aquí». Zaida llega allí tras haber solicitado también el día libre a su teniente coronel. Aunque no le explicó que debía acudir a testificar contra otro teniente coronel, notó la tirantez:

—¿Es que necesitas algo?

—Sí, asuntos propios…

Nunca antes le habían hecho esa pregunta al solicitar días libres. Es más, sabiendo que su marido comandante estaba destinado en Barcelona, generalmente intentaban facilitarle la salida los viernes, como solía hacerse con todos.

Ella se lo contó a su superior directo. Pero, sin duda, en los más altos despachos de su regimiento conocían lo ocurrido e iban a tener puntual noticia del desarrollo del juicio.