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Sin vacaciones

 

 

 

Faltan tres días para la operación de su padre, y Zaida aún no sabe si tiene permiso para ir a verle o no, pero tras haber pedido conducto reglamentario por dos veces, y casi cinco días después de que ella hiciera la petición de permiso por enfermedad de un familiar, al fin la llaman al despacho del coronel. Es ya viernes, a punto de acabar la jornada, y por tanto la semana. Ya ha comprado los billetes de tren para viajar a Madrid. El lunes tendrá lugar la operación y ella siente que su sitio en ese momento está junto a su amado padre. Están chantajeándola de la forma más vil para que renuncie a sus vacaciones de verano y que deje de insistir en querer hablar con el general.

El teniente coronel también está presente. Mientras aguardan en la puerta, pasan otros dos capitanes, quienes preguntan a Zaida por qué tiene esa cara de mal humor. Cuando les cuenta que no le dejan coger vacaciones ni estar junto a su padre, que debe entrar en quirófano, se escandalizan.

Una vez dentro del despacho, el teniente coronel y ella se sientan en torno a la mesa redonda de las reuniones. El coronel Villanueva deja algunos papeles sobre ella. Entonces empieza a hablar:

—Eres una mala militar. Aquí tenemos valores: el compañerismo, la disciplina, el honor, pero tú no eres capaz ni de coger las vacaciones durante la fase a distancia del CAPACET por una compañera…

Así comenzó el mayor rapapolvo que había recibido en mucho tiempo, junto con el del día de la publicación de la sentencia. La tratan como si fuera una colegiala.

—Mi coronel, no se trata de disciplina, ni de honor ni de compañerismo… —Zaida acierta a ver que uno de los papeles es su petición de permiso por enfermedad—, se trata de que yo tengo que hacer un curso, cuyo aplazamiento he pedido, y que igual me lo conceden y entonces se arregla todo, pero, a día de hoy, el curso me impone estas fechas para mis vacaciones, no es que yo las haya elegido, es que a causa del curso no puedo cogerme las vacaciones en otras fechas…

En ese momento, el coronel le da el papel, firmado por el general Pardo de Santayana, en el que se le deniega el aplazamiento del curso. Lo lee y dice:

—Entonces ya no hay nada más que hablar.

Zaida se queda pensativa unos instantes. No entiende nada. El coronel del MADOC le había dicho que no habría problemas en incluirla en la segunda tanda, y él trabajaba directamente con el general Pardo de Santayana. ¿Por qué ese repentino cambio de criterio? ¿Había llegado la petición de Zaida, tan inocua, directamente al despacho del general Pardo de Santayana, responsable directo de las Academias del Ejército de Tierra? ¿Por qué había ocurrido así? ¿Por qué no se lo dijeron desde el primer momento?

La justificación del mando era que el aplazamiento sólo se concedía a quienes estaban en zona de operaciones. De hecho, cuando lo solicitó ya sabía que era así, pero también le explicó el coronel que se hacían excepciones, por otro lado llenas de sentido común si con ellas se podían evitar conflictos respecto a las vacaciones en las unidades debido a lo precipitado de los acontecimientos. ¿Por qué no habían aplicado aquí la excepción? El aplazamiento no perjudicaba a nadie y, sin embargo, el no concedérselo complicaba la vida a varias personas, que finalmente se quedarían en una, la propia Zaida. Legalmente, estaban actuando con corrección, pero lo cierto es que aquel año hubo capitanes que hicieron el examen del curso y el propio curso en otras fechas sin venir de zona de operaciones. Actuaban conforme a la ley, pero una vez más se cumplía la máxima de Balzac: «La ley es como una tela de araña que atrapa a las moscas pequeñas y deja pasar a las grandes».

Los agravios se van sumando de forma evidente e inquietante para Zaida. El mensaje va haciéndose nítido: la ley la interpretamos nosotros y los desobedientes no disfrutan de la gracia de estar por encima de la ley. Ese privilegio lo concedemos nosotros a nuestro antojo. La conversación se alarga. Zaida mira el reloj y se da cuenta de que va a perder el tren, pero tiene que hacer todo lo posible por resolverlo.

—De todas maneras, mi coronel, propónganme una alternativa, algo que sea legal. Yo estoy dispuesta a irme en cualquier fecha que ustedes me digan, pero que sea legal, porque estoy cansada de irregularidades…

Esa frase enciende el rencor del coronel Villanueva, que le responde delatándose:

—No todo en el Ejército es legalidad, como tú has pretendido demostrar con mi compañero en los tribunales.

Zaida se queda demudada y su cuerpo retrocede instintivamente. Se refiere a Lezcano y le está reprochando que le haya denunciado. Pero, por encima de todo, al llamarle «mi compañero» está marcando el terreno respecto a ella y recordándole que tiene en mente a su amigo condenado. También es una advertencia poco sutil, una forma de decirle que esté preparada para lo peor. En los ojos de Zaida, sin duda, Villanueva ve el odio que le brota de la profundidad de las entrañas.

—Bueno, yo, sin las estrellas de coronel, te podría proponer soluciones tomando unas cervezas en el bar.

Como coronel no es capaz de proponer soluciones, pero como persona sí. ¿Qué clase de mando es éste?, piensa Zaida. Después de lo sucedido en Valencia, y de que durante el interrogatorio del juicio se le reprochara veladamente el haber tardado tanto en denunciar, decide que nunca será cómplice de ninguna irregularidad. Tampoco será una capitán venal. Le están proponiendo alguna transacción extraña, pero no acepta. Zaida permanece en silencio y el coronel aprovecha para cambiar de tercio.

—¿Cómo está tu padre?

—No lo sé, me he enterado de que le operan con urgencia porque me lo ha dicho mi hermana. Sé que le han detectado un tumor y que le intervienen el lunes. Él entra en quirófano y mi hermana está embarazada y tiene un niño pequeño. Mi hermana no puede estar en muchas zonas del hospital y además tiene un trabajo precario. Yo tengo mis cinco días. No sé si es grave o no, porque no soy médico.

—Tú sabes que, si no es grave, debemos anteponer el honor militar…

Zaida no sale de su asombro; hay que estar muy desesperado o ser muy simple para apelar al honor militar en esa conversación. No puede creerse que el coronel esté invocando los valores militares mientras los vulnera. Zaida mira al teniente coronel, también presente, pero él baja la cabeza.

—Mi padre va a entrar en quirófano y si hay que tomar una decisión quienes podemos hacerlo somos mi hermana o yo. Y a ella, por su estado, no le conviene estar en el hospital.

Entonces Villanueva se acerca, le muestra el permiso por enfermedad de un familiar, pendiente sólo de la firma, y le dice:

—Y en estas condiciones, ¿quieres seguir hablando con el general?

Se encuentra ante un nuevo chantaje en el que utilizan la enfermedad de su padre; el segundo del día. Zaida lo piensa fríamente. Ha perdido el tren, pero aún puede tomar otro y llegar a Madrid esa misma noche. Acepta.

—No, no quiero hablar con el general en estas condiciones, no —asegura, mientras piensa para sí que el chantaje es inaceptable.

Entonces Villanueva coge el papel y lo firma. Como despedida, añade:

—Apelo a tu conciencia de buena militar, y, si tu padre no está grave, en lugar de cinco estés menos días.

El miércoles, apenas tres días después, Zaida regresará a la base. El coronel le ha tocado la fibra sensible. Nada más salir del quirófano, su padre nota el malestar en su expresión. Le pregunta qué le pasa y le pide que vuelva a Sevilla.

—Yo ya estoy bien y no quiero que tengas problemas.

Aquel recuerdo también resulta doloroso para Zaida: «Gilipollas de mí. Me fui, por hacerle caso a mi padre, pero con el tiempo me he sentido idiota. Si mi padre estaba recuperándose de una operación, eso era lo primero…».

Sólo han pasado tres meses desde la publicación de la sentencia y la situación no ha hecho más que empeorar. Le han denegado el aplazamiento del curso y ha tenido que aceptar un chantaje para poder estar junto a su padre enfermo, pese a que tiene derecho a ello. Eso sí, aquella frase de Villanueva respecto a «su compañero» Lezcano y el empeño de Zaida en hacer las cosas de forma legal ha resultado muy reveladora. Sabe que, en adelante, tendrá que andarse con pies de plomo.

Unos días después le comunican que el coronel ha resuelto definitivamente los problemas de fechas de manera expeditiva: Zaida se queda sin vacaciones. Cuando el coronel se lo comunica, ella pide ayuda a su inmediato superior, el general de división José Manuel Roldán, para que ponga cordura en este asunto. El general responde que su puesto es vital para la defensa. En ese momento, la pesadilla cristaliza ante ella. Se da cuenta de que sus problemas están lejos de terminar. Y se viene abajo.