El CAPACET frustrado
Al fin comienza el curso de ascenso a comandante, el CAPACET, en su fase de presente, pero Zaida sigue de baja y no sabe si su doctora le dará permiso para hacerlo. Su estado de ánimo no es bueno; sin embargo, quiere pasar página y continuar trabajando. La médico psiquiatra no lo ve claro, pero su insistencia le lleva a decidir que siempre que mantenga kilómetros de distancia respecto al coronel Villanueva y sus prácticas de acoso, puede hacerlo y le concede el alta condicionada. La doctora le permite ir a Zaragoza, explicitando, no obstante, que le prohíbe terminantemente, bajo ninguna circunstancia, acudir a su fuente de estrés o encontrarse con sus antiguos mandos: sabe que si lo hace, empeorará de manera inmediata.
El 28 de agosto Zaida coge el tren a Zaragoza. La Escuela Delegada de Guerra del Ejército de Tierra es su nuevo destino, en la misma ciudad se encuentra la Academia donde se formó de joven, casi adolescente. Aunque Zaida ha conseguido quedar fuera de las garras del coronel Villanueva sabe que tiene asuntos pendientes con él, pero confía en olvidarse de ellos. Un juicio fue suficiente. Lo prioritario era salir de Dos Hermanas y lo ha logrado. Por un lado, porque ya se encuentra adscrita a la escuela, así sea de manera temporal, y además una de sus múltiples peticiones de vacante, más de treinta, ha sido atendida y justo al día siguiente de empezar el curso ha pasado a depender del Estado Mayor de la Defensa, en Madrid. José le manda un whatsapp: «Por fin se acabó este infierno, a pasar página y adelante».
El coronel Villanueva, no obstante, no va a dejar escapar fácilmente a su presa. Al día siguiente de comenzar el curso, desde el REW-32, el regimiento de Sevilla al que había pertenecido Zaida hasta ese mismo día, envían un mensaje a través del sistema de comunicación del Ejército de Tierra (MESINCET). Se trata de un mensaje con información médica altamente sensible sobre Zaida, y, por lo tanto, confidencial, a pesar de lo cual se manda en abierto, violando lo establecido en la ley de protección de datos. En el momento en que se recibe, la Escuela de Guerra del Ejército de Tierra al completo conoce todos los avatares de la salud de Zaida, una nueva vulneración de su intimidad y a todas luces denunciable.
Un subteniente de la escuela interrumpe la clase para sacar a Zaida a las 13.00. La lleva junto al jefe de estudios y le transmiten la orden que figura en aquel mensaje: debe presentarse en Sevilla al día siguiente a las ocho de la mañana. Zaida les explica que su psiquiatra ha prescrito que bajo ninguna circunstancia vuelva a Sevilla, pues de hacerlo empeorará. Ella no quiere ir, pues sabe que ya no depende de Villanueva y no tiene por qué obedecer aquella orden que contraría las de su doctora. Sin embargo, nada puede hacer cuando también el responsable de la escuela le dice que debe ir a Sevilla: habría necesitado el respaldo del coronel jefe de la escuela, el coronel Urbón, de la misma promoción que Lezcano y Villanueva. Sin embargo, su tutor, el teniente coronel Salas, ha recibido el encargo específico de lograr que ella obedezca, y le dice a Zaida:
—Si te ordenan que vayas, debes ir.
—Pero, mi teniente coronel, ya no dependo del REW-32, no pueden darme órdenes y mi psiquiatra ha prescrito lo contrario.
—Tienes que ir. Haces lo que te pidan y regresas. ¿A quién vas a obedecer? ¿A un militar o a un médico?
El teniente coronel Salas hizo suya la orden y por tanto Zaida tiene que cumplirla. Al imaginarse pisando de nuevo Sevilla, se hunde en un agujero negro.
¿A qué viene esto ahora? Voy a llamar a José de inmediato, no pueden saltarse a la torera el informe de la psiquiatra. Si voy a Sevilla voy a ponerme a morir, me pongo sólo de imaginarlo. Pero si incumplo la orden… No, eso no está permitido. Una capitán nunca incumple una orden de un superior. Además, pueden arrestarme si la cosa se pone fea, saltándose las normas, no sería la primera vez. O incluso acusarme de deserción. Tiene toda la pinta de que va a ser así. ¿Es que nunca voy a vivir tranquila? ¿Por qué no pueden dejarme hacer mi curso y seguir con mi trabajo? ¿Cuándo acabará esto, Dios…?
Cuando Zaida habla por teléfono con su marido, José no da crédito. A algunos no les importa pisotear un informe médico y la salud de una persona con tal de seguir ejerciendo el mando como señores feudales. Le duele ver sufrir así a Zaida, le inundan la ira y la rabia, porque está convencido de que va a empeorar. Sin ocultar un enfado monumental, llama a la escuela, a sus antiguos profesores. Después de recriminarles su actitud, les advierte con toda seriedad:
—¿Sois conscientes de lo que estáis haciendo? ¡Sois cooperadores de una persecución! ¡Estáis apoyando a un acosador y seréis tan culpables como él!
Entretanto, Zaida emprende viaje a Madrid, donde se encuentra con José. Juntos parten hacia Sevilla. Ella tiene los nervios a flor de piel y siente cómo su estómago se retuerce un poco más con cada kilómetro que se acercan. La ciudad feliz que la había acogido dos años antes ha quedado convertida para ella en un horizonte terrorífico. Antes de ir, Zaida habla con su psiquiatra, quien le recomienda que esa mañana tome el doble de su dosis habitual de pastillas para afrontar su visita: no resulta fácil para nadie entrar en el infierno.
Una vez en la base, descubre cuál es la urgencia de hacerle acudir allí: hundirla. No puede interpretarse de otra forma, pues lo único que tuvo que hacer aquella mañana fue firmar los papeles de su cambio de destino, una gestión que puede realizarse a distancia. La comandante Campos le pide que vaya a verla. Zaida, escarmentada ya del calvario de los últimos años, tiene la precaución de grabar la conversación con ella. La comandante le pide que firme el resultado de su IPEC, aquella evaluación que convierte a una capitán brillante en una pésima militar en el breve lapso de tres meses. Al ver los resultados, Zaida sabe que su carrera está definitivamente arruinada. Lo recurrirá, claro está, pero de momento eso queda en su expediente.
La comandante no puede evitar justificarse; sabe que está actuando mal. Probablemente el hecho de haber mantenido con Zaida algo parecido a una amistad aumente su sentimiento de culpa. No es fácil firmar ese IPEC sabiendo que con él clausura la carrera de Zaida, la diligente capitán que había llegado a cuidar a sus hijas en algunos momentos de su divorcio. Le explica algo así: «Esto es cosa del coronel, yo lo estoy haciendo porque me lo ordena».
El viejo dilema de la obediencia debida. ¿Qué debe hacer un militar consciente cuando sabe que le han ordenado de manera ilegal e injusta arruinar la carrera de un militar cuyo pecado ha sido librarse de su acosador sexual y que no quede impune? Existen personas que albergan dudas respecto a la respuesta…
Por último, Zaida descubre que no han destinado a nadie para cubrir su puesto, aquel que resultaba imprescindible para la seguridad nacional cuando se trataba de buscar una solución a las vacaciones. Las evidencias de persecución se acumulan.
Regresa a Madrid muy tocada. El paso por la base de Sevilla, tal como preveía su psiquiatra, ha agravado su enfermedad: se le intensifica la ansiedad y el estrés. La psiquiatra teme que entre en depresión y, de hecho, le aumenta la dosis diaria de fármacos. Pese a todo, y gracias a una fortaleza mental que asombra al más pintado, Zaida viaja a Zaragoza un par de días después, e intenta retomar el curso.
No puede, sus esfuerzos para sobreponerse tienen el límite que le marca su propia cabeza. Habla con su tutor, el teniente coronel Salas, el responsable de Zaragoza que ahora, quizás, con toda la información, esté lamentando haberle obligado a ir a Sevilla. Aunque ya es demasiado tarde, él intenta ser comprensivo.
Los responsables de la escuela se dan cuenta de que pueden haberse metido en un gran lío por haber contribuido a su empeoramiento. Ahora le piden a Zaida que no abandone, que se tome una semana de descanso en casa y regrese para continuar con el curso. Ella hace un último intento, pero a la semana comprueba que no va a ser capaz. El paso por Sevilla la ha dejado fuera de combate.
Debido a esa incapacidad, ella recurre a una última opción para no dañar aún más sus posibilidades de ascenso: pide el cambio de tanda, es decir, aplazar el curso para iniciarlo de nuevo en la tanda del mes de enero, tal y como permite la legislación. Nada raro ni nada nuevo.
Zaida vuelve a Madrid y sigue descansando mientras deja que la medicación haga su efecto. El 4 de octubre, en vista de su mejoría, recibe el alta de su psiquiatra. Zaida telefonea al teniente coronel tutor Salas para informarle. Éste da por hecho que se le concederá el aplazamiento y le sugiere que se incorpore a su nueva unidad de destino, el Estado Mayor de la Defensa (EMAD), en Madrid. Confiada en que los acontecimientos transcurran como le han explicado, va dejando pasar los días en su nuevo puesto.
Lo que ella no sabe es que un viejo conocido ha entrado en escena: el general de brigada Ramón Pardo de Santayana y Gómez de Olea, responsable de la escuela como subdirector de Enseñanza del Ejército de Tierra. El 23 de octubre, un mes largo después de haber solicitado el aplazamiento —y sin que ella haya obtenido respuesta al respecto del cambio de tanda—, la da de baja directamente, por haberse ausentado durante más de doce días lectivos, algo lógico dado que lleva más de treinta días esperando la respuesta al cambio de tanda. Poco le importa prescindir de las garantías legales que le obligan a responder a la petición de Zaida. Decide que cause baja en el curso y punto. A estas alturas, el caso de Zaida ha alcanzado tal relevancia en el Ejército de Tierra que predomina la visión corporativa de los socorros mutuos entre mandos. Hay que dejar sentado un precedente claro: si hay condena para un coronel, habrá ruina profesional para el de jerarquía inferior que lo haya conseguido, más aún si se trata de una mujer en ese mundo masculino, androcéntrico y sexista. Varios días después, el general deniega el cambio.
Puede parecer un mero cambio de denominación sin importancia. Sin embargo, las implicaciones de la decisión del general Pardo de Santayana son enormes y, casualmente, van en la misma línea que sus anteriores acosadores. Las normas de ascenso en el Ejército establecen con claridad que los capitanes disponen de dos convocatorias para realizar la fase de presente del CAPACET. Si a Zaida le hubieran dado el aplazamiento, seguiría contando como una sola convocatoria. Darle de baja significa que se cae definitivamente de su promoción. Podrá quizá hacerlo al curso siguiente, pero ya ha perdido una de las dos oportunidades de que dispone. Es como si a uno de los mejores alumnos de la clase le obligasen a repetir curso, a pesar de tener un brillante expediente académico y de no haber suspendido nunca.
Después, todavía intentarán manchar su expediente mintiendo respecto al número de días que faltó y a cómo se produjeron esas ausencias, pero, antes de relatar el kafkiano acoso del papelito, es importante dar cuenta de un último hecho, definitivo.
¿Por qué esa decisión del general Pardo de Santayana? ¿Por qué decide dar de baja del curso a Zaida y reducir a la mitad de forma automática sus posibilidades de ascenso? ¿Por qué no considera la posibilidad del aplazamiento? Se le dice que ha faltado a clase más días de los permitidos, pero es algo absolutamente falso y que se comprueba mediante una simple suma matemática. Ni siquiera la secuencia de los hechos es lógica: si le hubieran concedido el aplazamiento no podrían echarla, y si no se lo hubieran concedido, deberían habérselo comunicado con antelación. Todo huele a un intento de expulsión por la puerta falsa.
Finalmente, y tras muchas llamadas, Zaida consigue que se le comunique oficialmente la denegación del aplazamiento el 25 de octubre, después de su expulsión del curso. Siendo último responsable de la decisión un general como Pardo, resulta chocante la torpeza derivada de haber incurrido en cuatro irregularidades flagrantes.
La primera: es obligatorio informar al interesado de cualquier decisión adoptada, y a Zaida le comunicaron su baja en el curso sin haber respondido a la solicitud de aplazamiento previa. Segunda: cuando se toma una decisión, debe explicarse las razones. No las hubo. Tercera: hay que argumentar dichas razones y no lo hicieron. Por último, es obligatorio dar al solicitante la posibilidad de recurrir esa decisión, otro derecho igualmente pisoteado.
Zaida nunca llegará a recibir una explicación objetiva de por qué las cosas fueron así, pero gracias a la multitud de amigos con que cuentan en el Ejército de Tierra aún hace un último esfuerzo por impedir la expulsión. Por segunda vez comprobarán la determinación del general Pardo de hostigar a Zaida.
Durante un viaje a Granada, José coincide con un teniente coronel, quien trabaja directamente con el general Pardo de Santayana. Le explica lo que sucede y él, con absoluta convicción, le asegura que cree que puede solucionarlo. Habla con Zaida por teléfono y le explica cómo redactar un recurso contra la decisión de la baja y le indica que incluya el papel que justifica que Zaida estaba de permiso mientras se tramitaba el aplazamiento. Ella lo hace, adjuntando el permiso firmado por el jefe de la escuela, para que quede constancia de que estaba autorizada a ausentarse tanto por el coronel de Zaragoza como por su tutor, teniente coronel Salas y, por tanto, no se habían producido las doce faltas esgrimidas por Pardo para darle de baja. Con ese requisito cumplido, el teniente coronel promete informar a favor del aplazamiento, pues considera que el hecho de contar con un permiso autorizado es determinante.
Así lo hace, el teniente coronel informa positivamente del aplazamiento cumpliendo su palabra; sin embargo, y de manera sorprendente, su jefe, Pardo de Santayana, vuelve a rechazar el informe y confirma la baja de Zaida en el curso. Cuando, transcurridos unos meses, fue llamado a declarar por los tribunales, el teniente coronel relataría su perplejidad ante el hecho excepcional de que su jefe contraviniera un informe suyo: «Seguramente me habrá ocurrido alguna vez en todos los años que llevo aquí, pero no lo recuerdo».
Cuando vuelva a iniciar el CAPACET al año siguiente, Zaida sabe que se lo juega todo a una carta: será su primera oportunidad real y también la última, algo que ha sucedido, no por falta de aptitudes, talento o disposición, sino exclusivamente porque un coronel en Sevilla y un general en Granada parecen haberse aliado en una cadena de decisiones burocráticas, cuya consecuencia es la pérdida de oportunidades para ascender en su carrera.
Las estructuras del Ejército la dejan indefensa ante esa actitud arbitraria. La rabia y la impotencia consumen a Zaida, que sobrelleva su situación gracias a las pastillas. José es plenamente consciente de que todo esto les está arruinando la vida. Él sabía, y así se lo dijo a ella, que denunciar al acosador Lezcano pondría fin a su carrera en las Fuerzas Armadas. Sin embargo, no pensó que fuera a tener que pagarlo con su salud. Atraviesan uno de sus peores momentos, y José teme que Zaida nunca llegue a recuperarse del todo del daño psíquico que le están infligiendo.
No obstante, ambos son militares de carrera y de espíritu. Lo último que están dispuestos a hacer es rendirse. Aquel mismo mes de septiembre de 2012, Zaida da parte de lo sucedido al JEME, el general Jaime Domínguez Buj. Se trata del máximo responsable del Ejército de Tierra, por encima del cual sólo da órdenes el ministro. De hecho, su nombramiento es político, pues lo designa directamente el consejo de ministros. El general Domínguez Buj recibe en aquellos días los tres partes contra los mandos de la base de Dos Hermanas: uno contra el coronel Villanueva, otro contra el teniente coronel Rodríguez Bellas y un tercero contra la comandante Campos.
En ellos se denuncian hechos que el JEME debió investigar. La ley le concede seis meses de plazo para adoptar una resolución y dar una respuesta a la denunciante. Sin embargo, los seis meses transcurrirían sin que aquella respuesta llegara.
La serie de ataques graves o muy graves dirigidos contra Zaida en los últimos meses es sencillamente escalofriante y da una idea cabal del ensañamiento: se contravinieron las órdenes de un médico para que Zaida se presentase en Sevilla provocando un severo agravamiento de su salud; se vulneró el derecho a la privacidad de sus informes médicos en varias ocasiones; fue sometida a un IPEC extraordinario irregular apenas unos meses después del ordinario; fue obligada a pasar por dos reconocimientos médicos habiendo transcurrido menos de un mes de baja, y sus posibilidades de ascenso a comandante quedaron reducidas a la mitad por decisión del general Pardo de Santayana.
Existen también otros hechos menores, que no se han narrado aquí para no abrumar al lector con la maraña burocrática en que habían atrapado a Zaida, pero que vale la pena enumerar: en estos meses también intentaron incitarla a que falsificara un pasaporte (documento que los militares necesitan para sus traslados por el territorio nacional); intentaron acusarla de custodia negligente de información porque tiró a la papelera un cuadernillo con media docena de teléfonos de compañeros suyos. Por último, y estando ya adscrita a su unidad en el EMAD en Madrid, el teniente coronel del REW-32 de Sevilla, Rodríguez Bellas, dio un parte contra Zaida, que ella ni siquiera conoce. Por suerte, en ese destino su jefe no pertenecía al Ejército de Tierra, sino que es un almirante que lo desestimó de inmediato. Zaida nunca ha llegado a saber de qué se le acusaba: cuando ha pedido el parte, para conocer qué error había cometido esta vez, el Gabinete Jurídico del Estado Mayor de la Defensa se lo ha negado argumentando que «no es parte interesada».
El año 2012 acababa con Zaida sumida en la depresión, si bien aderezado por una buena noticia. La Sala V de lo Militar del Tribunal Supremo ratifica la condena a Lezcano: dos años y diez meses de prisión, que ahora sí, es condena firme. Lezcano ingresa en la prisión militar de Alcalá-Meco, «el castillo», como se la conoce en el argot militar. Zaida se siente resarcida, aunque sólo en parte.