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La ayuda política

 

 

 

En medio del maremágnum y la desesperación por la posibilidad real de que Zaida acabe en prisión por un delito que no ha cometido, José decide buscar apoyo fuera del Ejército. Hasta ahora todo ha quedado restringido al opaco mundo de la milicia. José decide buscar en la política a alguien interesado en ayudar a Zaida. Ha visto en redes sociales que una diputada de UPyD, Irene Lozano, ha defendido el caso de Zaida, y en las semanas previas al verano de 2013 se decide a escribirme un correo. En él describe la situación en que se encuentra su mujer, víctima de una persecución encabezada por un general, miembro de una familia militar de rancio abolengo: varias generaciones de «Pardos de Santayana» habían pasado ya por el Ejército español. Enfrentarse a él era altamente peligroso.

Cuando conozco al comandante José Lóbez comprendo de inmediato que él y su mujer son el tipo de personas por los que decidí entrar en política. Se trata de una pareja joven, frisando los cuarenta él, algunos menos, ella. No es necesario preguntar sobre sus ingresos, su currículo ni su árbol genealógico, pues enseguida se percibe su pertenencia a esa clase media esforzada que se levanta temprano cada mañana, hace bien su trabajo y sirve a su país con decencia. Esa gente que, por cumplir su trabajo con honestidad y entrega, sólo se ha promocionado hasta donde tenía que ceder a las redes clientelares, a los chantajes y a los peajes pedidos por quienes forman parte de la oligarquía. También la militar. A medida que voy tratándolos, me doy cuenta de que el comandante Lóbez y la capitán Cantera son personas muy preparadas, que, al igual que muchos otros, creyeron que con esfuerzo y trabajo uno puede hacerse un hueco en la sociedad y prestar un servicio a su país. Representan a los españoles europeos, la generación erasmus, gente de en torno a los cuarenta que por distintos motivos ha estudiado o trabajado fuera de España; gente que habla idiomas, lee la prensa internacional y tiene un sentido claro del mundo global, lo cual significa que han respirado fuera del oxígeno empobrecido y provinciano que el debate político nacional impone en nuestro país. Y también, al igual que muchos otros, pertenecen a una brillante generación que, en los últimos años, ha sido diezmada de una u otra forma por lo más casposo del sistema.

En su primer correo, José me pone en antecedentes. Se sienten agobiados, temerosos y exhaustos. Nadie les ayuda. No pueden más. Solos, luchan contra una inmensa maquinaria que puede dar con Zaida en la cárcel fácilmente, pues la arbitrariedad de la que ha sido víctima hasta entonces sigue en marcha. Hasta ese momento ninguno de sus múltiples escritos, dirigidos a todas las instancias posibles, han conseguido detener la maquinaria de la venganza. Tantas veces como el coronel Villanueva o el propio Lezcano habían arremetido contra ella, se habían salido con la suya. Si ahora buscaban meterla en la cárcel, ¿qué motivos había para pensar que no lo lograrían?

Tras una introducción explicando los antecedentes relativos al acoso sexual y laboral, José resume así la situación en que se encuentran:

 

Para desgracia nuestra, los compañeros de promoción del condenado han vuelto a atacar a Zaida haciéndole la vida imposible (prohibiéndole sus vacaciones anuales, persiguiéndola a través de acoso laboral e incluso llamando a médicos para que modificaran su opinión consultiva. Actualmente dos personas la han denunciado a los jueces militares por cuestiones inexplicables y han abierto diligencias por uno de los casos. Lo peor es que como la anterior vez, y a pesar de haberlo denunciado al JEME, a la Oficina de Igualdad de las Fuerzas Armadas y al ministro, todos han hecho oídos sordos y han escondido los partes presentados por nosotros en un cajón (el ministro nos respondió diciendo que si era verdad, había indicios de delito y que lo denunciáramos a un juez…).

La verdad es que, como te puedes imaginar, mi mujer lo ha pasado muy mal —con tratamiento psiquiátrico y psicológico— y lo peor es que todos han tratado de ocultar el tema. Como puedes ver todo es muy complejo y ha habido tantos antecedentes que es además muy largo. Existen un montón de datos comprobados que te podemos explicar para que veas lo sólido que es el tema.

Creo que la mejor opción es que, siempre que puedas, nos reunamos y te contemos. Podría ser conmigo solo, que te daría una visión objetiva y organizada; puesto que Zaida normalmente lo pasa muy mal cuando recuerda toda su historia, y no le hace ningún bien.

Como los partes que se han presentado están escondidos en un cajón, siguiendo los consejos del abogado de Zaida hemos dado parte de los anteriores jefes de Zaida que permitieron el acoso tal y como se demostró en el juicio contra Lezcano, pero los jueces lo han inadmitido. Esta semana tenemos cita con el abogado para dar parte de lo que le ha sucedido más recientemente.

Te agradeceríamos que pudieras ayudarnos con esta injusticia y nos ponemos a tu entera disposición. Podríamos reunirnos cuando tú dijeras, mañana o tarde, para comer o para tomar un café, entre semana o el fin de semana o cuando a ti te venga bien, porque actualmente este tema es una prioridad para nosotros.

 

Contesto sin demora al comandante y le propongo una reunión en mi despacho del Congreso. José, por precaución, me pide que nos veamos en otro lugar, pues prefiere no identificarse en un edificio oficial. Hace ya algunos meses que ha dejado las Fuerzas Armadas, cuando la situación se hizo insostenible para él también, pero sigue sintiendo el peso de las viejas prohibiciones respecto al contacto con un partido político.

Nuestro encuentro tiene lugar en el café Galdós, en los aledaños del Congreso. Allí, durante más de una hora y media, José nos relata a mí y a mi asistente, Sergio López Sardinero, la tremebunda historia de persecución de Zaida. José tiende a hablar rápido por naturaleza, pero quiere aprovechar la oportunidad de hallarse frente a alguien con cierto poder político y, sobre todo, con clara disposición para ayudarles, lo que hace que esa mañana la velocidad de sus palabras se intensifique.

Nos cuenta todo, desde el primer día en que comenzó el acoso, pasando por los avatares personales, militares y judiciales, hasta llegar a la denuncia por un delito de deslealtad presentada por el general Pardo de Santayana contra su mujer. En ese momento, ni Sergio ni yo conocemos nada del asunto. Tras despedirnos de José evaluamos la información recibida, como hacemos siempre que alguien viene a contarnos un caso personal: ¿será cierto lo que nos ha contado? ¿Y hasta qué punto?

Ambos estamos sobrecogidos por el relato de José. Intuimos que se ajusta a lo ocurrido, pero, en cualquier caso, él nos ha dejado una carpeta con abundante documentación. Por cada hecho relatado hay un papel o grabación que lo atestigua. Durante algunos días, en el grupo parlamentario de UPyD examinamos la documentación exhaustivamente. Cuanto más conocemos el caso, más perplejos nos quedamos: todo es cierto. Zaida está siendo víctima de una persecución silenciosa y brutal, que le ha hecho enfermar, ha truncado su carrera y ahora puede dar con ella en la cárcel.

Con carácter inmediato, me coordino con los miembros de UPyD relacionados con el mundo militar, para que internamente averigüen todo lo posible sobre el caso. Al mismo tiempo empezamos a preparar una pregunta al Gobierno, que iría directamente a la mesa del ministro de Defensa. En pocos días, estoy convencida de que intramuros del Ejército ya tienen constancia del interés político suscitado por el caso de la capitán. Acostumbrados a la opacidad en grado sumo, el hecho de tener la lupa del Congreso sobre sí, y con ella probablemente la de los medios de comunicación, haría a muchos tentarse la ropa antes de tomar ninguna decisión adicional sobre Zaida.

Unos meses después, conozco personalmente a Zaida. José ha hablado con ella y le ha transmitido la importancia de ese encuentro, además de su confianza en nosotros. Para ella no resulta fácil. Se halla probablemente en un momento de gran vulnerabilidad psicológica, pero accede. Nos encontramos un sábado por la mañana de junio de 2013 en una terraza de Madrid. Recuerdo a la perfección el día en que vi a Zaida por primera vez. Quizá por esas sugestiones de la mente, que presentaban a la capitán herida y asediada, la había imaginado pequeña y débil. En cambio, es corpulenta y guapa. Algo me llama especialmente la atención. Físicamente Zaida es una mujer poderosa: alta pero ágil, y rubia; no pasa desapercibida. Sin embargo, nada más saludarla percibo la disonancia entre esa presencia física imponente y la infinita herida de su alma. Apenas habla durante los primeros minutos, sólo los saludos de rigor. José entra en materia de nuevo con la historia y ella escucha, afirmando de tanto en tanto con la cabeza. Cuando al fin habla, lo hace como una mujer frágil, musitando apenas, como si quisiera desaparecer.

—Yo sólo quiero darte las gracias, Irene, por lo que estás haciendo por mí, por escucharnos y por interesarte por mí…

—No, no tienes que hacerlo. Es mi trabajo —contesto.

—Bueno, yo sólo, sólo quiero darte las gracias, de verdad, muchas gracias por tu ayuda. Cualquier cosa. Te lo agradezco profundamente.

Comprendo el efecto devastador del sufrimiento de Zaida: si una mujer fuerte, física y psicológicamente, está derrotada, ¿qué no harán con quienes no tengan esa naturaleza?

Me pongo manos a la obra. Decido llamar al ministro por teléfono para explicarle el caso en el que estoy trabajando y recabar su versión. Es mi forma de trabajar: antes de dar ningún paso con implicaciones públicas, escucho la versión del Gobierno en una conversación privada. Hasta cinco veces, a lo largo de varios días, Gloria Cortés, la secretaria del grupo parlamentario de UPyD telefonea al Ministerio de Defensa, sin que sea posible hablar con el ministro. Resulta inaudito, pero el ministro sencillamente no se pone al teléfono y, como quiera que un diputado es un representante de los ciudadanos, es a ellos a quienes desprecia al comportarse así. No todos los ministros son iguales: en otras ocasiones que he necesitado hablar con alguno de ellos, no han tardado ni tres horas en devolverme la llamada.

Ante la imposibilidad de comentar el caso con él, le interpelo en público. Precisamente se está tramitando en aquel momento en el Congreso el Proyecto de Ley Orgánica de Régimen Disciplinario de las Fuerzas Armadas. El caso de la capitán Cantera representa un ejemplo palmario de cómo puede utilizarse la disciplina en las Fuerzas Armadas como represalia para castigar comportamientos que no son del agrado de los mandos aunque no sean indisciplinados, así que viene al pelo. Sensu contrario, con la sentencia del acoso a Zaida ratificada por el Tribunal Supremo, resultaba llamativo que no se hubiera abierto expediente disciplinario a ninguno de los mandos que figuraban, con nombres y apellidos, como conocedores de los hechos por no haber actuado al respecto, y que Zaida había intentado denunciar: al general Acuña, al coronel Torres, al coronel Andrade, al teniente coronel Brines y al capitán Santana.

El día del debate en el Pleno, comienzo mi intervención avergonzando al ministro Morenés con una ironía: «Señor ministro, en primer lugar me alegro de verle. Le he llamado por teléfono cuatro o cinco veces en las últimas dos semanas y, al no devolver la llamada, estaba preocupada por su salud. Me alegro de que esté bien».

A continuación, explico la posición de UPyD, contraria a un nuevo régimen disciplinario peor que el anterior, que además de seguir permitiendo la privación de libertad por vía administrativa de forma insólita en Europa, no resuelve ninguno de los problemas de los soldados. Después saco a colación el caso de la capitán con estas palabras: «Hay otro caso que es quizá el más sangrante exponente de cómo se puede emplear el régimen disciplinario para una venganza; éste era el caso del que le quería hablar cuando le llamé por teléfono. Es el de la capitán Zaida Cantera de Castro, una brillante militar, uno de los miembros más destacados de su promoción, con numerosas condecoraciones y felicitaciones, que ha estado destacada en distintas misiones internacionales. Después de sufrir acoso sexual durante quince meses por parte de un coronel, lo denunció, lo condenó —condena que fue ratificada por la Sala Militar del Tribunal Supremo—, y ahora el régimen disciplinario se está utilizando para perseguirla, para castigarla y para transmitirle el mensaje de que en el Ejército español no se puede denunciar, y mucho menos conseguir condenar, a un coronel por acoso sexual a una capitán por haber cometido el imperdonable pecado de hacer valer sus derechos y sus libertades, la libertad básica y esencial de no ser acosada sexualmente».

Al desvelar la persecución en un debate parlamentario, no sólo estoy convirtiéndolo en una cuestión política, sino que sobre todo estoy sacándolo a la luz pública. Las restricciones que sufren los militares a su libertad de expresión les impiden hablar con los medios de comunicación. De hecho, Zaida aún recuerda con nitidez las amenazas del teniente coronel Poveda, cuando se publicó la sentencia en los periódicos, para que no comentase el caso en los medios, o las veladas amenazas de la instructora del delito de deslealtad. Que una diputada hable de ello en público significa difundir el caso en la opinión pública sin poner a la capitán en riesgo de ser acusada de haberlo divulgado ella. Al día siguiente, Miguel González, del diario El País, recoge en su crónica el caso de Zaida, la persecución orquestada contra ella y la inacción de la justicia militar.

Entretanto, el general Pardo de Santayana ha visto fracasar su intento de procesar a Zaida por los delitos de falsificación y deslealtad con la excusa del famoso «papelito». En un auto de fecha 31 de julio de 2013 la juez ha decidido archivar el caso, pues no ve el delito que tan claro resultaba a ojos del general Pardo de Santayana y de todos los expertos jurídicos del cuartel general del Ejército de Tierra. Sin embargo, con una redacción farragosa, prodigio del absurdo jurídico, la misma juez que archiva el caso asegura, sin testimonios, sin testigos y sin haber admitido la solicitada prueba caligráfica, que Zaida es la autora de la falsificación. Lo afirma sin que ella tenga la posibilidad de defenderse: «Resulta obvio, para esta juez, la corrección llevada a cabo en la solicitud de permiso adjuntada por la capitán […], ya que dicha alteración se ha realizado de una manera burda».

Como en el dichoso papelito había un «burdo» garabato, no puede achacarse la responsabilidad más que a la capitán, razona la juez. Según ella, es «más probable» que una falsificación sea obra de un subalterno que de su superior jerárquico o, lo que es lo mismo, entre un capitán y un teniente coronel el culpable es siempre el de menor rango. Un poco más adelante, ya toma como hecho cierto lo que unos párrafos antes constituía una deducción suya:

«Sentando la autoría de la capitán de la corrección observada […] no cualquier información falsa o inexacta cumple con los requisitos del tipo. […] Ciertamente, aquellas mendacidades que no perjudiquen gravemente el servicio quedan fuera del ámbito penal».

Cuando Zaida lee el auto no sale de su asombro: resulta que toda una juez instructora le achaca una falsificación que ella no ha llevado a cabo ¡sin aportar ninguna prueba! No habrá juicio siquiera, pero se da por demostrada su autoría, para a continuación reconocer que, como el garabato en el «papelito» no había tenido consecuencias, no constituía un delito.

De hecho, el aparentemente absurdo auto reviste mucha importancia, pues por esa rendija abierta se cuela fácilmente la posibilidad de continuar la persecución. En una palabra, el general Pardo de Santayana está obteniendo el camino directo al parte contra Zaida. Nunca sabremos qué inspiró a la juez a mostrar ese camino al general, porque los caminos de la justicia militar son tan inescrutables como opacos…

Como era de esperar, el general Pardo de Santayana no espera a que el auto sea firme y continúa hostigando a Zaida por la vía disciplinaria. Ella se había incorporado unos meses antes a su nueva unidad, el Estado Mayor de la Defensa (EMAD). Éste es un organismo interejércitos en el que un general del Ejército de Tierra no puede hacer valer toda su influencia patricia. De hecho, el jefe del EMAD en ese momento es un almirante de la Armada.

El 9 de agosto de 2013 el general Pardo de Santayana había remitido el auto de la juez a un coronel del Ejército de Tierra, en lugar de a quien le correspondería, un marino, sobre el que no tendría ninguna ascendencia, saltándose el tan redomado conducto reglamentario, y por el cual otros militares que no lo cumplen acaban arrestados. La acusación que está a punto de caerle a Zaida en forma de parte disciplinario es «hacer reclamaciones, peticiones o manifestaciones basadas en aseveraciones falsas», es decir, por realizar la petición aportando y falsificando (según ellos) el famoso «papelito». Así se hace.

Si la capitán no va a la cárcel, al menos que se le impute una falta grave, por la que le pueden caer hasta dos meses de arresto. Así aprenderá. En efecto, antes de que termine agosto de 2013, y sin que haya transcurrido siquiera un mes, Zaida es de nuevo llamada por el Ministerio de Defensa: se le pide que se persone para que le notifiquen el escrito (de fecha 20 de agosto) relativo al expediente que se está instruyendo contra ella «por orden del excelentísimo señor almirante General Jefe del Estado Mayor de la Defensa», de nuevo sin escuchar la versión de la capitán. Sin duda, nadie se atrevería a negar la influencia del general Pardo de Santayana en las más altas esferas militares. El sobresalto vuelve a perjudicar el estado de salud de Zaida. Ha estado temiendo que Pardo diera un parte contra ella desde que leyó el auto de la juez. Ahora que se ha confirmado, todos sus temores, angustias y ansiedades se intensifican de nuevo. Definitivamente, no van a dejarla en paz. El general mantiene su cerco en torno a la oficial.

 

 

Un nuevo expediente acecha a Zaida. Si, como el Josef K. de El Proceso, hubiera preguntado a los mandos militares: «Pero entonces ¿estoy detenida?», le habrían contestado, como al personaje de Kafka: «Sí, pero puede usted seguir haciendo su vida normal».

Las noticias son preocupantes y vuelvo a intentar agitar las aguas. Para un diputado de la oposición, ante un caso así, lo más útil es «hacer ruido», así que insisto en hacerlo. El ensañamiento me alarma. José, en una de sus periódicas llamadas, me informa de las últimas noticias y del nuevo procedimiento disciplinario que se abre nada más cerrarse el judicial. La implicación del JEMAD hace ascender el caso un peldaño, y lo pone en el máximo nivel militar. El JEME ya obvió sus partes y ahora el JEMAD abre un expediente contra ella. Tanto el JEME como el JEMAD son cargos nombrados directamente por el consejo de ministros y de cuyos actos debe responder de forma directa el ministro.

Soy consciente de que tengo cerradas las puertas del ministerio así como la colaboración de cualquier uniformado. Ciertamente, si de algo ha hecho gala Pedro Morenés llevando la cartera de ministro de Defensa de España es de una absoluta insensibilidad respecto a los más de cien mil militares que trabajan a sus órdenes. No dispone de tiempo para sus problemas, pues todo su interés y energía están dedicados a la industria de armamento, de la que ha formado parte activa durante ocho años, en un escandaloso caso de «puerta giratoria».

En la época de Aznar, Pedro Morenés fue secretario de Estado de Defensa, cargo desde el cual puso en marcha los Programas Especiales de Armamento por valor de miles de millones de euros (a día de hoy los compromisos de pago son 30.000 millones de euros aproximadamente). Después pasó al Ministerio de Industria donde estableció un sistema de créditos blandos para los fabricantes de esos programas de armas. Durante los ocho años del PP en la oposición, trabajó en la industria. Entre otros cargos, ocupó los siguientes: consejero y representante de Instalaza, presidente del Consejo de Administración de Construcciones Navales del Norte, director general para España de MBDA, presidente de Segur Ibérica, presidente de Kuitver, consejero de Aritex Cading o consejero de Gamo Outdoor.

En 2011 fue nombrado ministro de Defensa, cargo desde el que ha renegociado esos compromisos de pago de 30.000 millones de euros de forma favorable para la industria y poniendo en riesgo, en el plazo de varios años, la sostenibilidad económica del Ministerio de Defensa y de las Fuerzas Armadas.

Ante la inacción de Morenés, me dirijo a la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría. Un día me acerco a ella en el Pleno y le expongo de forma somera la situación de Zaida. En cuatro frases, apenas un minuto, le resumo la historia de acoso sexual y persecución laboral. Le entrego documentación sobre el asunto y le pido que hable con Morenés para que éste tome cartas en el asunto, lo que hasta ese momento no ha hecho.

La vicepresidenta asegura que se tomará interés en el caso y me contestará cuando haya averiguado qué está ocurriendo.

Entretanto, sigo insistiendo en llevar al Congreso toda la presión política que puedo, pese al desinterés de Morenés, que queda patente de nuevo el 26 de octubre. Al negarse el ministro a comparecer en relación con el caso de acoso sexual de la capitán Cantera, tal como le solicitaba el grupo parlamentario de UPyD, el debate se celebra sin él. En aquella comisión de control al Gobierno «en rebeldía», el ministro queda retratado a la perfección en su mezcla de arrogancia e insensibilidad: los problemas reales de las mujeres y los hombres que sirven en el Ejército no despiertan en él gran interés. Mis preguntas caen en el vacío: «Si un ministro no ampara a una militar brillante, que tiene un expediente intachable, ¿para qué está? Si un ministro no es capaz de levantar un teléfono para pedir que dejen de acosar y de hacer la vida imposible a una capitán que ha demostrado que el acoso sexual que padecía era cierto y que ha conseguido que se castigue, que se condene a ese acosador, ¿para qué sirve un ministro? Si no es capaz de interesarse por el caso y de impedir que nuevos acosadores, laborales en este caso, actúen contra la capitán, ¿para qué sirve? ¿Para qué sirve si sólo mira para otro lado? ¿Para qué sirve si no viene al Congreso porque le molesta que fiscalicemos su trabajo, porque le molesta que controlemos al Gobierno?».

Las cuestiones quedan sin respuesta. Presento también preguntas por escrito y, de nuevo, el Congreso vuelve a abordar la cuestión el 29 de octubre, esta vez en la Comisión de Defensa, con motivo del debate sobre la instauración de un protocolo para la prevención y protección de las víctimas que denuncien acoso en la actividad profesional de las Fuerzas Armadas. De nuevo, la callada por respuesta.

Al cabo de algunas semanas, compruebo que la vicepresidenta, en cambio, cumple su palabra. Por un lado, la subsecretaria del Ministerio de Defensa, Irene Domínguez-Alcahud, me llama. Es la primera responsable ministerial que se digna interesarse por el problema que un representante de los ciudadanos le está exponiendo. La subsecretaria me explica que el asunto de Zaida está pendiente de un expediente administrativo, en el que los cargos políticos poco pueden influir. Entonces me viene a la memoria aquella frase que hizo célebre al ministro de Defensa Federico Trillo, predecesor del actual: «Manda huevos». Ahora pretenden esgrimir no se sabe qué independencia de criterio en los procedimientos disciplinarios. Insisto en que tiene que haber alguna manera de solucionar una injusticia tan flagrante y que es responsabilidad del ministerio encontrarla.

—Te aseguro que estamos poniendo enorme interés en el caso. Tú no me conoces pero, como mujer, esto me resulta inaceptable.

Efectivamente, no la conozco. No tengo motivos para confiar en su palabra y no lo hago. Sin embargo, sí creo que el interés de la vicepresidenta les obligará a buscar una solución.

También por ese motivo, alguien muy cercano al ministro entabla al fin contacto con Zaida. Se trata del almirante Javier Pery Paredes, director de gabinete del ministro de Defensa. La cita en la sede de la Castellana para que le informe sobre su caso el 6 de noviembre del año 2013. Zaida lleva más de cinco años de pesadilla cuando por primera vez un alto responsable de las Fuerzas Armadas se dirige a ella para escuchar su versión.

Algo parece moverse por fin en la dirección correcta y Zaida alberga esperanzas respecto a esa reunión. Quizá alguien consiga que se detenga la persecución de la que es objeto y poder así volver a vivir en paz.

«Estoy aquí para escucharle», dice el almirante Pery a su interlocutora al iniciarse la entrevista. Durante la conversación, el jefe de gabinete del ministro toma muchas notas y hace gestos de sorpresa ante algunos de los hechos que ella le narra. «¿Qué quieres que haga?», llega a preguntarle. La respuesta de la capitán es sucinta y clara: «Que me dejen en paz».

Desgraciadamente, todo es un espejismo, un mero formalismo para cubrir las apariencias. El almirante reconoce al término del encuentro que no puede hacer nada al respecto, escudándose tras el hecho de que el caso se halla en vía judicial, en una jurisdicción, la militar, cuya independencia y eficacia está en cuestión debido a recientes sentencias en su contra procedentes de la justicia civil.

Los temores de Zaida se ven confirmados unos días después, al leer el correo que le envía Pery, como colofón de su entrevista: «Espero, como le transmití personalmente, que encuentre un valor positivo que le permita continuar con nosotros». O sea, que le desea buen rumbo y buen viento, porque el Ministerio de Defensa no tiene nada que decir, salvo que le gustaría que Zaida no abandonara su carrera militar. Aquello la hunde de nuevo. Queda tan tocada anímicamente que el 15 de noviembre su padre, enormemente preocupado, escribe al ministro de Defensa. En la misiva, formula a Morenés una petición sencilla y directa:

«Dejen de destruir la vida de mi hija, que el único delito que ha cometido es el de ser una persona digna y responsable. […] Los responsables de toda esta locura sabe Vd. claramente quiénes son, pero el mayor responsable de todo esto es Vd. que pudiendo solucionarlo no lo ha hecho, haciéndose de esta forma cómplice».

La «locura», como la califica con acierto el padre de Zaida, no cesa. Cuando los más altos responsables de un ministerio se declaran impotentes para actuar, ¿qué salida le queda a una persona que lleva años padeciendo la maquinaria burocrática del Ejército? Pese a desconocer el mundo militar, la opinión del padre de Zaida es bastante semejante a la que han expresado algunos generales que, llegado el caso a este punto, le han transmitido algún apoyo en privado. Ningún general se atreve a apoyarla abiertamente en este caso tan comprometido, en la mayoría de las ocasiones por desconocimiento; otras veces, por sumisión o cobardía. El general que más se interesó por lo sucedido, tras conocer los pormenores y leer los documentos relativos del caso, no dudó en calificarlo de «persecución de manual» y en tachar de cobarde la forma en que se ha desarrollado dicho acoso.

Estos generales, que se muestran «preocupados por saber», también se sienten «avergonzados» por la actitud del jefe del Estado Mayor del Ejército, a la postre último responsable de haber permitido que un grupo de militares de alta graduación, apoyando a un general de brigada, se ensañe con la oficial; una militar cuyo único delito ha sido reclamar el amparo de la justicia para poner fin al acoso sexual y laboral al que la sometía su superior, con la connivencia o el silencio de quienes deberían haber impedido aquella situación.

Estos generales están convencidos, como el padre de Zaida, de que una simple llamada del ministro o del JEME, general Jaime Domínguez Buj, habría bastado para dar carpetazo al asunto. En lugar de ello, el 19 de noviembre es de nuevo el almirante Pery quien responde al padre por carta, en nombre del ministro. Su denuncia de la connivencia de Morenés con los acosadores ha dolido. «… con el respeto que me merecen sus sentimientos, lamento discrepar con las aseveraciones que hace sobre las responsabilidades que cita en su carta, que, como le digo, no se corresponden con la sensibilidad con la que trato este tema.»

«Con independencia de todo ello —prosigue la misiva—, quiero que sepa que nada del contenido de su carta modificará mi proceder para hacer posible que la capitán Cantera encuentre el futuro profesional que desea en las Fuerzas Armadas.» O sea, vuelve a desearle buena singladura, ya que no piensa emprender ninguna acción.

Su entorno más cercano percibe su desgaste psicológico total. En aquel último trimestre de 2013, se encuentra en Zaragoza, realizando, esta vez sin sobresaltos, el CAPACET, en su segunda y última oportunidad. Son días muy duros, en los que Zaida vive en una especie de paranoia y teme perder la cabeza. Se levanta cada mañana angustiada, pensando que si llega a clase un minuto tarde, si tiene ligeramente descolocado el nudo de la corbata o si una mota de polvo se posa sobre sus zapatos, algún teniente coronel dará parte de ello. A esas alturas, Zaida tiene claro que todo lo que diga o haga podrá ser utilizado en su contra. Desde Zaragoza, llama a José. Hablan cada día varias veces, y Zaida empeora por momentos. Pero a su marido también le fallan las fuerzas. Me llama por teléfono.

—Irene, Zaida me dice que no puede más, que abandona, que lo deja.

—¿Qué sucede? ¿Por qué? Dile que aguante, por favor, ya ha hecho lo más difícil.

—No puede, no soporta la tensión. Teme que la expedienten por existir, no piensa más que en salir de allí… Me cuenta que se levanta llorando y se acuesta llorando… Yo ya no puedo más tampoco, Irene.

Después de una larga conversación, veo que la situación es límite y, en efecto, Zaida está a punto de abandonar por segunda vez el CAPACET, lo que la incapacitaría de por vida para ser comandante. Convierto su razonamiento en una arenga, pidiéndole a José que se lo transmita a Zaida: «Dile que no puede abandonar, sencillamente no puede. Ella sabe que si deja ahora el curso nunca será comandante. No puede hacerlo, José, porque Zaida ya no es responsable sólo de su vida, sino de la vida de muchas mujeres. Ella será general del Ejército español. Tienes que decírselo, hay muchas mujeres detrás de ella, muchas que ni siquiera la conocen, pero para las que será decisivo lo que ella está haciendo. Yo sé que soportar el peso de esta pelea sobre los hombros de una sola persona, dos, en vuestro caso, es muy duro. Pero ya ha llegado hasta aquí, y ahora, aunque suene duro decirlo, su vida no es suya. Dile que nos tomamos algo el viernes cuando vuelva a Madrid, que quiero decirle todo esto en persona».

Así lo hacen y en Madrid hablo con ella apelando a su responsabilidad. Para una persona como Zaida, es la mejor motivación: «Zaida, tú estás librando una guerra que probablemente no es la que pensaste cuando te alistaste en el Ejército, pero que es importantísima para muchas mujeres, dentro de las Fuerzas Armadas y fuera. También para muchos otros militares que sufren abusos de autoridad, aunque no tengan connotaciones sexuales. Lo que suceda con ellos en el futuro está relacionado contigo, con tu coraje, con tu lucha… Además tú representas lo mejor del Ejército español. No puedes marcharte, porque entonces ganan ellos. Y no puedes abandonar en medio de la batalla, porque el buen soldado jamás huye de su puesto…». No fue fácil aumentar la presión sobre Zaida, pero le ayudó a recordar que su lucha tenía un sentido y su sufrimiento también. Con su inmensa fortaleza psicológica, pudo sobrellevar la recta final del curso y concluirlo. Zaida, como buena militar, no abandonó la batalla.