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El JEME y la diputada, frente a frente

 

 

 

Al JEME se le acumula el trabajo. Como siguen pasando los meses y hay muchos oficiales paralizados en su ascenso, el general Domínguez Buj decide pasar a la acción. En más de dos años que lleva como JEME, no se ha tomado la molestia de telefonear a la capitán Cantera de Castro para escuchar su versión, ni tampoco de llamar a los autores de la persecución para pedirles que cesen en su empeño. Sin embargo, ante el bloqueo del ascenso del general Pardo, sí se decide a llamarme, mostrando una repentina preocupación por la capitán.

Después de una breve conversación, el general Domínguez Buj sugiere una reunión tranquila. Tan sólo quiere explicar los hechos. Me muestro encantada: «Al fin alguien del Ejército se brinda a darme una explicación de lo que ha ocurrido con la capitán», le digo. Nos vemos en las vísperas de la Semana Santa de 2014, en el cuartel general del Ejército de Tierra, en Cibeles. Un teniente coronel, asistente del JEME, espera en la puerta del cuartel y soy conducida a través de un enorme patio y majestuosos salones hasta el despacho del Jefe del Estado Mayor del Ejército. Realmente es un lugar privilegiado en el centro de Madrid, rodeado de un jardín y con la estatua de la diosa Cibeles al fondo.

—Sí, es un lugar maravilloso para trabajar, aunque no muy funcional —me comenta después de los saludos de rigor.

Por ese motivo, pasamos a una sala contigua, tras recorrer algunos vericuetos en los pasillos. Se trata de una sala con los techos bajos y cierto aspecto de búnker. La disposición de la mesa hace que el lugar desde donde espero sentada no se vea la puerta.

El general comienza a desplegar frente a mí su particular campaña para ganarse «corazones y mentes». Está claro que ha aprendido tácticas de guerra psicológica y todo su afán se centra en mostrarse dispuesto a aclarar la verdad. Saca el «expediente Cantera» del cajón y afirma: «Mira, mira, para que veas que yo llevo mucho tiempo interesado por este asunto…». Una perfecta excusatio non petita

Durante largo rato, el general desmenuza el caso de Zaida tal y como él lo entiende, o como se lo han explicado. Se detiene con minuciosidad en numerosos aspectos, desde las vacaciones que no pudo tomar ella en Sevilla, hasta el papelito, pasando por distintos avatares. Noto que le interesa detenerse en asuntos pequeños y técnicos, frente a los cuales me encuentro desarmada, pues, por más que conozca bien el caso, no manejo como él la densa burocracia del Ejército, con sus reglamentos y sus exigencias. De hecho, podría estar mintiéndome sin yo saberlo. Le insto a dejar de lado las technicalities, con una metáfora castrense: «Jaime, tú y yo no estamos para pegar tiros, nosotros estamos más arriba, donde se toman las decisiones… No nos perdamos. Aquí la cuestión es que ha habido una persecución y punto. Eso no lo puedes negar».

Sin embargo, él lo niega una y otra vez. Insiste en que verdaderamente Zaida ha falsificado el «papelito», pues si no, ¿qué explicación hay? Mientras yo le respondo que lo hizo el teniente coronel, delante de la propia Zaida. Sí, una chapucilla, pero nada grave, tratándose de un papel sin mayor importancia, para evitar más molestias a quienes debían firmarlo.

—Ah, no, no. Esas cosas no se hacen en el Ejército —señala el general en tono circunspecto.

Durante un largo rato seguimos discutiendo sobre estas cuestiones. El JEME saca a colación el viaje a Grecia que Zaida y José tuvieron que cancelar, como explicación a la resistencia de ella a cambiar las vacaciones. Es uno de los infundios que se han hecho públicos en algunos foros de internet, el JEME no sabe que el viaje fue cancelado mucho antes. Vuelve a sacar el tema del papelito y entonces le pregunto por qué la misma persona firmó dos veces. El general lo explica por la comodidad de resolver, en un papelito sin importancia…

—Pero ¿no decías que estas cosas no se hacen en el Ejército?

De pronto, alguien llama a la puerta del despacho. Pese a que el general Domínguez Buj ha advertido, delante de mí, que nadie nos interrumpa, el asistente entra con un papel en la mano, asegurando que es relativo al caso. Se lo da al JEME, quien lo coloca boca abajo sobre la mesa. A continuación, el general le da la vuelta:

—Mira…

El papel no tiene ningún membrete ni señal identificativa. Es un mero folio en blanco con unas líneas escritas en un ordenador. El general lee la propuesta de terminación del expediente disciplinario de Zaida: falta leve prescrita. Eso significa que no sufrirá sanción alguna, pues está prescrita.

«Pelillos a la mar» es el mensaje que el JEME quiere transmitirme respecto al caso de Zaida. Yo encuentro objeciones, pues en realidad no hay ninguna falta, ni grave ni leve, y no veo por qué la capitán tiene que cargar con eso en su expediente. Percibo que está buscando mi visto bueno al cierre del caso. Pero no se lo doy. No puedo hacerlo sin hablar primero con Zaida.

Antes de marcharme saco a la palestra una cuestión más. Como se recordará, Zaida dio tres partes de sus mandos en Sevilla directamente al JEME, por las vacaciones y el IPEC irregular, pero sobre todo porque hacerla regresar a la base antes del curso empeoró considerablemente su salud. El JEME tuvo seis meses para contestar y no lo hizo. Zaida volvió a presentarlos y, en vista de que había diputados y periodistas interesados, el JEME contestó de inmediato: sólo tardó diez días. Lo que yo quería saber ahora era la investigación que había realizado, pues en su respuesta afirmaba que no veía ninguna infracción.

Pero su negligencia por omisión estaba sobre la mesa y se lo recordé, unido al hecho de que tardara un mes y dos días para hacerle llegar la respuesta a la denunciante. Cuando le pregunté por la tardanza, el JEME me contestó que no pudo localizar antes a Zaida.

El hecho resulta más que curioso y no puedo evitar sonreír. Que el General Jefe de todo el Ejército de Tierra no localice a una capitán que acude diariamente a su puesto de trabajo nos deja en una posición muy complicada como país. Si hay una guerra, ¿tendrá el JEME iguales dificultades para localizar a sus soldados? Durante todo ese tiempo la capitán no dejó de recibir burofaxes y citaciones de sus superiores y de los jueces instructores de los diversos expedientes. ¿Y el JEME no la encuentra? Aquello parecía la guerra de Gila.

Llevamos más de una hora hablando sobre Zaida, y cuando advierto que sólo dispongo de media hora más, el general pasa al asunto de Pardo. Elogia su carrera como militar, sus enormes servicios a España, y a continuación me explica el pésimo momento que está pasando a causa de mi pregunta parlamentaria. Su ascenso ha quedado paralizado, y con el suyo, decenas más. En suma, hay muchas personas sufriendo a causa de esas preguntas y claro…

De pronto veo con claridad la jugada. Me ofrece un canje de prisioneros: yo libero a la capitán de esta forma (falta leve prescrita) y tú liberas al general Pardo, por la vía de no crear una polémica política con su ascenso.

Sin embargo, el JEME no tiene realmente mucho que ofrecer. Quedamos en volver a reunirnos una segunda vez, pues no hemos podido terminar, pero cualquier solución que pueda aportar el JEME llega tarde. ¿Qué puede ofrecer a una capitán cuya carrera ya ha quedado destrozada? Quizá un destino en el que no la persigan, pero la persecución ha sido descarnada; no pueden destruirla mucho más de lo que ya está. Y en todo caso, es joven, le quedan décadas en el Ejército, y este general no será JEME eternamente. De hecho son las propias estructuras del Ejército las que deberían cambiar para que ella tenga la seguridad de que podrá vivir en paz. Tendría que desaparecer la impunidad de los mandos, para que, si algún otro compañero o amigo de Lezcano decidiera en el futuro arremeter de nuevo contra ella, supiera que la ley no se lo iba a permitir. Nada de eso puede ofrecer el JEME, pese a su insistencia. En su afán por «liberar» al general Pardo, me llega a decir que su ascenso depende de mí. Suelto una carcajada: «Si en mi casa les digo que tengo en mi mano varias decenas de ascensos de generales del Ejército de Tierra me tomarán mucho más en serio a partir de ahora».

Sin embargo, no hay posibilidad de ningún acuerdo. Zaida tampoco lo aceptaría, pues le subleva la idea de que los causantes de su sufrimiento no tengan que rendir cuentas. Tras una segunda reunión, damos el asunto por zanjado.

La cuestión, la nueva irregularidad que queda de manifiesto se revela unos días después: en efecto, la instructora del expediente propone terminarlo con la declaración de que se trata de una falta leve prescrita. El JEME lo sabía con antelación, antes que la propia Zaida: ¿por qué, si era un parte gestionado a través del EMAD, en el que el Ejército de Tierra no tenía aparentemente ninguna intervención, y declarado además como reservado?

La maniobra, en todo caso, está clara: se trata de salvar la cara del general y achacarle algún reproche disciplinario a Zaida, porque si resplandece la verdad, o sea, la absoluta e incondicional inocencia de Zaida, la persecución queda desenmascarada.

No pueden demostrar que la capitán lo falsificó y, a pesar de que uno de los tenientes coroneles admitió en el juicio que el documento se incluyó por sugerencia de él, el JEMAD decide que lo incorporó sabiendo que había un tachón, por lo que se hace merecedora de una falta leve, ya prescrita, pero que indudablemente busca manchar su historial de brillante militar aunque no se incorpore formalmente a su expediente.

Éste es el bucle: le atribuyen un hecho falso, del que una vez más no puede defenderse. El hecho constituye falta leve, pero al ser leve está prescrita. Por tanto, se da carpetazo al asunto, provocando así la indefensión de Zaida, pese a presentarlo como una liberación de las acusaciones.

Con su decisión del 30 de abril de 2014 el JEMAD logra dos objetivos: por una parte, se mancha el historial de la capitán Cantera de Castro, desamparada hasta el final por los mandos. Por otra, se cubren las espaldas del general Pardo, al dar la impresión de que había algún reproche, por liviano que fuera, que hacerle. El asunto se da por prescrito. No hay juicio en el que ella pueda defenderse: queda indefensa. Nunca podrá demostrar que fue un superior suyo quien incorporó el «papelito» a su petición.

Un general que al principio se mostró muy escéptico sobre la posibilidad de que la capitán Cantera de Castro pudiera estar sufriendo semejante acoso, tras tener noticia de lo narrado hasta este punto en este libro, manifestó sin ambages: «Ciertamente, éste es el caso más rocambolesco que conozco en mis cuarenta y cinco años de servicio. […] Este asunto de Zaida ha batido los récords de todas las historias de las que, aun no viviendo en primera persona, he tenido conocimiento». Y concluye: «No voy a poder dormir sabiendo que los culpables siguen tranquilamente en sus sillas. Sean pajes o reyes».