CUATRO MESES ANTES
Las buenas chicas no se enamoran de estrellas del rock. Así de simple.
—¡Calabaza! ¡CALABAAAZA!
—Oh, Dios. —Mi hermana, la «calabaza» en cuestión, soltó una risita.
Y yo los miraba con la boca abierta; era lo único que parecía saber hacer ese día.
Solo Dios sabía la de veces que me había quedado pasmada desde que entré en el apartamento de Anne esa misma mañana. Como vivía en el campus, todos los domingos quedábamos para desayunar juntas. Era como una especie de ritual entre hermanas que instauramos cuando vinimos a vivir a Portland hacía unos pocos años. Pero esa mañana, en vez de estar lista para freír unos huevos con beicon, me había encontrado a mi hermana dormida en el sofá, encima de un tipo lleno de tatuajes. Menos mal que ambos estaban prácticamente vestidos.
Desde luego había sido toda una sorpresa. Ni siquiera sabía que mi hermana saliera con alguien. Creía que su vida social se limitaba a las pocas fiestas universitarias a las que conseguía arrastrarla de vez en cuando.
—Vamos, mujer —dijo Mal, su flamante novio—. No podemos llegar tarde a los ensayos o Davie se pondrá hecho una furia. No os podéis ni imaginar lo histéricos que pueden llegar a ser los guitarristas. Os juro que la semana pasada le dio una rabieta de cuidado solo porque se le rompió una cuerda. Se puso a gritar y a tirar cosas a la gente. En serio.
—Eso no es cierto —le regañó Anne, moviendo la cabeza—. David es un chico adorable. Deja de asustar a Lizzy.
—Nooo. —Mal puso su cara de cachorro inocente (incluso batió las pestañas)—. ¿Me crees capaz de mentir a Lizzy, mi dulce futura cuñada?
Anne negó con la cabeza.
—¿Nos vamos o qué?
—No puedo creer que hayas dudado de mí, calabaza.
Seguimos al demente batería rubio hasta un enorme y antiguo edificio junto al río; el lugar idóneo para que una banda de rock pudiera ensayar a su antojo, ya que los únicos edificios colindantes eran fábricas y empresas que cerraban durante el fin de semana. El interior no era precisamente cálido, pero sí nos resguardaba de ese viento frío de octubre que te congela hasta los huesos. Metí las manos en los bolsillos de mi abrigo de lana gris, nerviosa porque estaba a punto de conocer al resto del grupo. El único contacto que había tenido con los ricos y famosos se había producido esa misma mañana, con Mal. Si los demás eran como él, no conseguiría seguirles el ritmo.
—Ha sido como si el mundo entero dudara de mí. Estoy muy dolido —se quejó Mal—. Pídeme perdón.
—Lo siento.
Mal le dio un sonoro beso en la mejilla.
—Estás perdonada. Hasta dentro de un rato.
Estiró los dedos, giró las muñecas y se fue hacia el escenario situado en un extremo. Me fijé en los instrumentos, amplificadores y otros equipos de sonido esparcidos por la zona y en el personal y técnicos de sonido trabajando.
Todo aquello era fascinante. Ese sitio, él… Había tenido una mañana de infarto. Mal y Anne parecían llevarse de maravilla. Puede que mi hermana y yo nos hubiésemos precipitado a la hora de rechazar la idea del amor romántico. Sí, con mis padres no había funcionado. Ambos habían dejado la relación de pareja y el matrimonio por los suelos. Tal vez Anne y Mal fueran un mejor ejemplo a seguir.
Fascinante.
—Tu novio está como una cabra —dije en voz baja—. Es un auténtico maníaco.
—Sí. Es estupendo, ¿verdad? —Anne sonrió de oreja a oreja.
Asentí, porque cualquiera que le hiciera sonreír de esa manera tenía que serlo. Me encantaba el brillo de esperanza que iluminaba sus ojos, la felicidad que irradiaban.
En cuanto al tipo en cuestión, no era otro que Malcolm Ericson, el batería de Stage Dive, uno de los grupos de rock más famosos del mundo, que se había ido a vivir con mi hermana. Mi tranquila y sosegada hermana mayor que nunca se saltaba las reglas. Anne no se había explayado en los detalles, pero los hechos eran los hechos. Su nuevo novio me había dejado completamente anonadada. Tal vez alguien le había echado algo al café que me había tomado en el campus. Sí, eso explicaría toda esa locura.
—No me puedo creer que le contaras lo colada que estaba por él de adolescente. —Anne me dio un codazo en el costado y yo solté un gruñido de dolor—. Muchas gracias.
—De nada. ¿Para qué están las hermanas?
Nos dirigimos hacia a un par de mujeres que estaban sentadas en unas cajas en la parte trasera de la sala. Era una pasada poder ver al grupo ensayando. Anne había sido una de sus seguidoras acérrimas, hasta el punto de tener todo su dormitorio empapelado con pósteres de Stage Dive. Sobre todo de Mal, razón por la que los últimos acontecimientos me resultaban todavía más increíbles. Pero si alguien se merecía que le pasara algo tan alucinante, esa era mi hermana. No tendría tiempo suficiente para enumerar lo mucho a lo que tuvo que renunciar para llegar hasta dónde estábamos.
La mujer rubia nos saludó con una sonrisa en cuanto nos acercamos. La morena curvilínea, sin embargo, continuó con la vista clavada en el teléfono móvil.
—Hola, compañeras fanáticas y parásitos de Stage Dive. ¿Cómo lleváis la mañana del domingo? —preguntó la rubia.
—Bien —dijo Anne—. ¿Y tú cómo estás, señora Ferris?
—Muy, muy casada, gracias por preguntar. ¿Qué tal te va con Mal?
—Oh, bien. Todo bien. —Anne se unió a ellas y se sentó en una de las cajas—. Os presento a mi hermana, Lizzy. Estudia en la universidad de Portland. Lizzy, estas son Ev, la mujer de David, y Lena, la… no sé qué de Jimmy.
—La asistente de Jimmy. Hola. —Lena me ofreció una pequeña sonrisa y alzó la barbilla a modo de saludo.
—Hola.
—Encantada de conocerte —dijo Ev—. Anne, corre, antes de que empiecen a tocar. Cuéntame todo lo que ha pasado entre Malcolm y tú. Todavía no me he enterado bien de cómo habéis terminado juntos. Pero Lauren mencionó que prácticamente invadió tu apartamento.
Recordé que esa misma mañana, en el susodicho apartamento, había oído una extraña conversación entre mi hermana y Mal. Algo así como que tenían un «acuerdo». Cuando pregunté a Anne sobre el tema, vino a decirme más o menos que me metiera en mis asuntos, eso sí, en la forma tan suave que ella siempre tenía de decir las cosas. Así que no me quedó otra que confiar en su palabra de que todo iba bien e intenté no preocuparme. Aun así, me interesaba mucho saber cuál sería la respuesta de Anne a esa pregunta y su reacción, de modo que, con sutileza, me acerqué un poco más a ella.
A Anne le brillaron los ojos.
—Ah, bueno, nos conocimos en tu casa la otra noche y nos caímos bien.
—¿Eso es todo? —inquirió Ev.
—Sí… A grandes rasgos, sí —respondió Anne, aunque no pude evitar fijarme en que su sonrisa vaciló un poco—. ¿Qué es esto, Ev, un interrogatorio?
—Sí, lo es. Cuéntame más cosas, por favor.
—Es un tipo estupendo y sí, se ha venido a vivir conmigo. Y me encanta tenerlo allí. Es maravilloso.
Enseguida me di cuenta de que no iba a sonsacarle más información de la que yo misma había conseguido. Lo que no me supuso ninguna sorpresa. Anne era una persona muy reservada.
Ambas continuaron charlando.
Clavé la vista en el escenario, donde solo quedaban ya los componentes del grupo; el resto se había retirado a un lateral para encargarse de los distintos equipos. Los miembros del grupo estaban de pie, alrededor de Mal y su batería, manteniendo una conversación. Así que esos eran los archiconocidos Stage Dive. Estaba claro que su uniforme consistía en jeans, camisetas, pelo despeinado y un montón de tatuajes. Uno de ellos superaba en más de media cabeza al resto y eso que ninguno era precisamente pequeño. Tenía que ser un gigante. Sé que es una tontería, pero la forma en la que estaba allí parado, la fuerza que emanaba de él… Ese tipo tenía algo difícil de explicar. Ni siquiera una montaña me había parecido nunca tan sólida e imponente. Estaba allí plantado, con los pies separados embutidos en unas botas enormes y la mano sujetando el mango del bajo como si estuviera a punto de blandirlo y neutralizar a un oso. Ver aquellos hombros anchos y los brazos tan musculosos llenos de tatuajes hizo que me dolieran los dedos por la necesidad de explorar cada centímetro de su cuerpo. Os juro que en ese momento se me paró el corazón; algo nada saludable. Cada célula de mi ser vibró con una especie de tensión sexual hiperactiva ocasionada por su simple presencia. Jamás me había quedado tan embobada mirando a un hombre.
Era incapaz de apartar los ojos de él.
El grupo se dispersó y él dio varios pasos atrás. Alguien comenzó a contar y de repente, ¡bum! Los primeros acordes intensos y profundos de su bajo penetraron en mi interior, sacudiendo todos y cada uno de mis huesos. No hubo ninguna parte de mí que no se viera afectada. La melodía que estaba tocando era como un hechizo, cautivándome, adueñándose de mí por completo. De pronto volví a creer en el amor, en la lujuria o lo que fuera ese sentimiento. La sensación de haber conectado con él me pareció tan real. No había tenido muchas certezas a lo largo de mi vida, pero él… nosotros… sea lo que fuera lo que había pasado, lo era. Tenía que serlo.
Por fin se dio la vuelta y pude verle el rostro, o el medio rostro que no estaba oculto bajo su barba corta. ¿Estaría dispuesto a afeitársela? Estaba mirando su instrumento, llevaba una camiseta roja desteñida y unos jeans azul oscuro, muy a tono con el uniforme del grupo. Mientras tocaba se balanceaba hacia delante y atrás sobre sus talones, asintiendo o sonriendo de vez en cuando al cantante, al guitarrista o a cualquier otro.
Estaba convencida de que cada uno de ellos tocaba como los dioses del rock que eran, pero ninguno me importó. Solo pude prestarle atención a él.
Por supuesto que sabía quién era. Ben Nicholson, el bajista de Stage Dive, aunque su presencia en los vídeos musicales o en la extensa colección de pósteres de mi hermana nunca me había afectado de ese modo. Pero verle en carne y hueso fue totalmente diferente. La sangre me hirvió en las venas y me quedé en blanco. Mi cuerpo, por el contrario, se puso alerta, conectado a cada uno de sus movimientos, por pequeño que fuera.
Ese hombre era magia en estado puro. Despertaba en mí un sinfín de sensaciones.
Puede que el amor, el compromiso y el matrimonio no fueran estructuras sociales arcaicas que solo servían para asegurar la supervivencia de los más jóvenes. Tal vez comportaban mucho más. No sé. No obstante, cualquiera que fuera la naturaleza de esa emoción, deseaba a ese hombre más de lo que jamás había deseado a nadie.
La música siguió sonando y yo continúe mirándole ensimismada.
Horas después, por fin dejaron de tocar. Los técnicos y otros miembros del equipo invadieron el escenario, le quitaron al grupo los instrumentos y le dieron palmaditas en la espalda felicitándoles y hablando con ellos. Todo el mundo parecía saber a la perfección lo que tenía que hacer; me resultó fascinante observarlos trabajar. Al poco rato, los cuatro se acercaron hasta nosotras con el pelo chorreando. Gotas de sudor caían por sus cansados pero sonrientes rostros. Mi fantasía sexual hecha realidad se llevó una bebida energética a los labios y el líquido de la botella fue desapareciendo a una velocidad de vértigo mientras tragaba. Cuanto más cerca lo tenía, más lo deseaba mi cuerpo. Verle con esa camiseta pegada al torso, con parches más oscuros por la transpiración, me dejó sin aliento. El aroma salado del sudor que desprendía me puso a cien. En ese momento me hubiera encantado averiguar qué otras aficiones tenía que le hicieran ponerse a sudar.
Oh, sí, me hubiera apuntando para participar al instante.
Ahora que lo tenía a tan poca distancia, pude ver unas incipientes arrugas en las comisuras de sus ojos oscuros. Así que era un poco mayor que yo. Pero no debía de tener más de treinta años. ¿Qué eran diez años de diferencia entre almas gemelas? Sí, lo reconozco, estaba un poco sobreexcitada. No podía evitarlo, los sentimientos que despertaba en mí eran tan fuertes que era incapaz de contenerme.
No presté atención a la conversación, solo a él. Si en ese momento el resto del mundo hubiera desaparecido, no me habría dado cuenta. Podría haberme quedado allí de pie, contemplando embobada a Ben Nicholson durante horas. Días. Semanas.
Se llevó una de sus enormes manos a la cabeza y se frotó el pelo corto; una imagen que hizo que mi sexo se humedeciera de gratitud. Estaba fuera de control. Como empezara a acariciarse la barba me desmayaría ahí mismo.
—Me muero de hambre —dijo con una voz profunda que me sonó absolutamente deliciosa—. ¿Buscamos algún sitio para tomar algo?
—Sí.
Se volvió hacia mí, mirándome, percatándose por primera vez de mi presencia. Oh, Dios mío. Sentir sus ojos sobre mi persona fue como una epifanía. Como si empezaran a estallar fuegos artificiales a mi alrededor y todas esas chorradas románticas de las que me había burlado durante años gracias al ejemplo de mis padres. La existencia de ese hombre me trajo esperanza, amor y mucho más. Hizo que recuperara la fe.
Entonces me miró de arriba abajo muy despacio. Me quedé inmóvil, sonriendo, esperando… y aceptando su escrutinio. Al fin y al cabo era lo justo, yo llevaba horas comiéndomelo con los ojos. Y aunque no llevaría al paro a ninguna supermodelo (tenía una estatura media, no mucha delantera y un trasero generoso, como mi hermana) al bajista de Stage Dive le costaría encontrar una chica que me superara en simpatía y entusiasmo. Puede que solo le llegara al hombro, pero vaya si conseguiría que le mereciera la pena agacharse.
Sus labios empezaron a esbozar una lenta sonrisa, haciendo que mi corazón saltara de alegría. Ese hombre me había transformado en una adolescente deslumbrada dispuesta a aceptar cualquier proposición que me hiciera.
—Pues venga, vamos —dijo él.
—¿No tenías que volver a la universidad, Lizz? —me preguntó alguien. Anne. Sí. Me dio lo mismo.
Madre mía, Ben Nicholson era divino. Tal vez sí que existía Dios después de todo. Quizá tuviera que replantearme la posición que tenía sobre algunos asuntos, además del amor. Menudo día de revelaciones estaba teniendo.
—No, puedo quedarme.
—Creía que tenías que hacer un trabajo. —La voz de mi hermana adquirió un tono que, en circunstancias normales, habría despertado todas las alarmas en mi cerebro, pero por mucho que hoy lo intentara, no me haría cambiar de opinión.
—No.
—Lizzy —dijo, apretando los dientes.
—Tranquilas, señoritas —intervino Mal—. ¿Algún problema?
Ninguno en absoluto. No mientras Ben siguiera mirándome, poniendo mi mundo patas arriba. Mi sonrisa empezó a vacilar mientras nuestro particular duelo de miradas lujuriosas continuaba. Entonces él esbozó una medio sonrisa y un sinfín de mariposas empezó a revolotearme en el estómago. Mierda, no podía apartar la mirada. Podía ganarle y lo haría.
Pero de repente algo perturbó ese estado de felicidad. Una mujer se había pegado a Mal como una lapa y estaba hablando con él mientras soltaba unas risitas de lo más tontas. Y el problema era que esa mujer no era mi hermana. Clavé la vista en Anne, estaba allí parada, contemplando la escena con el rostro pálido y la boca apretada en una adusta línea de resignación.
Ni de coña iba a permitirlo.
Cualquier pensamiento que tuviera sobre Ben desapareció al instante, como si acabara de despertarme de un sueño. El deber fraternal me llamaba alto y claro.
—Oye, Mal —dije, intentando parecer lo más alegre posible, aunque seguro que fallé estrepitosamente—. ¿Por qué no le decimos a Reece, el amigo de Anne, que se venga a comer con nosotros? Suele acompañarnos los domingos.
Reece era el jefe de mi hermana y el hombre por el que suspiraba. Al menos hasta que Mal entró en escena. No tenía el más mínimo escrúpulo en usar los celos para promover la causa.
Anne frunció el ceño.
—Creo que Reece me dijo que hoy estaría ocupado.
Le lancé mi mirada más cándida.
—No. ¿En serio? ¿Por qué no le llamas y te aseguras?
—Tal vez en otro momento…
—Joder no, Lizzy. Me refiero a que no creo que haya espacio suficiente. —El muy capullo miró a su alrededor en busca de aprobación y por fin se dio cuenta de las caras de desconcierto (de sus amigos) y de mi mirada asesina.
La zorra llamó su atención haciéndole una oportuna caída de ojos.
—¿Pasa algo?
—Nada —respondió Anne—. ¿Por qué no te vas a tomar algo con tu amiga y os ponéis al día?
—Pensaba que íbamos a salir a comer.
Puede que Mal estuviera como un tren, pero estaba claro que no era el batería más inteligente del mundo.
—Sí, pero… —dijo mi hermana.
—Lo siento, ¿tú eres…? —preguntó la zorra con su vocecilla estridente.
Ev se aclaró la garganta y anunció sin rodeos:
—Ainslie, esta es la nueva novia de Mal, Anne. Anne, esta es Ainslie.
—¿Novia? —se rio Ainslie.
En ese momento me entraron unas ganas locas de matarla. Despacio. Provocándole mucho dolor. Ya me entendéis.
—Solo estaba saludando a una amiga —sentenció Mal, continuando con ese aire de «no sé qué narices he hecho mal» tan propio del género masculino—. ¿Qué problema hay?
—Ninguno. No pasa nada.
—Sí claro, es evidente que pasa algo o no estarías mirándome de ese modo.
—No me hables en ese tono —espetó Anne—. Y menos delante de otras personas. Sal con tu amiga y divertíos. Podemos hablarlo más tarde.
—Ah, sí, ¿podemos?
—Sí.
Su boca se curvó en una sonrisa forzada.
—A la mierda.
Todo el mundo se miró entre sí, pero mi hermana se limitó a quedarse allí parada, apretando y aflojando los puños a los costados, igual que yo. Mierda, esto no podía estar pasando. No a Anne. No ahora. ¿Acaso la vida no podía ser justa, aunque solo fuera una vez?
Muy pronto, el furioso estruendo de la batería llenó el ambiente. Fin de la discusión. Que el roquero aporree su instrumento.
Parecía que nadie tenía nada más que decir.
Casi nadie.
—¡Mierda, me he olvidado! —Ev se llevó una mano a la cabeza de forma dramática—. Chicas, tenemos que irnos a buscar a Lauren. Toca noche de mujeres.
Su marido, el guitarrista, la miró inexpresivo.
—¿En serio?
—Sí. Vamos a empezar pronto.
¡Aleluya!
Cualquier cosa que permitiera que Anne saliera con el orgullo intacto de esta terrible situación me parecía una idea estupenda. Hice caso omiso del conflicto interno que me carcomía por dentro. La idea de perder una oportunidad para estar cerca de Ben me deprimía de veras y estaba convencida de que mi corazón y mi vagina nunca me lo perdonarían. Pero Anne parecía hundida. ¡Si hasta le temblaban las manos! La agarré del brazo y la llevé hacia la puerta. Fuera, un tipo musculoso vestido de negro, que debía de pertenecer al equipo de seguridad, nos esperaba junto a un nuevo y resplandeciente Escalade. En el interior, todo era de cuero. En serio, el automóvil era una pasada. Aunque no tanto como para hacer desaparecer el regusto amargo que me había dejado el comportamiento de Mal.
—No lo entiendo. —Me volví hacia mi hermana, que se había quedado extrañamente silenciosa en al asiento trasero. Tenía todo el cuerpo tenso, estaba pensativa, con los hombros caídos y las manos entrelazadas en el regazo. Era como si estuviera esperando un nuevo ataque, que le hicieran más daño. Si Mal Ericson hubiera dado una patada a un cachorro no me hubiera sentando peor que aquello.
—¿El qué? —preguntó ella.
—Esto —continué, agitando una mano—. Te hace más feliz de lo que te he visto nunca. Es como si fueras otra persona. Te mira como si hubieses hecho el descubrimiento del siglo. ¿Y luego lo otro? No lo entiendo.
Anne se encogió de hombros.
—Ha sido uno de esos romances relámpagos. Empieza pronto y termina igual de pronto.
Abrí la boca para decir que eso era una tontería, pero no pude articular palabra. Conocía demasiado bien a mi hermana. Nos quedamos mirándonos la una a la otra durante un buen rato hasta que el lujoso vehículo se puso en marcha. Los últimos siete años nos habían unido muchísimo. Más de lo que nos hubiera gustado, si os soy sincera. El amor y la esperanza implicaban sufrimiento. Te amargaban la vida y luego te dejaban en la estacada.
Era absurdo creer lo contrario. Esa era la verdad que había regido nuestro hogar y que habíamos aprendido de la peor forma cuando se marchó nuestro padre. El amor era un asco y los hombres, por lo visto, seguían siendo tan poco fiables como siempre.
Aun así no podía quitarme a Ben de la cabeza. La intensidad con que me habían mirado sus ojos marrón oscuro, sin vacilar ni un instante... Aunque siendo realistas, también podía no significar nada.
Nada, o todo, o algo intermedio.
No tenía ni idea.
—No lo necesito —anunció Anne subida a la mesa de café, alzando un martini de chocolate en el aire. Lauren se puso a aplaudir—. ¡Lo digo en serio!
—¡Amén, hermana!
—De hecho, ¡no necesito a ningún hombre! Soy una… Soy una… —Chasqueó los dedos con impaciencia, parecía sumamente concentrada en algo—. ¿Cómo se dice?
—Eres una mujer moderna.
—Essso —siseó mi hermana—. Gracias. Soy una mujer moderna. Además, los penes son muy raros. ¿Quién coño inventó una cosa así?
En el suelo, Lauren empezó a reírse con tanta fuerza que tuvo que llevarse las manos al estómago. A mí no me estaba haciendo tanta gracia. ¿Por qué no podía mi hermana soltar su discurso con los pies en el suelo?
—No, de verdad. Pensadlo un momento. Están bien cuando están duros, pero en reposo… —Con el ceño ligeramente fruncido, Anne torció el dedo meñique y lo contoneó—. Están tan arrugados y tienen un aspecto tan extraño. Las vaginas tienen mucho más sentido.
—Oh, Dios mío. —Cerré los ojos durante unos segundos.
Por fin habíamos llegado al apartamento de mi hermana al caer la tarde, tras varias paradas que tuvimos que hacer a petición de Ev. Primero, a una licorería. Luego, a una conocida tienda de rosquillas. Y finalmente, aunque no menos importante, a una pizzería en el distrito de Pearl. El tipo enorme de seguridad nos llevó a todos los sitios tomándoselo con filosofía y subió las innumerables bolsas, cajas y botellas por las escaleras hasta la diminuta vivienda de dos dormitorios de mi hermana. Estaba claro que cuando se trataba de dar una fiesta improvisada de «odio a un hombre», Evelyn Ferris no dejaba nada al azar.
La furia que sentía contra el batería en cuestión, Mal Ericson, había disminuido hasta un nivel tolerable. Ahora lo que más me preocupaba era el precario equilibro de mi hermana.
—Por favor, no te caigas de la mesa y te rompas algo.
—Mierda. —Un chorrito de líquido oscuro se derramó por el borde de la copa y cayó sobre el deteriorado suelo de madera a escasos centímetros de Lauren, que todavía tenía la cara roja por el ataque de risa—. Deja de hacerte la adulta, Lizzy. Yo soy la hermana mayor. Tú, la pequeña. Compórtate como tal.
Abrí la boca para decirle lo que pensaba sobre aquella brillante idea pero una mano me tapó los labios.
—Déjala —me susurró Ev al oído, con el brazo rodeándome los hombros y la palma todavía silenciándome—. Está como una cuba y discutir con ella no te llevará a ninguna parte.
Retiró la mano, aunque dejó el brazo donde estaba.
—Eso es precisamente lo que me preocupa —dije yo.
No debería haberme resultado tan normal estar hablando con ella como si fuéramos amigas de toda la vida en el nuevo y cómodo sofá de terciopelo de Anne. Al fin y al cabo acababa de conocer a Eve. Pero esa chica tenía algo. Ella y Lauren (con la que solo había coincidido brevemente en una ocasión anterior). Ambas exudaban un aire de confianza muy especial. Fuera lo que fuese lo que pasara con el imbécil de Mal, esperaba que ellas se pusieran del lado de mi hermana. Anne necesitaba amigas de verdad; no esas chupópteras que había atraído durante años gracias a su naturaleza maternal y que se habían aprovechado de su dinero, tiempo y energía.
—Corrígeme si me equivoco, pero tengo la impresión de que tu hermana no se desahoga a menudo. Puede que esto sea justo lo que necesite.
Fruncí el ceño, pensativa.
—Puede.
Sobre la mesa, Anne tarareó la canción que sonaba en el equipo de música, perdida en su mundo. Por lo menos había desaparecido la expresión de tristeza que había mostrado las últimas horas. Había contemplado esa expresión tantas veces, que tenía suficiente para el resto de mi vida. Aun así, hice una nota mental para dar una buena paliza a Mal Ericson si volvía a verlo. Debía de ser la enésima vez que lo pensaba ese día.
—¿Te gustó el ensayo antes de que todo se torciera? —preguntó Ev.
—Sí. La verdad es que me lo pasé muy bien. —La miré disimuladamente—. El bajista… ¿cómo se llamaba?
—¿Ben?
—Ajá. —Asentí e intenté continuar con la conversación con mucho cuidado—. Tiene pinta de ser alguien… interesante. Es una pena que no pudiéramos salir a tomar algo.
—Sí que es una pena. No pude evitar fijarme en que no le quitaste ojo durante todo el ensayo —dijo ella, terminando con cualquier intento de sutileza.
Estupendo.
—Tranquila —continuó—. No le voy a decir nada a tu hermana. —La mujer de David Ferris suspiró—. Ben, Ben, Ben. ¿Cómo podría describírtelo? Es un buen tipo, de esas personas que se toman la vida con calma. —No dije nada—. Aunque tengo que advertirte que no es de los que tienen citas. —La miré de soslayo y ella esbozó una tenue sonrisa—. Claro que tampoco lo era David hasta que nos casamos. Pero bueno… Entonces, ¿te interesa mucho Ben?
—¿Me estás preguntando cuáles son mis intenciones?
Se rio.
—Sí, supongo que sí. Ahora que tengo pareja, tengo que entrometerme en la vida de los demás y hacer de casamentera. Por lo visto eso es lo que hacemos las mujeres. En serio, no estoy precisamente preocupada porque él salga herido.
—¿Vas a decirme que soy muy joven para él?
—Teniendo en cuenta que me casé a los veintiún años, sería una hipócrita si te dijera algo así. Por cierto, ¿cuántos años tienes?
—Casi veintiuno. —Cambié de postura.
—Bueno, que sepas que él tiene casi veintinueve.
Ocho años de diferencia. No estaba mal.
Miré en los turbios posos de mi segundo martini, en busca de alguna señal. No, para predecir el futuro se utilizan hojas de té. El vodka, la crema de cacao y el licor de chocolate no servían.
—Lo más probable es que no vuelva a verle así que…
—¿Te vas a rendir tan pronto? —preguntó ella—. A juzgar por la forma en que lo mirabas, pensé que serías un poco más obstinada.
—Es una estrella del rock. ¿Me estás diciendo que debería acosarle?
Se encogió de hombros.
—Las estrellas de rock también son personas. Aunque no creo que pasarse horas bajo la lluvia, frente a la puerta de un hotel, sea muy divertido.
—No, seguramente no. —Sin embargo, por triste que pareciera, no me resultaba muy difícil imaginarme haciéndolo. La idea tampoco era tan descabellada. Hasta podía funcionar. Estaba claro que había llamado su atención. O por lo menos eso creía por la forma en que me miró y esa medio sonrisa que esbozó…
De acuerdo, tenía que saberlo.
—¿Qué hotel? Solo por curiosidad.
Los ojos de Eve brillaron.
—¡Eh! —gritó una voz. Tardó una eternidad, pero después de unos cuantos movimientos tremendamente lentos, Lauren logró ponerse de pie—. Deja que te ponga otra copa, amiga.
—Pero si todavía… —Antes de que me diera tiempo a terminar, la autoproclamada camarera de la fiesta me quitó el vaso y fue hacia la cocina.
—Será mejor que la ayude o terminará sirviéndote vodka a palo seco. —Ev se inclinó hacia delante y sacó el teléfono móvil del bolsillo trasero de los jeans. Después, movió los dedos por la pantalla y lo dejó en el sofá, a su lado, antes de mirarme de forma significativa—. Voy a dejarlo aquí. Espero que no se te ocurra cotillear el número de ningún bajista mientras estoy en la cocina.
—Por supuesto que no. No tengo la más mínima intención de mirar en la «N» de Nicholson de tus contactos.
—Mejor intenta por la «B» de Ben. —Me guiñó un ojo.
—Gracias —dije en voz baja.
—De nada. He visto antes esa forma de mirar embobada con los ojos como platos a una estrella del rock. —Se puso de pie—. En concreto en mi propia cara. Usa el número con sensatez.
—Oh, lo haré. Confía en mí.