Esa noche dormí muy bien. Los bajistas tatuados y con barba eran mucho más cómodos que las almohadas de cualquier hotel. Dormimos en ropa interior, por eso de que queríamos tomarnos las cosas con calma. Nunca había pasado la noche entera con ningún hombre, sexualmente activa o no. Pero Ben consiguió que algo que podría haberme resultado embarazoso, me pareciera lo más normal del mundo. Había pasado a formar parte de mi vida como si siempre hubiera estado allí.
Mis sueños tuvieron su punto de perversión, lo que tampoco era nada nuevo. Pero lo que sí supuso todo un cambio fue despertarme con la cabeza de un hombre entre las piernas lamiéndome los labios vaginales. Arqueé las caderas y abrí los ojos como platos.
—Ben, ¿qué haces? —jadeé con el cerebro todavía embotado.
—Disfrutar del coño de mi novia —explicó—. Beneficios, ¿te acuerdas?
Me mantenía las piernas bien abiertas con las manos, clavándome los dedos en los muslos. Me miró y volvió al ataque. Gemí y me retorcí, intentando zafarme, aunque en realidad no quería porque aquello era… Joder. El Nirvana.
—Sigue. —Solté un suspiro de felicidad.
No puedo explicar con palabras lo que se siente al tener la barba de un hombre en tus partes privadas. Un auténtico placer para el tacto. Suave, delicado e increíble en todos los sentidos. Tensé los músculos e hinqué los talones sobre el colchón. No tenía ni idea de dónde podían estar mis bragas, aunque tampoco me importó. Sin embargo, lo que mi novio me estaba haciendo, centró todo mi interés. Su lengua se movió alrededor de mi clítoris antes de dedicarse a succionarme los pliegues con los labios. Ben era una eminencia en lo que al sexo oral se refería. Extremadamente detallista y muy entusiasta (estaba famélico y yo era su cena). Empujé la vulva contra su cara, necesitando y aceptando todo lo que me ofrecía.
Fui incapaz de contener la energía que se acumulaba entre mis caderas, en la parte baja de mi columna. La maravillosa sensación fue en aumento, inundando mi cuerpo, iluminando cada uno de mis miembros. Llegué al orgasmo gritando su nombre, disfrutando de un placer tan intenso que me partió en dos. La cabeza me daba vueltas. Era todo y nada a la vez. Me sentía como si estuviera flotando en una nube, disfrutando del subidón de adrenalina.
Pero él no había terminado todavía,
Se colocó sobre mí, se bajó los boxer con una mano y bombeó su dura polla una vez, dos, tres veces, derramando su esperma sobre mis pechos y abdomen, antes de apoyar la frente sobre la mía. Sentí su cálido aliento sobre los labios.
—Hola —murmuré. Todavía estaba intentando normalizar la respiración.
Me besó con intensidad, cubriendo mis labios con los suyos y sumergiendo la lengua en mi interior. Su delicioso sabor me llenó la boca mientras me acariciaba el vientre con los dedos y frotaba su semen contra mi piel.
—Buenos días —susurró, apoyado sobre un codo. Aquellos pómulos perfectos, los húmedos y carnosos labios llamaban a gritos a mis dedos. Hubiera podido pasarme el día entero tocándole.
—Ben.
—¿Mmm? —Volvió a besarme, esta vez con más dulzura.
Estaba tumbada debajo de él, devastada. Había tantas cosas que podía decirle, que quería decirle. Pero «despacio» era la palabra clave. No podía describir lo que me provocaba en el corazón y en la mente, cómo me desbordaba el alma. Era aterrador.
—Buenos días.
—Nada de masturbarte más —me ordenó con voz ronca—. De ahora en adelante tus orgasmos corren por mi cuenta. Si me necesitas, llámame. Estaré aquí lo antes posible, ¿de acuerdo?
—Sí.
Se dedicó a besarme un rato más hasta que la cabeza empezó a darme vueltas.
—¿Estamos yendo lo suficientemente despacio para tu gusto? —preguntó.
—Sí.
Sonrió. Dios bendito, lo único que pude hacer fue mirarle embobada. ¿Existiría sobre la faz de la Tierra algún hombre tan atractivo como él? No. Estaba completamente centrado en mi persona; una atención que me resultó embriagadora. Sus ojos oscuros no se apartaron de mí ni un segundo, como si estuviera intentando memorizar cada milímetro de mi rostro.
—Lo estamos haciendo muy bien, Liz. —Me cubrió el vientre con la mano mientras me daba un beso en la mejilla.
—Sí. —No tenía palabras. No cuando se comportaba de esa forma.
—Venga, vamos a la ducha —dijo con una medio sonrisa en los labios.
Todavía estaba en el baño, terminando de arreglarme el pelo y poniéndome un poco de corrector y máscara para las pestañas para realzar el supuesto resplandor del embarazo, cuando oí a Ben hablando en el salón de la suite. No tenía intención de escuchar nada, simplemente sucedió.
—El grupo ya está lo suficientemente tenso con Mal comportándose como lo está haciendo —comentó Ben—. No sé si es buena idea que venga con nosotros.
Un momento, ¿estaban hablando de mí? Aunque en realidad yo ya estaba con ellos en la gira. No tenía sentido.
—Quiero a Marta, pero todos sabemos cómo es —continuó Ben.
—Parece que las cosas se han calmado un poco. Además, a ella también podría venirle bien —dijo Sam—. Nunca sentará la cabeza mientras siga viviendo por su cuenta, derrochando dinero y actuando como la reina de la fiesta de Nueva York.
—No sé.
Sam se quejó por lo bajo.
—Los medios todavía hablan de ella de vez en cuando. Desde el punto de vista de la seguridad, sería mucho más fácil si les tuviéramos a todos cerca o incluso bajo el mismo techo. El embarazo terminará filtrándose a la prensa y nos vendría mejor que no estuvieran cada uno por su lado. Solo lo digo por eso.
—¿Seguro que tu preocupación por Marta no obedece a algo más personal?
—No sé de qué me habla, señor Nicholson.
Decidí entrar e interrumpir el duelo de miradas que estaban teniendo. Sí, lo reconozco, me picaba muchísimo la curiosidad.
—Hola, chicos, ¿pasa algo?
Ben negó con la cabeza.
—¿Para qué están las hermanas si no es para joderte la vida de vez en cuando?
—Solo piénselo. —Sam le palmeó el hombro y se dirigió hacia la puerta—. Hasta luego, señorita Rollins.
—Adiós. —Me volví hacia mi novio y tiré con cariño de su camiseta para acercarlo a mí y darle un beso—. ¿Algo de lo que tengamos que hablar?
—No. —Sonrió con dulzura y me besó con más ternura aún. Pero inmediatamente después me propinó una buena palmada en el trasero—. Ve a hacer tus cosas de chica. He quedado con Jim para correr un rato.
Intenté devolverle el golpe, pero fallé por unos cuantos metros.
—Sí, será mejor que corras, muchacho.
Se rio y salió por la puerta.
Yo me quedé sonriendo como una tonta durante mucho tiempo.
—Supongo que todas os estáis preguntando por qué os he llamado hoy —empezó Lena, mientras conseguía que una botella de agua mineral mantuviera el equilibrio sobre su estómago. ¡Menudo truco!
Era cerca del mediodía. Las cuatro: Lena, Evelyn, Anne y yo, estábamos sentadas, pasando el rato en la lujosa suite que compartían Jimmy y ella. Sobre la mesa de café, teníamos una variedad de elaborados sándwiches, pasteles, frutas y surtido de quesos. No había cake pops, pero sí pastas de té y magdalenas que, tenía que reconocer, estaban igual de buenas.
Ev se limpió una miga de la comisura de la boca.
—Pensé que estábamos tomando un aperitivo.
—No nos hubiera dicho eso si solo se tratara de un tentempié —indicó Anne mientras se echaba azúcar en el té.
—Cierto.
Lena estaba sentada sobre un diván de damasco, mirándonos de una en una a través de sus modernas gafas de carey. Estaba embarazada de un mes más que mis dieciséis semanas. Que Dios me ayudara cuando estuviera tan redonda. Ben tendría que moverme rodando.
«Los embarazos. Tan naturales como la vida misma», pensé con ironía.
—No, no estamos aquí solo para comer —continuó—. Aunque también estamos comiendo y no precisamente poco. Estamos aquí para entrometernos en la vida de Lizzy, porque la queremos y nos importa. También porque estar de gira termina siendo un aburrimiento así que, ¿qué narices?
—Oh, bien. —Tomé otro sorbo de mi descafeinado (más bien leche caliente ligeramente beis).
—¿Os habéis fijado en el chupetón que tiene en el hombro? —preguntó Eve, alzando sugestivamente las cejas.
—Aquí no hay nada que ver —dije, y me subí el cuello de la blusa—. Por favor, circulen.
—Esta mañana tiene un brillo especial, ¿verdad? —Qué bonito. Mi propia hermana también estaba metida en el ajo. Traidora.
—Sí, me he dado cuenta. —Lena tiró de un hilo de su camiseta premamá de Stage Dive. Una camiseta que no tenía que formar parte de la tienda oficial porque proclamada con orgullo y con letras muy llamativas: «Jimmy Ferris, yo le echaría un buen polvo». No me imaginaba al cantante del grupo aprobando un diseño como ese en la vida—. ¿Y sabéis qué? Cuando Ben ha venido esta mañana a por Jimmy para salir a correr, parecía un barbudo muy, muy feliz.
Fruncí el ceño.
—Sin comentarios.
—Ya era hora —suspiró Ev—. Últimamente ha estado muy irascible.
—Pero ya no lo está. Lizzy ha conseguido que el muchacho tenga el corazón contento y lleno de alegría.
—¿Creéis que le habrá hechizado con su vagina? —preguntó Eve, lanzándome una mirada absolutamente lasciva.
—Creo que sí.
—No tiene gracia —dije sin sonreír—. Anne, haz que paren.
Mi hermana se metió su brillante pelo pelirrojo detrás de las orejas y negó con la cabeza con tristeza.
—Ah, cariño. No puedo. Ahora eres parte de la familia Stage Dive. Ya sabes, el círculo más cercano y todo eso. Será mejor que te vayas acostumbrando.
—Pero Ben y yo no estamos casados. Ni siquiera sé si estamos realmente juntos.
—¿A qué te refieres con lo de «realmente»? —quiso saber Anne. Se inclinó hacia delante en su asiento—. Todavía no sé qué pasó anoche, después de que ambos os fueseis de la fiesta.
—Estuvimos hablando. No hay mucho más que contar. —No estaba preparada para hablar de ello. Los cambios eran demasiado recientes. Todavía no me había dado tiempo a asimilarlo del todo, a tenerlo claro; suponiendo que pudiera tenerlo claro.
Estaba confundida.
Mis palabras fueron recibidas con un coro de abucheos y algún silbido que otro. Una persona a la que no nombraré (Lena), incluso se atrevió a tirarme un bollo cubierto de azúcar glaseado a la cabeza. Pasteles como proyectiles… nunca se me hubiera ocurrido. Por suerte lo atrapé antes de que me diera de pleno. Mmm… y venía relleno de cereza. Qué rico.
—¡De acuerdo, de acuerdo! Tranquilas. —Menudo genio se gastaban las damas (apreciad el tono irónico cuando digo lo de «damas»)—. Lo cierto es que no sé muy bien lo que está pasando entre nosotros.
—Bueno, ¿tú qué crees que está pasando? —preguntó Anne, robándome la mitad del postre. Tenía suerte de que la quisiera tanto.
—Buena pregunta. Creo que hay varias opciones. —Hice una pausa para dar un bocado a una deliciosa tartaleta de hojaldre que me supo a gloria (la tercera que me comía). Por lo visto el sexo no era lo único en lo que no podía controlarme. Sería mejor que tuviera más fuerza de voluntad o al final del embarazo tendría el trasero más grande que la tripa. Pero es que esas tartaletas me hacían tan feliz... ¿Y no era eso a lo que teníamos que aspirar en la vida? ¿A ser lo más felices posible?
Seguro que estaban todavía más ricas con un poco de beicon encima.
—Continúa —me animó Ev dando palmadas con aire regio—. Cuéntanoslo todo.
—De acuerdo. La primera opción es que puede que solo lo esté usando para tener sexo. —Aquella declaración provocó varias exclamaciones y sonrisas traviesas—. No puedo evitarlo. Las hormonas del embarazo me han convertido en una especie de ninfómana y él es tan atractivo… Eso sí, Ben empezó. Esta vez no fui detrás de él. Además, no os podéis imaginar el placer que provocan las barbas. La sensación de todo ese pelo sedoso, ascendiendo por el interior de mis muslos y…
—¡Eh! —Anne se tapó las orejas—. ¡Para!
—Lo siento.
—Ojalá me hubiera vuelto yo también una ninfómana —intervino Lena—. A mí me ha dado por obsesionarme aún más con las tartas. No es justo.
—Mmm.
—Menos mal que Jim es un hombre de pechos. Se comporta igual que un crío la mañana de Navidad, todo el tiempo jugando con este par de melones. No puede mantener las manos alejadas de ellos.
—Son impresionantes. —Me limpié las manos en una servilleta—. Los míos me molestan un montón. Antes no solía llevar sujetador, pero ahora tengo estas dos manzanas colgando y no es nada cómodo.
—¿Cuál es la segunda opción de lo tuyo con Ben? —inquirió Ev.
—Oh. Bueno, la segunda es que puede que estemos intentando entablar una relación de pareja, aunque tomándonoslo con calma. Pero tampoco lo tengo muy claro, porque tiene la mala costumbre de cambiar de parecer cada dos por tres en lo que a mí respecta. —Me quedé mirando al vacío, perdida en mis pensamientos pero sin llegar a ninguna conclusión—. Y la tercera es que dentro de unos meses vamos a ser padres, y eso es lo más importante de todo. Es evidente que he clasificado las opciones en orden ascendente. En todo caso, si vuelve a romperme el corazón en mil pedazos, entonces podríamos tener un problema. Así que, ya que habéis insistido en entrometeros en mi vida, os lo pregunto. ¿Creéis que debería intentar ser algo más que amigos con Ben?
—¿Te rompió el corazón en mil pedazos? —preguntó Ev con ojos brillantes—. Qué mal.
—Sentía… Siento algo muy fuerte por él. Y cada vez que decidía que no quería intentar nada más conmigo me dolía mucho. —Me recosté sobre la silla para que mi estómago pudiera digerir todo lo que había comido—. Los chicos son un asco. Pero así es la vida, qué se le va a hacer.
—Hablas como toda una estudiante de psicología —señaló Ev como una sonrisa.
—Gracias.
La rubia dio un ligero tirón a su coleta. Un gesto que hacía siempre que estaba nerviosa.
—Siento mucho que te hiciera daño. No debería haberte dado su número. Sabía que no le iban las relaciones.
—No lo sientas —la reprendí con suavidad—. Si te soy sincera, estaba un poco obsesionada con él. Tarde o temprano, hubiera vuelto a verle. Estoy loca por él. Nunca creí que tuviera un tipo de hombre, pero supongo que él es mi tipo. De la cabeza a los pies.
—Pues debería haber pensado qué era lo que quería antes de acercarse a ti con su esperma. —Anne entrecerró los ojos de esa forma letal que tan bien conocía.
—¿Estás enamorada de él? —preguntó Lena, ladeando la cabeza.
Miré al techo, estaba hecha un lío.
—Bueno, ya os he dicho que siento algo muy fuerte por él.
—¿Y ese «algo» es amor?
—No quiero responder a esa pregunta.
—¿No? —Ev dejó su taza sobre la mesa y apoyó los codos en las rodillas.
Estaba rodeada de amigas llenas de buenas intenciones. Ahora entendía por qué Anne las adoraba. Eran auténticas, amables y divertidas. Y aunque aquello me reconfortaba, saber que me estaban haciendo todas esas preguntas porque se preocupaban por mí hizo que me revolviera un poco en mi asiento, incómoda ante la idea de tener que airear los trapos sucios de Ben y los míos (por no hablar de la colada entera) delante de ellas. Apenas entendía lo que estaba pasando entre nosotros. Y con «apenas» quiero decir que no tenía ni la más remota idea.
—Porque no estoy preparada —respondí, mirando la araña que pendía sobre nuestras cabezas. La luz del sol se reflejaba en las paredes a través de los cristales de la lámpara, prismas que transformaban la luz blanca en pequeños trozos de arcoíris.
—No hay prisa. —Anne me dio un apretón en la mano—. Poco a poco.
—Sí, poco a poco.
La puerta de la suite se abrió de repente y Jimmy y Ben entraron en ella, empapados de sudor. Ben llevaba unos pantalones de deporte cortos que le caían sobre las caderas. Se había quitado la camiseta y se estaba limpiando la cara con ella.
—Hola, cariño. —Lena levantó una mano y Jimmy se la agarró, colocándose detrás de la silla en la que estaba sentada para darle un beso en la mejilla.
—Llevas una camiseta muy bonita. ¿Cómo están mis chicas? —preguntó, cubriéndole el vientre con una mano.
—Muy bien. En plan tranquilo, como ordenó el médico.
—¿Chicas? —Ev puso los ojos como platos.
—Creo que ya no hay secreto —rio Lena.
—¡Una niña! ¡Qué emoción!
Lena no respondió; estaba demasiado ocupada intercambiando saliva con Jim. Vaya, menudo lote se estaban pegando. No tuve tan claro eso de que el embarazo solo le había traído una mayor obsesión por los dulces.
—Hola. —Ben se arrodilló a mi lado con la camiseta colgando de su ancho hombro, esbozando una deslumbrante sonrisa que iba dirigida exclusivamente a mí y que me derritió por dentro. Ese hombre tenía un poder incalculable sobre mi persona. Debería darle vergüenza.
—Hola —sonreí a mi vez—. ¿Se os ha dado bien la carrera?
—Sí. Incluso Dave decidió unirse. Ha sido muy divertido.
Ev se puso de pie como si acabaran de tocar una campanilla. Ni los perros de Pavlov hubieran sido más eficientes.
—Entonces mi marido debe de estar en la ducha. Hasta luego, chicos.
Y antes de darnos cuenta se había ido.
—Mmm, sí. Se levanta la sesión —consiguió decir Lena entre beso y beso.
Anne lanzó una última y siniestra mirada a mi nuevo novio y se puso de pie.
—Será mejor que vaya a ver qué está haciendo el mío. No le puedo dejar solo demasiado tiempo. Es peligroso. Nos vemos en el avión para Nueva York.
—Hasta luego —me despedí de ella.
—¿Es que también voy a tener que dejar que tu hermana me pegue? —se quejó Ben con voz ronca.
—Terminará entrando en razón.
—Creí que si Mal se salía con la suya, se solucionaría todo.
—Se preocupa por mí. —Le aparté los mechones de la cara. Ahora podía tocarle siempre que quisiera, así que, sudoroso o no, le acariciaría hasta hartarme—. Dale tiempo.
Frunció el ceño.
—¿Qué? ¡No! —bramó Jimmy desde el diván.
—Solo un poco —suplicó Lena, con una mano en su cara.
—No me voy a dejar crecer la puta barba. Las barbas pican.
—Pero…
—Además, ¿de dónde demonios has sacado la idea? —Jimmy me taladró con la mirada—. ¿Habéis estado hablando de barbas?
Puse mi mejor cara de inocencia, pero no coló. El cantante negó con la cabeza.
—Chicas, no deberíais hablar de sexo, por el amor de Dios. Pero si ya vivimos tan cerca los unos de los otros que apenas tenemos privacidad.
—Liz solo ha mencionado lo mucho que las barbas mejoran el cunnilingus —contempló Lena con voz calma—. Y tú quieres que sea feliz, ¿verdad?
—Ya te mantengo plenamente feliz. —Jim se frotó la nuca.
—Por supuesto que sí, cariño. Solo te lo he comentado por si te apetecía dejártela crecer. Ya sabes, por probar algo diferente.
Con una sonrisa de satisfacción en los labios, Ben decidió apoyar la causa. Más o menos.
—Solo los hombres de verdad se dejan barba. Tú todavía no lo eres, Jim. No te sientas mal por eso.
—Que te den, alegría de la huerta —Jimmy ocultó una sonrisa—. Ahora, fuera los dos. Por lo visto tengo que demostrar a mi chica mis progresos en el sexo oral… otra vez.
—Lo siento. Ha sido por mi culpa —dijo Lena, en absoluto arrepentida.
Ben se puso de pie riendo y tiró de mí para que nos marcháramos. Me gustó ir de la mano con él. Pero me produjo aún más regocijo que no me soltara. Cuando abandonamos la suite y oímos el golpe de la puerta al cerrarse a nuestras espaldas, Ben preguntó:
—¿Qué les dijiste? Pensaba que todo lo relativo al sexo era de índole privada. —Me guio hasta nuestra habitación.
—Lo siento. Estábamos teniendo una charla de chicas y me dejé llevar por el momento.
—Mmm. —Frunció el ceño. No parecía muy contento.
—¿Te ha sentado muy mal? —inquirí, bastante preocupada. Las relaciones eran tan complicadas. Mi boca y yo tendríamos que ir con más cuidado y no hablar de las bondades de su vello facial.
—No. Ha merecido la pena, aunque solo sea por ver la cara de cabreo que tenía Jim. —Se echó a reír.
—Oh, menos mal.
—Nos quedan dos horas antes del vuelo —dijo, comiéndome con la mirada—. Tiempo de sobra para practicar eso de «tomarnos las cosas con calma».
Toda la sangre del cuerpo se me bajó a la entrepierna. Ese hombre sabía cómo ponerme a mil en un abrir y cerrar de ojos y no dudaba en usar ese conocimiento en cuanto se le presentaba la oportunidad. Mi novio era un experto en las lides del sexo y he de reconocer que le admiraba por ello.
—Supongo que tenemos que seguir conociéndonos el uno al otro —dijo.
—¿Ah, sí?
Pasó la llave por el lector de tarjetas y abrió la puerta.
—Anoche te masturbé con la mano y esta mañana lo he hecho con la boca. Si ir despacio significa que por ahora no va a haber penetración, entonces, preciosa, necesito que te apiades de mí. Me muero por que me pongas la mano alrededor de la polla.
—Eso me encantaría.
—Te aseguro que no he dejado de pensar en eso todo el día. Tú sentada desnuda sobre mi regazo, masturbándome mientras juego con tus tremendas y maravillosas tetas. Me apuesto lo que sea a que puedo hacer que te corras solo con eso. ¿Quieres que probemos a ver si tengo razón?
Todo mi cuerpo vibró con sus palabras; se me aceleró la respiración. Os juro que casi tuve un orgasmo al escucharle hablar de una forma tan lasciva. Ben tenía muchas habilidades ocultas.
—De acuerdo.
—Esa es mi chica. ¿Quién sabe? Puede que acabes escribiendo una tesis que demuestre mi teoría.
Me puse a reír.
—Eso ya no lo tengo tan claro.
Esbozó una sonrisa y me quitó por la cabeza la amplia camiseta que llevaba.
—¿No te quedan bien los pantalones? —preguntó, al ver la goma de pelo que unía el ojal con el botón. Era la única forma de llevarlos abrochados, ya que no podía cerrar la cremallera. Y eso que eran los más holgados que tenía y los de talle más bajo.
—No mucho desde que mi vientre decidió explotar.
—Necesitas ropa de premamá como lleva Lena. Jim dice que ha encontrado prendas que están muy bien. También tienes que comprarte sujetadores nuevos; el que llevas ahora te queda un poco apretado y se te desbordan las tetas. No es que no me guste, pero no tiene que ser muy cómodo para ti.
—¿Tú y Jim habláis de ropa de chicas?
Me miró taciturno.
—Jim solo me estaba dando algunos consejos, como Lena está de más semanas que tú…
—La ropa no es ningún problema. No me molesta mucho y puedo llevarla un poco más de tiempo.
—Pero es que no tienes por qué hacerlo. Quiero que estés cómoda.
—¿No íbamos a disfrutar del sexo? —Me crucé de brazos sobre mi abundante pecho y me dediqué a contemplar la habitación. En ese momento no me apetecía mirarle a la cara.
—¿Has usado el dinero que transferí a tu cuenta?
—Todavía no. No lo he necesitado.
—Pues es evidente que sí lo necesitas. —Se cruzó de brazos también. Claro que los suyos eran mucho más grandes que los míos y su gesto pareció más categórico. Aunque sus músculos y los tatuajes me alegraron la vista. Además, se le veía tan disgustado como yo—. ¿Qué pasa Liz?
—Nada. Lo que ya de por sí es un problema. Pensé que íbamos a enrollarnos.
Me miró.
—¿Qué? —pregunté.
Soltó un profundo suspiro. A continuación, sus dedos me quitaron la goma de los pantalones y en menos de dos segundos la prenda cayó a mis pies.
—Arriba —ordenó, levantándome del suelo.
Sexo, por fin. Le rodeé con los brazos y las piernas. Volvía a ser feliz.
—¿De verdad has estado pensando en mí todo el día?
—Sí. Y ahora también estoy pensando en ti. —Arrugó la frente—. Así que dime, ¿qué tontería es esa de no usar el dinero que te di? Lo hice para que compraras lo que necesitaras y está claro que te hace falta ropa.
—Es para la lentejita.
—Es para las dos.
—No me siento cómoda usando tu dinero.
Soltó un gruñido de protesta.
—Yo te lo di, tú no me pediste nada.
—Da igual.
—De acuerdo. Está bien. —Me agarró el trasero y me masajeó las nalgas con los dedos—. No quiero que te sientas incómoda con esto. Además, en una relación ambas partes tienen que hacer concesiones, ¿no?
—S…Sí. —Me olía algo.
—Mañana saldremos de compras y pagaremos todo lo que necesites con mi tarjeta de crédito.
—¡Pero eso no es ninguna concesión!
—No te gusta gastar el dinero que te transferí, no lo hagas. De hecho no tienes que tocar ni un solo céntimo de mi dinero. El único que lo gastará mañana seré yo.
—Ben.
—Mira, Liz. Lo más seguro es que nunca consigas tener ni la décima parte del capital que poseo. Desde que el grupo empezó a ganar dinero no he hecho nada más que invertirlo. No soy como Jim, con sus costosos trajes, o como Mal, con sus mansiones en la playa y las fiestas que celebra. No necesito mucho, me gustan las cosas sencillas. Conduzco una vieja camioneta. Solo tengo un gasto que excede más que el resto, pero está bajo control. —Me atrapó con la mirada—. Has dejado clara tu postura. Y jamás se me ocurriría pensar que estás conmigo por el dinero, ¿de acuerdo? No quiero tener que discutir contigo cada vez que necesites algo. Tú y el bebé sois míos y yo cuido lo que es mío.
Tomé una profunda bocanada de aire.
—¿Todo arreglado? —preguntó.
—Lo intentaré.
—Haz algo más que intentarlo. Confía en mí. Estoy aquí para ocuparme de ambos.
—Eso ha sido muy dulce por tu parte. —Se me humedecieron los ojos. Putas hormonas—. Supongo que no crecí con mucho dinero… y me parece raro poder disponer de tanto sin tener que esforzarme para conseguirlo. Es como si lo estuviera robando.
—Preciosa, no me estás robando dinero. Me has robado a mí. El dinero viene conmigo. ¿Estamos?
—Sí. —Una lágrima rodó por mi mejilla—. Me gustas, Ben. Mucho.
—Jesús, ¿por qué lloras? Anda, dame esa boca.
Obedecí. Después de aquello, hice de todo menos llorar.