—¡Lizzy! —exclamó Mal, acercándose hacia mí con Anne de la mano.
—Hola, chicos. —Estaba sentada, esperando con impaciencia en la cafetería del hotel. Hacía tiempo que había desaparecido el helado de chocolate con nata y sirope que me había pedido. No es que estuviera molesta porque me hubiera dejado plantada. No pasaba nada. Seguro que no se había olvidado de mí, algo le habría entretenido. Confiaba en él.
—¿Qué haces aquí sola? —preguntó Anne.
—Ben me va a llevar a comprar ropa premamá.
—¿Cuándo?
Esbocé una medio sonrisa.
—Pronto.
—¿No debería estar Sam o alguno de sus gorilas contigo? —inquirió Mal, metiéndose un mechón de su largo pelo rubio detrás de la oreja.
—No hace falta. Ben estará aquí enseguida.
—¿Cuándo?
—Pronto.
—Eso ya me lo has dicho. —Mal frunció el ceño—. Sé más precisa.
Oí sonar el teléfono en el bolso.
—Mira, seguro que es él.
Pero no lo era. Qué raro, la pantalla mostraba el nombre de mi ex compañera de cuarto, Christy. No habíamos hablado desde que me dejaron sola en el Steel.
—¿Hola?
—No sabes cuánto lo siento. ¿Es verdad? —preguntó de forma atropellada.
—¿Es verdad el qué? —quise saber.
—Que estás embarazada —dijo ella—. No quería darles ninguna foto, pero Imelda dijo que no pasaría nada. Que todo el mundo se merecía sus quince minutos de gloria. Ellos me dijeron que estaban escribiendo un artículo sobre la vida en el campus. Creí que no te importaría. No pensé que la fueran a usar de esa forma.
—¿Quiénes son ellos? —pregunté, con un nudo en las entrañas a medida que el pánico crecía en mi interior.
—Un periodista de The Daily.
—Mira en la web de The Daily —le dije a Anne, que sacó inmediatamente su teléfono para hacer lo que le pedía—. Christy, ¿qué foto les diste?
La oí tragar saliva al otro lado de la línea.
—Bueno, en realidad solo me pidieron permiso para usar las fotos que tengo en Facebook. No me paré a pensar en las imágenes que había subido. Esperaba que usaran esa en la que salimos las dos en lago del Cráter; ya sabes lo mucho que me gusta esa foto. Pero al final escogieron esa que te hice en la fiesta hawaiana que el año pasado dio una de las hermandades; en la que sales hablando con unos tipos de Economía. Lo siento mucho.
Sabía a qué imagen se refería. Todas las chicas iban en bikini y con pareos o faldas de paja. Yo decidí ir con unos jeans cortos, que me tapaban un poco más y con los que me sentía más cómoda. Ya sabéis, para gustos los colores. La gente bebía cerveza en vasos rojos de plástico decorados con las típicas sombrillas y rodajas de piña en el borde; una mezcla de sabor interesante. Uno de los jugadores del equipo de fútbol hizo una apuesta y fue con un mankini tipo Borat. Fue muy gracioso. Buena música y muchas risas. En un momento dado, mientras charlaba con unos chicos con los que estaba tomando unas copas, nos hicimos una foto en la que uno de ellos me rodeaba con el brazo. Estábamos riendo y divirtiéndonos en una fiesta. ¿Qué interés podía tener para un periodista?
Anne frunció el ceño y me pasó su teléfono:
«Universitaria embarazada de Stage Dive deja su carrera. Según parece, lleva un tiempo acudiendo a todo tipo de fiestas con sus innumerables amigos varones. Hay una gran preocupación por la salud del feto. Se prevé una enconada disputa por la custodia y una demanda exorbitante para la pensión de alimentos. Personas cercanas al grupo nos han hecho saber que sus miembros están consternados. Ben Nicholson se ha negado a hacer ningún tipo de declaración.»
Con los dedos entumecidos colgué a una todavía balbuceante Christy.
«Según parece.» «Gran preocupación.» «Se prevé.» Lo habían redactado de forma despiadada, para que, junto con la foto, la gente llegara a la peor conclusión. Capullos. No sabían nada de mí. Y lo que era aún peor, les importaba una mierda. Cualquier mentira vendería. Menos mal que no tenía antecedentes penales en los que pudieran hurgar. Aunque si les daba por preguntar a algunas personas sobre aquel año salvaje de mi adolescencia… Un escalofrío me recorrió de la cabeza a los pies. Y si Ben y yo rompíamos y terminábamos mal, ¿podría reclamar la custodia de la lentejita usando aquello en mi contra?
Dios mío.
Y cuando buscara trabajo, ¿qué? ¿Quién querría llevar a sus hijos a una psicóloga con un historial como el mío?
A mi alrededor todos se pusieron a hablar, pero no entendí lo que decían. Era como si estuviera debajo del agua y solo me llegara un galimatías. Como si tuviera los oídos llenos de burbujas y no pudiera escuchar nada.
De pronto, unas manos me sostuvieron la cara y me obligaron a mirar hacia arriba. Y entonces ahí estaba él, con sus oscuros ojos clavados en mí.
—¿Preciosa?
Las burbujas explotaron, dando paso a la realidad.
—¿Ben?
—Vamos a la habitación.
—Sí. —Acepté la mano que me ofrecía y dejé que me guiara, que me protegiera con su cuerpo. Los miembros de seguridad nos rodearon. Todo sucedió muy rápido. Se comprende que los paparazzi habían seguido a Ben, con la esperanza de que los condujera hasta mí: la embarazada ligera de cascos y hambrienta de dinero que se dedicaba a ir de fiesta en fiesta en bikini.
Mal y Anne nos siguieron de cerca y entraron con nosotros en el ascensor. Una apacible música de flautas de Pan inundó el aire. Nadie dijo nada. Y lo que era aún más preocupante, ninguno parecía demasiado sorprendido. Aparte de mí, claro. Mis ojos consternados y el rostro pálido se reflejaban perfectamente en las relucientes puertas de metal del ascensor. Cuando estas se abrieron, Anne me tiró del brazo.
—Deja que hable con ella.
—Luego —dijo Ben—. Ahora lo que necesita es tumbarse y relajarse antes de que se derrumbe.
—No me voy a derrumbar. —Aunque me aferré a su mano por si acaso—. Estoy bien.
Anne dejó que me fuera sin protestar. Mejor. No quería agobiarla con todo aquello. Todavía era una recién casada en un estado de felicidad perpetuo y no sería yo la que pusiera fin a aquello. Ya había cumplido de sobra con sus obligaciones de hermana mayor acompañándome a las consultas de los ginecólogos e incluso quedándose conmigo en Portland cuando la gira empezó.
Después de toda la conmoción de la planta baja, nuestra suite me pareció un remanso de paz, aunque los ruidos todavía resonaban en mis oídos y no podía dejar de pensar en lo sucedido. Más allá de los enormes ventanales, la vida continuaba. Jesús, aquello había pasado de verdad.
—Ven y siéntate. —Ben me llevó hasta el sofá de ante.
Me zafé de su agarre, temblando por una emoción que no supe identificar, todavía.
—No. No quiero sentarme.
Ben se dejó caer en el sofá y se cruzó de piernas, apoyando el tobillo sobre la rodilla. Después, extendió los brazos sobre el respaldo del asiento y me miró pasear de un lado a otro. Mi interior era un hervidero de palabras luchando por salir fuera. Necesitaba pensar con claridad. No tenía sentido tomármelo como algo personal, los periodistas y fotógrafos solo hacían su trabajo. Aunque eso no excluía que fueran una panda de capullos chismosos de tomo y lomo.
—Me siento tan… impotente.
—Lo sé.
—Han hecho que pareciera una alcohólica que participa en orgías los siete días de la semana. —Me froté las manos contra los costados de los jeans, que continuaba cerrando con el truco de la goma. Aunque en este momento la ropa era el menor de mis problemas.
—Pero no lo eres —señaló él completamente convencido.
—Mis «innumerables» amigos varones —espeté con sorna.
—Bazofia.
—¿Por qué los medios siempre sexualizan todo lo relativo a la mujer? ¿Con cuántas chicas te has acostado? —pregunté con las manos en las caderas—. ¿Y bien?
Movió la lengua por el interior de la mejilla.
—Yo… pues… En realidad no llevo la cuenta.
—¿Lo ves? No te han tratado como si fueras una fulana, cuando seguramente te has costado con docenas de personas más que yo.
Me miró con cautela.
—¿Cientos? —me aventuré.
Se aclaró la garganta, volvió la cabeza y se rascó la barba.
—Está bien. Da igual. Pero yo soy la puta porque soy mujer. Como si a alguien le importara con quién me acuesto o si salgo a tomar una cerveza de vez en cuando. Nunca se me ocurre conducir cuando bebo. Si mis amigos y yo nos vamos de fiesta, siempre nos organizamos para que uno no tome alcohol y se encargue de llevar al resto. Y si decido irme con alguien a casa, no es de la incumbencia de nadie. Esos hipócritas hijos de puta me están condenando de antemano. Lo que hagan dos adultos en privado y de mutuo acuerdo no tiene que convertirse en el entretenimiento del público. Y tampoco dice nada del carácter de una persona.
—Liz.
—Cabrones de mierda. —Di a mi vientre una palmadita de disculpa—. Lo siento, cariño.
—Liz.
—Esa doble vara de medir según seas hombre o mujer me pone de los nervios.
—Sí, ya lo veo. —Esbozó una medio sonrisa—. ¿Quieres que les demande por difamación? Puedo decir a los abogados que se pongan de inmediato con ello. Ver qué pueden hacer. Aunque seguramente poco. La prensa se cebó con Jimmy y nunca conseguimos que se retractaran, ni siquiera de las burradas más flagrantes que escribieron. Pero si es lo que quieres…
Solté un suspiro y volví a pasear de un lado a otro.
—Ya lo han publicado. Da igual lo que pase luego, ahora todo el mundo puede leerlo.
Asintió despacio.
—Sí, preciosa. Así es.
—Es solo que… Nunca pensé que esto podría afectar a mi futuro de esa manera. Sabía que tendría que relegar los estudios a un segundo plano durante algunos años. —Me retiré el pelo de la cara con un enérgico tirón—. Que la lentejita iba a ser mi prioridad. Pero tenía la esperanza de que algún día…
—Pues claro que vas a sacarte la carrera y dedicarte a la psicología. No permitas que ejerzan ese poder sobre ti. —Se sentó hacia delante y apoyó los codos sobre las rodillas—. Siempre habrá algún cretino que diga algo y que intente arrastrarte por el fango para ganar dinero o porque se cree con el derecho de hacerlo. Porque en el fondo llevan una vida patética. No puedes dejar que ganen.
—Pero lo están diciendo en Internet, con una audiencia potencial de millones de personas, Ben.
—Da igual —replicó con un brillo de furia en los ojos—. No dejaras que esos gilipollas ganen. Eres mil veces mejor que ellos. Más fuerte.
Lo miré asombrada.
—¿De verdad lo crees?
—No lo creo, lo sé. Desde que te enteraste de que estabas embarazada, no buscaste a nadie a quien culpar. Tomaste las riendas de la situación y enseguida te pusiste a pensar en el futuro del bebé.
Me erguí todo lo alta que era y lo miré. Fue como si me sintiera más fuerte simplemente porque él lo creía.
—¿Y bien? —preguntó.
—Si te soy sincera sí que estuve un poco molesta con tu pene y testículos. Incluso puede que dijera algunas cosas horrendas sobre tu esperma.
Se puso a reír.
—¿Sí? ¿Y qué piensas ahora de mis órganos reproductores?
De pronto sentí la imperiosa necesidad de deshacerme de todos los nervios que tenía acumulados.
—Pienso que me encantaría foll… montármelo contigo.
Volvió a recostarse y a extender los brazos sobre el respaldo mientras esbozada una lenta y lasciva sonrisa.
—Qué casualidad, a mí también me gustaría que me montaras.
—Proposiciones subidas de tono pero con palabras aptas para menores. Suena bastante inapropiado. —Me acerqué a él, quitándome las bailarinas. Después, desenganché la goma para poder librarme de los jeans. Me deshice de la camiseta y el sujetador en menos de un segundo, dejando las bragas para el final.
Durante todo ese tiempo, Ben se quedó sentado, mirándome con los labios entreabiertos.
—Joder, eres preciosa. Y me encanta cuando te indignas de esa forma.
—Mi hermoso barbudo.
Se rio y me agarró de las caderas.
—A sus órdenes, dulzura.
—Te tomo la palabra. — Me senté a horcajadas sobre su regazo, completamente desnuda y feliz por estarlo. Le estaba ofreciendo confianza ciega, entregándome por completo. No había marcha atrás—. Se acabó el ir despacio.
Sus fosas nasales se abrieron mientras inhalaba con fuerza.
—Lo que quieras.
—Te quiero a ti. Solo a ti.
Nuestras bocas se encontraron, nos besamos con suavidad y dureza; con dulzura y pasión. Deslicé las manos por debajo de su camiseta y tiré hacia arriba para liberarle de ella. Me sentó fatal tener que separarme de su boca el microsegundo que tardé en quitarle la molesta prenda. Pero era un sacrificio necesario si quería sentirlo piel con piel. Y menuda piel tenía Ben Nicholson, con esos tatuajes que eran puro arte y los marcados músculos. Subió las manos hasta mis pechos, masajeándomelos con ternura.
—¿Más o menos? —preguntó.
—Un poco más. —Jugueteó con mis pezones, excitándome al máximo—. Así.
Froté mi sexo desnudo contra el bulto que sobresalía de sus jeans. ¿Quién fue el iluminado al que se le ocurrió inventar la ropa? Vaya un imbécil. Mis hormonas se desataron, se me erizó la piel por el cúmulo de sensaciones. Sus callosos dedos descendieron hasta mi redondeado vientre.
—Estás muy guapa llevando a nuestro hijo en tu interior.
—Me alegra que pienses así.
—Ah, preciosa. No tienes ni idea. Me vuelves loco.
Enredó una mano en mi pelo, inmovilizándome para volver a tomar posesión de mi boca. Me besó hasta que la cabeza me dio vueltas, explorándome con la lengua, jugueteando conmigo e incitándome. De no ser por el vacío y la lujuria que se habían apoderado de mis entrañas, me habría pasado todo el día besándole encantada, pero necesitaba más. Noté cómo uno de sus pulgares se entretenía con mi empapado clítoris, frotándolo hacia atrás y hacia delante y recordándome lo excitada que estaba. Como si necesitase que echasen más leña al fuego. Tenerlo dentro de mí era en lo único que en ese momento podía pensar. La ardiente fricción de sus jeans me resultó… de lo más agradable. Sin duda ya le había dejado una mancha de humedad que lo atestiguaba. Pero ahora necesitaba con desesperación lo que había debajo.
Me enderecé todo lo que me permitieron las rodillas y empecé a tirar de la hebilla de su cinturón.
—¡Quítatelos! ¡Ya!
—¿Pero qué modales son esos, cariño? ¿Qué clase de ejemplo vas a dar a nuestro hijo?
Refunfuñé entre dientes.
—Por favor, Ben, ¿puedes quitarte los pantalones? Es bastante urgente.
—Claro, Liz. Gracias por pedirlo de una forma tan educada. —Se retorció un poco, desabrochando el cinturón y los pantalones mucho más rápido de lo que yo hubiera logrado. Antes de darme cuenta tenía su grueso glande empujando contra mi húmeda apertura—. Con calma. Hace mucho desde la última vez.
—No creo que ahora vayamos a tener ningún problema. —Estaba tan empapada que la única preocupación que tenía era manchar el lujoso sofá de ante. Aunque tampoco es que aquello me fuera a detener. Me importaba bien poco lo que hubiera costado aquel mueble.
Me deslicé con lentitud por toda la longitud de su miembro. Los hinchados labios de mi vagina se abrieron gustosos, permitiendo que su ancha polla se alojara en las profundidades del lugar al que pertenecía.
—Oh, Dios mío, me siento en la gloria —gemí.
—Sí.
Sus dientes me rasparon la piel del cuello, enviando un escalofrío por toda la espina dorsal. Al final logré sentarme sobre sus muslos desnudos; la cintura y cremallera de sus pantalones me arañaron las nalgas. Me prometí que la próxima vez sería en el dormitorio y con los dos completamente desnudos. Porque sí, habría una próxima vez, y además, pronto.
Le agarré del pelo por la parte superior de la cabeza, donde lo llevaba más largo, y tiré un poco de él, echando a perder su moderno peinado de estrella del rock. Abrió la boca y me mordisqueó los labios con una sonrisa. A los dos se nos daba muy bien incitar.
—¿Quieres jugar, Lizzy?
—¿Contigo? Siempre.
—Me estás matando.
Me lamió el labio inferior, succionándolo. Después, sus fuertes manos me agarraron de las nalgas y tomó el control, obligándome a levantarme antes de dejarme caer de nuevo hacia él. Ambos gemimos. Dios bendito, estaba en el paraíso. Su polla era como una varita mágica. Pero no me malinterpretéis, solo él me afectaba de esa forma. Ben era el único capaz de incendiar cada célula de mi cuerpo con un sinfín de sensaciones. Me encantaba estar con él.
Otro detalle que no me pasó desapercibido fue que, a pesar de sus provocaciones y de la fuerza que tenía, se mostró extremadamente cuidadoso conmigo. Incluso delicado. Nadie me había tratado así jamás, haciéndome sentir tan preciada. Solo él.
Volví a la acción, subiendo y bajando con su ayuda, cabalgándole con ímpetu. Que te traten con delicadeza está bien, pero una chica sabe lo que necesita en cada momento y ahora yo lo necesitaba a él en todo su esplendor. Ben llenaba mi cuerpo por completo, dándome lo que requería como nunca lo había conseguido nadie, ni mis propios dedos. Y en lo que al aspecto emocional se refería, también ganaba a mis manos por goleada. Jamás habría podido provocarme esta sensación de calidez y seguridad. Me clavó los dedos en las nalgas, mientras me envestía con el pene. Le rodeé el cuello con los brazos, aferrándome a él, disfrutando de su barba raspándome la mejilla. Entonces apoyó la boca en la comisura de mis labios y susurró:
—Estás a punto de correrte, puedo sentirlo.
—Ben —jadeé. Debería haberme avergonzado de que alguien pudiera hacerme llegar al clímax tan rápido, pero ya sabéis, tenía las hormonas descontroladas y… Nada de excusas, le deseaba tanto que era incapaz de resistirme a él—. Lo necesito… Ya…
—Venga, preciosa. Enséñame lo mucho que lo necesitas.
Se deslizó un poco más abajo, dándome más espacio para subir y bajar en su regazo y que pudiera moverme mejor sin que nada ejerciera presión sobre mi estómago. Apoyé una mano en el hombro de Ben y la otra entre mis piernas y me puse manos a la obra. Trabajé con los muslos al cien por cien, acompasando sus dulces envites.
—Joder, joder —masculló él—. Nunca en mi vida he estado tan cachondo.
Su lenguaje durante el sexo dejaba mucho que desear. Más tarde, después de llegar al orgasmo, tendría una charla con él al respecto. Mientras tanto…
—Más fuerte —ordené/supliqué. No sé exactamente qué. Con tanto jadeo era difícil saberlo.
La enorme sonrisa de Ben fue toda una recompensa.
—Esa es mi chica mala.
Me sujetó con fuerza de las caderas y me empujó sobre su polla. Centré toda la atención sobre el clítoris. Estaba tan cerca. Sentía como si estuviera a punto de estallar. Un cúmulo de energía se concentraba en la base de mi columna, alrededor de la zona en donde estábamos unidos. Quería alcanzar el clímax con un ansia feroz; casi con la misma intensidad que deseaba que aquello no acabara nunca. Entonces, su pene alcanzó un punto en mi interior que me hizo auténticas maravillas y grité de placer. Una potente luz me cegó y todo mi cuerpo se tensó antes de alcanzar la ansiada liberación. Instantes después, apoyé la cabeza sobre su hombro, temblando de los pies a la cabeza.
Ben continuó sujetándome con fuerza, arqueando las caderas mientras se hundía todo lo posible en mi interior hasta tener su propio orgasmo. Fue increíble.
Entonces morí. O interpreté una excelente imitación de algo así, cayendo sobre él, completamente inerte. Puede que decidiera echarme una siesta allí mismo, con él todavía dentro de mí. Desde luego no me apetecía en lo más mínimo moverme. Con un poco de suerte, si seguíamos así pegados, no habría ninguna fuga de fluidos corporales compartidos. Aunque, como ya os dije antes, me daba absolutamente igual.
Ben me acarició la espalda, trazando con los dedos cada protuberancia de mi columna vertebral, masajeándome las nalgas y frotándome los muslos. Y así, una y otra vez. Tocó cada parte de mí que pudo alcanzar. No sé si lo hizo para tranquilizarme o como una forma de reclamarme, pero me encantó igualmente. Nuestro aroma flotaba en el aire mientras nuestros cuerpos sudorosos permanecían pegados el uno al otro. Si me quedaba un poco de lado tenía espacio de sobra para mi abultado vientre.
—¿Estás cómoda? —preguntó—. ¿Tienes suficiente calor?
Asentí.
—Siento que esos buitres te hayan convertido en su objetivo, que hayan dicho todo eso de ti.
—No pasa nada. —Solté un suspiro—. Merece la pena con tal de estar contigo.
—Preciosa. —Me besó en la coronilla y en la mejilla.
No hacía falta decir más; no en ese momento. Algún día se lo diría todo. Aunque si todavía no se había dado cuenta, conmigo prácticamente intentando meterme en su piel con tal de estar lo más cerca posible de él… entonces es que no era tan listo como creía. Mis sentimientos hacia Ben Nicholson eran increíblemente fuertes. Épicos. En cuanto a los suyos, por la forma en que se preocupaba por mí y por cómo me acariciaba, también debían de ser reales. Sí, tenían que serlo.
Muy ponto seríamos una familia. De hecho ya éramos el hogar el uno del otro.
Al final, Ben tuvo que pagar una cuantiosa factura por la limpieza del sofá, aunque según él mereció la pena cada centavo.