YO: Hola, soy Lizzy. La hermana de Anne. Nos conocimos el otro día en el ensayo del grupo, ¿te acuerdas?
BEN: Hola. Sí me acuerdo. ¿Qué tal?
YO: Bien. ¿Y tú?
BEN: Bien. ¿Cómo has conseguido mi número?
YO: Por medio de un conocido común.
BEN: Tu hermana y Mal no quieren que intimemos.
YO: ¿Así que me has mandado a la zona de amigos sin más? ¡Ay! Pero si todavía no he hecho nada inapropiado…
BEN: Jaja. Sabes a lo que me refiero. No me di cuenta de que solo tenías veinte años o que estabas relacionada con Mal. No es buena idea que hablemos.
YO: Menos mal que solo nos estamos enviando mensajes.
BEN: Adiós, Liz.
BEN: ¿Acabas de enviarme una foto de tu comida?
YO: No. Solo es una representación artística de la profunda tristeza que siento al ver que no haces caso de mis mensajes. ¿Ves la cara de en medio?
BEN: ¿Qué es eso verde?
YO: Lágrimas de pepinillo. Los he robado de la hamburguesa de un amigo.
BEN: Qué adorable.
YO: ¿Te he emocionado?
BEN: Por supuesto.
YO: ¿Entonces vas a hablar conmigo?
YO: Jaja. ¿Estás comiendo pizza?
BEN: ¿La ves triste o feliz?
YO: La veo lasciva. ¿Cómo te atreves a mandarme una imagen tan explícita con ese pepperoni? No soy ese tipo de chica.
BEN: Ja. Tengo que volver al trabajo. Hasta luego, preciosa.
BEN: No tengo a nadie que quiera tocar conmigo un rato y el ambiente musical de tu ciudad un lunes por la noche es un asco.
YO: Pero qué dices. Inténtalo en The Pigeon. Un amigo suele ir a sus sesiones de música en directo.
BEN: Voy para allá
YO: ¿Qué tal anoche?
BEN: Bien. Gracias por la información. No es Nashville, pero no estuvo mal. Puede que vaya a Seattle unos días. Un amigo está tocando allí. De todos modos, gracias.
YO: De nada. ¿Has tenido un día muy ajetreado?
BEN: Mal acaba de entrar. No puedo hablar.
YO: Ok. Hasta luego.
BEN: Me siento como la mierda haciendo esto a sus espaldas.
YO: Hablamos después.
YO: ¡Hola! ¿Qué tal el día?
BEN: Ahora mismo estoy liado.
YO: Ok.
YO: Por tu silencio, he llegado a la conclusión de que no estás muy a gusto con esto de que seamos amigos vía mensajes. No era mi intención crear ninguna situación incómoda entre Mal y tú. Borraré tu número.
BEN: No.
YO: ¿?
BEN: Quiero que sepas que, si necesitas cualquier cosa, puedes llamarme cuando quieras.
YO: Gracias. Pero no quiero crearte ningún problema.
BEN: El problema es que me gusta hablar contigo. ¿Y si no se lo decimos a nadie?
YO: Ok. Me gusta la idea.
BEN: A mí también.
BEN: Te mando una foto de una puesta de sol en Red Rock.
YO: Alucinante. ¿Qué haces allí?
BEN: Echando una mano a un amigo con el teclado. Su teclista se ha roto una mano.
YO: Joder. No sabía que tocabas el piano.
BEN: Me enseñó mi abuela. Pero Dave quería un bajista, así que no me quedó otra que aprender.
YO: Vaya. ¿Podrías tocar algún día para mí?
BEN: ¿Qué te parece ahora mismo?
YO: ¿Por teléfono? Eso estaría genial.
BEN: Te llamo.
BEN: Voy a estar en el estudio de Los Ángeles unos días. ¿Qué tal todo?
YO: Estudiando para un examen. Deséame suerte.
BEN: Seguro que te irá fenomenal, preciosa. No te distraigo más. Hasta luego.
YO: Adiós.
YO: Las rosas son rojas, el mar es azul. Ben, me gustas. Dime, ¿qué sientes tú?
BEN: Eres una poetisa pésima.
YO: Cierto. Creo que seguiré intentándolo con la psicología. ¿Qué tal el día?
BEN: Lento. He tenido una reunión de trabajo. Puro aburrimiento.
YO: Tú lo único que quieres es tocar, ¿verdad?
BEN: Me has descubierto. ¿Y a ti cómo te ha ido?
YO: He tenido un ejercicio práctico súper interesante. Después he estado trajinando en la librería y luego he terminado unas tareas que tenía que entregar de una asignatura.
BEN: ¿Solo sabes trabajar?
YO: Más o menos. Pero me gusta. E intercambiar mensajes contigo me ha alegrado el día.
BEN: Joder, eres un encanto. Dime algo malo sobre ti. Algo que me ayude a mantenerme alejado.
YO: No veo en qué me beneficiaría eso…
BEN: Venga. Estoy esperando.
YO: Se me dan muy mal los deportes y soy desordenada.
BEN: Me resulta difícil imaginarte desordenada.
YO: Mi apartamento parece un campo de batalla. Anne siempre era la que se encargaba de recogerlo todo. Me ha consentido demasiado. ¿Y tú?
BEN: Me dedico a seducir a chicas con las que se supone que no debería intentar nada. Salvo eso, soy perfecto.
YO: Míralo, tan famoso y ganando un dineral y no es para nada egocéntrico.
BEN: Exacto.
Yo:
BEN: Tengo que irme. Jim está esperándome. Luego hablamos, preciosa.
YO: Hasta luego, Ben.
BEN: ¿Qué cojones es esa foto?
YO: Adivina.
BEN: Un montaje con un león, una cerveza y los ojos de una chica (¿los tuyos?).
YO: ¡Bingo!
BEN: ¿Y qué significa?
YO: Estoy usando mis conocimientos de psicología para manipular tu cerebro. Hay estudios que demuestran que la sensación de miedo fomenta los pensamientos románticos.
BEN: Qué lista. ¿Has descubierto que tengo miedo a la cerveza?
YO: Jaja. El león representa el miedo.
BEN: Está bien. ¿Y la cerveza?
YO: ¿Te suena eso del «efecto visión» de las cervezas?
BEN: ¿Que cuando vas borracho todas las chicas te parecen guapas?
YO: Exactamente. Pero resulta que no hace falta ir borracho para que se produzca el efecto. Basta con pensar en una cerveza. Incluso una foto.
BEN: O sea que si miro una foto de una cerveza, ¿te veré más guapa?
YO: No puedes luchar contra las pruebas científicas. ¡Pobre hombre! Nunca tuviste la más mínima oportunidad.
BEN: Liz, creo que eres preciosa. Guarda las imágenes de cervezas para alguien que de verdad las necesite.
YO: Joder, eso ha sido muy bonito.
BEN: ¿Te ha gustado?
YO: Mucho.
BEN: Bien. ¡Pobre mujer! Nunca tuviste la más mínima oportunidad.
YO:
BEN: ¿Qué te parece?
YO: Me parece una foto de un banjo. ¿Es tuyo?
BEN: Es un Deering Black Diamond. Estoy pensando en comprarlo.
YO: ¿También tocas el banjo? Madre mía.
BEN: Quiero aprender.
YO: Y yo quiero oírte tocarlo. Eres un virtuoso de la música. ¿Cantas?
BEN: Ja. Te aseguro que no te gustaría oírme cantar. ¿Crees que debería comprarlo?
YO: Hazlo
BEN: Hecho
YO: ===v=^=={@}
BEN: ¿Otra prueba psicológica?
YO: No. Es una rosa. He estado practicando toda la mañana.
YO: Bueno… más bien un par de minutos entre clase y clase.
BEN: Muy bonita.
YO: ¿Por qué no tomamos un café?
YO: ¿La falta de respuesta es un «no» o es que te sientes un poco intimidado?
BEN: Intimidado de que Mal me pegue un tiro. Mejor nos limitamos a los mensajes de texto.
YO: Me parece bien.
BEN: He estado pensando en ti. Dime algo.
YO: Me encantaría. ¿Te llamo?
BEN: ¿Estás bien? Últimamente no sé nada de ti.
YO: No quería ser demasiado obvia. El manual de la acosadora dice que hay que tomárselo con calma.
BEN: Sé que no eres una acosadora. Eres peligrosa de otra forma.
YO: Me encanta eso que acabas de decir.
YO: Entonces, ¿has tenido acosadoras de verdad?
YO: Además de mí, por supuesto.
BEN: Tú no eres una acosadora de verdad. Las acosadoras acampan al otro lado de la calle con prismáticos.
YO: Qué tontería. Con un telescopio consigues mejor resolución.
BEN: Eres una gansa.
YO: Me encanta nuestra sinceridad.
YO: Desde un punto de vista psicológico, la mayoría de las relaciones fracasan por la falta de crítica constructiva. Es evidente que estamos hechos el uno para el otro.
BEN: Una auténtica gansa. En serio.
YO: ¿Lo ves?
YO: Pero estábamos hablando de acosadoras.
BEN: No, no tengo. En ese aspecto, he tenido mucha suerte. Los otros no pueden poner un pie en la calle sin que les molesten. Yo no acaparo tanta atención. No soy tan reconocible.
YO: ¿Estás de coña? Pero si eres igual de grande que King Kong.
BEN: Jaja. Jimmy ha tenido acosadoras que ponían los pelos de punta. Hace unos años, una se coló en su casa y le robó algunos objetos personales.
BEN: Mal tuvo uno que terminó con una orden de alejamiento.
YO: Vaya. ¿Y qué hizo el tipo para que se la pusieran?
BEN: No, el acosador fue el que obtuvo una orden de alejamiento contra Mal. Se presentó en su puesto de trabajo e intentó abrazarle, le dejó mensajes raros en el móvil, etc.
YO: Qué bueno.
BEN: Tengo que irme. La música me llama.
YO: Hago un pan de maíz con queso que está de muerte.
BEN: ¿En serio?
YO: Sí. Y justo ahora estoy haciendo uno. Mi plan para esta noche: pan de maíz con queso y pelis malas de zombis. ¿Te apetece?
BEN: No te imaginas cuánto.
YO: Pero ¿estás ocupado con los chicos?
BEN: No, los chicos están ocupados con sus novias. Yo estoy liado matando gente.
YO: Online, espero.
BEN: Claro.
YO: Entonces te dejo que sigas a lo tuyo.
BEN: Puedo disparar y hablar contigo al mismo tiempo. ¿Qué tal el día?
YO: No ha estado mal. He estado casi todo el tiempo en clase. ¿Y tú?
BEN: Grabando. Bastante frustrante. Jim estaba de mal humor. Esto queda entre nosotros, ¿de acuerdo?
YO: Por supuesto.
BEN: Bien. Vaya noche más aburrida. Portland no es Los Ángeles.
YO: Ven. Podemos tirar pan de maíz a los muertos vivientes. Así veo si tienes o no buena puntería.
BEN: No sabes lo mucho que me gustaría.
YO: A mí también.
BEN: Algún día.
YO: ¿Estás despierto? No puedo dormir.
BEN: Cuenta ovejitas como una buena chica.
YO: No puedo. Estoy demasiado ocupada pensando en ti.
BEN: Joder, Liz. No.
YO: ¿No, qué?
BEN: No me digas que estás en la cama a las dos de la mañana pensando en mí, ¿de acuerdo? No puedes decirme algo así. Es demasiado tentador.
BEN: ¿Qué llevas puesto?
YO: ¿De verdad quieres que te responda?
BEN: Sí.
BEN: No.
BEN: Mierda. Me estás matando. Lo sabes, ¿no?
YO: Dices las cosas más tiernas del mundo. Buenas noches, Ben.
BEN: Buenas noches, preciosa.
YO: Lo siento, no vi tu llamada de antes. Buena suerte esta noche en tu cita con Lena.
YO: No, te he mentido. No quería decir eso.
YO: Me refiero a la cita, no a la llamada perdida.
YO: Ahora me siento culpable porque Lena es una chica súper maja. Voy a dejar de comportarme como una lunática y voy a salir un rato. He quedado con una amiga en el Steel. Cambio y corto.
BEN: ¿Ese antro que hay en el centro? ¡Pero si es un puto mercado de carne!
YO: Acabo de llegar. Supongo que lo comprobaré con mis propios ojos.
BEN: Ese sitio es un tugurio. Mete el trasero en un taxi y vuelve a casa. No tienes edad suficiente para beber alcohol.
YO: Tengo un carné falso. No te preocupes. Todo irá bien.
BEN: Lo digo en serio. No vas a entrar a ese sitio. Está lleno de salidos.
YO: Qué te diviertas con Lena. Te mereces una chica tan estupenda como ella. De verdad.
Ben seguía sin responder a mi último mensaje.
Música emo indie tronaba por los altavoces mientras Christy, mi hasta hacía poco compañera de habitación, bailaba como podía a mi lado.
—Qué sitio más genial, ¿verdad? —gritó.
—Sí. Genial.
Era asqueroso. Y lo digo en sentido literal. La suela de los zapatos se te quedaba pegada al suelo de la cantidad de suciedad que había. Tenía una falta de higiene absoluta. Estaba atestado de gente y apestaba a décadas de bebidas derramadas, rollos cuestionables y corazones rotos. Seguramente en ese orden. Mi ropa olería durante días. Y si alguien más volvía a pisarme los dedos de los pies, expuestos gracias a unos monísimos peep toes negros de tacón estilo años cincuenta, me pondría a gritar como una loca. Había decidido ponérmelos porque necesitaba un estímulo, quería sentirme sexi. Pero ahora estábamos en medio de una multitud y el sudor me caía por la columna y humedecía la parte trasera de mi camiseta negra y la cinturilla de los jeans.
Qué asco.
Quería llamar a uno de esos equipos de riesgo tóxico para que me descontaminaran de los efluvios de ese antro de cerveza y desesperación. Ben tenía razón sobre aquel sitio, pero nunca lo admitiría delante de él. No, me lo iba a pasar bien aunque me dejara la vida en ello. Me saqué el teléfono móvil del bolsillo para pasar el rato y eché un vistazo a la pantalla verde. Nada. Menuda sorpresa. Había llegado la hora de volver a montar en mi viejo caballo de la desesperanza y seguir adelante.
—¿Todavía no te ha contestado? —preguntó Christy, inclinándose sobre mí y gritándome para que pudiera oírla por encima de la música.
Hice un gesto de negación.
Mi antigua compañera de habitación bebió un sorbo de cerveza.
—Que le den.
—Sí, eso es lo que intento.
—¿Qué?
—¡Sí! —grité. Esbocé una sonrisa para infundirme valor—. ¡Que le den!
—Te mereces algo mejor. —Frunció el ceño ligeramente—. En serio.
—Gracias. —Tenía serias dudas al respecto, aunque agradecí que intentara animarme.
Di un buen sorbo a mi tercer Moscow Mule; el vodka era la única opción viable para superar aquello. Lo que sentía por Ben era una especie de trastorno obsesivo compulsivo o algo similar. No, mejor aún, era estrés postraumático ocasionado por haber conocido al trastornado de Mal. Estaba claro que mi subconsciente se había sentido atraído por el primer hombre atractivo, con barba y sobre todo mentalmente estable, que había aparecido. Oh, sí, era un análisis totalmente plausible. Freud y su barba estarían impresionados.
Aunque nunca se me ocurriría exponer semejante teoría en mis exámenes finales.
De hecho, mis libros de psicología no ayudaban mucho a la hora de entender en qué consistía exactamente eso del amor. Sí tenía que reconocer que gracias a ellos había aprendido algunos datos curiosos. Por ejemplo, una rata macho y una rata hembra, ambos vírgenes, se pueden poner a fornicar nada más conocerse con una eficiencia pasmosa. Aquí te pillo, aquí te mato; nada de pararse a pensar en lo que hay que hacer. Sin embargo, no sucede lo mismo con los primates superiores, como los monos. Ellos se complican un poco más, yendo a tientas al principio e intentando entablar una relación previa. En cierto modo me supuso un alivio saber que no era la única. Ni solo los seres humanos. Los monos también meten la pata en las primeras citas. Y eso que no tienen que lidiar con preservativos o tirantes de sujetador.
En todo caso, mis libros me proporcionaron un montón de información sobre el comportamiento sexual de los animales, pero ningún dato en particular sobre el amor o esa lujuria a primera vista que me atormentaba cada minuto de los días y buena parte de las noches desde que conocí a Ben.
La nueva compañera de habitación de Christy, Imelda, me taladró con la mirada a través de su copa llena de un brillante líquido azul. Solo Dios sabía lo que podía contener ese brebaje para tener un color así. Hacía tan solo dos semanas que me había mudado al viejo apartamento de Anne. Por lo visto tiempo suficiente para que aquellas dos se hubieran convertido en amigas tan íntimas como para despertar una actitud posesiva que rayaba lo patológico.
Había sido Imelda la que eligió el bar.
—Chris dice que conoces a los miembros de Stage Dive —dijo.
Mi ex compañera de habitación se movió nerviosa.
Me limité a encogerme de hombros. Se habían publicado unas cuantas fotos de Anne y Mal juntos y en ese momento casi era un secreto a voces en Portland. Pero no iba a hablar de la vida privada de mi hermana. Nunca. Y Christy lo sabía perfectamente.
—Creo que es mentira —continuó la chica. Se puso tan cerca de mí que sentí su aliento caliente en la oreja.
Intenté con todas mis fuerzas no retroceder.
—Puedes creer lo que quieras.
Me miró con ojos entrecerrados.
—¿Por qué no bailamos un poco? —sugirió Christy con una alegría excesivamente forzada—. ¡Venga, terminaos ya la bebida!
Ambas obedecimos y entonces, de repente, Imelda levantó las manos en el aire y empezó a agitarlas frenéticamente. Después, agarró a Christy y la arrastró entre la multitud. Mi antigua compañera de habitación logró atrapar mi muñeca y también tiró de mí, con lo que tuve que seguirlas a trompicones. Nuestro paso por el gentío no fue precisamente fluido. Recibí codazos y varios golpes que consiguieron que me tambaleara de un lado a otro; incluso alguien me tocó el trasero.
—¡Oye! —me quejé, dándome la vuelta al instante. Con la escasa iluminación y la marea de personas que había, podía haberse tratado de cualquiera—. ¡Gilipollas!
Cuando volví a girarme, Christy y su nueva mejor amiga habían desaparecido. Las luces estroboscópicas apenas me dejaban ver. Las multitudes siempre me habían puesto muy nerviosa y ese lugar estaba hasta los topes. No era exactamente una fobia, solo una aversión que me había costado mucho superar.
Seguro que en breve Christy me echaría en falta e iría a por mí. Sí, seguro. Esperé y esperé. Una chica me dio tal pisotón que los ojos se me llenaron de lágrimas. Intenté apoyarme en una sola pierna para frotarme los dedos y aliviar el dolor, pero perdí el equilibrio y casi terminé con el trasero en el suelo. Ahí fue cuando me di cuenta de que Christy no iba a volver y que, aunque puede que nunca me hubieran gustado las multitudes, en ese momento las odiaba con todas mis fuerzas.
A la mierda.
Era absurdo. Estaba a punto de cumplir los veintiuno y había tenido mi buena cuota de diversión en los bares, no tenía por qué seguir allí. Lo mejor sería que volviera a mi apartamento de chica soltera. Por mucho que me gustara tener mi propio espacio, nunca había vivido por mi cuenta. No era que me sintiera sola, solo tenía que acostumbrarme al hecho de que no había nadie más que yo. Seguro que Ben y Lena se lo estaban pasando de maravilla. ¿Cómo no iban a hacerlo? Lena era una chica estupenda y muy divertida y Ben… era el gran Ben.
Alguien chocó contra mí en la oscuridad. Trastabillé hacia un lado. ¿Desde cuándo hacía falta llevar una armadura de cuerpo entero a un bar? Tal vez debería volver a la barra, donde habíamos estado mucho más cómodas instantes antes. No, mejor quedarme allí, donde Christy me había visto por última vez. Miré a mi alrededor indecisa. Ninguna opción me atraía. En realidad no me apetecía nada seguir allí.
Parpadeé con furia. Sin llorar, solo… ya sabéis, me dolía el pie.
Puede que hubiera llegado el momento de buscar un taxi. Estaba convencida de que en casa tenía todos los ingredientes necesarios para preparar unos nachos de emergencia de esos que te levantaban el ánimo. Ese era uno de los beneficios de vivir sola, no tenías que compartirlo con nadie. Llámame glotona, no me importa, pero no dejes de pasarme el queso fundido.
De pronto, dos manos enormes se posaron sobre mis hombros y me obligaron a darme la vuelta. Ante mí apareció una especie de montaña. Una montaña hecha hombre.
—¡Ben! —chille feliz, arrojándome sobre él (por supuesto que no conseguí desplazarle ni un solo centímetro). Su cuerpo grande y cálido me resultó divino, como estar en el mismo cielo. Le rodee la cintura con los brazos y me aferré a él levemente—. Me alegra tanto verte.
Sentí sus manos tensándose sobre mis hombros, pero sus dedos me frotaron la piel.
—Te dije que no vinieras a este antro.
—Lo sé. —Sorbí por la nariz, apoyé la barbilla en su pecho y alcé la vista, mirándole con adoración—. Pero te habrás dado cuenta de que tomo mis propias decisiones como una verdadera adulta.
—No me digas. —Me miró taciturno y me colocó un mechón de pelo detrás de la oreja. Un gesto simple y dulce que para mí significó un mundo. Claro que todo lo que conllevara a él tocándome lo hacía.
—¿Qué tal tu cita con Lena?
No me respondió.
—¿Así de bien? Vaya.
—Ya veo lo afectada que estás —repuso con una sonrisa.
—Sí, siento un dolor insoportable. En serio, me alegro mucho de verte.
Se quedó mirándome durante un buen rato.
—Sí, yo también. Aunque todavía sigo cabreado porque vinieras a un sitio como este.
Pero qué estupidez. Alcé ambas cejas y le lancé una mirada de «¿de verdad me vienes con estas?». Ben tenía que saber desde el principio cómo iba a funcionar aquello, porque no tenía ninguna intención de darle explicaciones de a dónde iba ni lo que hacía. Ya sabéis, confianza, respeto y todas esas cosas.
Ben se encogió de hombros, nada impresionado.
—No te hizo gracia que saliera con Lena y a mí no me gustó que vinieras aquí.
—Tienes razón, en ambos casos —dije, dando el brazo a torcer solo un poco—. Pero la cuestión es: ¿qué vamos a hacer al respecto?
—Mmm. —Me agarró de la mano y me dio un ligero apretón—. Venga, te llevo a casa.
—Me gusta la idea.
Sin decir nada más, me condujo a través de la multitud, despejando el camino con su enorme cuerpo. Vestido como iba, con unos jeans y una camisa de cuadros, nadie pareció reconocerle. En Portland solo era un tipo más con tatuajes y barba de los muchos que había. Lo que sí noté fue que, yendo con él, nadie se metió conmigo. No más empujones, ni pisotones, ni toqueteos, gracias a Dios. Ah, estar con alguien. Qué sensación más extraña y agradable a la vez. Si así era como se sentía Anne al lado de Mal, ahora entendía por qué estaba tan colada por él. Caminar al lado de Ben me produjo tal euforia que creí que terminaría volando de la emoción y dándome con la cabeza en el techo.
—Hasta otra —se despidió el portero de la entrada mientras nos abría la puerta para que saliéramos.
—Gracias, Marc.
Fuera hacía un frío considerable. Me acurruqué en mi abrigo. Ben parecía no haberse traído nada. Se limitó a meterse las manos en los bolsillos y se encogió de hombros. En la esquina, vi una destartalada camioneta Chevy que tenía todo el aspecto de haber salido, como poco, de los años ochenta y que antaño debió de ser de un tono azul claro. Aunque era difícil de decir con todos esos parches de pintura y las manchas de óxido.
—¿Es tuya? —pregunté sorprendida.
En lugar de responder, Ben abrió la puerta del copiloto y la sostuvo así para que entrara.
—Entiendo.
Subí y me senté con cuidado en el agrietado y helado asiento de vinilo. Vi unos cuantos casetes esparcidos por la guantera. Sí, casetes de verdad. Me quedé de piedra. ¿Cómo era posible, si el tipo debía de estar forrado?
Ben cerró la puerta y rodeó la camioneta hasta el asiento del conductor. Antes de darme cuenta, el motor cobró vida sin apenas dificultad. Estaba claro que se mantenía en muy buen estado.
—¿Esperabas un Porsche? —preguntó él.
—No. Solo algo con algún año menos que yo.
Soltó un bufido.
Nos metimos en el tráfico al ritmo de una antigua canción de Pearl Jam. Casetes. ¡Dios bendito!
—Era de mi abuelo —explicó él—. Me enseñó cómo mantenerlo y me dio las llaves en cuanto me saqué el carné.
—Qué tierno. —Me miró de soslayo—. Lo digo en serio, Ben. Digamos que no he tenido una experiencia familiar muy positiva. De modo que sí, me parece un gesto muy tierno.
Esbozó una leve sonrisa.
—Sí. No teníamos mucho dinero…
Me resultó fascinante contemplar su rostro bajo todas esas sombras que se proyectaban sobre él mientras pasábamos las farolas de las calles y las luces del tráfico. Tenía unos pómulos perfectos; unos pómulos que casi podían pasar desapercibidos bajo la barba. Sus rasgos eran duros, pero hermosos a la vez. Y esos labios… Podría mirarle absorta durante horas.
—¿Por qué no me hablas un poco más de tu familia? —pregunté.
—No hay mucho que contar —dijo después de unos segundos—. Mis padres tenían una empresa de limpieza y estaban fuera la mayor parte del tiempo. Se pasaban todo el día trabajando. El negocio lo era todo para ellos. Mis abuelos vivían al lado y se encargaban de nosotros.
—Tuvo que ser una gozada tenerlos con vosotros. Una figura tan estable como esa puede ejercer una influencia muy importante en un niño.
—¿Me está analizando, doña Estudiante de Psicología?
—No. Lo siento. Sigue, por favor. ¿Mencionaste un «nosotros»?
—Mi hermana y yo.
—¿Tienes una hermana? ¿Cómo es?
Me miró, unas pequeñas arrugas aparecieron en las esquinas de sus ojos.
—Marta es… Marta. Ahora vive en Nueva York. Le gusta la vida nocturna.
—Eso está muy lejos. —No me podía imaginar vivir al otro lado del país, tan separada de Anne, la única persona que realmente consideraba mi familia—. Debes echarla mucho de menos.
—Creo que es mejor así —señaló él—. La lio hace poco. Y yo tampoco ayudé mucho.
Me quedé callada, esperando a que continuara. La gente casi siempre se siente obligada a llenar los silencios. Solo hay que tener paciencia.
—Marta y David empezaron a salir en el instituto y continuaron juntos cuando el grupo empezó a despegar. Entonces mi hermana cometió una estupidez. —Hizo un gesto de negación—. Metió la pata hasta el fondo.
—¿Qué hizo?
Enarcó una ceja.
—¿No lo sabes?
—No.
—Vaya. Pensaba que Ev te lo habría contado.
—Solo la he visto un par de veces.
—Ah, entiendo. —Tamborileó con los dedos sobre el volante—. A Marta no le gustaba estar lejos de Dave mucho tiempo. Trabajábamos muchas horas y cuando no estábamos grabando en el estudio nos íbamos de gira. Creí que ella lo entendería…
En ese momento pasó un camión de bomberos con las sirenas sonando y nos distrajo durante unos segundos.
—Por fin lo estábamos consiguiendo. Empezábamos a ser alguien, tocábamos en sitios grandes, cada vez se hablaba más de nosotros… —Exhaló un sonoro suspiro—. El caso es que Marta creyó que, estando tanto tiempo fuera, Dave debía de estar engañándola y una noche se cabreó y se lio con otro.
—Oh.
—Dave estaba loco por ella. Nunca le vi mirar a ninguna otra chica. Estaban muy unidos. Intenté decírselo a mi hermana, pero se le había metido esa estupidez en la cabeza y… sí. —Soltó una risa amarga que me resultó difícil de oír—. Consiguió que una historia tan bonita como la que compartían se fuera a la mierda. Después de aquello todo se complicó.
—Lo siento.
—Yo también. Creía que lo lograrían, que se casarían, tendrían hijos y todo eso. Que vivirían su propio cuento de hadas. Estuvo una temporada trabajando como asistente del grupo, pero cuando Dave y Ev se casaron no se lo tomó muy bien.
—¿Por eso se fue a vivir a la otra punta del país?
—Sí. —Se quedó callado un instante—. Después de un último intento por recuperarle. Y yo fui lo suficientemente imbécil para ayudarla. Como te puedes imaginar no fue bien, y las cosas entre Dave y yo estuvieron tensas durante un tiempo. Lo que no fue nada positivo para el grupo.
—Lo siento. —Tomé una profunda bocanada de aire mientras elegía mis próximas palabras con cuidado. Era obvio que aquello le dolía. Se notaba por el tono de su voz, por su semblante. Además, no quería tratarlo como a un paciente o un sujeto de estudio. Me importaba demasiado—. Tengo la impresión de que tenéis una relación que va más allá de la amistad. Sois como hermanos, aunque él y Marta no terminaran juntos. Siento que te vieras en medio de un fuego cruzado. Tuvo que ser bastante difícil.
—Sí. No sé por qué te estoy contando todo esto. —Me miró por el rabillo del ojo—. ¿Sabes?, me resulta muy fácil hablar contigo.
Sonreí.
—Lo mismo digo.
—Pero todavía no me has contado nada de ti.
—Ah, sí, cierto. —Froté las palmas contra los costados de los jeans para calentarlas un poco. ¿Qué podía contarle? El que se hubiera mostrado tan abierto y honesto conmigo me obligaba a no ofrecerle menos. Tal vez podía soltarlo todo sin más—. Mis padres se divorciaron cuando tenía catorce años. La cagué durante una temporada, pero Anne me puso de nuevo en el buen camino y me ayudó a graduarme en el instituto y a entrar en la universidad.
—Tienes una hermana muy buena.
—Sí, es una hermana increíble.
Alternó la mirada entre la carretera y yo.
—Pero tú también te has esforzado mucho.
—Sí. Pero la universidad es muy cara y ella ha hecho muchos sacrificios para que yo esté allí. Así que la mayor parte del mérito es suyo.
—Parece que ambas os habéis dejado la piel para salir de una situación complicada.
—Mmm. —Recosté la cabeza contra el respaldo del asiento. Sí, me resultaba demasiado fácil hablar con él. Y eso me gustaba. —Se puede decir que sí. Trabajo a tiempo parcial en la misma librería que Anne.
Ben esbozó una medio sonrisa que, por desgracia para mí, hizo que me diera vueltas la cabeza. Dios, qué guapo que era. No quería que aquel viaje en su Chevy acabara nunca. Por mí como si quería conducir hasta Wisconsin. Que pusiera rumbo al este y no parara hasta que nos quedáramos sin gasolina.
—¿La cagaste en qué sentido? —preguntó.
Mi estado de felicidad se desvaneció al instante.
—No es un asunto del que me guste hablar.
Se quedó esperando, tentándome, dándome de mi propia medicina. Qué listo.
—Me junté con unos cuantos perdedores. Bebí, coqueteé con las drogas. Porros y anfetaminas, nada demasiado duro. Dejé el instituto e hice cosas que no debería haber hecho. Cosas peligrosas. Salí con el tipo equivocado durante una temporada. —Clavé las uñas en la tela de los jeans. Aquello me traía tantos y tan malos recuerdos. Era joven e idiota—. Entonces me descubrieron robando. El dueño de la tienda se empeñó en llamar a la policía, pero Anne habló con él y consiguió convencerle de lo contrario. Aquello me puso los pelos de punta. Y por si fuera poco, vi lo decepcionada que estaba Anne. Al final me di cuenta de que no era la única que lo estaba pasando mal por el divorcio de nuestros padres. Dejé de salir de juerga y hacer el tonto y volví al instituto. Estaba tan cabreada con ellos… por no haber sido capaces de solucionar sus problemas y comportarse como unos padres normales.
—Me imagino.
—¿Aunque qué es lo normal? Hoy en día todas las parejas terminan divorciadas.
—Sí. Casi todas.
—No es un gran ejemplo, ¿verdad?
Él asintió con un murmullo.
—Por eso estoy estudiando psicología. En un futuro me gustaría ayudar a otros niños a sobrellevar los momentos difíciles. —Ben sonrió—. Bueno, dejemos ya mi dramática adolescencia. —Crucé las piernas y me giré en el asiento para mirarle—. ¿Cuándo empezaste a tocar el bajo?
—A los catorce más o menos. A Dave siempre le chiflaron las guitarras. Entonces la madre de Mal le regaló una batería y Jimmy decidió que sería el cantante. Yo tenía un tío que tenía un bajo viejo y mi abuelo le convenció para que me lo regalara.
—¿El mismo abuelo que te dio la camioneta? Seguro que era un hombre estupendo.
—Lo era, Lizzy. De verdad.
Nos detuvimos en la puerta de mi edificio. Qué curioso, nunca antes había detestado ver mi hogar, pero en ese momento no quería que aquel viaje terminara. Estar allí a solas con Ben, hablando, fue especial. Entrelacé las manos en el regazo y me quedé contemplando su rostro. Un segundo después, Ben apagó el motor.
—Gracias por traerme a casa —dije.
—Cuando quieras. Y lo digo en serio. —Dejó una mano en el volante y se volvió ligeramente para mirarme.
Al instante, mi cuerpo se puso a liberar endorfinas, lujuria y otras cuantas cosas locas que me gritaban que me abalanzara directamente sobre él, trepara por todo su cuerpo y cubriera de besos su magnífico rostro. Que frotara mi mandíbula contra su barba y comprobara si era suave o áspera. Que le dijera con todo lujo de detalles el efecto que producía en mí y lo mucho que podía llegar a quererle.
—Me matas cuando me miras de ese modo —murmuró.
Me limité a sonreír. Tenía la lengua demasiado trabada para soltar cualquier respuesta ingeniosa. El problema era que no podía mirarlo de otra manera. Era incapaz de disimular. No cuando lo tenía tan cerca.
Soltó un sonoro suspiro y miró a través del parabrisas.
—Voy a ese bar un par de veces por semana para enrollarme con alguien. En un lugar como ese es lo más fácil del mundo. La mayoría de la gente solo va allí para emborracharse y acostarse con alguien.
—Entiendo.
—Lo digo en serio.
—Está bien, Ben. No eres virgen. Lo he entendido. Yo tampoco, por cierto.
Sus sublimes ojos oscuros me inmovilizaron, poseyéndome por completo. Se lamió los labios. Cada vez que hacía ese gesto, mis hormonas entonaban el Himno de la Alegría, con orquesta incluida y su correspondiente coro. Todo el tinglado al completo. Menuda idiotez.
—Joder, eres preciosa. —Volvió a suspirar—. Haces que desee un montón de cosas que no debería.
—¿Y quién dice que no deberías? —pregunté, acercándome un poco más.
—Mal. Tu hermana.
—Esto no tiene nada que ver con ellos. Solo nos concierne a ti y a mí.
—Cariño. Liz… —La voz tan profunda con la que dijo mi nombre, con ese tono tan erótico… ¡Madre mía! Reverberó en todo mi ser, incendiándome y provocando un caos absoluto en mi interior. Después de aquello nunca volvería a ser la misma.
—¿Sí? —Me acerqué más. Y después otro poco más. El corazón me iba a mil. Le ofrecí un beso. Jamás en la vida me había parecido tan transcendental besar a alguien. Necesitaba su boca sobre la mía. Su aliento, su cuerpo… Lo necesitaba todo de él.
Nada más importaba.
Me di la vuelta para apoyarme sobre una rodilla y disminuir así la diferencia de altura. Luego, con una sonrisa vacilante pero llena de esperanza, puse la mano en su hombro y volví a acercarme. A la mierda con eso de esperar a que él diera el primer paso. Había llegado la hora de pasar a la acción y conseguir lo que quería.
—Liz.
—¿Sí?
Ahí fue cuando me percaté de que su lenguaje corporal no era el adecuado. No se estaba arrimando a mí, no respondía del mismo modo que yo. Estaba sola en aquello.
—Es que no… —Las palabras se me quedaron atascadas en la garganta seca. Retiré la mano.
—No puedo.
—¿Qué?
Ben clavó la vista al frente.
—Deberías irte.
Cualquiera que fuera la cara que puse, seguro que no era de felicidad.
—¿Quieres que me vaya?
—Es mejor así.
—Es mejor así —repetí como un loro mientras miraba perpleja las sombras de su cara.
—No puedo, Liz. No puedo hacerle eso al grupo.
—¿Acaso tienes que dar explicaciones al grupo sobre con quién sales?
—No estamos saliendo.
Me aclaré la garganta.
—Cierto, no estamos saliendo. Pero anda que no nos hemos pasado horas hablando y enviándonos mensajes.
Me miró atormentado.
—Lo siento. No puedo.
—Muy bien. —Los sentimientos que bullían en mi interior eran tan grandes, tan abrumadores. Aun así, mi cerebro no se paró ni un instante, examinando todas las pruebas para tratar de averiguar en qué momento había perdido la pista. Cómo demonios podía haberme equivocado tanto—. ¿Sabes? Creo que estabas un poco aburrido, que tal vez te sentías un poco solo y que te has dedicado a jugar conmigo.
Hizo una mueca y se volvió.
—Dime que no es verdad.
Nada.
Por lo menos ahora sabía qué esperar. Como si eso fuera a reportarme algún consuelo. Abrí la puerta del copiloto y salí de la camioneta.
—Liz.
Cerré de un portazo, sintiendo el helado metal en las palmas. Fin. Había terminado con él. El frío aire nocturno me golpeó en el rostro, despertándome de golpe de la ensoñación en la que había estado sumida. Qué vergüenza. Había sentido tanto por él y había estado tan segura… Ya veis lo mucho que sabía de asuntos del corazón.
Nada.
Absolutamente nada.
Había llegado el momento de poner mis esperanzas y mi corazón a buen recaudo.