Oí las voces en cuanto llegué a la puerta de entrada del edificio. Voces altas. Un montón de ellas. Qué raro. Lauren no me había comentado nada de ninguna fiesta esa noche. Un momento. Estaba equivocada. Esas voces no provenían de una fiesta. Eran voces enfadadas y que no parecían estar bajo la influencia del alcohol.
Subí las escaleras corriendo mientras me desabrochaba el abrigo. Para tener más años que yo, el Mustang corría de lujo. La calefacción dejaba un poco que desear, sobre todo si te gustaba bajar de vez en cuando la ventanilla para sentir el aire frío en el rostro. Sí, ya lo sé, una tontería. Pero de vez en cuando me gustaba darme un capricho.
El pasillo brillaba un poco más de lo habitual, no en vano lo bañaba una luz que provenía del segundo apartamento. Apresuré el paso.
Oh, Dios mío. La puerta de entrada a mi casa no estaba en sus goznes.
—… esperar que una chica de veintiún años se encargue ella sola de un bebé. —Esa era la voz de mi hermana.
—Como te he dicho antes, no va a estar sola. —Y esa la de Ben.
—Porque vas a arreglar todo el desastre que has montado y te vas a casar con ella, ¿verdad, papaíto? —Mierda. Ese era Mal y parecía mucho más enfadado que la noche anterior—. Vas a hacer lo correcto y renunciar a tirarte a una mujer distinta cada noche, ¿no? Porque eres el puto amo en lo que a responsabilidades se refiere.
—Oye, ya hemos hablado de eso…
—Sí. Y todavía sigues sin pronunciar las palabras mágicas. ¿Lo entiendes?
Lo que sí tuve claro nada más asomar la cabeza fue que mi salón estaba atestado de gente. Ben, Anne y Mal estaban en el centro. Dos contra uno. Sam, el de seguridad, y Lauren se habían hecho a un lado, no sabía muy bien por qué, y se dedicaban a contemplar la escena.
—Chicos —dije.
Continuaron discutiendo como si nada.
—¡Chicos! —grité esta vez.
Ni caso.
Al final me metí dos dedos en la boca y los deleité con mi silbido ensordecedor; una habilidad que había perfeccionado durante mi adolescencia, principalmente para sacar de quicio a mi hermana. El sonido hizo que me temblara hasta la cabeza.
Ahora sí que conseguí mi propósito. Todo el mundo se quedó en silencio.
—Hola. ¿Qué tal estáis? —Me detuve bajo el astillado marco bajo el que solía estar mi puerta—. Me gustaría saber qué le ha pasado a mi puerta.
—Lizzy —dijo Ben antes de soltar un sonoro suspiro—. Gracias a Dios. Me tenías muy preocupado.
—¿Dónde has estado? —Mi hermana se abalanzó sobre mí y me abrazó con fuerza—. He estado llamándote todo el día. Hemos preguntado a todo el mundo por ti, pero no conseguíamos localizarte.
—Lo siento, solo necesitaba estar un rato sola. —Le devolví el abrazo. No podía dejar de sonreír. Aunque me costara admitirlo, la idea de Anne dándome la espalda me aterrorizaba.
—Bueno, te entiendo. —Retrocedió un poco—. Pero podías habérselo dicho a alguien.
—No puedes desaparecer de buenas a primeras. —Y Ben no podía dejar de fruncir el ceño—. Joder, Liz, estás embarazada.
—No le hables así —dijo mi hermana molesta.
Ben no le hizo caso.
—No sé qué demonios se te ha pasado por la cabeza, pero tienes que decirme dónde vas.
Alcé las cejas y abrí la boca, dispuesta a decirle dónde podía meterse aquel comentario.
—Ella no tiene que darte ninguna explicación. Te lo dirá si quiere y cuando le salga de las narices —sentenció Mal, dejándole a su compañero de grupo las cosas claras antes de volverse hacia mí—. La próxima vez que decidas irte por ahí todo el día, le enviarás un mensaje a tu hermana para que sepa dónde vas.
Todavía seguía con la boca abierta.
—Venga, hombre. —Ben abría y cerraba los puños sin parar—. Puedes cerrar la boca y dejarme en paz aunque solo sea por un puto minuto.
—No le hables en ese tono. —Mi normalmente razonable y tranquila hermana empujó a Ben con un dedo en el pecho—. Tú eres el que ha organizado todo este lío, muchas gracias. Puede que ella sea joven e ingenua, pero tú eres lo bastante mayor para haber actuado con dos dedos de frente.
—Tiene razón. —Mal se irguió todo lo alto que era, a pesar de que solo le llegaba a Ben a la nariz y bajó la mirada para enfrentarle. O la levantó. O lo que fuera—. Esto es un asunto familiar. Puedes irte, gracias.
Por la expresión que tenía, Ben debía de estar intentando no perder el control con todas sus fuerzas.
—¿Que puedo irme? —preguntó con los dientes apretados.
—Sí.
Aquello era una locura.
Alguien tenía que poner un poco de cordura y, por desgracia, esa era yo.
—Está bien. ¿Por qué no nos tranquilizamos todos un poco? —sugerí.
Pero con la misma velocidad y habilidad que un stripper experimentado, Mal giró sobre sus talones y me miró.
—¡Y tú, jovencita, estás castigada hasta nuevo aviso!
—¿Estoy castigada?
—Cariño. —Anne hizo una mueca—. Eso no va a funcionar.
—Y nunca volverás a hablar con Ben. Es evidente que es una mala influencia para ti —continuó el batería imperturbable, mirando despectivamente a su antiguo amigo—. ¿Te ha quedado claro, Elizabeth?
Lauren se rio.
—Sí. Cristalino —repuse.
—Bien.
—Marchaos —dije, con un tono de voz calmado. También un poco cansado, pero es que el día había sido muy largo.
—¿Qué? —preguntó Anne.
—Os quiero muchísimo a los dos —expliqué—. Pero ahora me gustaría que os fuerais, por favor.
Vi cómo se le demudaba el rostro. Se acercó un poco más a mí.
—No tienes que enfrentarte a esto tú sola. Sé que anoche las cosas se pusieron un poco tensas, pero tenemos que hablarlo. Me tienes muy preocupada.
—Lo sé y te prometo que hablaremos.
Mi hermana soltó un profundo suspiro.
—¿Me llamarás mañana?
—Sí.
Anne asintió despacio.
—Está bien.
Sam esbozó una tenue sonrisa, se levantó del sofá y pasó a mi lado a través de la puerta, o lo que quedaba de ella. Todavía necesitaba que alguien me explicara qué había sucedido.
—En breve mandaré a alguien a arreglarla, señorita Rollins.
—Gracias.
—Llama si me necesitas. —Lauren también se marchó.
—Gracias.
—Pero yo no quiero irme —se quejó un indignado Mal. Ahora estaba discutiendo entre murmullos acalorados con mi hermana, incluso le apartó la mano con la que le estaba acariciando los brazos, que tenía cruzados en una posición que dejaba ver toda la tensión que sentía—. No sabe lo que es mejor para ella. No como nosotros. Sobre todo no como yo.
Más murmullos.
—Bueno, ¿pero Ben también se va? No me voy hasta que no se marche él.
—Mal —refunfuñé—. Por favor. ¿Si prometo ir a veros mañana y hablar con vosotros, te irás ahora? —Me miró con ojos entrecerrados y los labios apretados—. Porfa, porfa.
—Está bien. —Pasó un brazo por el cuello de mi hermana y la atrajo hacía sí—. Sabemos cuándo no somos bienvenidos, ¿verdad, Calabaza?
—Sí, al final sí. —Mi hermana me miró con una tenue sonrisa en los labios.
—Gracias. —Le di un apretón a la mano que tenía libre antes de volver a dirigirme a Mal—. Y necesito saber que no he roto el grupo.
Mal frunció el ceño y soltó un resoplido.
Las acciones y sus consecuencias. Había aprendido demasiado bien la lección.
—Por favor —insistí.
—Sí, bueno. Pero solo porque lo has pedido de esa forma. Eso sí, fuera de todo lo referente al grupo, Ben está muerto para mí. —Se volvió hacia su examigo y se pasó un dedo por la garganta.
—Venga, hombre —suspiró Ben.
—Hablo en serio. Estoy muy cabreado contigo, joder. Has dejado embarazada a mi cuñada. Esto es mucho peor que la vez que me rompiste la bici tratando de hacer ese salto en el colegio. Y mira que me mosqueé con aquello. —Los recién casados se fueron hacia la puerta—. Te veo mañana en el ensayo.
—Sí —dijo Ben, dejándose caer en el sofá de dos plazas. Apoyó la cabeza contra la pared y me miró con ojos cansados—. ¿Me vas a echar también?
—Es lo que debería hacer. ¿Eres el culpable de que mi puerta esté así?
Se frotó el rostro con la mano.
—Sí. Lo siento.
—No he podido evitar darme cuenta de que no está donde se supone que debería estar.
—Sí, creo que me la he cargado.
—Sí. —Me acerqué y me senté sobre el sillón de cuero que había frente a él. Mal y Anne me habían dejado algunos muebles bastante buenos cuando dejaron el apartamento—. ¿Por qué? Si puede saberse.
—Anne me llamó y me dijo que no sabía dónde estabas y que no respondías al teléfono. —Cambió de posición y apoyó el tobillo sobre la rodilla opuesta. No dejaba de mover el pie—. Me preocupó que estuvieras aquí sola, volviéndote loca por la discusión de esta mañana y que no quisieras hablar conmigo.
—Ah.
—Actué de forma exagerada. —Llevaba sus habituales jeans y camiseta. Le sentaban de miedo. Ahora que estaba embaraza, esperaba que las hormonas se me calmaran un poco, pero las muy desgraciadas se ponían a saltar de alegría en cuanto lo tenían cerca. Era ridículo. Necesitaba encontrar la manera de contenerlas. Ponerme un cinturón de castidad o algo parecido.
En vez de eso, me puse las manos entre las piernas, apretando los muslos para que no se separaran ni un centímetro.
—Tenemos un problema —comentó de pronto.
—Sí.
—No, me refiero a un problema nuevo.
—¿Cuál?
Se puso derecho y apoyó ambos pies en el suelo.
—Sasha no se ha tomado demasiado bien que rompiera con ella y ha amenazado con contarle a los medios lo del embarazo.
—¿Has roto con ella? —Se me aceleró el corazón.
Una pausa.
—Sí, bueno.
—¿Por qué? —Mierda. Mi boca. Había soltado la pregunta antes de que me diera tiempo a pensarla—. No, espera, no es un asunto mío. No quiero saberlo.
¿De verdad era esperanza lo que revoloteaba en mi estómago? Imposible, no podía ser tan tonta. Tenía que tratarse de otra cosa. Tal vez la lentejita había decidido pasar el rato haciendo aquagym.
Ben simplemente se quedó mirándome en silencio, hasta que al cabo de un rato dijo:
—Da igual. Lo que quería decirte es…
—¿Sí?
—Que no es buena idea que te quedes aquí sola. Sobre todo con una puerta rota.
—Cierto.
—De todos modos las medidas de seguridad en este edificio no valen para nada, así que estaba pensado que sería mejor si…
—¿Si qué? —Estaba en el borde del asiento, mirándole con enorme expectación. No era posible que estuviera a punto de pedirme que me fuera con él, que compartiera su espacio personal. Nadie había estado nunca en su habitación de hotel o donde fuera que viviera. Tenía que reconocer que me picaba muchísimo la curiosidad. Además, la idea de vivir con él me provocaba un intenso sudor frío—. ¿Si qué? —insistí.
—Si te mudas con Lena y con Jim hasta que empecemos la gira. —Sus ojos oscuros no dejaron de mirarme en ningún momento—. Es decir, suponiendo que vengas a la gira, aunque puede que no te apetezca.
—¿Quieres que vaya a la gira? —Pero no quería que me fuera a su casa. Qué desconcertante y decepcionante a la vez. O quizá solo quería que fuera a la gira para echarme un ojo con la manida excusa de «la joven y alocada Lizzy que no sabe ni cuidar de sí misma». En ese momento me di cuenta de que iba a ser madre de verdad. Y que, por lo visto, iba a ser madre soltera, a pesar de lo conciliador que ahora parecía Ben. Pasara lo que pasase, solo dependía de mí misma.
—Me he imaginado que tal vez vendrías. Como Anne tiene la intención de acompañarnos y Lena también está embarazada… El personal se encargará de hacer tus maletas y todo ese rollo. Tú solo tienes que subirte a un avión privado cada dos días y después relajarte. En los sitios a los que vamos hay masajistas y tonterías así. También hay médicos que podrán hacerte las revisiones necesarias. Me encargaré de que no te falte de nada.
—No sé…
No me hacía mucha gracia quedarme sola en la ciudad con Anne y el resto de las chicas en la gira. Supongo que hacer amigas no era mi punto fuerte. Tras la etapa alocada que pasé durante los primeros años de adolescencia, me volví una persona bastante reservada. Anne y yo fuimos unas maestras a la hora de fingir que vivíamos en un hogar idílico por temor a que a alguien se le ocurriera investigar un poco más allá de las apariencias, ya que nuestra madre era de todo menos una adulta responsable. Cuando Anne se fuera de gira, me quedaría prácticamente sola. Pero tenía que considerar más cosas a aparte de mi posible soledad a la hora de tomar aquella decisión. Había oído muchas historias sobre lo que pasaba en las giras. Sobre Ben y otras mujeres. Y en este momento no necesitaba ser testigo de nada de eso. Ni este año, ni al siguiente. Verlo con Sasha me había supuesto un mazazo. ¿Por qué la habría dejado?
—No quiero estorbarte. —Entrelacé las manos sobre el regazo—. Podría resultar incómodo vernos las caras todos los días.
Recibí un gruñido cavernícola como respuesta. Sonaba bastante grave, como uno de esos que se sueltan cuando estás en medio de una reflexión profunda.
—¿Qué opinas? —pregunté.
Me miró con una expresión difícil de descifrar, con el ceño fruncido y los labios ligeramente entreabiertos. Parecía estar a punto de decir algo.
Esperé.
—Ben, dime algo.
Se puso tenso.
—Quiero que vengas.
—¿Por qué?
—Para asegurarme de que te encuentras bien, así podré ver cómo estás y no tendrás que pasar por esto tú sola. Por muchas razones.
Razones muy comprensibles. Pero como Mal había señalado antes, a Ben no se le daba muy bien eso de asumir responsabilidades. Todo apuntaba a que, con el tiempo, terminaría cambiando de opinión y me defraudaría. ¿Qué tipo de padre sería? Que Dios le ayudara si alguna vez decepcionaba a la lentejita. Daba igual lo grande que fuera, desataría sobre él las siete plagas.
—Vamos —dijo con la voz más firme—. Tenemos que empezar a resolver todo esto juntos. Cómo llevarnos bien, cómo ser padres, ya sabes. No quiero ser el tipo de persona que Mal me ha acusado de ser. Dame una oportunidad, Liz.
—Sinceramente, ahora mismo no sé qué es lo mejor.
Agachó la cabeza.
—Mira, si te quieres quedar y terminar el semestre, organizaré el asunto de la seguridad. Me ocuparé de todo. Tú decides. No quiero obligarte a hacer nada.
—¿Seguridad?
—Sí, claro.
—Vaya. —Me di una palmadita en el estómago y esbocé una sonrisa vacilante—. Se me había olvidado que llevo al bebé de un famoso. La próxima generación de Stage Dive.
Extendió las manos y me lanzó una mirada de impotencia. Por lo menos lo estaba intentando.
Ahora me tocaba a mí.
—Está bien, iré. De todos modos estaba planteándome dejar temporalmente la universidad. Me he perdido muchas clases por las náuseas matutinas y todavía hay mañanas en las que me levanto un poco revuelta. No creo que a estas alturas pueda ponerme al día.
Hizo un gesto de asentimiento y me sonrió. Relajó los hombros, como si acabara de luchar en una guerra.
—¿Quieres que me quede con Lena y Jimmy?
—Quiero que tú y el bebé estéis bien y cuidados. No es que no quiera ser yo el que te cuide. Es solo que…
—No te preocupes. Entiendo que al no ser pareja es un poco complicado. —Me recosté en el respaldo del sillón, reflexionando sobre lo que estábamos hablando—. Agradezco la oferta, no me malinterpretes…
Sus ojos serios tampoco revelaban nada.
—Liz…
—¿Sí?
Esperé, pero se quedó callado. Gracias a Dios la lentejita sería una niña. (Lo sentía. Intuición materna o como queráis llamarlo.) Los hombres eran un absoluto misterio y en ese momento lo que menos me apetecía era desentrañar ninguno en particular. Bastante lío tenía ya en mi vida. Por lo menos no había vuelto a mencionar el asunto de los abogados. Íbamos progresando.
—Creo que puedo apañármelas por mi cuenta. Iré a casa de Anne y Mal. Falta poco para que empiece la gira y no creo que mi cuñado pueda sacarme de quicio tan rápido.
Volvió a fruncir el ceño.
—¿Estás segura?
—Sí.
—De acuerdo, pero dejarás que te ayude económicamente, ¿verdad?
—Mira, hoy he estado haciendo cálculos mentales. Teniendo en cuenta que el alquiler de los próximos meses está pagado y que puedo hacer horas extras en el…
—No sé dónde quieres ir a parar, pero la respuesta es no —me interrumpió con una mirada tajante. O eso intentó.
—¿Perdón?
—No, no puedes hacerte cargo tú sola. Y lo que es más importante, no tienes que hacerlo. Me tienes a mí.
—Pero no te tengo, Ben. Esa es la cuestión. —Me incliné hacia delante en el sillón, rezando para que me entendiera. Abrió la boca, pero yo fui más rápida—. Por favor, escúchame. Voy a tener un hijo y eso es algo enorme. Tan grande que cada vez que me paro a pensarlo tengo la impresión de que me va a explotar la cabeza. Pero me voy a ocupar de él porque es lo que debo hacer, porque este bebé cuenta conmigo. De lo que no puedo ocuparme es de ti, o de tu vida y de cómo te afectará todo esto. Porque, a pesar de lo que digas, sé que tener este niño nunca será tu prioridad. Cuando lo pienso me siento culpable, y luego me enfado por sentirme así y todo termina convirtiéndose en un embrollo al que no sé cómo hacer frente.
—Liz. —Se frotó la cara con ambas manos—. Mierda. No era mi prioridad, pero tampoco lo era para ti tener un hijo en este momento de tu vida.
—Pero…
—No —volvió a interrumpirme, clavando los dedos con fuerza sobre sus muslos—. Ahora me toca a mí hablar y a ti escuchar. Por favor.
Me detuve y asentí. Se lo debía.
—De acuerdo. —Tomó una profunda bocanada de aire con movimiento de sus anchos hombros incluido—. Estamos hablando de nuestro hijo. Tuyo y mío, lo hicimos juntos quisiéramos o no. Es un hecho. Da igual cómo me hubiera gustado que fuera mi vida, esta es ahora la realidad. Y ni mucho menos voy a ser uno de esos padres gilipollas que se pierden la vida de sus hijos o dejan que otro hombre críe al niño.
—O a la niña.
—O a la niña. —Me lanzó una mirada de reproche—. Sí.
De acuerdo, me pondría una cremallera en la boca.
—Gracias. —Sí, su tono no rezumaba nada de sarcasmo—. Y tampoco voy a dejar que hagas esto tú sola. Da igual lo que Anne y Mal piensen de mí en este momento, voy a hacer todo lo que esté en mi mano para apoyarte. No estamos juntos, pero ya veremos cómo solucionamos eso. Ahora la mejor manera que tengo de ayudarte es asegurarme de que no tienes que preocuparte por el dinero.
Respiré hondo, intentando asimilar lo que acababa de decir. Tenía razón. Estaría muy bien tachar los problemas económicos de mi lista de preocupaciones. Lo que me inquietaba eran las ataduras y complicaciones que podían venir con esos fondos. Pero era el padre de la lentejita. Y si quería estar al pie del cañón, como había dicho, no me quedaba más remedio que aceptarlo, incluso alegrarme por ello.
Tenía que darle la oportunidad que me había pedido.
—Me has tenido preocupado todo el día. No sabía dónde estabas o si te pasaba algo… Y eso me ha dado mucho que pensar. Esto va a afectar a tu vida un poco más, por no decir un montón más, que a la mía. No necesitamos meter a los abogados de por medio, con tu relación con Mal y todo eso. No hace falta que nos compliquemos tanto.
—Mmm.
—Deja de fruncir el ceño.
Podía aplicarse el cuento.
—Estoy pensando —repliqué.
—No hay nada que pensar. Ya está hecho.
—¿El qué?
Se rascó la barba.
—He hecho una transferencia a tu cuenta.
—¿Cómo has conseguido mi número de cuenta?
—Anne me lo dio. Creo que lo hizo como una especie de desafío, para ver si iba en serio.
Abrí los ojos como platos.
—¿De cuánto dinero estamos hablando?
—De lo suficiente para que no tengas que preocuparte por nada durante un tiempo.
—¿Cuánto tiempo?
Simplemente me miró.
Oh, Dios mío. Algo en mi interior me dijo que lo que un roquero millonario entendía por «un tiempo» era muy distinto a la idea que yo tenía. Aquello me produjo un ataque de pánico. Retorcí los dedos sobre el regazo. El papeleo legal me asustaba, pero la idea de que me enviara una suma desorbitante de dinero era aún peor.
—¿Pero qué pasa con los abogados y los papeles y todo lo que dijiste esta mañana?
—Lo solucionaremos por nuestra cuenta, como querías. —Parecía tan calmado… No como yo que estaba a punto de ponerme histérica—. No va a haber ningún problema, Liz. Ya lo verás.
—Estás depositando un montón de confianza en mí.
—Vamos a tener un hijo. Por algo hay que empezar, ¿no crees?
Mis botas favoritas estaban muy desgastadas. Casi todo mi calzado. Por lo menos el embarazo no afectaría a mi número de pie. La ropa era otra cosa. En breve tendría que cambiar todas mis prendas de vestir. La mayoría estaban muy usadas o eran de segunda mano. No me hacía mucha gracia tener que pedir dinero a Mal o a mi hermana para un nuevo guardarropa premamá, ya me habían ayudado demasiado. Me iba a resultar muy raro no tener que preocuparme por el dinero. Nos habíamos criado sin muchos medios y no podía recordar ningún momento en el que las finanzas no nos hubieran supuesto un problema.
—Tienes razón —reconocí.
—No es para tanto.
No lo veía tan claro.
—Te agradezco la ayuda monetaria. Me va a venir muy bien —admití con la vista clavada en el suelo, porque ahora era incapaz de mirarle a la cara—. Me has quitado un gran peso de encima.
—Mira. Siento lo de anoche. Y lo de esta mañana. Solo… solo estoy tratando de hacerlo lo mejor posible.
—Por supuesto —esbocé la sonrisa más deslumbrante que pude—. Vamos a ser amigos por el bien de la lentejita.
—¿Lentejita?
Ahora sí que sonreí de verdad.
—En las primeras etapas del embarazo el feto tiene una forma y un tamaño parecido al de una lenteja.
—Ah. Es verdad. —Movía los dedos nervioso. Durante un segundo, sus ojos se posaron en mi vientre, pero enseguida apartó la mirada—. Déjame que me haga a la idea y ya hablaremos tranquilamente de todos los detalles.
—De acuerdo.
—Y por supuesto que seremos amigos. «Ya» lo somos.
—Claro.
Me sonrió. Aunque no creo que en ese instante ninguno sintiera nada más que miedo.