Me he atrincherado en casa y he mentido a mi familia diciendo que estoy fatal del estómago, con vómitos y diarrea, para impedir que vengan a verme. En circunstancias normales, esto no los mantendría alejados, pero Elle debe tener cuidado por el bebé, y mi madre y la tía June se han ido a pasar su acostumbrado fin de semana de spa para inaugurar el año nuevo con clase. Intentaron engatusarme para que fuera con ellas, de ahí el virus ficticio que no quiero hacer circular por ahí a modo de regalito navideño tardío.
Estos últimos días he echado de menos a Freddie de una manera muy intensa. Cuando tengo la oportunidad de verlo, es mágico, pero lo he extrañado muchísimo aquí, durante mis largas horas despierta. Echo un vistazo a mi reloj de pulsera. Llevo despierta un par de horas, pero todavía son solo las ocho y media de la mañana, apenas hay luz. Dentro de un rato, voy a obligarme a dedicarme unos cuidados básicos: darme una ducha, calentarme un poco de sopa, ver los últimos programas de televisión navideños. No he parado de regodearme en la pena desde Año Nuevo, sin poder o sin querer salir de ella. Me trato con la suficiente bondad para saber que tal vez necesitara el bajón, una reacción inevitable al subidón de emociones de la Navidad, pero no puedo seguir así. Tengo que volver al trabajo, y a la vida, el lunes, así que debo asearme, comer, quizá hasta poner una lavadora y pasar el aspirador por la casa. Acabo de intentar llamar a Elle. No me ha contestado; lleva un par de días sufriendo náuseas matutinas, así que seguro que está durmiendo.
Me siento en un extremo del sofá, con las rodillas pegadas al pecho. No me atrevo a llamar a Jonah, no después de cómo dejamos las cosas en Nochevieja. No se equivocaba, lo sé: a ninguno de los dos nos ayuda ya estar cerca del otro. La verdad, no tengo la menor idea de si eso cambiará en algún momento, y el mero hecho de pensarlo me hace apoyar la barbilla en las rodillas, agotada. Ya no hay manera de ignorarlo. Estoy profundamente sola. Poso la mirada sobre el bote de pastillas que descansa en la repisa de la chimenea y mi propósito de dedicar el día a hacer cosas productivas se evapora, porque puedo ir a un sitio en el que no me sentiré tan sola.