Me incorporo de golpe en el sofá, con el corazón tan acelerado que no puede ser bueno para la salud, tan falta de aire como si hubiera corrido para coger el último tren. Cojo mi móvil y lo escudriño a toda prisa, pero no tengo llamadas perdidas ni mensajes. Me atrevo a entrar en Facebook y veo el punto verde de conectada al lado del nombre de Elle, así que le envío un mensaje rápido para comprobar si está bien de la manera más imprecisa posible. Me contesta casi de inmediato: sabe que aún es pronto, pero ¿me apetece acompañarla a mirar carritos de bebé el próximo fin de semana?
Qué alivio. Me dejo caer de espaldas sobre los cojines. Hasta ahora las visitas oníricas han sido mi salvavidas, mi camino de vuelta, mi cordura y mi refugio. Pero esto… Elle. Por alguna razón, no me había imaginado que allí también pudieran ocurrir cosas malas, cosas muy malas.