—¡Me cago en la puta!
El escritorio de Ryan es el más cercano cuando entro en la oficina, y mi compañero se pone en pie de un salto, sorprendido.
—¡Has vuelto y estás increíble! —Rodea su mesa y me pasa las manos por el pelo corto sin dejar de mirarme—. ¿Qué te has hecho? A ver, que me encanta cómo te queda, pero es un poco radical para ti, ¿no?
Todos los demás se han ido aproximando también poco a poco a mí y me observan como si en lugar de cortarme el pelo me hubiera amputado una extremidad.
—Un corte a lo garçon —comenta Julia.
—Te destaca los ojos —dice Dawn—. Madre mía, mira qué color has cogido. —Coloca su brazo pálido junto al mío.
Bajo la vista hacia su vientre abultado, y ella se echa a reír.
—Sí, no es solo de comer tarta.
—Me alegro muchísimo —digo, contenta por ella.
Phil aparece a mi lado y me da un apretón en el hombro.
—Qué alegría volver a verte, Lydia —dice—. ¿Te coges una taza de té y charlamos en mi despacho?
Todos parecen algo incómodos cuando se dispersan para volver al trabajo, y solo ahora me fijo en la chica nueva que ocupa mi escritorio. Ya sabía que iba a estar ahí, claro, pero, aun así, el hecho de ver a Louise, como creo que se llama, me pone tan nerviosa que se me revuelve el estómago. Parece eficiente, sus dedos no dejan de volar sobre el teclado cuando levanta la cabeza para mirarme y sonríe. Estoy segura de que es muy maja, y no cabe duda de que es capaz de escribir tan rápido como para que le sangren los dedos, aun así me encantaría que desapareciera envuelta en una nube de humo más o menos ahora mismo. La miro un segundo por si sucede, pero permanece obstinadamente presente, así que acepto la propuesta de Phil y me encamino hacia la cocina.
A ver, la buena noticia es que sigo teniendo un puesto de trabajo. La no tan buena es que no es el mismo que el que dejé al marcharme. Phil ha intentado planteármelo de la forma más cordial posible, y está claro no ha disfrutado de ser el portador de las malas noticias, pero Super Lou (él no la ha llamado así) ha llegado para quedarse y por lo que parece está haciendo un trabajo cojonudo. Phil se vio entre la espada y la pared cuando Dawn empezó a encontrarse mal por el embarazo, según me ha dicho. Por supuesto, no tengo motivos para estar enfadada, porque todo esto es culpa mía por haber pasado tanto tiempo fuera. Me han relegado con toda la amabilidad del mundo a la biblioteca de la planta baja. Delia por fin ha decidido que ha llegado el momento de colgar la almohadilla de tinta y el sello, y alguien tiene que cubrir el hueco.
Phil me lo ha vendido como un reto, como una forma de volcarme en el proyecto de replantear todo el sistema de la biblioteca. Y yo se lo agradezco, de verdad. Seguiré en el ayuntamiento y podré ver a todos mis compañeros de la planta de arriba, aunque solo sea de pasada y no trabajando codo con codo a diario con ellos. No voy a mentir: me siento como la oveja negra de la familia a la que han exiliado a la planta baja por sus deslices, pero sé que en realidad tengo suerte de seguir contando con un puesto de trabajo.
Y, además, cuando lo pienso, creo que ocuparme de modernizar la biblioteca podría venirme bien. Hay un par de empleados a tiempo parcial que estarán a mi cargo, y habrá que digitalizar el sistema. Podría empezar a organizar actividades relacionadas con la lectura. Encuentros, visitas de autores. Hasta un club de lectura. Phil está empeñado en que lo vea como algo que puedo convertir en mío. Hasta me ha dado veinte libras del presupuesto para gastos menores y me ha dicho que vaya a comprarme una agenda y bolígrafos a la papelería cara del centro. Le agradezco el detalle. Intentaré hacer lo que me ha sugerido: planes para el futuro.
—Sujétale bien la cabeza —dice Elle mientras me pone a una Charlotte desnuda y bastante enfadada en los brazos.
Estamos arrodilladas en el suelo del cuarto de baño de mi hermana; me ha dejado ayudarla a bañar a la niña, una especie de ofrenda de paz. La bañera del bebé está dentro de la bañera normal, y cuando sumerjo en el agua a la pequeña, que no para de retorcerse, se calma como si fuera un milagro.
—Le encanta —dice Elle, que apoya la cabeza en los brazos, a mi lado, mientras contempla a su hija—. El otro día la bañé cuatro veces solo para que parara de llorar.
—Será una sirena —le digo.
—Más bien una pasa.
Sonrío mientras cojo agua tibia con las manos para verterla sobre la barriguita de Charlotte. De verdad que le encanta el agua, es como magia.
—A lo mejor se siente como si estuviera otra vez en el útero —digo.
Elle estira una mano y hace cosquillas a Charlotte en el pie.
—A lo mejor. Gracias. Por estar ahí conmigo cuando nació. Con las dos.
Me doy cuenta de lo que le cuesta pronunciar esas palabras y se me forma un nudo en la garganta al recordar el día en que nació Charlotte. El día de mi boda.
—No me lo habría perdido por nada del mundo.
Y es entonces cuando lo sé. Si hubiera tenido que tomar una decisión consciente entre la boda y traer a Charlotte al mundo, por más que me cueste reconocerlo, me habría quedado aquí, en este mundo. La niña rodea con los dedos minúsculos uno de los míos, señal de que hay más cosas que me sujetan aquí de las que hay allí. De que ha llegado el momento de afrontar lo inevitable.
He pasado por una experiencia catastrófica y devastadora. Me ocurrió lo peor. Perdí al amor de mi vida y después, casi como si fuera un milagro, encontré la manera de volver a él…, pero ¿a qué precio?
Al principio fue deslumbrante, todos mis sueños hechos realidad, y hasta ahora no he comprendido que, por bonito que fuera, resultaba insostenible, tanto para la mujer que soy aquí como para la que soy allí. La mujer que soy allí debería disfrutar de su larga y maravillosa existencia con Freddie. Sabe Dios que necesito creer que ahí fuera existe un mundo en el que Freddie y yo lo logramos, donde somos felices y tenemos tiempo para construir nuestra propia familia, donde tenemos la suerte de envejecer juntos.
Viajar de acá para allá, visitar un lugar donde mi duelo no existe, donde un dolor extraordinario no me ha cambiado de manera irrevocable… era magnífico. En serio, lo era. ¿Qué persona en sus cabales no aprovecharía la oportunidad de volver a ver a su amado muerto? Y no solo una vez, sino a menudo.
El cerebro humano está programado para afrontar el duelo. Sabe que, aunque nos caigamos en lugares inconmensurablemente oscuros, volverá a haber luz y que, si nos limitamos a seguir avanzando en línea recta con valentía, por muy despacio que sea, algún día encontraremos el camino de regreso. Pero yo no he hecho eso. Yo he ido dando tumbos en todas las direcciones posibles, con los ojos vendados, dos pasos hacia delante, tres hacia atrás. Los somníferos han sido mi consuelo, mi soporte y mi vía de escape, pero también han sido la venda que me tapaba los ojos y me hacía equivocarme de dirección. Ahora tengo que quitarme esa venda en todas y cada una de las versiones de mí que existen. Tengo que decir adiós.