Todo va mal. Vine a Croacia para estar con Freddie, feliz y sin interrupciones. Para ir de pícnic a Central Park, para asistir a un espectáculo de Broadway, para probarme diamantes que jamás podríamos permitirnos en Tiffany’s. Íbamos a pasar de las guías turísticas y a merodear por las calles secundarias en busca de nuestra propia aventura, a contemplar las típicas casas de piedra rojiza, a comer cosas deliciosas en cafeterías con mala puntuación en TripAdvisor. Íbamos a hacer todas esas cosas maravillosas, pero ahora me he dado cuenta de que crear nuevos recuerdos con Freddie significa pisotear mis antiguos y preciosos recuerdos de él.
He reproducido un millón de veces nuestra dolorosa discusión en mi cabeza, la he examinado desde todos los ángulos posibles para tratar de encontrar algo que en realidad no está ahí, porque mi terco corazón está desesperado por no reconocer la verdad: que seguro que la chica que yo era antes habría sido capaz de dejar que Freddie se marchara, que habría entendido que tenía que irse. «Intenta no odiarme», me dijo; se me revuelve el estómago al recordar la expresión de su cara. Pero no puedo ocultar el hecho de que la chica que soy ahora sabe que habría estado mal aceptar su marcha sin más. Qué demonios, Freddie debería haber dicho que no a Vince, debería habernos puesto a nosotros por delante. Pero no lo hizo, y no logro asumirlo.
Lo que tiene perder al amor de tu vida es que puedes inventarte lo que habría ocurrido después. Tienes derecho a soñar que todos tus mañanas habrían sido perfectas porque lo querías muchísimo, se te permite tergiversar en tu cabeza todas y cada una de las situaciones de manera que tu amor siempre dijera e hiciera todo lo correcto. Vuestra historia de amor no termina nunca, porque tu cerebro lo dibuja en todas las fotos y tu amor siempre está ahí, a tu lado, en todos tus días especiales. No discute contigo y siempre está a la altura de tus expectativas, no toma decisiones cuestionables y nunca, jamás de los jamases, te deja tirada en mitad de tu luna de miel.
Me encuentro sumida en el más terrible de los caos. He llorado como una niña perdida, con sollozos asustados y arrasadores. Ansío el consuelo de los brazos de mi madre y el abrazo de «todo va a salir bien» de Elle, pero están a océanos de distancia. Vine hasta aquí para estar con Freddie, pero no me había sentido tan sola en la vida.