—Feliz cumpleaños, preciosa.
Estamos en Alfredo’s. «Dónde si no.»
—Sé que ya vinimos aquí por tu cumpleaños el año pasado, pero esta noche cenaremos solos —dice Freddie—. A no ser que quieras que venga tu madre para que vuelva a quejarse de que su pollo está frío. —Se echa a reír—. Sabes que la quiero con locura, pero pensé que al final Alfredo terminaría sacándola de aquí a rastras por los pelos.
O sea que eso es lo que ocurrió en mi cumpleaños en esta vida. Nos sentamos a una mesa de este mismo restaurante y el recuerdo más destacado del día es que mi madre no paró de protestar porque su cena estaba fría. Trago saliva con dificultad e intento sonreír ante una anécdota que no recuerdo en absoluto, casi furiosa porque la primera cosa que se viene a la cabeza al pensar en el día que mi vida cambió para siempre sea algo tan tonto.
Paramos de hablar para pedir. Freddie, como era de esperar, elige un chuletón; yo varío un poco y escojo el salmón de la lista de recomendaciones del día. Aquí suelo pedir pollo, pero no quiero correr el riesgo de que se establezcan más comparaciones o parecidos con el año pasado.
—¿Cómo has visto a Elle esta tarde? —pregunta Freddie mientras me llena la copa de vino.
No sé cómo está Elle, obviamente, así que opto por una respuesta imprecisa.
—Bien, creo. —Quiero preguntarle más al respecto, pero no se me ocurre cómo hacerlo sin que quede raro.
—¿Quieres que te dé una noticia más alegre?
Guardamos silencio unos segundos mientras nos ponen los platos delante.
—Por favor —contesto cuando se marcha el camarero.
Cojo mi copa de vino, feliz de que exista otro mundo, un lugar en el que la barriga de Elle va creciendo al ritmo de su bebé sano y donde su corazón está intacto.
—Jonah se va a vivir con Dee —dice Freddie—. A él está a punto de terminársele el contrato de alquiler del piso, así que han decidido probar a vivir juntos. Dee tiene una casa de dos habitaciones en esa urbanización nueva del parque, ¿sabes cuál digo?
Sí, sé cuál dice. Fuimos a verlas cuando estábamos buscando casa y las descartamos porque Freddie llegaba a tocar la valla de ambos lados del jardín trasero a la vez.
Estoy, cuando menos, sorprendida. A Jonah le encanta su piso. Tiene una planta baja en una elegante y antigua casa eduardiana cerca del instituto. Se sale de su presupuesto todos los meses para tener una ventana en mirador lo bastante grande donde le quepa el piano.
—¿Tendrá sitio para el piano? —pregunto, y Freddie me mira de una forma extrañísima.
—A saber —dice—. Dudo que esté entre sus prioridades.
Tengo que bajar el ritmo de beber vino, pero, desde luego, no está resultando ser el cumpleaños que esperaba. Preferiría estar literalmente en cualquier sitio que no fuera Alfredo’s; a decir verdad, este restaurante siempre le gustó más a Freddie que a mí.
—Van a dar una fiesta el próximo fin de semana para celebrarlo. No tenemos nada planeado, ¿verdad?
Niego con la cabeza y tomo nota mental de no tomarme un somnífero el próximo sábado.
—¿Alguna noticia del trabajo? —le pregunto mientras cojo el vino para rellenar las copas.
Nunca he llegado a manejar del todo el arte de hacer preguntas informales, pero me gustaría averiguar cómo le han ido las cosas desde la última vez que vine por aquí. Si le parece que sueno un poco forzada, lo deja pasar.
—Nada especial —contesta—. Hay rumores de una posible expansión de PodGods en Brasil, pero todavía es pronto.
—Vaya, eso sería muy importante.
Por lo que deduzco, PodGods monopoliza gran parte de las horas de trabajo de Freddie; ha estado tras una agresiva campaña de publicidad para hacer crecer la marca por todo el mundo. La ambición de Freddie siempre ha sido una espada de doble filo. Es fantástica para sus jefes, pero de vez en cuando el trabajo lo absorbe tanto que su vida personal se ve afectada. Ha ocurrido en una o dos ocasiones con otras cuentas, y empiezo a sentir una pequeña punzada de resentimiento cada vez que menciona a los de PodGods. Escucho a Freddie mientras jugueteo con la cena, más concentrada en él que en la comida. Observo su boca al formar las palabras, cómo mueve los hombros debajo de la camisa al cortar la carne, la definición de sus bíceps cuando levanta la copa. Se ha cortado el pelo un poco más de lo habitual; no tengo claro que me guste. O puede que solo sea que no me gusta que haya nada diferente en él en este mundo. Vuelvo a prestar atención a sus palabras.
—Al menos me aprobó el permiso antes de que le diera el ataque al corazón. Tres semanas enteras.
Llego a la conclusión de que debe de estar hablando de Vince, su jefe.
—¿Está bien?
—Lo estará, siempre y cuando se mantenga alejado de las hamburguesas.
Algo es algo. No es que Vince sea santo de mi devoción, pero tampoco quiero que la palme.
—Tres semanas, ¿eh?
—El 12 de julio saldré del trabajo y, cuando vuelva, seré un hombre casado.
Freddie levanta la copa para brindar conmigo. Yo sonrío y acerco la mía hasta que el cristal tintinea, pero esta noche mi corazón está con mi hermana. Aquí mi vida es de color de rosa, mientras que la suya se está haciendo añicos. No puedo librarme de la sensación de que su felicidad es el precio que estoy pagando por la mía.