No está aquí. Por fin he reunido el valor necesario para volver, pero la casa está vacía. Un registro más detallado me dice que no hay ni una sola de las cervezas favoritas de Freddie en el frigorífico y que en la cesta de la colada solo hay prendas mías. ¿Dónde está? No llevamos casados más que un par de meses. Empiezo a asustarme. ¿Fue nuestra discusión en Nueva York el revulsivo de un cambio? ¿Desestabilicé nuestra felicidad hasta el punto de que nuestro recién estrenado matrimonio ha tocado fondo? Me sirvo un zumo y, con mano temblorosa, cojo mi móvil en busca de respuestas.
En la pantalla parpadean dos mensajes. De Elle, ¿me apetece ir luego a su casa a comer fish and chips? De mi madre, me ofrece una entrada sobrante para una obra que va a ver este fin de semana en Bath. En este mundo hacen piña a mi alrededor. Acaricio la alianza, que continúa en el dedo que le corresponde. ¿Dónde estás, Freddie Hunter?
Hago clic sobre su nombre y espero a que el teléfono dé señal, con la esperanza de que no me salte el contestador. Son las siete de la tarde, así que, dondequiera que esté, espero que no siga trabajando.
La conexión tarda más de lo habitual en establecerse, y cuando lo hace, no se oye el tono de llamada habitual. Me quedo perpleja, y después me da un vuelco el corazón porque me contesta.
—¿Freddie? —digo insegura.
Hay mucho ruido, allá donde esté.
—¿Lyds? —dice medio gritando—. Espera un segundo, que salgo fuera.
Oigo bullicio de conversaciones y música de fondo, risas y voces alzadas. Creo que está en un bar.
—Dios, qué calor hace hoy aquí —dice ahora con mayor claridad—. Tengo la camisa pegada a la espalda.
—¿Dónde estás? —pregunto confusa.
—¿Ahora mismo? En la puerta de un bar en la playa. Vince está dentro quemando la tarjeta de crédito de la empresa con la esperanza de cerrar el traro.
—Mucho trabajo y poca diversión, ¿eh?
Intento imprimir a mi voz una ligereza que estoy muy lejos de sentir. Se echa a reír.
—Allá donde fueres… ¡Sobre todo si es Río!
¿Río? ¿Freddie está en Brasil? Oigo campanas y no sé dónde. Es posible que me comentara algo, pero estoy segura de que no sabía que iba a pasar allí una cantidad de tiempo significativa.
—Te echo de menos —digo, porque es verdad, en especial ahora que he vuelto a oír su voz.
—Y yo a ti. Ya no falta mucho. Dos semanas, tres, a lo sumo.
—¿Otras tres semanas? —pregunto desolada.
Está claro que las cosas que dije en Nueva York no han hecho mella si ha permitido que ocurra esto. O si lo he permitido yo. A juzgar por el aspecto de nuestro frigorífico y por los mensajes de mi madre y de Elle, ya debe de llevar un par de semanas fuera.
—No empieces otra vez. —Suspira irritado—. Sabes que no puedo hacer nada.
Es evidente que hemos pinchado en hueso.
—¿Has dicho que estás en la playa?
—No —contesta en un tono exageradamente paciente, un poco pasivo-agresivo—. He dicho que estaba con Vince intentando cerrar un trato para los de PodGods. Toda esta ciudad gira en torno a la puñetera playa, Lydia, no es culpa mía. ¿De acuerdo?
—Yo no he dicho que lo sea —digo entristecida.
Llevo semanas sin hablar con Freddie, y ahora que lo estoy haciendo vuelve a ser de esta manera. Si estuviéramos juntos, seríamos capaz de solucionar este malentendido hablando, pero por teléfono no es tan sencillo. Ahora caigo en la cuenta de lo mucho que ha dependido siempre nuestra relación de la cercanía física: de las caricias y de ser capaces de interpretar las señales visuales del otro. En estos momentos, no disponemos de ninguno de esos lujos y lo que nos queda resulta decepcionante y colmado de angustia potencial. Oigo que alguien grita el nombre de Freddie, seguro que Vince, y le dice que vaya a coger una caipiriña. Lo pronuncia mal. No me sorprende, porque es uno de esos hombres tercos que no se tomarían la molestia de aprender algo así. Apostaría a que se ha plantado en Brasil con Freddie sin informarse siquiera de cómo se dicen «por favor» y «gracias» en portugués.
—Tengo que volver a entrar —dice.
—Eso parece.
Me siento derrotada, ojalá pudiera encontrar las palabras adecuadas para sanar lo que nos ocurre.
—Te llamaré pronto —dice, y después cuelga y vuelve a su cóctel, al bar de la playa, a su vida sin mí.