Dormida

Sábado, 12 de mayo

—¿Ya te encuentras mejor?

No pensaba tomarme otra pastilla. Aguanté renqueando hasta las ocho, pero al final cedí y engullí una antes de meterme en la cama.

Y ahora me he despertado en el sofá con la cabeza en el regazo de Freddie. Él me alisa el pelo con aire distraído mientras ve una serie policíaca en la tele y está claro que he ido purgando los restos de mi dolor de cabeza a base de pequeñas siestas.

Me tumbo de espaldas.

—Eso creo —digo, y le agarro la mano.

—Te has perdido la mitad —dice—. ¿Quieres que rebobine?

Miro la pantalla, pero no tengo ni idea de qué serie es, así que niego con la cabeza.

—Estabas roncando como una morsa, Lyds —dice riéndose en voz baja.

Es su broma habitual: él siempre me dice que ronco mucho, y yo siempre lo niego. No creo que haga el menor ruido, solo lo hace para tomarme el pelo.

—Apuesto a que Keira Knightley ronca.

Arquea las cejas.

—No. Seguro que suspira con suavidad, como un…

—¿Camionero? —sugiero.

—Gatito —dice.

—Los gatitos no suspiran —replico—. Te muerden los dedos de los pies mientras duermes.

Freddie lo piensa un segundo.

—Me gusta bastante la idea de que Keira Knightley me muerda los dedos de los pies.

—Tendría unos dientes superafilados —digo—. Te haría daño.

—Hum. —Frunce el ceño—. Sabes que no aguanto bien el dolor.

Es verdad. Para ser un hombre fuerte y competitivo, Freddie es de lo más quejica cuando le duele algo.

—Creo que lo mejor será que me quede contigo —dice—. Me parece que Keira da demasiado trabajo.

Le levanto una mano que apoyo contra la mía, palma con palma, para ver la gran diferencia de tamaño.

—¿Aunque ronque como una cerda?

Entrelaza sus dedos con los míos.

—Aunque ronques como una pocilga de cerdos.

Me acerco su mano a la cara y le beso los dedos.

—No te ha quedado muy romántico, ¿sabes? —digo.

Pausa la serie que está viendo y baja la mirada hacia mí, con los ojos azules cargados de diversión.

—¿Y si te digo que eres una cerda muy guapa?

Tuerzo la boca como si me lo estuviera pensando y luego niego con la cabeza.

—Sigue sin ser romántico.

Asiente despacio.

—Vale. ¿Que no te pareces en nada a una cerda?

—Un poco mejor —contesto, pero exijo más e intento no sonreír mientras me incorporo para sentarme en su regazo con las piernas estiradas sobre el sofá.

Freddie me sostiene la barbilla y me mira fijamente a los ojos.

—Si tú eres una cerda, yo soy un cerdo.

Estallo en carcajadas. Es evidente que le he hecho ver demasiadas veces El diario de Noah si es capaz de soltar esa frase.

—No tienes ni idea de lo mucho que te quiero, Freddie Hunter —digo, y luego se lo demuestro con un beso y me hago una promesa: este lugar, dondequiera que esté, lo que quiera que sea, es hermoso y, dure lo que dure, pienso aprovechar al máximo cada instante.