—Y este es el granero —dice Victoria al tiempo que abre con ademán ostentoso una enorme puerta de doble hoja.
Victoria es la organizadora de bodas del lugar donde hemos decidido celebrar el enlace, un hotel rural rústico con un granero reformado. Ahora mismo nos encontramos de pie en el umbral de dicho granero. La luz pálida del sol invernal entra a raudales por las ventanas altas e ilumina las motas de polvo que flotan en el ambiente. Mi corazón romántico ve brillantina.
—Está engalanado y a punto para la boda que tenemos mañana —dice Victoria, en referencia a las gruesas guirnaldas rojas y doradas que rodean las vigas desgastadas—. Es de temática invernal, claro. El mes que viene serán todo bodas navideñas, pero lo mejor es en verano. Lo llenamos de arreglos de flores silvestres y centenares de lucecitas blancas, un verdadero sueño de una noche de verano.
—Me encanta —resuello. Debo de haberlo visitado más veces en esta vida; imagino que habremos mirado varios sitios antes de decidir que este era el lugar perfecto para nuestra boda. Me felicito en silencio. No se me ocurre ningún lugar más apropiado para nosotros—. De verdad, no podría ser más perfecto.
Freddie me pasa un brazo por los hombros.
—¿La ceremonia también se hace aquí dentro?
—Sí y no. —Victoria echa a andar hacia una puerta situada en el extremo opuesto del granero—. La ceremonia se celebrará aquí.
La sala lateral es más pequeña y está hecha de unas losas de color gris pálido cuyo aspecto hace pensar que podrían haberse tallado a mano en una época en la que la maquinaria ni siquiera existía aún. La han restaurado con sumo cuidado para que conserve su encanto ruinoso; me recuerda de inmediato a la capilla en la que Ross se casó con Emily en Friends. De los dinteles cuelgan candelabros de hierro forjado. No están encendidos, pero en mi cabeza ya veo lo espectacular que va a quedar, ya sé que olerá a madreselvas trepadoras, que Freddie me esperará justo ahí, en la entrada.
—¿Sigue gustándote? —pregunta él mientras me aprieta la mano.
«Muchísimo», pienso. Me vuelvo hacia Victoria.
—¿Podríamos quedarnos un par de minutos a solas?
Estira una mano hacia cada lado. Sabe más que de sobra que estoy cautivada.
—Es muy especial, ¿verdad? Tomaos todo el tiempo que necesitéis, os espero en el bar.
Freddie y yo recorremos el pasillo despacio cuando Victoria cierra la puerta tras de sí.
—La próxima vez que pases por aquí llevarás puesto tu vestido de novia —dice.
—Y tú estarás ahí con tu traje. ¿Te pondrás nervioso?
Se echa a reír.
—¡Pues no! A no ser que te estés rajando y pienses dejarme aquí plantado con mi traje Jack Jones.
—Te prometo que no —le digo con más sinceridad de la que podría imaginarse, porque sé muy bien qué se siente cuando eres tú la que se queda compuesta y sin novio.
—¿Tú te pondrás nerviosa? —pregunta.
Asiento.
—Me pondré nerviosa por mil cosas. ¿Me queda bien el vestido? ¿Se empeñará Elle en decirle a Victoria cómo tiene que hacer su trabajo? ¿Se habrá olvidado Jonah de los anillos?
Ya hemos llegado al final del pasillo, al punto en el que innumerables parejas han pronunciado sus votos eternos el uno ante el otro.
—Jonah no se olvidará de los anillos, no se lo permitiré —dice—. Y Elle se relajará si se toma un par de copas de champán por la mañana. Se alegrará de estar fuera de servicio.
Tiene razón, desde luego, son preocupaciones insignificantes dentro del panorama general. Es muy típico de él no permitir que le agobien las trivialidades. Siempre ha dejado claro que él se encargaría de la luna de miel, pero que todo lo demás sería de mi competencia desde el primer momento. Y nunca me ha importado mucho, aunque habría estado bien que al menos fingiera algo de interés por los detalles de agradecimiento para los invitados y la decoración de las mesas. Dawn y yo nos mandábamos los vínculos de las cosas que encontrábamos en internet, lecturas para la boda y cosas así. Planear una boda tiene algo que te absorbe de una forma muy placentera; es algo festivo que está lleno de esperanza, una especie de limbo exquisito. Ojalá hubiera podido experimentarlo aquí, porque hay muchísimas cosas de nuestra inminente boda de las que no tengo ni idea. Es extraño pensar ahora en la boda de Dawn y recordar ese último y emotivo baile con Jonah mientras estoy aquí con Freddie.
Me atrae hacia sí.
—Vas a ser la chica más guapa del mundo con tu vestido de novia. Me casaría contigo aquí mismo, ahora mismo, en vaqueros, Lydia Bird. Si no fuera porque no llevo puestos los calzoncillos de la suerte.
—Qué idiota eres. —Me río, sobre todo porque no tiene calzoncillos de la suerte.
—Sí, pero soy tu idiota.
—Tienes toda la razón.
Me pongo de puntillas para besarlo. Tengo la nariz fría, pero todo el resto de mi cuerpo transmite calor. Freddie me coloca las manos debajo del trasero y me levanta del suelo.
—Creo que deberías besarme así el día de la boda —dice.
—Sería poco práctico con el vestido.
Le rodeo la cintura con las piernas, y él me sujeta a esa altura y me mira a los ojos, riéndose.
—Debería darte vergüenza, ponerme cachondo en un sitio así.
Lo abrazo con fuerza, con mucha fuerza. Él me devuelve el abrazo y, durante un precioso instante, soy absolutamente feliz.