Son las tres de la mañana. He probado todos mis trucos habituales para intentar conciliar el sueño, pero no lo consigo a pesar de que estoy reventada. Me escuecen los ojos de leer, los ruidos de agua para dormir hacen que me entren ganas de ir al baño y es un hecho constatado que contar ovejas es una soberana gilipollez.
Jonah se ha quedado a dormir, está abajo, en el sofá, como solía hacer siempre. Me pregunto si también está despierto o si a él no le cuesta quedarse dormido por las noches. Noto el frío del suelo de madera en las plantas de los pies cuando salgo de la cama, con mucho cuidado para no molestarlo. A veces me preparo una infusión cuando no puedo dormir, pero el hervidor podría despertarlo, así que esta noche no lo hago. Me quedo de pie junto al fregadero con un vaso de agua en la mano, bostezando, y entonces asomo la cabeza por la puerta para ver cómo está Jonah antes de subir a intentar dormir de nuevo. Está como un tronco, con un brazo apuntando hacia el suelo y el pelo oscuro convertido en negro en la habitación en penumbra. Siempre ha poseído una calma innata, incluso cuando éramos pequeños y su vida en casa era de todo menos fácil. El sueño no hace sino ampliarla; ahora mismo está tan relajado que parece un gurú espiritual, con la camiseta hecha un ovillo en el suelo. Algo me empuja a acercarme a él hasta que estoy sentada en el suelo a su lado, con la cabeza apoyada en la colcha arrugada. Dios, qué cansada estoy. Cierro los ojos, confortada por el sonido de su respiración.
—¿No puedes dormir? —Jonah me acaricia el pelo en un gesto tranquilizador.
Debo de haber dado una cabezada. Tengo frío y se me ha quedado dormido el brazo sobre el que estaba apoyada.
—Me está costando —reconozco.
No le sorprenderá, sabe que llevo un tiempo batallando contra el insomnio. Se echa hacia atrás y levanta la colcha.
—Sube, cabemos los dos.
No dudo ni un momento. Me acomodo en el hueco que me ha hecho, con la espalda pegada a su pecho. Me rodea con los brazos y me tapa hasta los hombros con la colcha, siento sus rodillas detrás de mí.
—Duérmete —me dice con la boca cerca de mi oreja—. Ya estoy aquí contigo.
Jonah Jones me acoge en sus brazos y comparte conmigo su maravillosa serenidad. Noto el ritmo tranquilo de su corazón contra mi espalda, su calor corporal, que se me propaga por la sangre y los huesos. Me duermo.