Fruta

—¡Oye, Mandarina! ¿Por qué no intentas nombrar algunos de los personajes de Thomas y sus amigos que conoces? — Limón regresó de su búsqueda de la maleta con las manos vacías, pero en vez de ofrecer alguna explicación se sentó con despreocupación en el asiento del pasillo y ahora le pregunta esto a su compañero.

Mandarina voltea hacia el asiento de la ventanilla y echa un vistazo al cuerpo del Pequeño Minegishi. A juzgar por su aire distendido, Limón parece no querer aceptar la gravedad de la situación. Todavía tienen un cadáver en las manos y no han averiguado nada al respecto. Limón, sin embargo, insiste en iniciar una conversación estúpida.

—¿Encontraste la maleta?

—Vamos, ¿qué personajes de Thomas y sus amigos recuerdas? Nombra alguno que no sea muy conocido.

—¿Qué tiene eso que ver con la maleta?

—Nada. — Limón tuerce el gesto, en apariencia ofendido—. ¿Por qué diantre nos tenemos que preocupar de la maldita maleta?

«Supongo que no la ha encontrado». Hace cinco años que Mandarina se había asociado con Limón. Era una pareja ideal para este tipo de trabajo: tenía una gran capacidad física y, por crítica que fuera la situación, no entraba en pánico y siempre mantenía la calma (casi podría decirse que carecía de emociones), aunque, por otro lado, también se le daban fatal los detalles y era irresponsable y descuidado. Lo peor, sin embargo, era que cuando cometía un error enseguida salía con excusas y jamás reconocía su culpa. Como ahora. A pesar de encontrarse en una situación cuya gravedad aumenta por momentos, actúa como si no hubiera nada de qué preocuparse. Ignora los hechos. De hecho, intenta olvidarlos. Mandarina sabe que será cosa suya arreglar el relajo causado por Limón. Intentar cambiar eso sería como mear al viento.

—Gordon — dice Mandarina con un suspiro—. Es un personaje, ¿verdad? ¿No es uno de los amigos de Thomas?

—¡Por favor! Gordon es uno de los personajes más conocidos. Podría decirse incluso que es uno de los protagonistas. El chiste es que menciones un personaje poco conocido.

—¿Qué quieres decir con «poco conocido»? — Mandarina alza la vista al techo. Tratar con Limón es más duro que realizar un encargo—. Está bien. Como quieras. Dame un ejemplo.

Un ligero temblor en los orificios de la nariz delata el esfuerzo que hace Limón para tragarse su orgullo.

—Bueno, supongo que un buen ejemplo sería sir Handel, originalmente llamado Falcon.

—¿Es uno de los personajes?

—Ned también serviría.

—Desde luego, hay un montón de trenes. — Mandarina no tiene otra elección que seguirle la corriente.

—No es un tren, es un vagón grúa.

—¿Quién no es un tren? Estás confundiéndome.

Mandarina echa un vistazo al paisaje por la ventanilla. Pasan a toda velocidad por delante de un gigantesco edificio de departamentos.

—¡Oye, Limón! — le dice entonces a su compañero, que se ha puesto a tararear una melodía mientras hojea una revista—. No quieres admitir tu error, lo entiendo, pero ahora no es el momento de relajarse, ¿me oyes? El hijo de Minegishi está muerto. Su cadáver está enfriándose. Y la maleta desapareció. Somos como un par de mocosos a los que envían a la miscelánea y que, además de regresar sin las verduras que debían comprar, pierden la cartera.

—¿La miscelánea? Siempre me cuesta seguir tus explicaciones.

—Resumiendo, estamos jodidos.

—Sí, lo sé, dos palabras que describen nuestra situación actual.

—No parece que lo sepas. Por eso estoy recordándotelo. Deberíamos estar más preocupados. Bueno, yo ya lo estoy. Eres tú quien debería estar más preocupado. Volveré a preguntártelo. No encontraste la maleta, ¿verdad?

—No. — Por alguna razón, Limón parece estar satisfecho consigo mismo. Mandarina está a punto de regañarlo cuando Limón añade—: Ese pequeño vándalo me mintió y me hizo perder el tiempo.

—¿Un vándalo te engañó? ¿De qué estás hablando?

—«El hombre con la maleta que busca se fue en esa dirección», me dijo, y parecía un buen chico, así que le creí. Fui hasta el final del Hayate en busca de ese tipo.

—Puede que ese chico no te haya engañado. Alguien debe tener la maleta y puede que el chico haya visto de verdad al tipo. A lo mejor es que simplemente tú no lo has encontrado.

—No sé. No termino de comprender cómo una maleta de ese tamaño puede haber desaparecido.

—¿Miraste en los baños?

—En casi todos.

—¿En casi todos? ¿Qué quieres decir con eso? — Mandarina no puede evitar alzar la voz. Cuando se da cuenta de que Limón no está bromeando todavía se enfada más—. ¡No sirve de nada mirar en casi todos! ¡Quien sea que tenga la maleta podría estar escondido en uno de los que no has mirado!

—Bueno, si el baño está ocupado no puedo entrar a mirar, ¿no?

Mandarina no sabe ni qué contestar a eso, de modo que se limita a decir:

—Es necesario mirar en todos. Lo haré yo mismo.

Consulta su reloj. Faltan cinco minutos para que el tren llegue a la estación de Omiya.

—Mierda.

—¿Qué sucede? ¿Mierda por qué?

—Ya casi llegamos a Omiya. El hombre de Minegishi estará esperándonos.

Minegishi recelaba de todo el mundo, probablemente porque llevaba mucho tiempo dirigiendo una organización criminal. Estaba convencido de que, si alguien tenía la oportunidad de traicionarlo, sin duda lo haría. Por eso, cuando contrataba a alguien se aseguraba de controlar sus movimientos para que luego no lo apuñalara por la espalda.

En este encargo en concreto, le preocupaba que Mandarina y Limón se voltearan en su contra y huyeran con el dinero. O que secuestraran ellos a su hijo y lo escondieran en algún lugar para pedir todavía más dinero por su rescate.

—Los vigilaré de cerca — afirmó en la última reunión que habían mantenido, y tras decirles a la cara que no confiaba en ellos. Uno de sus secuaces estaría esperándolos en alguna estación del trayecto, para asegurarse de que en efecto estaban en el tren en dirección a Morioka con su hijo y que no estaban tramando nada raro.

Como es obvio, cuando les dijo esto a Mandarina y Limón, no tenían ninguna intención de traicionarlo. Pensaban hacer simplemente lo que les había ordenado, así que no mostraron ninguna objeción. «Por supuesto, haga lo que crea conveniente», contestaron con cordialidad.

—Jamás habría podido imaginar que las cosas saldrían así de mal.

—Los accidentes ocurren. Hay incluso una canción sobre eso en Thomas y sus amigos. Dice así: «Los accidentes ocurren, no te lo tomes muy a pecho».

—Pues deberías tomártelo al menos un poco a pecho.

Pero Limón no parece haber oído a Mandarina, pues empieza a cantar alegremente la canción añadiendo pequeños comentarios como «Cuánta razón» o «Thomas y sus amigos es profundo de verdad».

—¡Un momento! — dice de repente, volteando hacia Mandarina—. El hombre de Minegishi estará esperándonos en el andén, ¿no? ¿Sabes si también subirá al tren?

—Pues no sabría decirte. — No se lo habían especificado—. A lo mejor se queda en el andén y solo comprueba que estemos en el tren a través de la ventanilla.

—En ese caso, podríamos fingir que se durmió— dice Limón, inclinándose hacia delante y señalando el cadáver apoyado en la ventanilla—. Nosotros nos limitamos a saludar con una sonrisa en la cara y el tipo no tiene por qué darse cuenta de nada.

Mandarina desconfía instintivamente de la optimista propuesta de Limón, pero también es consciente de que podría funcionar. Siempre y cuando el hombre de Minegishi no suba al tren, claro.

—Es decir, si ve al chico aquí sentado, no debería tener ningún motivo para pensar que está muerto, ¿no?

—A lo mejor tienes razón. Yo tampoco lo pensaría.

—Pues ya está. Si no se debe dar cuenta, hagamos eso.

—Pero si por alguna razón sospecha algo, podría subir al tren.

—El tren solo se detiene en Omiya durante algo así como un minuto. Tampoco tendría tiempo de llevar a cabo una inspección demasiado concienzuda.

—Mmm...

Mandarina intenta imaginar qué tipo de órdenes daría si fuera Minegishi.

—Estoy seguro de que al tipo le dijeron que compruebe que todo esté en orden a través de la ventanilla y que, si piensa que sucede algo raro, llame a Minegishi.

—¿Y qué crees tú que le diría? ¿Algo en plan: «Jefe, su hijo tenía un aspecto terrible. Estaba inconsciente, debió haber agarrado una buena borrachera»? En ese caso, ¿qué crees que podría pasar?

—Minegishi podría concluir que su hijo no está borracho y comenzaría a sospechar que sucede algo raro.

—¿De veras crees que lo haría?

—Me apuesto lo que sea a que tiene un sexto sentido para estas cosas. Después, supongo que varios de sus hombres nos esperarían en la siguiente estación, en Sendai. No tendrían ningún problema en subir al tren y atraparnos.

—¿Y si le robamos el teléfono al tipo que tiene que llamar a Minegishi? Si no consigue ponerse en contacto con Minegishi, él no puede enfadarse con nosotros. Su hijo no está muerto hasta que se sepa que lo está.

—Alguien como Minegishi seguro que tiene otras formas de ponerse en contacto con sus hombres.

—¿Como cuáles? ¿Mensajeros a pie? — Por alguna razón, a Limón le da risa la idea y la repite varias veces: «Sí, seguro que usa mensajeros a pie».

—No sé, por ejemplo vallas publicitarias digitales. A lo mejor su hombre le escribe un mensaje en una: «Su hijo fue asesinado».

Limón parpadea varias veces.

—¿Lo dices en serio?

—Estoy bromeando.

—Tus bromas son estúpidas — dice, aunque luego parece bastante excitado por la idea—. Quizá deberíamos probarlo: la próxima vez que concluyamos un encargo, podríamos usar la pantalla de un estadio de béisbol para presentarle nuestro informe al cliente. «¡Encargo concluido con éxito!».

—No entiendo por qué querríamos hacer algo así.

—¡Porque sería divertido! — Limón sonríe como un niño pequeño. Luego toma un trozo de papel del bolsillo y comienza a escribir algo con un bolígrafo que saca de algún lugar—. Ten, toma esto — le dice a Mandarina, ofreciéndoselo.

Es el cupón para el sorteo del supermercado.

—No, mira el dorso — indica Limón, así que Mandarina le da la vuelta al cupón y ve el dibujo de un tren con una cara redonda. Le cuesta decidir si es un buen dibujo o no.

—¿Qué demonios es eso?

—Es Arthur. Debajo escribí el nombre. Es un tren de color granate. Muy diligente en su trabajo y que se enorgullece de no haber tenido ni un solo accidente. Cero. Su historial es perfecto. Y se esfuerza mucho por mantenerlo así. No tenía ninguna calcomanía de Arthur, así que te dibujé.

—¿Y por qué me lo das?

—¡Porque nunca tuvo un accidente! Será nuestro amuleto.

Ni siquiera un niño tendría fe en algo tan ridículo, pero Mandarina ya no tiene fuerzas para discutir, de modo que dobla el cupón por la mitad y lo guarda en el bolsillo trasero de los pantalones.

—Aunque también es cierto que al final Thomas engaña a Arthur y este termina teniendo un accidente.

—Entonces ¿cuál es el chiste?

—Bueno, después Thomas dice algo muy inteligente.

—¿Qué?

—¡Los récords existen para ser superados!

—No creo que sea lo mejor que se le puede decir a alguien a quien acabas de arruinar su récord personal. Thomas se comporta aquí como un auténtico idiota.